El caso de la Máquina del Tiempo



Aunque a lo largo de mi vida profesional como policía me he visto enfrentado numerosas veces a situaciones difíciles cuando no insólitas, puedo asegurar que fue el caso de la máquina del Tiempo, tal como lo denominamos entonces, el que más me impresionó.

Realmente no era para menos... Imagínense un grupo de investigación que ha desarrollado y construido, en el más riguroso secreto, una máquina del Tiempo. Imaginen que, recién terminado el primer prototipo, uno de los miembros del equipo lo roba, lo activa delante de sus compañeros y desaparece escapándose al pasado o al futuro... Convirtiéndose así en el primer delincuente temporal.

Como cabe suponer, los chasqueados científicos pusieron inmediatamente en conocimiento del gobierno el incidente, al ser éste quien financiaba el experimento y quien velaba por la seguridad del mismo; y el gobierno a su vez acabó recurriendo a nuestro departamento en el convencimiento de que éramos los únicos capaces de deshacer el entuerto... Luego de aplicarnos, claro está, la ley de secretos oficiales en su interpretación más estricta. Es evidente que el desenlace posterior de la crisis convirtió en inútiles todas estas precauciones; de no haber sido así, yo no podría estar ahora contándolo. Pero esto entonces nadie lo sabía, por lo que a ninguno de nosotros le extrañó que se nos exigiera el más absoluto de los silencios.

Pero vayamos al grano. Nuestra primera fuente oficial de información fue un adusto agente de los servicios de inteligencia, el cual no se esforzó en ningún momento en disimularnos su antipatía... Hecho éste debido a que sentía casi como una afrenta personal que el caso hubiera sido arrebatado a su departamento para entregárnoslo a unos simples policías. Luego sabríamos que, descartado el móvil de la intervención de una potencia extranjera y establecida la certeza de que se trataba del acto delictivo de una persona aislada, los de arriba del todo pensaron que se trataba de un caso meramente policial independientemente de sus posibles y siempre graves consecuencias; amén de que nosotros no éramos policías corrientes sino que integrábamos un grupo especializado en resolver casos extremadamente difíciles. Luego el encargo no era tan disparatado, aunque nadie se atrevió a explicárselo al furibundo espía.

El paso siguiente fue visitar a los atribulados científicos, cuya atropellada locuacidad compensó con creces la sequedad de nuestro anterior informante. En esencia no nos dijeron nada que a esas alturas desconociéramos, pero ampliaron convenientemente los detalles de un suceso que en sí no podía haber sido más sencillo. El traidor, del que nadie había desconfiado lo más mínimo hasta entonces, había aprovechado un descuido de sus compañeros para apoderarse del prototipo antes de que éste hubiera sido probado; porque la máquina del Tiempo no era ningún artefacto de gran tamaño, ni siquiera una cabina, sino una pequeña caja que cabía en cualquier bolsillo. Y, una vez con el producto del robo en su poder, le bastó con apretar un botón para esfumarse delante mismo de sus estupefactos compañeros, no sin antes burlarse de ellos y de su estúpida honradez. Según creían ellos, el ladrón desearía obtener provecho personal de su perfidia vendiendo la máquina al mejor postor o, en su defecto, utilizándola personalmente para fines dudosamente legales. En cualquiera de los dos casos, las consecuencias posibles distaban mucho de ser halagüeñas.

Nuestra misión era, obviamente, la de localizar al ladrón, detenerlo y recuperar el artefacto origen del problema... Como si esto fuera sencillo, cuando ni tan siquiera sabíamos demasiado bien qué era lo que nos traíamos entre manos. Claro está que para esta cuestión se suponía que eran los propios científicos los que debían sacarnos de dudas.

La realidad no era tan sencilla. Por supuesto que los científicos sabían perfectamente cómo funcionaba la máquina que ellos mismos habían construido, pero ignoraban por completo cuál sería el comportamiento de su antiguo compañero. Dicho en términos científicos, existían tantas posibles variables que no supieron literalmente decirnos por donde debíamos empezar.

Pero como a los melones hay que empezarlos obligatoriamente por algún lado, en mi calidad de jefe de la brigada opté por someter a los despistados investigadores a un interrogatorio en toda regla con vistas a obtener alguna luz acerca de un tema que me resultaba ajeno por completo. ¡Viajes por el Tiempo! Como si esto tuviera algo que ver con los simples robos, asesinatos y crímenes de toda laya que estábamos acostumbrados a resolver.

