La Máquina del Tiempo
El gran momento había llegado. Después de toda una vida de sacrificios sin recompensa el premio a todos sus esfuerzos iba a ser por fin cobrado. Atrás quedaban todas las humillaciones, todos los desprecios, todos los sinsabores que se había visto obligado a sufrir durante su larga vida profesional... Demasiado larga, y demasiado amarga.
Habían sido muchos años teniendo que soportar jefes mediocres o rapaces, cuando no ambas cosas simultáneamente, viendo cómo sus ideas eran ignoradas si no expoliadas. Él era mejor que muchos de sus superiores, pero nunca pudo dejar de ser un simple subordinado sin la menor posibilidad de ver reconocida su valía. Quienes no lo conocían afirmaban ingenuamente que el mundo de la ciencia era libre y enriquecedor, pero él sabía por propia experiencia que los científicos no eran en su conjunto ni peores ni mejores que cualquier otro colectivo social, aunque sí más sofisticados, y que entre ellos se daban exactamente las mismas injusticias y los mismos pecados que en cualquier otro lugar.
Flaco consuelo, se decía, resignado como estaba a su injusta situación. Pero la investigación era la razón de su vida y, si la ciencia oficial le negaba el reconocimiento que por su talla se merecía, él se buscaría la manera de resarcirse buscando la verdad por su cuenta. Malos tiempos corrían para quien deseara investigar sin ataduras de ningún tipo, dado que tanto las grandes estructuras burocráticas como la superespecialización suicida hacían virtualmente imposible la figura del investigador independiente a la manera de los humanistas del Renacimiento; pero él era tesonero, en ello le iba el empeño y a ello se consagró.
Por fortuna, apenas si necesitaba para sus planes algo más que un potente ordenador y mucho tiempo libre para desarrollar su teoría; y, puesto que disponía de ambas cosas, pronto pudo empezar a desarrollar una peculiar doble vida. Durante unas horas, las mínimas imprescindibles para cumplir con sus obligaciones de funcionario, dejaba pasar el tiempo en su rutinario trabajo de investigación oficial, tan alienante como una cadena de montaje y tan estéril como la producción de un burócrata. Pero cuando traspasaba la puerta de su centro y se encaminaba hacia su casa la situación cambiaba por completo, con su mente libre de ataduras dedicada exclusivamente a desarrollar sus revolucionarias ideas... Tan revolucionarias que jamás le hubieran creído de haberlas dado a conocer, circunstancia ésta que no había pasado jamás por su cabeza.
Pasaron los años y su teoría fue tomando lentamente forma. Sumido en un ambiente en el que nada nuevo se imaginaba, un ambiente en el que los científicos habían dejado de ser creadores para convertirse en simples artesanos, tristes remedos de los grandes genios que gobernaran con mano firme la nave de la ciencia hacía ya casi un siglo, él era probablemente el último representante de esa noble estirpe de pensadores que con sus revolucionarias ideas habían cambiado la historia, el único que en aquellos momentos se cobijaba bajo el manto protector de una ciencia que tan sólo engendraba ya tristes remedos de sí mismos, adocenados epígonos de una época que había desaparecido ya.
Pero eso sólo lo sabía él. Misántropo convencido tanto en su trabajo como en sus relaciones sociales, sin familia y sin amigos dignos de tal nombre, ni tan siquiera sus escasos allegados llegaban a tener la menor sospecha de cuál era su verdadera actividad. Marginado y despreciado en su trabajo, rechazado por huraño en todas las demás esferas de su vida, él era en realidad feliz pudiendo disponer de su vida sin interferencias de ningún tipo que pudiera distraerlo un solo instante de su magna labor. Y mientras tanto, su teoría seguía adelante.
