Nuevos tiempos (II)



Epaminondas Borceguí se encontraba eufórico. Tras muchos años investigando el proceloso mundo de la nigromancia, el ocultismo y el satanismo, donde prácticamente todo lo que encontraba eran patrañas, delirios o descarados intentos de estafa, había conseguido hacerse con un antiguo grimorio que, según todos los indicios, era no sólo verdadero, sino asimismo eficaz.

El pergamino, primorosamente caligrafiado e iluminado, había sido escrito con toda probabilidad en la Baja Edad Media, y provenía de los fondos polvorientos de una remota biblioteca. Aunque Epaminondas desconocía las circunstancias por las que había llegado a sus manos sabía, o al menos sospechaba, que éstas no debían haber sido demasiado honradas, pero como se auto exculpaba emulando a Maquiavelo el fin justificaba los medios.

Aunque lo más probable era que no se llegara a descubrir el hurto, al menos durante mucho tiempo, lo peor que podría pasar sería que, alegando desconocimiento de su procedencia ilícita, se viera obligado a devolver el grimorio a sus legítimos propietarios perdiendo el precio que había pagado por él. Se trataba de una cantidad considerable, pero habría merecido la pena ya que lo primero que hizo fue copiarlo; al fin y al cabo él no era un bibliófilo ni un coleccionista compulsivo y lo único que le interesaba era su contenido, no el propio manuscrito pese a su evidente valor intrínseco.

De hecho lo que manejó para sus investigaciones no fue el original sino una copia del mismo, lo que le permitió hacer anotaciones y subrayados a discreción sin temor a deteriorarlo. Y, gracias a sus conocimientos previos, llegó a la sorprendente conclusión de que la invocación a Satanás que contenía camuflada entre todo tipo de recetas de magia negra, astrología, alquimia, aquelarres, creación de homúnculos y las más variopintas e inútiles disciplinas esotéricas, tenía todos los visos de ser verdadera; porque tal como dijera Borges, si el mejor escondite para un libro era una biblioteca, igual ocurriría con una invocación diabólica perdida entre una hojarasca de presuntas artes ocultas.

Porque Epaminondas Borceguí había tomado la firme decisión de pactar con el diablo la venta de su alma. Así pues tras lograr, no sin esfuerzo, traducir el enrevesado latín medieval y descifrar las complejas metáforas y los torpes cifrados que oscurecían el texto, finalmente pudo disponer de un manual para llevar adelante la ceremonia, sorprendiéndole que las instrucciones fueran sencillas, aunque precisas, sin necesidad de rituales absurdos y de mal gusto como pentagramas, calaveras, disfraces, amuletos, animales muertos, sangre derramada o salmodias ridículas. En realidad el ritual era corto y lógico, respondiendo a un simple aunque singular código no muy diferente, salvando las distancias, de los usados habitualmente en la vida moderna.

Realizó pues la invocación con un punto de temor ante la posibilidad de un fracaso, descubriendo con asombro mezclado con sorpresa que ésta era realmente efectiva; aunque no como él había imaginado, ya que quien se materializó de la nada fue un joven sonriente ataviado con un traje de aspecto normal, el cual interpretó de manera equívoca el gesto con el que Epaminondas reaccionó a su llegada.

-Buenos días y disculpe si le he asustado; venía en respuesta a su llamada.

-No, si no me ha asustado -respondió éste una vez recuperado de su sobresalto-. Al contrario, me satisface haber recibido la respuesta de una manera tan rápida. Lo que ocurre es que... no esperaba a alguien como usted.

-¡Oh, lo dice por mi aspecto! -rió el visitante-. No tiene usted por qué extrañarse, ni echar de menos que yo no tenga cuernos, rabo, patas de macho cabrío o piel de color rojo, ni apeste a azufre ni esgrima un tridente en la mano; todo ello forma parte de la leyenda negra que nos colgaron nuestros rivales para darnos un aspecto repulsivo y amenazante frente a quienes nos invocaran, algo que lamentablemente acabó arraigando en el imaginario popular a lo largo de los siglos. En realidad nosotros no tenemos una apariencia física determinada, por lo que podemos adoptar la que estimamos más adecuada para cada ocasión. Y como comprenderá no era cuestión de aparecer ante usted ataviado con una túnica romana o bajo el aspecto de un alienígena, pongo por ejemplo; en aras de la simplicidad, y por respeto a nuestros potenciales clientes, siempre adoptamos la cobertura más adecuada para cada caso.