Un hecho no obstante me ayudó a vislumbrar un rayo de esperanza en mitad de la densa oscuridad reinante: Según me comunicó el propio jefe del proyecto, la condición de primer prototipo del objeto robado hacía que éste estuviera sujeto a una serie de limitaciones bastante importantes que restringían considerablemente la libertad de acción de nuestro escurridizo ladrón. Vamos, que de irse a la Roma imperial o al siglo XXV nada de nada...

-En realidad -me dijo el profesor- el radio de acción práctico del prototipo es de sólo unos pocos días ya que por encima de, digamos un par de semanas, el haz temporal experimenta tal grado de incertidumbre que sólo a un loco se le ocurriría intentar ir más allá.

Que el diablo se me lleve si entendí lo que podía ser un haz temporal, pero cogí al vuelo las consecuencias del mismo: Nuestro ladrón no podía haberse movido más que unos pocos días en el tiempo.

-¿Hacia adelante, o hacia atrás? -pregunté.

-¿Quiere usted decir hacia el pasado o hacia el futuro? -puntualizó, pienso que innecesariamente, para proseguir tras mi muda señal de asentimiento- ¡Oh! Teóricamente podría haber elegido cualquiera de estas dos opciones, pero en la práctica...

-¿Sí?

-Bien, -carraspeó- Por supuesto no puedo asegurarlo con certeza, pero yo me inclinaría a pensar que debió de optar por el futuro.

-¿Por qué razón? De elegir el pasado sabría exactamente a qué punto podía dirigirse sin encontrar tropiezos, mientras que en el futuro nunca podría saber lo que iba a encontrarse.

-Su razonamiento es perfectamente correcto... Pero ocurre que el equipo ha estado trabajando sin cesar durante las veinticuatro horas del día a lo largo de todo el período de tiempo que estaba al alcance del prototipo, por lo que hubiera sido sumamente arriesgado viajar hacia atrás en el tiempo.

-Dicho con otras palabras -gruñí- de viajar al pasado hubiera sido descubierto.

-Así es. Por eso, supongo que saltaría al futuro.

-Bien. -mascullé, más para mí que para mis compañeros- Eso reduce el intervalo a la mitad. Por cierto, ¿el viaje en el tiempo supone también un desplazamiento espacial?

-¡Claro que no! -respondió con vehemencia, como sorprendiéndose de mi ignorancia- Tal como está diseñado el prototipo, el viajero aparece exactamente en el mismo lugar del que partiera... Sólo que antes o después. Creí que sabía esto cuando me preguntó acerca de si había viajado al pasado o al futuro.

-No, no lo sabía. -respondí amostazado- En los cursillos de adiestramiento no nos han enseñado hasta ahora a manejar máquinas del Tiempo.

-Discúlpeme. Los científicos estamos tan encerrados en nuestro propio mundo que a veces nos olvidamos de que existe algo más allá.

-No tiene importancia. -mascullé- Con esto estrechamos aún más el cerco. Tan sólo unos quince días en el futuro y este mismo lugar... Bien, debería bastar con montar una guardia continua hasta que apareciera el pájaro y entonces detenerlo.

-Lamento decirle que no es tan fácil como parece. Aunque la longitud del salto temporal no sea demasiado grande, sí que es posible dar saltos sucesivos sin apenas interrupción. Si el traidor apareciera y descubriera a sus hombres, le bastaría con volver a apretar el botón para desaparecer de nuevo antes de que ellos fueran capaces de reaccionar, y así cuantas veces fuera necesario hacerlo.

-Entonces se impone la astucia. -respondí- Deberíamos dejarle creer que está solo para capturarlo cuando esté desprevenido. Supongo que elegiría un momento en el que el edificio esté vacío, de noche probablemente, aunque no acabo de ver cómo podría burlar la vigilancia interior del recinto; al fin y al cabo, esto se encuentra en el interior de un recinto militar.

-No le resultaría demasiado difícil. -me rebatió mi interlocutor- Bastaría con que, jugando con los microsaltos temporales, se escondiera en el interior de cualquier vehículo de los que diariamente entran y salen de la base. Sabiéndolo hacer podría burlar con toda facilidad a los servicios de seguridad.

-Y supongo que antes de dar el paso lo tendría bien planeado. -completé el razonamiento- Bien, supongo que entonces sería preferible echarle el guante en este mismo laboratorio. Por cierto, ¿habría alguna manera de reducir el plazo de dos semanas con el que en principio contamos?

-No, aunque quizá... -titubeó- Permítame que llame a uno de mis compañeros.