No fue sino a las puertas mismas de la jubilación cuando consiguió culminar por fin su tarea... Con un éxito completo, al menos en el plano teórico. Ahora tan sólo quedaba la comprobación experimental de su logro, para lo cual ya no bastaba tan sólo con un ordenador y su cerebro; pero él era tesonero y al final conseguiría construir en secreto el ingenio que habría de demostrar lo acertado de su teoría. De esta manera, la primera Máquina del Tiempo de la historia de la humanidad fue al fin una tangible realidad.
Ciertamente no le había resultado difícil; la extrema, casi insultante simplicidad del artefacto parecía una burla de todos aquellos devotos de la tecnología que creían vehementemente que cualquier artefacto capaz de realizar una labor mínimamente sofisticada debería ser por fuerza indefectiblemente complicado. Que una Máquina del Tiempo no abultara más que un paquete de cigarrillos y cupiera sin problemas en un bolsillo era realmente chocante, pero no necesitaba más para cumplir con su revolucionaria misión.
Una vez tuvo en sus manos el artefacto que él mismo había construido, procedió sin vacilaciones a utilizarlo. Hacía ya mucho que había decidido cuál sería su primer viaje por el Tiempo, por lo que no tuvo la menor necesidad de vacilar. Sabía perfectamente dónde ir, y sabía también qué tenía que hacer allí. Sin miedo de ningún tipo procedió a apretar el botón de conexión... Y entonces apareció él.
Lo identificó rápidamente. Cierto era que existían algunas diferencias en su aspecto (el pelo más abundante y completamente negro, la ausencia de barriga, un aire mucho más joven), pero resultaba evidente que se trataba de él... de él mismo.
No suele ser nada frecuente que alguien se encuentre consigo mismo, máxime si el visitante es a la vez igual y diferente a él. Y tampoco lo es precisamente que el sosias aparezca de repente materializándose de la nada. Pocos habrían sido capaces de afrontar con entereza tan insólita situación, pero él supo sobreponerse a la sorpresa asumiendo que, al ser el inventor de la Máquina del Tiempo, nada había de extraño en que fuera visitado por él mismo, lo que no evitaba que esta circunstancia le causara una notable perplejidad.
-¿Qué quieres? -preguntó a su visitante sin llegar a pulsar el botón.
-Que no conectes ese aparato -fue la escueta respuesta.
-¿Por qué?
-Para evitar que tú llegues a ser lo que soy yo.
-Eso es absurdo. -aunque todavía afectado por la sorpresa, comenzaba ya a recobrar su aplomo-. Tú eres yo y yo soy tú; ¿qué importa lo demás?
-Te equivocas -respondió el visitante-. Tú y yo somos diferentes, puesto que procedemos de distintos avatares. Nuestras líneas vitales se bifurcaron hace mucho, justo desde que apretaste ese botón y realizaste tu primer y único viaje al pasado. Yo soy como tú deseabas ser, pero tú y yo no somos la misma persona.
-Pues no parece que te haya ido mal del todo -ironizó el científico-. Se te ve muy buen aspecto, mucho mejor que el mío por cierto.
-Así es, al menos en lo que respecta al plano puramente material; con dinero de sobra resulta bastante fácil conservar mejor tu cuerpo.
-Luego el viaje resultó ser un éxito.
-Desde tu punto de vista, un éxito completo. Viajaste al pasado y te reuniste contigo mismo (y conmigo, puesto que hasta entonces ambos éramos el mismo) cuando solamente eras un joven recién salido de la facultad. Te proporcionaste una información que para tu yo viejo era trivial pero que para tu yo joven resultaba valiosísima: un premio millonario de lotería, una inversión afortunada del dinero recién ganado en la compra de una empresa, unos cuantos cambalaches financieros... Y he aquí al joven estudiante, condenado por el destino a arrastrar una vida gris y mortecina hasta su jubilación, convertido repentinamente en un magnate de la industria con más dinero del que jamás podría gastar puesto que, como dicen los americanos, lo difícil es hacerse con el primer millón de dólares.
-Y ese empresario...
