Un trayecto accidentado
Mascullando maldiciones en tres o cuatro idiomas diferentes, el apresurado viajero descendió con paso rápido las escaleras de la boca de metro. La cena se había prolongado bastante más de lo previsto, y el tiempo que se había dado de margen para llegar hasta el autobús interurbano había quedado seriamente menguado... Demasiado menguado para su gusto.
Él, que vivía en una población situada en la periferia de la gran ciudad, aborrecía el tráfico demencial de los fines de semana, razón por la que había renunciado a su coche optando por utilizar el servicio nocturno de autobuses. El problema estribaba en que la frecuencia de los mismos era de hora y media, por lo que si perdía el que pretendía coger se vería obligado a aguardar un buen rato en plena calle... A las dos y pico de la madrugada, lo cual no se podía decir que le apeteciera demasiado.
Por fortuna tenía tiempo suficiente a pesar del imprevisto retraso, aunque a él le hubiera gustado ir más desahogado. Pasó por el torniquete, descendió por las escaleras mecánicas y llegó finalmente al andén... Para comprobar con desagrado que acababa de perder un tren por dos escasos minutos.
Esto suponía una complicación más ya que a esa hora los trenes circulaban con intervalos de un cuarto de hora, pero tras un rápido cálculo mental llegó a la conclusión de que continuaba estando dentro del tiempo... A costa de perder la práctica totalidad del margen de seguridad que le restaba. Bueno, tendría quizá que correr un poco, pero eso no era demasiado grave.
¡Qué se le iba a hacer! Lo importante era que nada estaba perdido. Puesto que le quedaban más de diez minutos de espera, se dedicó a curiosear por el andén fijando finalmente su atención en el panel de los horarios; teniendo en cuenta que estaba cercano el cierre de toda la red del metro, no hubiera tenido ninguna gracia haber perdido el último tren.
No era así, como pudo comprobar con alivio. Esto le tranquilizó pero al mismo tiempo le infundió un nuevo temor: Puesto que esta línea era circular y por lo tanto no existía una estación terminal, los trenes tendrían que terminar forzosamente su recorrido en alguna parte antes de ir a cocheras... Y las cocheras estaban dos estaciones más allá, varias antes de su destino. ¿Le dejaría tirado el tren a mitad de camino? El horario no era nada explícito en este punto, por lo que no le quedaba otra solución que la de resignarse y confiar en la suerte. Olvidándose del ya inútil panel miró con aprensión a uno y otro lado del andén: Cinco, seis personas estaban aguardando al tren. No era ninguna garantía, pero al menos le consoló saber que no estaba solo.
Poco después llegaba el tren. Su vagón iba semivacío, pero contaba con el suficiente número de viajeros como para suponer que no se detuviera en cocheras... O al menos así lo esperaba. Sumido en sus reflexiones, vio pasar la primera estación. El trayecto hasta la segunda resultó ser bastante más largo. ¿Y si les llevaban directamente a las cocheras? Pensó ilógicamente antes de recordar con alivio que de haber sido así los habrían desalojado en la estación anterior. De todas formas, las cocheras podrían estar tanto antes como después de la estación que estaba por llegar, por lo que el riesgo continuaba existiendo.
Llegó la estación, se abrieron las puertas, bajaron dos o tres viajeros, subió una chica... Y el temido mensaje no se produjo. Tras un lapso de tiempo que se le antojó eterno, el tren cerró sus puertas y arrancó silenciosamente. El peligro había pasado.
Suspirando a pesar suyo, se relajó en el asiento. Ya no había motivos para temer quedarse colgado, como comprobó cuando un túnel lateral -con toda seguridad el que conducía a las cocheras- quedó atrás a poco de abandonar la estación. Era evidente que como mínimo el tren continuaría hasta las siguientes cocheras, situadas al otro extremo de la línea... Mucho más allá de su destino. Bien, a pesar de todo había tenido suerte.
Llegó una nueva estación, pero eso ya no le importaba. Distraídamente observó que se quedaba solo en el vagón, lo cual no tenía mayor trascendencia; cuatro estaciones más y estaría en su destino.
El tren salió del túnel deteniéndose con suavidad en el andén. Nada de particular había en ello, pero una indefinible sensación de incomodidad le invadió inusitadamente. Tenía la impresión de que algo no marchaba bien, pero ¿el qué?
De repente lo descubrió. En el rótulo que identificaba a la estación no figuraba el nombre que debería haber estado escrito, sino otro completamente distinto... Que no correspondía a ninguna de las estaciones de la red.
Era absurdo, completamente absurdo, pero le bastó con mirar hacia uno y otro lado para comprobar que el error se repetía a lo largo de los dos andenes. Perplejo y desconcertado, antes de que pudiera reaccionar el tren cerraba sus puertas y se introducía de nuevo en el túnel.