-Pero usted es...

-Un diablo, por supuesto; pero no quien usted imaginaba. Como puede suponer ni el Jefe Supremo ni sus lugartenientes hacen trabajo de calle. Soy el diablo de tercera categoría KR+417#54ç-007//A2, aunque mis amigos me conocen como Gargamel. Estoy preparando oposiciones para ascender a diablo de segunda categoría, lo que me permitiría desempeñar trabajos administrativos, aunque no creo que mi promoción laboral le interese demasiado. Así pues, vayamos al grano; ¿qué desea de nosotros?

-Yo... titubeó Epaminondas, apabullado por la parrafada-. Yo desearía vender mi alma; claro está, conociendo antes las condiciones.

-¡Oh, era eso! -le interrumpió Gargamel haciendo un gesto displicente-. Lamento decepcionarle, pero hace ya mucho tiempo que dejamos de atender a esta línea de negocios; no se puede imaginar la cantidad de almas compradas desde hace milenios que tenemos almacenadas en nuestros depósitos sin saber qué hacer con ellas. Por cierto, ¿le importa que me siente? Por mucho que se piense lo contrario la inmortalidad no nos hace insensibles al cansancio, sobre todo cuando tenemos que encarnarnos en un cuerpo tan rígido y tan incómodo como éste.

Y sin esperar la respuesta del atónito Epaminondas se teleportó al sillón vecino al suyo.

-No, no me importa... -respondió al fin-. Pero que no quieran comprar mi alma me trastoca todos mis planes. Yo había pensado...

-No se preocupe por ello, señor Borceguí; que hayamos renunciado a esa absurda práctica medieval no quiere decir que no sigamos interesados en hacer negocios con los mortales; al contrario, nuestro interés es ahora mayor que nunca dado el laicismo cada vez mayor de las sociedades desarrolladas. Pero somos conscientes de que ustedes están en el siglo XXI, y por consiguiente hemos de actuar conforme al presente, no al pasado.

-No comprendo.

-Estoy aquí para explicárselo -volvió a sonreír el diablo de tercera-. Al igual que sus bancos ofrecen ahora unos productos financieros que no existían antaño, nosotros también disponemos de una amplia cartera de productos entre las cuales usted podrá elegir aquél que mejor se adapte a su perfil inversor. Permítame que se lo muestre -añadió al tiempo que se materializaba en sus manos una tableta que en nada se diferenciaba de cualquier otra-; también quedaron atrás esos ridículos pergaminos de piel humana que había que firmar con tu propia sangre -explicó al ver la sorpresa reflejada en el rostro de su interlocutor.

Tecleó en la tableta con la rapidez hija de una larga práctica y, tras navegar por varias pantallas, le mostró el resultado de la búsqueda al tiempo que seguía con su bien aprendida perorata.

-Como le acabo de decir, hace ya tiempo que en el mundo mortal quedaron atrás las viejas prácticas financieras, no sólo el pago en metálico sino incluso la tradicional garantía de una moneda mediante las reservas en oro de los bancos centrales; de hecho fue en 1971, y ya ha llovido, cuando se acabó definitivamente con este método de forma que en la actualidad el valor de una moneda es simplemente teórico, o fiduciario según el término técnico. Y no le digo ya desde la aparición de las criptomonedas, que ni tan siquiera están respaldadas por gobierno ni organismo alguno. En definitiva, los ahorros que usted tenga en el banco, las acciones o cualquier otro producto financiero moderno son en realidad sino simples apuntes en una base de datos.

-Sí, eso ya lo sé -le interrumpió el anfitrión con un gesto de hastío-. Pero no entiendo qué puede tener que ver esto con nuestro caso.