-Ése soy yo, evidentemente, el yo de exactamente tu misma edad que tú siempre anhelaste ser; agraciado por la fortuna gracias a que tú me comunicaste cierta combinación ganadora hace ya muchos años.
-¿Qué tiene esto de malo? -protestó-. Al fin y al cabo, eso era precisamente lo que yo quería.
-Lo sé -suspiró-. Por esta razón es por lo que yo estoy aquí; porque ignoras por completo cuáles pueden ser las consecuencias derivadas de la alteración de tu línea temporal.
-¿Cuáles van a ser, aparte de que cambio una existencia miserable por una vida rica?
-¿Eres consciente de que con tu acción te estás condenando a desaparecer?
-¿Cómo voy a desaparecer? Tú existes.
-Pero tú y yo somos distintos, ya te lo dije. Nuestras respectivas vidas han discurrido por caminos diferentes durante la mayor parte de nuestra existencia, y nuestras vivencias, nuestros recuerdos y nuestras personalidades en suma son también completamente dispares.
-Ya veo lo que quieres decir. Tú me estás poniendo el ejemplo de los dos gemelos educados por separado y de manera distinta. ¿Me equivoco?
-Bien, es una buena metáfora -concedió-. Tienes que tener en cuenta que la personalidad de todos nosotros está modelada no sólo por nuestro patrimonio genético, sino también por las numerosas circunstancias que nos acontecen todos los días. De ellas dependemos y sin ellas, o por mejor decir con otras distintas, habríamos sido diferentes. Por esta razón, tú y yo no podemos ser iguales.
-Comprendo. Dices que desapareceré en el mismo momento en el que nuestro joven yo común reciba de mis manos la información necesaria para enriquecerse... ¡Pero eso es precisamente lo que yo quiero!
-¿Sabes que con ello te estás suicidando? -insistió de nuevo-. Peor aún; te estás negando tu propia existencia. Jamás habrás existido.
-¡Pero estarás tú! ¿Qué me importa que seas diferente? ¿Crees acaso que siento el menor apego por la vida que he llevado? ¿Crees que me importa lo más mínimo renunciar a una existencia gris y desagradable? Yo quiero ser tú, ¿entiendes?
-Entiendo -respondió al tiempo que movía tristemente la cabeza-. Pero lo que te niegas a aceptar es que tú jamás podrás cambiar tu vida por la mía, ya que simplemente dejarás de ser; tu destino está marcado y nunca lo podrías cambiar por mucho que lo intentes. Además, y por si fuera poco, esto tampoco serviría para nada ya que yo no me podría beneficiar de tu sacrificio.
-¿Cómo dices? ¿Acaso no eres real? ¿Acaso no has llevado una vida regalada durante todos estos años gracias a mi ayuda? ¿Así es como me lo agradeces?
-Continúas sin entenderlo. Para nuestra común desgracia, con tu iniciativa no creaste una persona, sino que te limitaste únicamente a conjurar un fantasma. Por cierto; ¿te importa que me siente? Ya no soy nada joven.
Sólo entonces se dio cuenta de que ambos estaban de pie. Mascullando una excusa, él mismo se sentó -más bien se derrumbó- frente a su visitante.
-¿Qué quieres decir con eso? -su sorpresa era auténtica.
-Algo muy sencillo. ¿Te has parado a pensar que tu iniciativa llevaba implícita una paradoja temporal?
-Yo no lo veo tan claro -refunfuñó irritado-. Tú eres la prueba palpable de que mi plan resultó ser un éxito completo; ahora mismo acabas de reconocerlo.
-A corto plazo es cierto; pero por desgracia, la bifurcación temporal que forzaste no es viable de modo indefinido.
-¿Por qué? -insistió con tozudez mirando fijamente a su interlocutor; mirándose a él mismo, pensó con desasosiego.
-Porque con tu acción me apartaste por completo de la investigación científica, de modo que no pude construir la Máquina del Tiempo que todavía tienes entre tus manos; porque en mi línea temporal no sólo no existes tú, sino que tampoco existe ese artefacto.