El recién llegado, cuyo nombre olvidé por completo al minuto de haberme sido presentado, era bastante parecido a mi anterior interlocutor... O al menos así me lo pareció, confundido como estaba por tamaña profusión de batas blancas. El segundo científico era, según supe, el responsable de algún tipo de experimento colateral y complementario a la construcción de la propia máquina del Tiempo.

-Me ha dicho su compañero que usted quizá podría ayudaron a precisar la longitud del salto temporal. -le espeté sin más preámbulos. ¿Es eso cierto?

-Bien. -titubeó- Quizá sea posible, aunque no le puedo asegurar nada.

-Mi colega es demasiado modesto. -terció el responsable del proyecto- Lo cierto es que ha desarrollado una especie de contador temporal que, afortunadamente para nosotros, es exterior e independiente a la máquina del Tiempo.

-¿Quieren ustedes decir que podemos saber con precisión a dónde, perdón, a cuándo ha ido a parar nuestro ladrón?

-Con cierta aproximación, sí. -concedió a regañadientes el cauto científico.

-Explíquenmelo.

-Se trata simplemente de una técnica que permite detectar fluctuaciones locales de la constante de Planck...

-¡Un momento! -le interrumpí- ¿Qué quiere decir con eso de que la constante de Planck puede variar? aunque no tengo una formación científica demasiado profunda, sí sé que esta constante es uno de los pilares de la física moderna, y que yo recuerde siempre ha tenido el mismo valor.

-Está usted en lo cierto. -intervino mi primer interlocutor- Pero la inmutabilidad de la constante de Planck sólo es cierta cuando no hay alteraciones temporales por medio. Nuestras ecuaciones teóricas predecían pequeñas modificaciones en ésta y en otras magnitudes al dar un salto temporal, por lo que encargué a mi compañero que desarrollara un aparato capaz de detectarlas y evaluarlas cuando el salto temporal tuviera efectivamente lugar. Pero será mejor que él mismo se lo explique.

-El fundamento es sencillo. -continuó el aludido- Se trata básicamente de un reloj atómico colocado en el interior del área de influencia del vórtice temporal... En un futuro teníamos previsto incorporarlo a la propia máquina, pero por el momento era completamente independiente de la misma.

-Lo cual ha sido una suerte para nosotros. -apunté- Pero, ¿podría aclararme cómo puede servirnos su artefacto para medir la longitud del salto temporal efectuado?

-Muy fácil. Como supongo que sabrá -yo, por supuesto, no lo sabía- un reloj atómico no es sino un isótopo radiactivo cuyo período de desintegración es conocido con exactitud; midiendo la cantidad de núcleos desintegrados se puede conocer con toda precisión el período de tiempo transcurrido, de ahí su nombre. Claro está que si alteramos las constantes del sistema físico la relación varía; pero si a continuación comparamos el reloj atómico alterado con uno que no haya sido afectado por el salto temporal, podremos evaluar sin problemas la magnitud del campo aplicado.

-Y a partir de ahí se calcularía la duración del salto -aventuré.

-En realidad el experimento no estaba pensado para esto, sino para calibrar la influencia de un salto dado en su entorno y las posibles perturbaciones que podía acarrear en el mismo. No obstante, sí se podría hacer; de hecho, no resultaría nada complicado.

-Pues háganlo. -dije- Pero... ¡Espere un momento! Es de suponer que nuestro ladrón habrá tenido en cuenta este factor al planear su delito, de forma que intente burlarnos.

-No lo creo. -respondieron a dúo ambos investigadores.

-¿Por qué?

-Porque él nada sabía de esto. -respondió con vivacidad el autor del experimento tras consultar con la mirada a su superior- Tenga en cuenta -y al pronunciar esta frase enrojeció visiblemente- que ambos estábamos enemistados desde hacía bastante tiempo, por lo que ninguno de los dos sabía con exactitud qué era lo que hacía el otro. No, no creo que supiera qué era lo que yo estaba desarrollando.

-No lo sabía. -afirmó tajante el responsable máximo del proyecto- Puesto que ambos prácticamente ni si hablaban, opté por encargarles tareas diametralmente opuestas. Por ello dudo mucho que pueda tener una idea, como no sea algo muy difuso y genérico, de lo que su compañero hacía.

-Perfecto. -concluí- Esto juega a nuestro favor... Porque de sus palabras deduzco que el medidor, o como quiera que lo llamen, estaba conectado en el momento del salto.

-Así fue por una afortunada casualidad, ya que como cabe suponer no teníamos previsto que el salto tuviera lugar justo en ese momento. De hecho fue un despiste mío, ya que olvidé desconectar el contador después de realizar los últimos ajustes algunas horas antes.

