Cualquier tiempo pasado ¿fue mejor?



-En nombre de Su Eminencia Reverendísima Monseñor Enrique de Beaufort, presidente de este tribunal de la Santa Inquisición, os condeno a la hoguera por prácticas de hechicería, herejía y blasfemias hacia Dios y los Santos. Verdugo, proceded a ejecutar la sentencia.

Terminada la exposición del portavoz del tribunal, el interpelado prendió fuego a la pila de leña sobre la que se alzaba poste al que estaba amarrado el reo. Corría el día 2 de junio del año del Señor de 1431, y sólo tres días antes, en esa misma plaza del Viejo Mercado de la ciudad de Rouen, había ardido en idénticas circunstancias la Doncella de Orleans.

Pero en esta ocasión el ajusticiado no era ni un guerrero ni, mucho menos, un hechicero; de hecho, ni tan siquiera era francés ni había nacido en el siglo XV. En realidad, aunque como cabe suponer ninguno de los allí presentes lo sabía, se trataba del agente K-37 de la Agencia Cronológica, que había sido enviado allí para estudiar in situ uno de los episodios más relevantes de la Guerra de los Cien Años, la ejecución de Juana de Arco. Para su desgracia, y aunque los agentes tenían instrucciones de pasar desapercibidos, actuando como simples observadores sin hacer nada que pudiera alterar el curso de la historia y, por supuesto, sin arriesgar sus vidas, un cúmulo de desafortunadas coincidencias habían conducido a su apresamiento por las tropas inglesas, dueñas entonces de Normandía, y el hallazgo en su poder de ciertos objetos a los que les fue atribuido un origen demoníaco -en realidad se trataba de los utensilios necesarios para el desempeño de su labor- había motivado su juicio y condena por el mismo tribunal de la Inquisición que acababa de convertir en mártir a Juana de Arco.

Sin embargo, en esta ocasión la ejecución no siguió el cauce acostumbrado. Para sorpresa de los inquisidores y del populacho que abarrotaba el recinto la pira, en lugar de arder como se esperaba, se vio súbitamente envuelta en un sobrenatural halo luminoso que hizo creer a muchos en una intervención diabólica ya que, dadas las circunstancias, no cabía pensar en una procedencia divina. Pero para alivio de todos el extraño fenómeno duró apenas unos segundos, tras lo cual el fuego volvió a comportarse con normalidad dejando tras de sí un cadáver calcinado como Dios manda.

Evidentemente nadie en el siglo XV hubiera sido capaz de identificar lo ocurrido como la activación de un campo de éxtasis espaciotemporal, una medida de emergencia a la que la Agencia Cronológica sólo recurría cuando era preciso rescatar a uno de sus agentes de una muerte segura, ya que suponía una alteración, aunque de menor magnitud que la opción alternativa, de las corrientes espaciotemporales. Así, aunque su manifestación externa -el halo luminoso- fue extremadamente fugaz, un comando de la Agencia tuvo tiempo sobrado para a apagar el fuego que comenzaba a propagarse por la leña, rescatar a su compañero, atar en su lugar a un cadáver que previamente había sido desenterrado en un cementerio cercano -no era cuestión de que nadie pensara que la víctima había desaparecido sin dejar el menor rastro- y, por último, para marcharse de allí tras prender de nuevo la hoguera... todo lo cual les llevó, como cabe suponer, bastante más tiempo que el trascurrido en el exterior, pero ya se sabe que ésta es una de las principales utilidades de los campos de éxtasis al ralentizarse en su interior el transcurso del tiempo.


* * *


De vuelta a casa con la satisfacción de la misión cumplida, el capitán de la unidad cronoexploradora Tempus fugit se encaminó a la enfermería para interesarse por el estado de salud del agente rescatado, el cual, según le habían informado los miembros del comando, estaba algo chamuscado y había tragado bastante humo, aunque por lo general no parecía mostrar muy mal aspecto.

De hecho, lo encontró consciente y sentado en una camilla mientras una pléyade de médicos y enfermeras se afanaban en torno suyo. Así pues, le dio la bienvenida a bordo celebrando que hubiera salido con bien de tan apurado trance.

Para su sorpresa éste, tras retirarse la mascarilla de oxígeno, le recibió con una florida sarta de denuestos de grueso calibre, increpándole a continuación:

-Gracias a ustedes por haberme rescatado con vida... al séptimo intento.

El capitán se ruborizó mientras por su cabeza pasaban opiniones poco halagüeñas acerca de la ingratitud con la que algunos te agradecen que les hayas salvado la vida, pero finalmente triunfó su sentido de la disciplina respondiendo con sequedad:

-Entiendo que esté usted resentido, pero le aseguro que nos apresuramos todo cuanto pudimos.

Y viendo el gesto de incredulidad de su interlocutor, continuó:

-En realidad lo intentamos desde el primer momento, pero una vez allí descubrimos que el programador del vuelo no había tenido en cuenta la corrección del calendario juliano, razón por la que llegamos varios días tarde. Por fortuna, y esa es la ventaja de los viajes por el tiempo, siempre se puede volver al momento deseado... así que hicimos un segundo intento, pero en esta ocasión tropezamos con el problema de que no nos fue posible encontrar a tiempo ningún cadáver recién enterrado con el que poderle sustituir en la pira.