-¿Entonces...? -preguntó perplejo.
-Entonces nos encontramos con que yo existo gracias a que tú construiste la Máquina del Tiempo; pero al desaparecer tú desapareció también la Máquina, con lo que resulta imposible que yo pueda existir -concluyó con una irónica sonrisa.
-Esto es absurdo. Tanto tú como yo existimos.
-¿Y no te parece absurdo eso también? ¿No atenta contra el sentido común que nosotros dos podamos estar aquí hablando, sentados frente a frente, como si tal cosa? Pero si aprietas ese botón, te aseguro que ambos desapareceremos para siempre; tú porque habrás dejado de existir después de dar el mensaje a nuestro antecesor común, y yo porque nunca habré existido.
-No te creo -zanjó al tiempo que hacía un amago de conectar la Máquina-. Si ya lo hice una vez, forzosamente tendré que volverlo a repetir ahora.
-¡Aguarda un momento! -Su expresión era de un patetismo tal que descartaba toda posible sospecha de engaño-. Escúchame al menos -suplicó.
-Está bien -concedió a regañadientes, depositando la Máquina sobre la mesa-. Intenta convencerme de que tus argumentos son siquiera coherentes.
-Es una historia muy larga -suspiró con alivio-. A raíz de tu intervención... sí, esa misma que ahora estoy tratando de evitar -concedió-, me convertí en un próspero hombre de negocios, y durante mucho tiempo me despreocupé por completo no sólo de cuanto estuviera relacionado con la ciencia, sino también de la dichosa Máquina del Tiempo. No fue sino hasta bastantes años después cuando esta cuestión comenzó a preocuparme; puesto que mi vida derivaba, eso era evidente, de la utilización de la Máquina, si ésta no llegaba a ser construida, ¿cómo podría llegar a existir en esta línea temporal que tú habías abierto?
»Se trataba, sin duda, de una paradoja temporal a la que había que buscar una solución. Se me ocurrió que ésta podría ser la construcción por parte mía... mía, no tuya -aclaró-, de la Máquina; al fin y al cabo, si ya lo había hecho una vez, no veía la razón por la que no pudiera hacerlo una segunda.
»Por desgracia, mis circunstancias eran completamente distintas de las que te habían empujado a ti a culminar con éxito la tarea. Sabía, porque tú mismo me lo habías comunicado, que la Máquina del Tiempo era resultado de los esfuerzos de toda una vida dedicada en forma exclusiva a la investigación; tarea ésta completamente inalcanzable para mí por razones obvias ya que, aunque contaba con capacidad suficiente para ello, carecía de las condiciones necesarias para hacerlo.
»No, nunca podría conseguirlo; esto lo supe muy pronto, cuando tuve que abandonar definitivamente todos mis infructuosos esfuerzos por desarrollar la teoría. Pero algo tenía que hacer; no podía quedarme con los brazos cruzados. Puesto que no me resultaba posible realizar el desarrollo científico del problema, resolví abordar al menos una faceta que a ti te había pasado completamente desapercibida: la... llamémosla filosófica. ¿Cuáles serían las consecuencias de tu deliberada alteración del flujo del tiempo? ¿Cómo podría ser resuelta la paradoja temporal en la que involuntariamente habías enredado nuestras respectivas vidas? Eso sí estaba a mi alcance o, al menos, así lo creí, por lo que inmediatamente me puse manos a la obra.
-¿Y qué ocurrió? -interrumpió por vez primera.
-Pues que llegué mucho más lejos de lo que tú habías hecho, descubriendo con sorpresa que, de no remediarlo, ambos caminaríamos hacia la catástrofe de un bucle temporal en el que corríamos el riesgo de ser atrapados para siempre.
-Un momento -le interrumpió-. Aclárame eso del bucle. Según mis ecuaciones, mi intervención tendría que haber producido una bifurcación divergente en el flujo del Tiempo... Nunca un bucle que nos hiciera volver hacia atrás.