-Doy gracias a Dios por su oportuna distracción. Por cierto, ¿podría darme esa información lo antes posible?

Lo hizo. Apenas tres cuartos de hora después, justo el tiempo que necesitó para reprogramar el ordenador, tenía ante mis ojos los resultados: Nuestro amigo el ladrón había dado un salto hacia adelante -es decir, hasta el futuro- de alrededor de ochenta horas, con un margen de error en más o en menos de cuatro o cinco horas.

-Está bastante claro. -comentaba yo poco más tarde a mis colaboradores y a los principales responsables del equipo científico- Puesto que el salto tuvo lugar el miércoles a media tarde, estas ochenta horas nos llevarían hasta la madrugada del sábado al domingo, hacia las tres concretamente. Si tenemos en cuenta el margen de incertidumbre, que por precaución podemos ampliar hasta las seis horas en cada sentido, tendremos finalmente que el período crítico abarca aproximadamente desde las nueve de la noche del sábado hasta las nueve de la mañana del domingo; es decir, suponiendo que sea poco probable que eligiera cualquiera de los dos extremos, tendremos que vigilar fundamentalmente la totalidad de esa noche. ¿Están de acuerdo conmigo?

Un mudo asentimiento colectivo fue la única respuesta. Así pues, continué.

-Estamos a jueves prácticamente a mediodía, por lo que tenemos tiempo sobrado para organizar nuestra estrategia. Por cierto, ¿podría alguien de ustedes traernos unos cuantos bocadillos a mis hombres y a mí? Estamos realmente hambrientos.

Unas cuantas horas más tarde nuestro plan estaba ya perfectamente trazado. Teniendo en cuenta que debíamos evitar por todos los medios que el fugitivo se apercibiera de nuestra emboscada, tuvimos que extremar las precauciones. Así, ninguno de mis hombres permanecería visible en el recinto del laboratorio el cual, eso sí, quedó trufado de cámaras ocultas. Nuestro plan era doble: Por un lado, contábamos con una minuciosa instalación de gases narcóticos capaces de dormir en décimas de segundo a nuestro hombre antes de que éste fuera capaz de reaccionar desapareciendo de nuevo; pero si esta primera trampa fallaba, entendiendo como tal que finalmente no pudiera ser activada, contábamos con un puñado de tiradores de élite apostados frente a la puerta por la que suponíamos debería salir nuestra presa. Dada la trascendencia del problema no podíamos permitirnos el lujo de andar con paños calientes y, aunque preferíamos capturarlo vivo, siempre sería mejor abatirlo antes de que se nos escapara dejándonos con tres palmos de narices.

El jueves a media tarde, es decir, justo un día después de ocurrido el incidente, ya estaba todo preparado y listo para intervenir en el momento en el que fuera preciso hacerlo. Y, aunque faltaban todavía dos días completos antes de que se alcanzara el período crítico, opté por poner inmediatamente en marcha el plan como una precaución accesoria.

La espera, huelga decirlo, fue tensa y capaz de alterar los nervios del más templado. Evacuados los científicos a un pabellón cercano y desalojado asimismo el laboratorio todo se redujo a esperar, con mis hombres pendientes de las cámaras y de la puerta mientras yo consumía cantidades ingentes de café y cigarrillos. La paciencia era, claro está, fundamental, pero no resultaba nada fácil mantenerla en circunstancias tan críticas como las que nos envolvían.

Pasó la noche del jueves y amaneció el viernes sin que nada reseñable ocurriera; claro está que se trataba de algo completamente normal y esperado. Pasaron también el viernes y su correspondiente noche y tampoco ocurrió nada imprevisto; también esto era normal. Pero conforme se fueron acercando las horas nocturnas del sábado, la tensión fue en aumento en el seno de mi grupo; esto era asimismo normal.

Llegó al fin el momento esperado, aquél en el que comenzaba el período crítico en el que era de esperar la aparición del criminal. Esto supuso un aumento considerable, como cabía esperar, en la tensión existente en el ambiente... Yo había organizado desde el principio un sistema de turnos para evitar un cansancio excesivo de mis hombres, pero ahora me encontré con un problema: Todos sin excepción querían estar de guardia esas doce horas. Al final organicé las cosas lo mejor que pude reservándome eso sí el derecho a continuar al frente de la operación a pesar de no haber descansado prácticamente nada durante los dos últimos días.

