Carne de tu carne
Francamente, señor Donovan, su propuesta se me antoja un tanto... ¿cómo lo diría yo? Irregular.
-Eso es una cuestión meramente subjetiva. -respondió el aludido con aplomo- En asunto de negocios lo único que importa realmente es la legalidad, los escrúpulos personales son algo respetable, por supuesto, pero que es preferible dejar fuera. Y le puedo asegurar que nuestra oferta es rigurosamente legal, ya nos hemos asesorado de forma conveniente por la cuenta que nos traía.
-Yo diría que más bien se trata de algo alegal... -objetó- La verdad es que no conozco la menor jurisprudencia al respecto, ni a favor ni en contra.
-Tanto me da; todo lo que no es ilegal es, por exclusión, legal.
Su interlocutor suspiró retrepándose en la butaca, al tiempo que sus manos jugueteaban con nerviosismo con la tarjeta que minutos antes le entregara su visitante: John L. Donovan, gerente de Original Products Inc., rezaba en la pequeña cartulina; unos perfectos desconocidos dentro de su ámbito empresarial, que no era precisamente reducido.
El anfitrión era un hombre atildado de mediana edad cuyo nombre, Luis Olmeda, diría muy poco a la mayor parte de los mortales; no ocurría lo mismo con su popular empresa, de la que era fundador y accionista mayoritario, ya que Cultivos Biológicos S.A. se había convertido, en sus breves años de existencia, en uno de los referentes a nivel mundial de la pujante industria genética.
-Lo siento, pero sigue sin convencerme. Que sea legal o, mejor dicho, que no sea ilegal, no implica necesariamente que sea legítimo...
-Vuelvo a repetirle lo mismo, los escrúpulos suelen ser malos compañeros de viaje de los negocios. Además las circunstancias cambian, a veces incluso demasiado deprisa, y hay que saber estar preparados para ello ya que la competencia suele ser muy fuerte; no podemos dormirnos en los laureles si queremos triunfar, la mejor garantía para hacerlo es ser siempre los primeros.
-Pero...
-Voy a ponerle un ejemplo -le interrumpió- de mi propio país, la famosa Ley Seca, donde se mezclaba la prohibición legal con el rechazo frontal al alcohol, con fines presuntamente morales, por parte de los sectores más puritanos, o más hipócritas, de la sociedad norteamericana. Y ahora le pregunto yo; ¿era más inmoral el gangster que traficaba con alcohol cuando éste estaba prohibido, que el honrado comerciante que lo vendía con todas las bendiciones legales apenas unos meses después de que esta ley quedara derogada?
-No creo que sea un caso comparable al nuestro -objetó molesto el industrial.
-Discúlpeme, nada más lejos de mi intención que compararlo con estos personajes. -replegó velas el astuto viajante- Pero tenemos otro ejemplo más cercano y que afecta directamente a su propia empresa; cuando ésta se constituyó la ingeniería genética era ya algo legal y aceptado socialmente, pero recuerde que tan sólo unos cuantos años atrás la clonación llegó a estar prohibida en la mayor parte de los países, incluso en casos de investigación científica.
-Mi empresa no se dedica a la clonación, -protestó Olmeda con la suspicacia acumulada por un largo historial de innumerables desmentidos- sino al desarrollo industrial de tejidos biológicos de procedencia no humana. Se trata de algo completamente distinto.
Desde el punto de vista técnico tenía razón, aunque estas sutilezas científicas solían pasar desapercibidas al gran público. Cultivos Biológicos no desarrollaba clones, entendiendo como tales a especímenes completos, sino tejidos concretos de organismos vivos. En realidad la idea, genial en su simplicidad, se le había ocurrido a su fundador cuando centros de investigación de todo el mundo habían comenzado a crear, partiendo de células madres, tejidos capaces de regenerar órganos dañados, bien por enfermedad, bien por accidente, a pacientes que de otra manera habrían tenido difícil solución a sus males.
El enfoque de Olmeda había sido muy distinto, por más que las técnicas utilizadas por su empresa fueran esencialmente similares: en vez de dirigir sus esfuerzos a la medicina, había preferido probar suerte en el mucho más prosaico campo de la industria alimentaria. Su planteamiento no podía ser más sencillo: ¿Para qué criar una vaca, con todos los esfuerzos y los gastos que llevaba aparejados, incluyendo el sacrificio del animal, su despiece y la manipulación y conservación de las diferentes piezas de carne, cuando resultaba mucho más sencillo y barato cultivar artificialmente cuantos solomillos de primera calidad se quisiera?