»La tercera vez fue todavía peor, ya que el sindicato de cronopilotos convocó una huelga reivindicando más tiempo libre y, al no cumplirse los servicios mínimos, no nos fue posible ir a rescatarle. En vísperas de la cuarta los servicios de mantenimiento encontraron un fallo en el generador de flujo secundario, por lo que hubo que retrasarla hasta que éste no fue reparado, ya que lamentablemente no había ninguna otra unidad cronoexploradora disponible. La quinta...

-Déjelo -le interrumpió K-37 haciendo un gesto con el brazo libre, ya que en el otro tenía colocados varios adminículos médicos-. En realidad me traen sin cuidado las excusas que me pueda dar. Lo único que me importa es que, gracias a su negligencia, he ardido en la pira un total de seis veces consecutiva y he estado a punto de hacerlo una séptima, tal como puede comprobar usted mismo -concluyó al tiempo que señalaba las ampollas que le estaban curando en las plantas de los pies.

-Lo... lo lamento -balbuceó el capitán-. Pero como ya le he dicho, esto es lo bueno que tienes las misiones espaciotemporales, si por alguna causa uno de nuestros agentes sufre un... percance, siempre podremos intentar volver a rescatarlo todas las veces que sea preciso.

-Ya -respondió el aludido en tono mordaz.-. El pequeño problema -recalcó el adjetivo- estriba no sólo en que me quemaron vivo seis veces, sino en que guardo además perfecto recuerdo de todas ellas desde el principio hasta el final. Y le aseguro que se trata de algo bastante desagradable, sobre todo si encima te regalan varias repeticiones del evento.

-No... no puede ser -la perplejidad del capitán era sincera-. En el continuo espaciotemporal del que le rescatamos su ejecución tan sólo tuvo lugar una vez...

-Para esos bárbaros medievales, sí. Pero con sus chapuceras intervenciones lo único que consiguieron fue encerrarme en un bucle temporal del que no he podido salir hasta ahora... pasándolas canutas entre tanto, como puede suponer. ¿Le extraña que esté cabreado?

-No puede ser... -repitió el capitán- yo nunca he tenido noticias de este fenómeno, ni sé de nadie que lo haya comunicado.

-Pues alguien tenía que ser el primero -rezongó irónico K-37-. Por cierto -cambió de registro-, ¿conoce usted una vieja película titulada Atrapado en el tiempo, conocida también como El día de la marmota?

Y ante el gesto negativo de éste, explicó:

-El protagonista, un personaje por cierto repelente, se ve condenado a repetir continuamente el mismo día de su vida, sin que pueda hacer nada por evitarlo; nadie se da cuenta de que está encerrado en un bucle temporal excepto él mismo, y por supuesto recuerda perfectamente todas las repeticiones. Más o menos esto es lo que me ha pasado a mí -concluyó-, y le aseguro que no me he divertido lo más mínimo. ¿Sabe lo que es oler a carne quemada -tu propia carne- mientras padeces espantosos dolores? ¿Y que esta tortura se repita una y otra vez mientras tus presuntos rescatadores meten continuamente la pata? Le aseguro que más de uno me va a oír allá arriba.

-Está bien... -condescendió el capitán- le entiendo perfectamente. Y créame que lo lamento. Lo importante es que está usted a salvo, y que de ahora en adelante se adopten las medidas pertinentes para que esto no vuelva a ocurrir. Lo único que puedo hacer es presentarle disculpas en nombre mío y en el de la tripulación del Tempus fugit.

Un gesto ambiguo de K-37, más interesado en la cura que le estaban haciendo en sus lacerados pies que en seguir la conversación con el oficial, sirvió de punto final a ésta, por lo que el capitán, haciendo un extemporáneo saludo militar, se despidió de él abandonando la enfermería.

Camino de la cabina de mando fue refunfuñando acerca del muerto que le había caído encima; aunque confiaba en que no le salpicara nunca se podía estar seguro del todo, sobre todo teniendo en cuenta que los peces gordos intentarían buscar la manera de sacudirse las pulgas a costa de los de más abajo.

En fin, qué se le iba a hacer; por otro lado, este incidente le había dado una idea. En sus tiempos de agente había tenido ocasión de conocer a una hetaira con la que llegó a hacer muy buenas migas, y no estaría mal volver a recordar tiempos pasados. Aunque a los miembros de la Agencia se les permitía ir de vacaciones cada cierto tiempo a la época histórica que prefirieran, siempre claro está bajo el estricto control de los supervisores para evitar cualquier posible alteración temporal accidental, no era su intención aburrirse en la antigua Grecia; cosa muy distinta sería disfrutar de una noche loca con su antigua amiga repitiéndola una y otra vez dentro de un placentero bucle... sí, no era una mala idea.

Tendría que estudiarlo bien, puesto que no estaba muy convencido de que sus jefes lo vieran con buenos ojos; pero ya encontraría la manera de hacerlo sin necesidad de que se enteraran. Total, fuera del bucle tan sólo transcurriría un único día...


Publicado el 13-6-2016