Las horas, y hasta los minutos, comenzaron a desgranarse con una lentitud que nos exasperaba a todos nosotros. El tiempo parecía negarse a avanzar, burlándose así de quienes habían osado intentar controlarlo. Y mientras tanto, para nuestra desesperación, seguía sin ocurrir nada.

A medianoche no había habido variación alguna. La larga, eterna madrugada, tampoco trajo novedades. Y cuando el nuevo día comenzó a despuntar cercano ya el final del plazo, la desesperación y la perplejidad corrían parejas en nuestros atribulados espíritus. Nadie pronunció un solo monosílabo cuando los relojes marcaron las nueve de la mañana... Ni las diez. Ni las once.

Fue casi al filo del mediodía cuando uno de mis hombres, ojeroso y al borde mismo del agotamiento físico, rompió al fin el ominoso silencio en el que habíamos estado sumidos hasta entonces. Más breve no pudo ser en su intervención, lo que bastó no obstante para provocar punto menos que una histeria general como consecuencia del desbordamiento de la tensión durante tanto tiempo contenida.

-¿Y ahora qué hacemos? -fue su escueta pregunta.

¿Qué íbamos a hacer? Como cabía suponer, nadie de entre nosotros lo sabía. Habíamos dado por sentado que el fugitivo aparecería y confiábamos en detenerlo, por lo que no teníamos respuesta alguna a la aplastante evidencia: Estábamos exactamente igual que al principio.

De cualquier forma de alguna manera teníamos que actuar, por lo que opté por dejar en libertad a mi instinto de policía. Como medida inmediata seleccioné a los menos cansados de mis hombres encargándolos que continuaran con la vigilancia, al tiempo que mandaba a descansar al resto. Acto seguido mandé llamar al jefe del proyecto; suponía que él tendría algo que decir.

El científico llegó con una rapidez sólo posible de haber permanecido esperando en la habitación contigua; y puesto que su aspecto demacrado y ojeroso no era sensiblemente mejor que el mío, deduje que también él, y probablemente el resto de su equipo, había permanecido en vela durante la larga e infructuosa espera.

No era el momento más adecuado para saludos y convencionalismos sociales, por lo que me limité a relatarle sucintamente lo sucedido... Es decir, lo no sucedido. A todo esto el rostro de mi interlocutor, ya de por sí pálido, perdió el poco color que le quedaba.

-¿Dice usted que no ha aparecido?

-No; y le aseguro que no hemos descuidado la vigilancia un solo instante.

-No dudo de la eficacia de sus hombres; pero lo cierto es que se trata de algo sumamente extraño.

-Yo tampoco tengo motivos para dudar de la precisión de los cálculos de su compañero. -carraspeé recurriendo a mis mejores dotes diplomáticas- ¿Pero no cabría la posibilidad de que hubiera que prolongar el plazo de espera?

-Confío plenamente en la capacidad de mi colega... Pero un error siempre es posible. De hecho, rezaría porque lo hubiera cometido. Si me disculpa, voy a llamarlo.

Por desgracia no se pudo encontrar el menor error. Repetidos los cálculos una y otra vez, tan sólo se pudieron hallar algunas insignificantes desviaciones, ninguna de las cuales excedía del margen de seguridad que yo mismo había establecido.

-Y ahora qué hacemos? -sin saberlo, el científico jefe había repetido con exactitud la anterior pregunta de mi subordinado.

-Le confieso que no lo sé. -respondí abrumado- Confiaba que los cálculos fueran erróneos.

-Pues ya ha visto que no lo son. -terció el responsable de los mismos- Y le puedo asegurar que hubiera preferido equivocarme.

-Poco importa ya, puesto que estábamos seguros al cien por cien de que el traidor debería haber aparecido en el plazo previsto... Y no lo ha hecho.

-Bueno, al cien por cien precisamente no. -balbuceó el investigador.

-¿Cómo ha dicho? -a pesar de mi cansancio salté como un resorte al oír estas palabras.

-Nada hay en la ciencia experimental que lo sea. -se defendió irritado- En este fenómeno, al igual que en cualquier otro proceso físico, tan sólo podemos hablar de probabilidades estadísticas, nunca de certezas absolutas.

-¡Maldita sea! -exploté- Tengo ahí al lado a mis mejores hombres cayéndose literalmente de sueño y de cansancio desde hace tres días largos, y ahora se le ocurre decirme que no es seguro que el ladrón tuviera forzosamente que aparecer. ¿Qué clase de científicos son ustedes?

-Cálmese, inspector; -apaciguó el otro profesor- discutiendo no vamos a llegar a ninguna parte. Y en lo que respecta a tus cálculos, -añadió dirigiéndose ahora a su colega- ¿qué grado de precisión has empleado?

