Obediencia debida
De: Judas Iscariote, ex-apóstol de Cristo.
A: Miguel Arcángel, Juez Supremo Celestial.
Respetado Señor:
Me dirijo a Su Excelencia, en su condición de Juez Supremo Celestial, para, una vez agotadas todas las vías legales previas solicitar la gracia de un indulto que me permita aliviar, siquiera de forma parcial, la penosidad de una condena que ya se acerca a los dos mil años de duración y que, en mi humilde opinión, estimo que no me he merecido.
Es sabido que a mí se me atribuye el espantoso pecado de haber vendido a Cristo a sus verdugos, razón por la cual fui condenado al infierno para toda la eternidad, e incluso mi nombre se ha convertido en todo el orbe cristiano en sinónimo de traidor. A consecuencia de lo narrado en las Escrituras he sido odiado, insultado, anatemizado y vilipendiado, e incluso autores de la talla de Dante me reservaron el castigo máximo posible dentro de sus particulares concepciones del ámbito infernal. Probablemente no habrá ni un solo mortal, por grandes que hayan sido sus villanías, que se aproxime siquiera al linchamiento moral al que he sido objeto.
Si yo hubiera sido responsable de tamaña felonía sería justo, lo reconozco, el castigo que he merecido. Pero desearía que Su Excelencia fuera consciente de que mi triste intervención en los hechos que culminaron en la crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo fue consecuencia de un plan minuciosamente diseñado en el cual la delación previa a su cumplimiento era una condición indispensable para que su posterior resurrección y ascensión a los cielos pudiera tener lugar.
¿Cómo si no podría Nuestro Señor haber redimido al mundo? ¿Cómo si no se habría llegado a expandir el cristianismo por todo el mundo convirtiéndose en pocos siglos en la religión hegemónica del planeta? Todo había sido planeado, y Nuestro Señor Jesucristo había asumido desde un principio el papel de mártir tal como quedó demostrado en la Oración del Huerto.
No hubo, pues, traición alguna por mi parte, sino un sacrificio voluntario en aras de la consecución de los fines propuestos. Jesús debía morir, pero para que ello tuviera lugar alguno de sus discípulos tendría que delatarlo. Éramos doce, y cuando Él solicitó un voluntario, ninguno de mis timoratos ex-compañeros se ofreció para asumir esta importante responsabilidad. Sólo yo entre los doce decidí hacerlo, para evitar el bochorno de un sorteo que sin duda habría disgustado sobremanera al Maestro.
Todos sabíamos que no se trataba de una felonía sino, muy al contrario, de un sacrificio dictado por el amor que sentía por Él. Los trece. Y mis once ex-compañeros, a los que yo tenía por amigos, me aseguraron que velarían por la rehabilitación de mi buen nombre una vez que todo hubiera concluido. ¡Hipócritas! Si hasta huyeron despavoridos, todos menos uno, cuando vieron que las cosas se ponían feas. Si hasta el principal de ellos, luego elegido primer líder del cristianismo, negó a nuestro Maestro hasta tres veces... ¡Y luego dicen que el traidor fui yo!
Y lo peor de todo no fue que me convirtiera en objeto de odio para los mortales, odio alentado, dicho sea de paso, por los irresponsables ministros de la Iglesia. Lo peor fue que aquí, donde ningún tipo de fingimiento era necesario, también fui tratado como un criminal de la peor laya, siendo condenado al peor recinto de las estancias infernales. Puede que Satanás, que dicho sea de paso siempre se ha comportado conmigo como un perfecto caballero, no me esté devorando perpetuamente tal como imaginara Dante, pero no por ello el castigo deja de ser duro e injusto, por inmerecido.
Por tal motivo, y dado que como es fácil de comprobar, si actué de la manera en que lo hice fue por obediencia debida, y dado también que mi falsa traición era de todo punto necesaria para la consecución de los planes previstos en lo concerniente a la venida a la Tierra del Hijo de Dios, solicito de Su Excelencia la gracia de un indulto que, además de justo, sería la compensación, siquiera tardía, a unos sacrificios por los cuales no he recibido hasta el momento más que sinsabores y castigos.
Judas Iscariote, ex-apóstol
GABINETE DE MIGUEL ARCÁNGEL
NEGOCIADO DE INSPECCIONES
SECCIÓN DE EXPEDIENTES E INDULTOS
Expediente JUDASISCARIOT-475/2ª
(citar ref. siempre que se haga alusión al mismo)
A: Dimas (San),
representante legal de Judas Iscariote.
En relación con la reclamación interpuesta por su representado, relativa a una revisión de su condena de cara a obtener un indulto, este Gabinete le comunica que, una vez estudiado el expediente del solicitante, en aplicación de la Ley 2342/84B de 47 del 35 de 672.427e2 (BOC 52-35-672.427e2), y concretamente en el apartado 5b, donde se dice:
El plazo hábil para reclamar una revisión de condena a los Tribunales Infernales, siempre que exista una causa racional para ello, prescribe a los mil años de sucedidos los hechos que imputaron la condena sin que exista posibilidad alguna de ampliación del citado plazo, por lo que transcurrido ese período todas las condenas pasarán a ser consideradas definitivas por toda la eternidad.
Dado que en el caso que nos ocupa ese período ha transcurrido con creces, tal revisión no ha lugar ni ahora ni en lo sucesivo, por lo que se ratifica la condena que en su día se impusiera al reo Judas Iscariote.
Por Miguel Arcángel:
Batanael, Serafín
Publicado el 6-2-2006 en el Sitio de Ciencia Ficción