-Ahí es precisamente donde radica tu error: en considerar al Tiempo como algo moldeable a voluntad cuando en realidad cuenta con una elasticidad -vamos a llamarla así- que hace que sus deformaciones sólo puedan ser momentáneas antes de volver a su posición de equilibrio. Tú lo forzaste, es cierto, pero sin saber que tarde o temprano esa tensión tendría forzosamente que desaparecer.
-¿Quieres decir que mi esfuerzo no sirvió para nada?
-A largo plazo, después de cierto tiempo necesario para que el flujo temporal se recupere de la perturbación, por supuesto que no. La entropía temporal, la inercia que hace que el Tiempo tienda siempre a retornar a su curso marcado, es tan grande que el esfuerzo necesario para mantener de forma indefinida una alteración del mismo tiende rápidamente a infinito. Por ello tarde o temprano las aguas tienen que acabar volviendo a su cauce. Eso sí, si al recobrar el Tiempo su curso natural tropieza con un obstáculo del tipo de nuestra paradoja, es decir, dos variantes de una misma persona, forzosamente tendrá que resolverlo mediante un bucle u otro mecanismo similar. No existe otra alternativa. ¿Me sigues?
-Perfectamente. ¿Acaso no pensamos los dos exactamente igual? -ironizó-. Pero no me trago que la diferencia de... ¿entropía temporal dices?... entre tú y yo pueda ser tan grande como para crear problemas de ese calibre. ¿Qué le importa al universo que alguien tan insignificante como nosotros sea rico o pobre?
-Olvidas que nadie está aislado sino en contacto continuo con muchas personas; y tú, como cualquier otro, estás interfiriendo constantemente en la vida de todos los que te rodean, de igual manera que ellos interfieren en la tuya.
-Aun con eso, pienso que exageras.
-No lo creas. En el mismo momento en el que nuestras vidas se bifurcaron, cada uno de nosotros comenzó a actuar de manera distinta. Yo gané una gran cantidad de dinero que en tu línea temporal fue a parar a otras personas distintas, mientras que tú ocupaste una plaza en un centro de investigación que en mi línea, supongo, también fue cubierto por otro científico. Pero no es sólo eso: imagínate todas las personas que has conocido a lo largo de estos años y que son completamente desconocidas para mí; y viceversa. Tus compañeros de trabajo, tus amigos, tu mujer...
-Estoy soltero -le interrumpió.
-Yo también, pero eso no deja de ser una simple casualidad; lo que sí he tenido han sido varias aventuras que a buen seguro no pueden coincidir con las tuyas.
-No, desde luego que no -respondió sonrojándose; él no había tenido jamás ese tipo de aventuras.
-Y eso no es todo -continuó-. Hace varios años tuve la desgracia de atropellar a una persona que falleció a consecuencia de las heridas recibidas en el accidente. No fue culpa mía, pero eso no impidió que mi involuntaria intervención se saldara con una muerte que en tu línea temporal no se produjo; considera ahora todas las incidencias cotidianas, importantes o no, que han tenido lugar a lo largo de todos estos años en tu vida y en la mía, y dime si la entropía temporal generada no puede llegar a ser realmente elevada, lo suficiente como para forzar al Tiempo a retornar a su lugar.
-En ese caso, ¿cómo me explicas que un problema de ese calibre haya podido habérseme pasado por alto?
-Porque tú te limitaste a estudiar su vertiente matemática; pero que una ecuación pueda ser resuelta algebraicamente no implica que sus resultados hayan de tener necesariamente un significado físico. Éste fue tu gran error; te sobraron matemáticas pero te faltó sentido común.
-Es muy fácil criticar a alguien desde fuera -respondió amoscado-; mucho más, desde luego, que trabajar desde dentro. Pero por mucho que te empeñes, sigo encontrando puntos flacos en tus razonamientos.