-El habitual... Un noventa y cinco por ciento.

-¿Y por qué no el cien por cien? -intervine yo.

-Porque eso nos daría como resultado un tiempo infinito.

-¿Sólo por un cinco por ciento de diferencia? -mi sorpresa era real- Bien, ¿qué sucedería si en vez de ello pusiera un noventa y siete o un noventa y nueve por ciento, pongo por caso?

-Daría un tiempo más largo del calculado, por supuesto.

-¿Pero no infinito?

-No, no sería infinito.

-Pues entonces, ¿a qué espera? Repita los cálculos, por el amor de Dios.

Los repitió, y muy rápidamente por cierto. Eso sí, escarmentado como estaba por el rapapolvos recibido no se limitó a entregare un único resultado, sino una larga lista de tiempos en función de unos porcentajes que afinó hasta la cuarta cifra decimal. Como es natural, el sorprendido ahora fui yo.

-¿Y qué quiere que haga con todo esto? -pregunté ingenuamente.

-¿No me pidió usted una tabla completa? -fingió sorprenderse; sus deseos de venganza eran evidentes.

-Señores, no volvamos a las andadas. -nos recriminó de nuevo su compañero- Aquí tenemos una información sumamente valiosa, pero el inspector tiene toda la razón del mundo al decir que recogida de esta manera resulta muy poco aprovechable. ¿No has representado estos datos en un gráfico?

Sí lo había hecho, pero lo tenía escondido el muy ladino y sólo lo sacó al serle solicitado por su superior.

-¿Lo ve? -me dijo este último después de examinarlo con ojos expertos- La curva de probabilidad decrece muy rápidamente a partir del noventa y cinco por ciento, pero nos queda una cola que se prolonga hasta muy lejos; en sentido estricto hasta infinito, aunque en la práctica la podríamos truncar más o menos por aquí... -concluyó al tiempo que trazaba una línea sobre el papel.

-¿A qué tiempo corresponde ese límite práctico? -pregunté con impaciencia.

-Aproximadamente... Espere que lo calcule. Sí, alrededor de unos diez días. Quizá once o doce, pero nunca más; a esas alturas la entropía temporal sería ya tan alta que no merece la pena considerar períodos de tiempo mayores.

-¿La entropía temporal?

-Ya le comenté que el radio de acción del prototipo era tan sólo de un par de semanas por salto; por supuesto que en modelos posteriores pensábamos prolongarlo lo más posible, pero éste era el primero...

-Sí, me hago cargo. -gruñí- No resultaría demasiado práctica una máquina del Tiempo que sólo sirviera para acercarnos, como quien dice, hasta la vuelta de la esquina; pero en este caso ha sido una suerte para nosotros. Bien, entonces no se hable más; seguiremos vigilando.

Así lo hicimos, organizando un sistema de turnos ya que ahora no se trataba de aguardar unas cuantas horas sino que, por el contrario, la espera podría prolongarse todavía durante varios días; y como es natural, no quería que mis hombres estuvieran cansados una vez llegado el momento. Yo mismo me hice habilitar un jergón en una habitación contigua, ya que bajo ningún concepto hubiera abandonado el recinto en circunstancias tan comprometidas.

Los días fueron desgranándose con monotonía sin que tuviera lugar el tan esperado acontecimiento. Huelga decir que conforme se acercaba el final del plazo nuestro nerviosismo aumentaba proporcionalmente; y cuando todos los plazos, incluso los más generosos, concluyeron, la más absoluta de las desolaciones embargó nuestros ánimos. Habíamos fracasado, eso era evidente, y no había manera alguna de prever las consecuencias, con toda probabilidad muy graves, de este fracaso.

La reunión que mantuve una vez más con el jefe del proyecto científico fue lo más parecido que imaginarse pueda a un funeral. Ambos estábamos completamente desmoralizados y él aún más que yo, dado que pese a todas las dificultades a mi instinto policial le repelía la palabra rendición.

-Ahora sí que nos hemos quedado sin argumentos de ningún tipo. -comentaba él- Le confieso que siento tentaciones de darlo todo por perdido.

-Eso nunca. -respondí yo con una vehemencia que estaba muy lejos de sentir- Alguna forma tiene que haber de continuar la búsqueda... Quizá se nos haya escapado en el primer salto pero le echemos el guante en el siguiente.