No podía ser... La estación era completamente normal en todos los aspectos a excepción del nombre; nombre que existía en el callejero, pero que no correspondía a ninguna estación puesto que el metro ni pasaba ni había pasado nunca por allí. Tenía que ser un error; al fin y al cabo, estaba cansado y se caía literalmente de sueño.
La siguiente estación supuso una nueva sorpresa; y ahora no estaba despistado. Otro nombre nuevo perteneciente a una gran avenida de la ciudad... Situada al otro extremo de la misma. Aquí estaba pasando algo muy raro, y él desde luego no estaba de humor como para seguir la broma.
¿Qué hacer? ¿Se bajaba? ¿Continuaba? Indeciso se asomó a la puerta y barrió con la vista el desierto andén; bajarse podía suponer no sólo perder el autobús sino también, y esto era lo más grave, perder el que quizá fuera el último tren. Sumido en sus pensamientos oyó cómo el silbato anunciaba la partida, e instintivamente se echó hacia atrás; para bien o para mal, la suerte estaba ya echada.
El minuto escaso que tardó el tren en salir del túnel se le antojó toda una eternidad. Lo insólito de la situación le había dejado inerme, ¿pero qué podía hacer?
Cuando la siguiente estación demostró ser una nueva burla al sentido común, ya no lo dudó un solo instante: Apenas abiertas las puertas se encontró sin pensarlo en el andén, en el extraño andén de una estación que nunca había sido construida.
Instantes después el tren abandonaba la estación camino de no se sabía dónde dejándole abandonado en un lugar negado por la lógica. Lenta, casi estúpidamente, miró una y otra vez el rótulo de la estación... Un rótulo que no podía existir, pero que sin embargo existía. Presa de una repentina inspiración se dirigió al panel en el que solía figurar el plano completo de la red de metro; al menos podría saber a qué atenerse.
El plano estaba allí, pero a efectos prácticos era como si no lo hubiera. Sí, había algo que debería ser el mapa de una ciudad surcado por líneas de colores representativas de las diferentes líneas... Pero resultaba ser completamente indescifrable. Nada había en él que pudiera interpretarse inteligiblemente, siendo tan sólo una confusa mancha de colores sin el menor sentido lógico... Por absurdo que pareciera.
Parece como si lo hubiera dibujado un loco. Pensó en un arranque de lucidez. Y así era; como locura resultaba ser la insólita situación en que se encontraba.
Pero algo tenía que hacer. Ya no le importaba perder el autobús; ojalá fuera éste su único problema. Ahora lo que quería era salir de allí, abandonar ese mundo de pesadilla que no podía comprender y en el cual empezaba a tener miedo de estar. Salir de allí; eso era evidente. ¿Pero cómo hacerlo?
Ambos andenes estaban completamente vacíos, lo que contribuía a acrecentar aún más su sensación de soledad. ¿Qué hacer? Esperar la llegada del próximo tren, si es que llegaba? ¿Pedir ayuda a algún empleado del metro? ¿Salir a la calle -¿a qué calle?- y huir de aquel recinto de pesadilla?
La cabeza le daba vueltas y él seguía sin saber qué decisión tomar. De repente distinguió una figura al otro extremo del andén: Se trataba, según pudo comprobar, de un limpiador que realizaba de forma mecánica su labor, ajeno por completo a todo lo que le rodeaba. Acercarse a él y llamar su atención fue todo uno; era su única oportunidad, y se asió a ella como a un clavo ardiendo.
-Disculpe, señor; ¿podría atenderme un momento? -fue su patética petición de ayuda.
El empleado levantó la vista del suelo mirándole, si no con desagrado, sí con una indiferencia rayana en la impertinencia. Al parecer no le agradaba que le interrumpieran, y no hacía el menor esfuerzo por disimularlo.
-¿Qué desea? -masculló al fin tras examinarlo de arriba a abajo.
-¿Me podría decir en qué estación estamos? -le preguntó quejumbroso.
El limpiador, por única respuesta, se limitó a indicarle con la mirada el rótulo de la pared para acto seguido hacer ademán de reanudar su trabajo.
-¡Espere, no se vaya todavía! ¡Esta estación no existe en ningún mapa!
-Eso dicen algunos -gruñó su interlocutor-. Pero yo llevo quince años trabajando aquí sin faltar ningún día.
-¡Pero no es real!
-Cada cual tiene su propia realidad -fue la filosófica respuesta-. Usted tiene la suya, yo tengo la mía, otros tienen la suya y nunca hay dos que sean iguales.
-Está bien -se resignó, intentando cambiar de táctica.- ¿Podría decirme hacia dónde conduce esta línea?