-¿Dónde? -preguntó su interlocutor en un tono débilmente burlón.
-Concretamente, en tu tajante afirmación de que el Tiempo es inmutable y no se puede bifurcar. ¿Qué hubiera pasado, pongo por caso, si la famosa bala que casi mató al general Franco en la guerra de Marruecos hubiera acabado realmente con su vida?
-Pues que la historia contemporánea de España hubiera sido muy diferente -concedió beatíficamente.
-¿Lo ves? Te estás contradiciendo tú mismo.
-En absoluto; yo jamás he dicho que el Tiempo no se pueda bifurcar, sino que una vez bifurcado no es posible retroceder hasta la encrucijada para tomar un camino diferente. Lo cual, creo yo, no es precisamente lo mismo.
-Déjate de ambigüedades y rebate mi argumento.
-Nada más sencillo. El moro que disparó la bala era contemporáneo de Franco; nada había pasado todavía, por lo que el curso del Tiempo podía optar sin problemas entre dos soluciones distintas: Franco muerto o Franco vivo, y cada una de ellas conducía a futuros completamente distintos. Pero imagina ahora que tú, desde el futuro de Franco, decidieras viajar a tu pasado, es decir a su presente, para pegarle un tiro en la esperanza de poder cambiar de esta manera la historia contemporánea de España. Aquí sí estarías forzando una vuelta atrás, lo que necesariamente tendría que provocar una paradoja. El Tiempo es asimétrico, y tan sólo puede fluir en un único sentido.
-Concedido; vamos a aceptar la hipótesis del bucle. En ese caso, ¿cómo explicas que yo, de joven, no recibiera mi visita? ¿O que la primera vez que viajé por el Tiempo no vinieras tú a impedírmelo? Porque, de acuerdo con tu teoría, ésta sería para ti la segunda vuelta del lazo mientras para mí, por el contrario, seguiría siendo la primera. ¿No te parece incongruente?
-Ahora soy yo quien no te entiende -reconoció confundido-. ¿Qué quieres decir con eso?
-Es muy sencillo. Si existe un bucle temporal, si dos puntos cronológicamente distintos se superponen, ambos deberían ser equivalentes; la interacción tendría que ser en los dos sentidos, y no en uno solo.
-Sigo sin comprenderte.
-Deja que termine de explicártelo. -Era evidente que estaba haciendo todo lo posible por desquitarse de su anterior derrota-. Al haber un punto de contacto en la línea temporal, tendríamos que encontrarnos con él tanto si viniéramos del pasado como si lo hiciéramos desde el futuro. Tendría que existir una simetría que en este caso no se da, puesto que tú conoces acontecimientos que yo ignoro a pesar de que ambos arrancamos de un origen común.
-Pero ocurre que... -objetó débilmente.
-¡No me interrumpas! -Su creciente seguridad corría pareja con la pérdida de diplomacia-. Lo que quiero decir, es que si existe un bucle en el tiempo, forzosamente tendría que haber estado siempre allí; si yo hice un viaje al pasado para entrevistarme conmigo mismo, forzosamente tendría que recordar esa entrevista puesto que es seguro que tuvo lugar; sin embargo, esto no ocurre en mi caso sino solamente en el tuyo. Ésta es la verdadera paradoja; si fuera cierta tu teoría toda posible alteración de la historia habría tenido que ocurrir previamente, por lo que en la práctica resultaría inútil intentar modificarla. Sin embargo yo la alteré, como lo prueba el hecho de que ambos estemos ahora aquí, cada uno de nosotros procedente de una línea temporal distinta.