-Olvídelo. Usted mismo ha dicho que todas las cintas de vídeo grabadas por sus hombres han sido minuciosamente escrutadas sin que se obtuviera el menor resultado. Aunque sea muy rápido, el salto temporal precisa al menos algunos segundos para realizarse, por lo que de haber ocurrido éste tendríamos que haberlo detectado. No, nuestro amigo no ha vuelto, de eso podemos estar completamente seguros.

-¿Y si hubiera aparecido en algún otro lado para esquivar nuestra presumible vigilancia? -como es natural, me resistía a darme por vencido.

-Imposible. Ya le he dicho en más de una ocasión que la traslación espacial es nula. Debería haber aparecido exactamente en el mismo lugar del que partió.

-¿Exactamente? ¿Está usted seguro de que es completamente imposible una desviación, por mínima que ésta sea?

-Estoy seguro; las ecuaciones no dejan lugar a la más mínima duda. Bueno, cierto es que siempre tenemos un cierto factor de incertidumbre tanto en el espacio como en el tiempo... Pero no creo que el error pudiera ir más allá de unos cuantos centímetros; algo irrelevante en la práctica, por supuesto. Precisamente éste es un inconveniente que teníamos preciso abordar más adelante, de forma que el viajero se pudiera desplazar simultáneamente no sólo en el tiempo, sino también en el espacio.

-Luego el fugitivo se materializó exactamente en el mismo lugar del espacio del que partiera.

-Ya le he dicho que sí. ¿A qué viene tanta insistencia?

-Acaso... -pregunté, presa de una repentina inspiración- ¿Acaso han tenido ustedes en cuenta que la Tierra se mueve?

-¿Cómo dice?

-Que la Tierra se mueve... Que no se está quieta en su sitio. Lo sabe cualquier escolar.

Si le hubiera dicho que el Sol iba a estallar, o que la Luna se precipitaba sobre nuestras cabezas, su reacción no hubiera sido más viva. Palideció al tiempo que abría unos ojos como platos y, tras varios segundos de infructuosos esfuerzos, consiguió al fin articular una apagada pregunta.

-¿Acaso insinúa usted que...?

-Nada sé de sus ecuaciones ni de cómo han sido obtenidas, pero si tan importante es la invariabilidad espacial del experimento, me pregunto si en ellas ha sido tenido en cuenta que la Tierra no está nunca en el mismo lugar.

-¡Dios mío! -exclamó.

Y desapareció camino de su cubil dejándome con la palabra en la boca. Yo me había limitado, justo es decirlo, a dar un palo de ciego, pero a juzgar por la turbación del científico había dado al parecer en el clavo sin pretenderlo... Y sin saberlo, por supuesto.

Dos días más tarde, ya descansados y relajados después de la tremenda presión sufrida, repetíamos la entrevista. Sin embargo, en esta ocasión las circunstancias eran completamente distintas, con la tensión trocada en tranquilidad y el temor en satisfacción. El problema había sido resuelto, y la certeza de ello nos compensaba con creces de los malos momentos que habíamos pasado.

-¡Quién lo iba a decir! -comentaba plácidamente mi interlocutor- Fuimos capaces de desarrollar las teorías más complejas de toda la historia de la ciencia, y ninguno de nosotros cayó en un detalle tan tonto. Me siento como un imbécil.

-No es tan difícil que ocurriera; -concedí versallescamente- preocupados por lo fundamental, es bastante normal que olvidaran lo evidente. Además, he de confesarle una cosa: Le aseguro que acerté por pura casualidad.

-Y porque no estaba condicionado por un rimero de elucubraciones como lo estábamos nosotros.

-Es probable. Pero explíqueme por qué era tan importante; puede que haya sido el descubridor del problema, pero lo cierto es que continúo sin entenderlo del todo.

-Es fácil... En teoría. Aunque es de sobra evidente que la Tierra se mueve, lo cierto es que habitualmente solemos suponer que permanece inmóvil; dado que nos movemos conjuntamente con ella, en multitud de ocasiones podemos prescindir sin problemas de este factor simplificando así los cálculos. Claro está que en astronomía sí hemos de tener en cuenta su movimiento orbital, pero éste no era el caso... O al menos así lo creímos, bastante ingenuamente por cierto.

-Y en esta ocasión sí influía.

-¡Por supuesto que influía! La teoría del Campo Temporal que nos sirvió de base para el desarrollo del prototipo requería implícitamente el uso de un sistema de coordenadas absoluto tanto en el espacio como en el tiempo... Y la Tierra, evidentemente, no lo es, puesto que se mueve en relación al espacio que la rodea. Es completamente cierto que cuando se realiza un salto temporal el viajero aparece exactamente en el mismo lugar del espacio del que partiera... El problema es que para entonces la Tierra ya no estará allí.