Gracias a su intuición la iniciativa tuvo éxito, convirtiéndose a poco en un excelente y saneado negocio. Con gran perspicacia había renunciado a competir en el mercado de gran consumo, centrándose en el sector que pudiérase denominar de lujo: carnes selectas que normalmente quedaban fuera del alcance del gran público a causa de su elevado precio, junto con otras más exóticas tales como la caza -jabalí, venado, faisán-, hígado de oca especial para paté de primera calidad, avestruz, bisonte, caimán... y otras muchas, aunque el espaldarazo definitivo lo conseguiría con el éxito obtenido en Japón con la comercialización de carne de ballena, un producto al que eran muy aficionados los consumidores nipones y del cual podían disfrutar ahora a su antojo sin necesidad de poner en peligro la supervivencia de la especie.
Consolidado el mercado cárnico, Cultivos Biológicos había hecho incursiones, asimismo fructíferas, tanto en el ámbito de los productos marinos -especialmente populares eran sus angulas sintéticas, sin olvidar tampoco sus asequibles langostas- como en el vegetal, donde eran los primeros suministradores mundiales de trufas al tiempo que se movían con soltura en el mercado de los zumos y las pulpas de frutas.
Pero la oferta de la oscura Original Products...
-Discúlpeme de nuevo, lo único que quería decir es que los criterios morales son algo tan cambiante como una veleta... o casi.
-Créame que me importan bastante poco los escrúpulos sociales; -resultaba evidente que la conversación comenzaba a incomodarle- pero no ocurre lo mismo con los míos propios.
-Puedo asegurarle que le entiendo; -el visitante era sin duda un magnífico vendedor- pero mi trabajo consiste precisamente en intentar convencerle de lo injustificado de su actitud. Es normal que una propuesta tan... audaz como la mía desconcierte en un principio a cualquiera, pero si lo analiza sin prejuicios verá que realmente no es para tanto, y que no violamos con ella ninguna convención ética.
-Yo no estaría tan seguro de ello. Además, existe el riesgo de que, una vez hecho público, surgiera una reacción de rechazo por parte de la sociedad que acabara provocando una legislación restrictiva; ¿qué haríamos entonces con el capital invertido?
-¡Oh, si es eso lo que le preocupa puede estar tranquilo! -el representante de Original Products sonreía ahora de oreja a oreja, satisfecho por tener controlada la situación- Gracias a nuestras prospecciones de mercado sabemos que nuestra clientela potencial, aunque minoritaria, no sólo existe, sino que goza además de un alto poder adquisitivo que está dispuesta a gastar en nuestro nuevo producto. Puesto que no planeamos dirigirnos al gran público no necesitamos hacer la menor inversión publicitaria en ello, lo que nos garantiza de paso una discreción que es nuestra principal aliada; ya lo sabe, ojos que no ven...
-Pero alguien acabaría enterándose; los políticos...
-A los políticos les importa bien poco aquello que no les cause complicaciones ni induzca a la alarma social, en esto son todos iguales sin distinción alguna de ideologías. Además, le asombraría saber los nombres de todos aquéllos que a buen seguro se convertirían en fieles clientes nuestros, por supuesto sin necesidad alguna de que se enteraran sus votantes. Le aseguro que en este tema tenemos el flanco bien cubierto.
-Lo siento, pero sigo sin verlo claro.
-Porque está cegado por los prejuicios; haga el esfuerzo de intentar librarse de ellos. Un amigo mío dice, con toda la razón, que el primero que se comió una langosta debía de tener mucha hambre...
-Pero no estamos hablando precisamente de langostas.
-Para el caso es lo mismo; se trata de un simple producto sintético similar a cualquier otro de los suyos, por supuesto con las mismas características organolépticas que el original pero fabricado en el laboratorio a partir de materias primas completamente inocuas; nada diferente, en suma, de lo que ya hacen ustedes. ¿Dónde está, pues, el problema?
-Hombre...
-Insisto, -le interrumpió de nuevo con una fogosidad hija de su gran experiencia- intente desprenderse, siquiera por un momento, de esos prejuicios obsoletos. ¿Me permite otro ejemplo?
-Adelante -se resignó Olmeda.
-¿Recuerda el famoso caso del avión uruguayo que se estrelló en los Andes?
-¿Aquél en el que...?