-¿Quién lo sabe? Unos dicen que a ninguna parte, otros que a cualquiera... A mí personalmente siempre me ha dado igual. Me limito a limpiar los andenes de esta estación sin preguntarme nunca qué puede haber más allá.
-¿Y hacia el otro lado? ¿Puedo volver por donde he venido?
-Eso tendría que comprobarlo por usted mismo; nadie ha vuelto nunca aquí para contármelo.
No llegaría a saber lo que hubiera sido capaz de hacer para obtener más información de su esquivo interlocutor; probablemente algo bastante grave a juzgar por su nivel de desesperación. Pero en aquel momento de tensión un ruido familiar vino a romper la cada vez mayor tensión que flotaba en el ambiente.
-¿Qué es eso? -preguntó con inquietud.
-Nada de particular -respondió el limpiador con indiferencia-. Es un tren que viene por la vía contraria.
-Pues entonces, adiós.
-¡Oiga, no se moleste! -fue la inútil respuesta del empleado-. No le va a dar tiempo a cruzar al otro andén. ¿Pero qué hace? ¿Está usted loco? ¡Se va a matar!
No estaba loco, pero sí desesperado; por esta razón hizo algo que jamás se hubiera atrevido a intentar en circunstancias normales: Saltar a las vías y cruzarlas para posteriormente ascender al andén opuesto... Con el tren entrando ya en la estación.
Nunca sabría cómo lo pudo conseguir sin ser arrollado; lo cierto fue que a pesar de su falta de agilidad acabó encontrándose tendido a salvo en el suelo del andén al tiempo que el tren se detenía abriendo sus acogedoras puertas.
No se lo pensó dos veces; haciendo caso omiso de las magulladuras que laceraban todo su cuerpo, se zambulló en el interior del vagón derrumbándose en el asiento más cercano. No le importaba que el tren estuviera completamente vacío, ni le importaba tampoco la nada desdeñable posibilidad de que su viaje no tuviera más meta que una fantasmal e inexistente estación de metro... Su única oportunidad estaba allí, y tenía que aprovecharla.
La llegada a la primera estación le mantuvo en vilo. ¿Se repetirían a la inversa las etapas de su anterior viaje o, por el contrario, estaría moviéndose en un ciclo sin fin sin la menor posibilidad de retroceder?
Se repitió, lo cual le hizo suspirar con alivio. Al menos hasta allí parecía estar desandando el camino, lo cual tuvo la virtud de tranquilizarle un tanto. Quedaban todavía dos estaciones más... ¿Seguiría teniendo suerte?
Con el corazón en un puño vio cómo la siguiente estación -la primera de las fantasmas- se perdía en la oscuridad del túnel. El momento de la verdad había llegado. ¿Se encontraría al fin en una estación conocida o, por el contrario, entraría en otra línea desconocida? El corazón le golpeaba en el pecho con una fuerza inusitada y las sienes le ardían como si la cabeza le estuviera a punto de estallar. Incapaz de aguantar la tensión se levantó de su asiento apostándose junto a la puerta... Medida ciertamente innecesaria pero que tuvo la virtud de calmarle un tanto.
El túnel no se acababa nunca. ¿Acaso sería así para siempre? El temor de que el vagón se convirtiera en su sepulcro le angustió todavía más, calmándose tan sólo cuando apreció que el tren comenzaba a frenar como preludio al estallido de luz que inundó el vagón al penetrar en la estación... La estación deseada, para fortuna suya.
Los escasos viajeros que montaron en el vagón por él abandonado le miraron con una sorpresa no exenta de rechazo: Su desaliñado aspecto y la expresión alucinada de su rostro no eran precisamente la mejor carta de presentación. Pero esto no le importaba en absoluto; lo único que quería era abandonar lo antes posible esos túneles malditos.
Cuando por fin se vio libre en la calle, tuvo que sentarse a recuperar el aliento en el primer lugar que encontró; tal era su estado de excitación. Afortunadamente el aire frío de la noche le ayudó a despejarse y tranquilizarse mientras la gente pasaba indiferente por su lado tomándole quizá por uno de tantos borrachos de fin de semana.
Tras reunir sus escasas fuerzas se incorporó al fin recordando que aún le quedaba un largo camino por recorrer hasta llegar a su casa. El autobús... Bueno, suponía que lo habría perdido, pero eso ya no le preocupaba lo más mínimo. Al fin y al cabo la hora y media que mediaba hasta el siguiente autobús la iba a necesitar para recorrer andando el trecho que le separaba de la parada; porque si de algo estaba completamente seguro, era de que aquella noche no volvería a coger el metro.
Publicado el 29-7-2005 en NGC 3660