-¡Qué ironía! Pensar que su compañero les traicionó para lograr tan sólo una muerte horrible en mitad del vacío sideral...

-Apareciendo justo en el lugar que ocupaba la Tierra en ese preciso instante. -puntualizó- Afortunadamente para nosotros él tampoco cayó en este detalle. Bien, creo que después de esto usted podrá dar el caso por resuelto... Aunque jamás consigamos recuperar el cuerpo del delito. -rió.

-En lo que a mí respecta, la investigación ha terminado. Y en cuanto a ustedes, ¿piensan continuar adelante con su proyecto?

-Sí, supongo que sí. -titubeó- Aunque el tema de que la Tierra se escabulla cada vez que demos un salto temporal nos ha creado un grave problema; resulta paradójico que lo mismo que nos resolviera la crisis haya puesto en peligro la continuidad misma del proyecto.

-¿Por qué?

-¿De qué nos puede servir que seamos capaces de viajar por el Tiempo si con eso sólo conseguimos aparecer en mitad del vacío?

-Pero usted me dijo que pretendían desarrollar los desplazamientos espaciales.

-Sí, eso es cierto; pero nosotros pensábamos referirlos únicamente a la superficie de la Tierra... Es decir, de un punto fijo con sus coordenadas geográficas determinadas a otro igualmente fijo, también con sus correspondientes coordenadas. Y considerando a la Tierra inmóvil, por supuesto.

-¿Qué diferencia hay? Bastaría con que conocieran la trayectoria orbital con la suficiente precisión para que pudieran calcular el punto de emergencia; esto ya se ha hecho con las sondas espaciales en circunstancias más complejas, y ha salido bien.

-Desgraciadamente no es lo mismo. Una cosa es hacer que una sonda pase por las cercanías de Neptuno y otra muy diferente conseguir que una persona aparezca exactamente en el lugar deseado. Imagínese que una desviación de un metro hace que su materialización tenga lugar en el interior de un muro macizo, o que un ligero error de cálculo le deja a diez metros de altura sobre el nivel del suelo. El más mínimo error podría ser fatal, y eso sin tener en cuenta un factor todavía más importante.

-¿Cuál?

-Si ni tan siquiera podemos calcular el movimiento orbital de la Tierra con la suficiente precisión debido a las perturbaciones provocadas por los planetas vecinos, ¿cómo podríamos evaluar cuál es la trayectoria de nuestro mundo con respecto a un sistema de coordenadas absoluto? Todo, absolutamente todo, está en movimiento en el universo, y muchos de los parámetros que intervienen en el desplazamiento de la Tierra nos son desconocidos por completo. Nosotros nos movemos en torno al Sol, el Sol se desplaza por la Vía Láctea, la Vía Láctea se dirige hacia algún lugar desconocido a través del espacio... ¿Quién le pone el cascabel al gato? -concluyó con amargura.

-Eso quiere decir que su descubrimiento, lejos de revolucionar la historia de la humanidad, no ha servido para nada.

-Yo no me atrevería a decir eso. Ningún hallazgo científico ha sido nunca inútil, ya que a todos se les ha encontrado tarde o temprano alguna aplicación... Aunque a veces hayan sido necesarios, incluso, varios siglos para conseguirlo. Por eso nuestro deber es continuar con esta labor por mucho que seamos incapaces de rentabilizarla; tarde o temprano habrán de venir quienes sean capaces de aprovechar nuestra herencia. Por esta razón, debemos seguir adelante con nuestro trabajo.

Han pasado ya cerca de veinte años y la situación no ha cambiado en relación a la de entonces. La Física Temporal es desde hace mucho tiempo una disciplina de dominio público, y son muchos los grupos de investigación que, repartidos por todo el mundo, continúan desarrollándola; pero la máquina del Tiempo, al menos tal como la imaginamos habitualmente, continúa siendo hoy una utopía. ¿Se logrará alguna vez vencer este obstáculo? Los científicos son optimistas, por supuesto, pero hace ya cierto tiempo alguien puso el dedo en la llaga sin que nadie, ni entonces ni después, fuera capaz de contestar a su pregunta: Si en un futuro más o menos lejano la máquina del Tiempo puede llegar a ser un realidad, ¿por qué entonces nadie del futuro ha venido nunca a visitarnos?


Publicado el 21-6-2005 en Atlantea, y el 14-7-2006 en el Sitio de Ciencia Ficción