-Efectivamente. Ocurrió en la década de los setenta del pasado siglo, pero fue muy sonado. El avión se estrelló en un paraje completamente inhóspito, y los supervivientes se vieron obligados a alimentarse con los cadáveres de sus compañeros muertos. Evidentemente estaba justificado puesto que se encontraba en juego su propia supervivencia, pero además no mataron a nadie limitándose a aprovechar una fuente de proteínas que de otra manera se hubiera desperdiciado. Pues bien, pese a que ninguna objeción ética ni moral podía hacérseles a estas personas, hubo quienes los acusaron de canibalismo, lo cual técnicamente era cierto, pero revistiendo este término de las connotaciones más negativas posibles. En definitiva, fue una injusticia -concluyó.
-¡Un momento! En este caso concreto estoy de acuerdo con usted, puesto que se trataba de una necesidad cuya única alternativa era la muerte por inanición; pero lo que no puede hacer en modo alguno es utilizar este argumento de forma tan frívola como pretende. Comer carne humana por placer es algo reprobable en sí mismo, independientemente de que su procedencia sea un cadáver o, como usted pretende, los tanques de cultivo biológico de mi empresa. ¿Acaso está usted de acuerdo con hábitos tales como el canibalismo ritual de ciertas tribus papúes, que devoraban a sus difuntos, o los de ese chino loco que se comió en directo el cadáver de un niño recién nacido? Me repugna sólo pensarlo.
-Permítame que le diga que ahora es usted quien está confundiendo los términos. Le recuerdo que sus productos no pueden ser vendidos como solomillo de ternera, langosta o caviar, ya que la ley lo prohíbe taxativamente; todos ellos son, desde el punto de vista legal y así figura en sus etiquetas, simples sucedáneos de productos originales cultivados en tanques mediante técnicas de ingeniería genética. Me dirá que son igual de saludables que los originales, si no más, al estar libres de muchos aditivos y sustancias contaminantes, sin hablar ya de los gérmenes patógenos; me dirá también que su sabor es idéntico al de los productos que imitan, y que ni tan siquiera el más refinado gourmet sería capaz de distinguir los unos de los otros; pero son tan sólo unos sucedáneos, y usted se ve obligado a venderlos como tales.
-Claro está. -respondió el industrial perplejo- Yo no pretendo engañar a nadie.
-Y nadie le pide que lo haga; usted no vendería carne humana, sino un simple sucedáneo con sabor a carne humana.
-Para satisfacer el morbo de unos degenerados, supongo...
-Eso no nos incumbe ni a usted ni a mí. Lo cierto es que la demanda existe, y requiere una oferta; y si no se la suministramos nosotros tarde o temprano, probablemente temprano, vendrá alguien más avispado a pisarnos el negocio. ¿Habrá solucionado algo con ello, salvo echar a perder una excelente oportunidad de ganar dinero?
-Quedará a salvo mi conciencia?
-¿Qué conciencia? -se burló Donovan- Nadie le obliga a comerlo si éste es su deseo, y en cuanto a su procedencia nada tiene de reprobable, tanto le da fabricar un solomillo de vaca como... hum, este producto. En todo caso el problema moral sería, y lo dudo mucho, de los compradores, nunca suyo.
-No lo sé, tengo que pensarlo, y además tendría que consultarlo con el consejo de administración de la empresa.
-Hágalo, no tenemos prisa; bueno, -se corrigió- no demasiada. Existen otras empresas -dijo esto en un tono mitad de advertencia, mitad de amenaza- que probablemente no dudarían en asociarse con nosotros, pero personalmente preferiríamos hacerlo con ustedes dada su reconocida solvencia en el mercado. Recuerde que sólo tendrían que fabricar el producto con las especificaciones y en la cantidad que les requiriéramos, nosotros les compraríamos toda la producción y nos encargaríamos de distribuirla entre nuestros clientes. Más fácil, -concluyó sonriente- imposible.
-Está bien. -respondió el industrial sin demasiado convencimiento- Ya les llamaré para comunicarles nuestra decisión.
-Que no dudo será positiva. -remachó el visitante incorporándose de su asiento y alargándole una mano que su anfitrión estrechó con languidez- Y recuerde, amigo, una vieja máxima que creo recordar es de tiempos de los romanos; el dinero no huele.
-Quizá tenga usted razón. -musitó Olmeda más para sí que para su interlocutor, que en esos momentos abandonaba el despacho. O quizá no.
Publicado el 1-4-2005 en Vórtice