-Pues mucho, señor Borceguí, en realidad todo puesto que las leyes económicas son las mismas para cualquier circunstancia, incluso para la que nos ocupa. En nuestro caso el equivalente a las reservas de oro son, o mejor dicho eran, las almas que constituían nuestro capital; y que seguimos conservando muy a pesar nuestro pese a no servirnos para nada, dado que las férreas barreras arancelarias de los otros -mordió el pronombre- nos impiden desprendernos de ellas pese a que han dejado de ser un activo para convertirse en un lastre.

-¿Acaso quiere decir que...?

-En efecto. La situación de bloqueo económico nos forzó a buscar nuevas fórmulas que nos permitieran mantener activa y rentable nuestra economía; nada diferente de lo que hicieron en su día los bancos, las entidades financieras, las compañías de seguros... modernizarse o morir, aunque en nuestro caso esto último resultaría un tanto difícil -rió su propio chiste-. Con la diferencia -añadió- de que nosotros no operamos con divisas o criptodivisas, sino con almas.

-Un momento -le interrumpió el cada vez más perplejo Epaminondas-. Si la comparación es válida, creo importante advertirle que a efectos económicos o financieros soy lo que los profesionales entienden por un cliente conservador. Vamos, que para invertir mis ahorros nunca he ido más allá de los depósitos a plazo fijo, nada de acciones, fondos de inversión o toda esa caterva de productos financieros extraños que ni siquiera sé como funcionan y de los que no me fío un pelo. En resumen, no quiero correr el más mínimo riesgo.

-¡Oh, por eso no tiene que preocuparse! Como puede suponer nuestra cartera abarca toda la escala de riesgos, desde el más seguro al máximo, de forma similar a la de los productos financieros que supongo, usted conocerá. Tengo la seguridad de usted encontrará alternativas de sobra para elegir la que sea más de su agrado.

-Todo eso está muy bien -objetó Epaminondas removiéndose inquieto en su asiento-, pero sigo sin saber cuales son las opciones que me ofrece en lo que respecta a la venta de mi alma, o el equivalente en su nuevo esquema.

-Para eso estoy aquí, para asesorarle. Para empezar, hemos de tomar como base lo que ya le he comentado antes: no compramos almas. Pero sí existe la posibilidad de alquilarlas por un período de tiempo y en unas condiciones determinadas.

-¿Alquilar mi alma? ¿No me ha dicho que tienen ustedes de sobra?

-Así es. Pero hay que tener en cuenta que, debido a las ominosas condiciones que nos impuso el enemigo en el tratado de paz firmado tras nuestra derrota, muchas de las que nos llegan rechazadas por ellos son de poca o nula utilidad... los desechos que no han pasado su cribado, que sólo sirven de estorbo. Cierto es que nuestros criterios de selección no coinciden con los suyos; las almas de cántaro que tanto valoran ellos no tienen para nosotros el menor interés, al tiempo que los presuntos malvados que nos envían pueden resultarnos aprovechables. Pero son los menos y resultan insuficientes, de ahí que recurramos al alquiler ya que nos permite seleccionar y elegir según nuestra conveniencia sin estar condicionados por imposiciones externas. Tenga en cuenta que ellos ejercen el monopolio de las evaluaciones post mortem, y las consiguientes remisiones a un sitio o a otro, sin que disfrutemos ni tan siquiera de algo tan elemental como el derecho de admisión; de ahí que nos veamos obligados a hacerlo en vida de nuestros posibles clientes, puesto que a partir del momento de la muerte perdemos el control de la selección de las almas.

-¿Y tragan los otros con esta triquiñuela?

-¿Qué remedio les queda? -sonrió el diablo de oreja a oreja-. Esta eventualidad no estaba contemplada en el tratado cuyo texto redactaron ellos mismos, así que no tuvieron más remedio que tragarse el sapo de su error. Por supuesto cuando termina la vigencia del contrato, y en caso de que el titular hubiera fallecido con anterioridad, éste pasará por el correspondiente juicio tal como hubiera ocurrido en condiciones normales en el momento de su fallecimiento, algo que como le acabo de decir, queda fuera de nuestras competencias. Pero ahí también encontramos un agujero de la ley; previendo que nuestros clientes puedan estar satisfechos con nosotros, les recomendamos que elijan la opción de renovación automática del contrato, lo que les permitirá eludir de forma indefinida su traslado forzoso... amén de que, según nuestros confidentes, en el otro lado ven con malos ojos a los que tildan de renegados, con las desagradables consecuencias que esto les acarrea al llegar allí.