-Te equivocas de nuevo -tras el chaparrón había recobrado el aplomo-. El Tiempo no es algo estático tal como tú postulas sino una magnitud dinámica que está en continuo movimiento; sus remolinos se forman y se deshacen continuamente puesto que su camino no está trazado a priori, sino que se dibuja a cada momento. Tú iniciaste un bucle que anteriormente no existía en el mismo momento en el que conectaste la Máquina, y no antes; pero por esta razón es precisamente por lo que no puedes guardar recuerdo de la visita mientras que yo sí. Ahora ha llegado el momento en el que el bucle debe ser cerrado, y en nuestras manos está que el curso del Tiempo, al menos en lo que a nosotros respecta, continúe su rumbo normal o, por el contrario, quede atascado quizá para siempre.
-Bien, señor sabihondo -contraatacó irritado después de digerir todo lo anterior-. En ese caso, ¿cómo se explica que tú estés aquí si no tienes Máquina del Tiempo?
-Porque yo no he viajado en el Tiempo, al menos en sentido ascendente o descendente; yo no provengo ni de tu futuro ni de tu pasado, sino de un presente alternativo contemporáneo del tuyo con el que la entropía temporal ha forzado a reunirse.
-Y yo soy Napoleón Bonaparte -la explosión había tenido finalmente lugar-. Apareces de repente interrumpiendo el experimento con el que iba a culminar el trabajo de toda una vida; me cuentas toda una serie de historias increíbles acerca del hipotético peligro que supondría realizar un viaje al pasado; y por último pretendes convencerme de que así por las buenas, sin más que decir abracadabra, eres capaz de dar un saltito para presentarte ante mí. ¿Me tomas acaso por un imbécil?
-Pero es que es la verdad...
-¡Y un cuerno! Me paso cuarenta años de mi vida desarrollando ecuaciones, empleo casi cinco en construir este chisme -al decirlo esgrimía la Máquina del Tiempo amenazadoramente sobre su cabeza-, y ahora llega el chico listo, que no ha visto un vector desde que salió de la universidad, chasquea los dedos y se le aparece el genio de la lámpara. Así de simple. ¿Sabes qué voy a hacer? Mandarte a freír espárragos, apretar este botón y desaparecer esperando que cuando vuelva tú ya no estés aquí.
-Hazlo. -La palidez de su rostro era tal que parecía el de un cadáver-. Hazlo y yo no estaré aquí; pero tú no podrás volver para comprobarlo.
-¿Y quién me garantiza eso? ¿Tú? Eres una parte demasiado interesada como para poder fiarme de lo que digas.
-Tan interesado que te estoy pidiendo que consumes mi desaparición. ¿Te parece eso egoísmo?
-Bueno, yo... -balbuceó confundido- ¿Por qué tengo que creerte?
-Ya te he explicado suficientemente lo del bucle; si tú no viajas al pasado, yo no llegaré nunca a existir, pero si lo haces serás tú el que desaparezca arrastrándome a continuación a mí.
-¿Y si existiera un bucle dentro del bucle que exigiese que yo no realizara este viaje para que tú sí llegaras a existir? -preguntó receloso.
-No seas tan suspicaz; eso que has planteado es imposible.
-¿Por qué tengo que creerte? A mí me parece más verosímil que estés buscando tu propia supervivencia; lo entiendo, te lo aseguro, y yo en tu lugar intentaría hacer exactamente lo mismo. Pero lo que no me creo, es que vengas aquí dispuesto a sacrificarte de una forma tan altruista.
-Sigues sin comprenderlo. Cualquiera que sea la salida que se dé a este problema, yo estoy condenado a desaparecer. Por ello, y puesto que no tengo nada que perder ni que ganar, intento tan sólo salvarte. ¿Qué pierdo con ello?
-Pero continúas sin explicarme cómo pudiste aparecer aquí - le interrumpió.
-Te aseguro que no hice absolutamente nada de forma voluntaria. Tu manipulación del pasado hizo posible mi existencia gracias a un pliegue en el tiempo que antes no había existido; cuando dicho pliegue dejó de ser viable, es decir, cuando el bucle tuvo forzosamente que cerrarse al alcanzarse el momento en el que conectaste la Máquina, las dos bifurcaciones existentes hasta entonces, la tuya y la mía, se vieron forzadas a coincidir por la entropía temporal.
-Pero sin la Máquina del Tiempo...
-Para elevar agua a un depósito es necesaria una bomba que venza la fuerza de la gravedad, pero este agua será perfectamente capaz de caer por sí sola sin necesidad de ayuda de ninguna clase. Tu Máquina funciona de una manera similar provocando un salto contra la entropía temporal, pero cuando el flujo del Tiempo intenta recuperar su camino normal lo hace por propia inercia. Yo nunca hice el menor esfuerzo por llegar aquí pero sabía que esta circunstancia se tenía que dar obligatoriamente, por lo que me preparé para este momento. Sabía el cómo y el porqué, pero desconocía con exactitud el cuándo, por lo que me limité a esperar pacientemente a que llegara la hora.
-Aun aceptándolo, queda todavía otra cuestión por resolver. -era evidente que no quería dar su brazo a torcer-. ¿No te parece una paradoja aún mayor que ambos podamos coexistir simultáneamente? ¿No hubiera sido más lógico según tus teorías que tú hubieras aparecido justo después de mi desaparición sin que ambos hubiéramos llegado a entrar en contacto?
-No, puesto que entonces el bucle no se habría llegado a cerrar. Para que su cierre fuera completo ambos teníamos que hablar antes de que yo me... desvaneciera, puesto que sólo yo conozco tu secreto y sólo yo podría ser capaz de convencerte.
-Eso es cierto -concedió-. Pero necesitaré pruebas más tangibles que tu propia presencia aquí.
-Lo lamento mucho, pero me temo que no voy a poderte dar satisfacción.
-¿Por qué? -preguntó con malicia-. ¿Porque no las tienes?
-Porque no voy a tener tiempo para proporcionártelas -fue la escueta respuesta-. Mi tiempo se acaba.
-¿Cómo?
-Hace un momento me preguntabas por qué ambos habíamos coincidido simultáneamente, y yo te he respondido que tal coincidencia era imprescindible para que el bucle se cerrara; pero el bucle ya se ha cerrado, por lo que mi existencia llega a su fin.
-Pero...
-No hay tiempo. Recuerda lo que te he dicho; nada puede salvarme a mí, pero tú todavía puedes evitar tu propia catástrofe. Piénsalo antes de apretar ese botón.
-Escucha...
-Fue un placer conocerte -fueron sus últimas palabras.
Y desapareció.
Varios años después continuaba sin pulsar el botón. En un primer momento la perplejidad le impidió reaccionar y más tarde, una vez superada la sorpresa, decidió aplazar la decisión hasta que estuviera bien seguro de todas las posibles consecuencias; él creía en sus ecuaciones, pero quizá...
Le costó mucho tiempo revisar sus teorías llegando finalmente a una conclusión desalentadora: las ecuaciones, tal como estaban formuladas, eran incapaces tanto de predecir como de descartar la paradoja temporal que le fuera anunciada por su yo paralelo; para poder obtener información al respecto debería replantearlas desde el principio, labor ésta que podría ocuparle durante varias décadas. Y ni aun de esto estaba seguro, puesto que su visitante había llegado a esta conclusión, según él, sin necesidad de aparato matemático alguno...
¿Y si había mentido?
¿Y si, pese a todo, era cierto lo que le había dicho?
Ante la duda se abstuvo. Algún tiempo después destruiría la Máquina del Tiempo, y no mucho más tarde fueron todas sus anotaciones, cuidadosamente conservadas hasta entonces, las que desaparecieron para siempre. Le quedaban muy pocos años de vida, y no podía correr el peligro de que algo tan peligroso como era su trabajo pudiera caer en manos inadecuadas. El riesgo era demasiado grande, y él no estaba dispuesto a correrlo.
Cuando al fin murió, lo hizo en paz.
Publicado el 31-7-2010 en Alfa Erídani