-Resulta interesante, pero ha dicho que existen además otras opciones...

-Así es, pero se trata de productos más... sofisticados pensados más bien para inversores profesionales. No obstante, le informo sobre ellos sin el menor compromiso por su parte. Por ejemplo, contamos con el equivalente a los fondos de inversión. Partamos de la base de que usted, a cambio de vender su alma, pretendería uno o varios favores como una juventud prolongada; la eterna juventud diga lo que diga la literatura no estuvo nunca contemplada porque entonces no habríamos hecho el menor negocio. O bien conocimientos, riquezas, poder, amor, felicidad, venganza... pero siempre con un límite establecido conforme a la tasación del valor del alma del oferente, exactamente igual que hacen los seguros al establecer un límite a la indemnización por un siniestro o los bancos al importe de una hipoteca en función de la solvencia del solicitante.

-No sabía que fueran ustedes tan estrictos -le interrumpió.

-No nos quedaba otra solución si queríamos sobrevivir en las condiciones tan precarias a las que nos condenó el enemigo. En caso de que usted suscribiera un fondo de condenación, así es como lo denominamos coloquialmente pese a sus connotaciones negativas, tendría derecho a una cobertura superior a la correspondiente a un simple alquiler, con la salvedad de que los objetivos propuestos no estarían garantizados. Dicho con otras palabras aquí sí existe un riesgo, aunque éste es pequeño y en la práctica se suelen conseguir la mayor parte de los intereses previstos aunque por imperativo legal es preceptivo advertir que las rentabilidades pasadas no garantizan las futuras.

-¿Y los depósitos a plazo fijo, o como los denominen ustedes?

-Los tuvimos, pero dada la situación actual del mercado, con unos intereses a la baja, fueron retirados temporalmente. Lo lamento, pero no puedo ofrecérselos en este momento. Sí contamos con fondos garantizados, a cambio de una rentabilidad menor.

-¿Eso es todo?

-¡Oh, no!, simplemente le he ofrecido las opciones más conservadoras conforme a su indicación. Claro está que tampoco me ha indicado qué era lo que pensaba pedir a cambio de vender su alma...

-Prefiero que me explique antes las otras alternativas.

-Está bien. Tenemos, utilizaré términos similares a los financieros para que le resulten familiares, depósitos en renta variable, depósitos referenciados, sociedades de inversión de capital variable y diferentes productos derivados: futuros, opciones, warrants, certificados, productos estructurados... aunque he de advertirle que estos últimos son recomendables tan sólo para inversores expertos.

-Si le he de ser sincero, todo eso me suena a chino. ¿Queda algo más que me pueda resultar más familiar?

-He dejado para el final la inversión en bolsa, dadas sus características propias.

-Por lo menos me suena, al menos teóricamente, aunque nunca he invertido en ella.

-Ocurre que esta bolsa, a diferencia de las que usted conoce, es un tanto... peculiar. En ella cotizan los valores de las diferentes religiones existentes en el planeta, con sus correspondientes contrapartes cuando éstas existen como es nuestro caso. Los valores de las acciones dependen de como fluctúe el número de fieles de cada religión, teniendo en cuenta diferentes variantes: practicantes, no practicantes, renegados, conversos, apóstatas, herejes, agnósticos, ateos, la evolución demográfica... por supuesto vivos, ya que una vez fallecidos y clasificados, o en su caso desaparecidos si su religión no contempla la existencia de un Más Allá, ya no pueden entrar en el cómputo. Al riesgo inherente a los mercados de valores se suma la heterogeneidad del fenómeno religioso, lo que convierte la inversión en ella en una ruleta difícil de controlar en la cual se pueden obtener muchas ganancias, pero también es posible arruinarse. Evidentemente si usted decidiera hacerlo con nosotros como mediadores sería invirtiendo en nuestras propias acciones, que compiten no sólo con las de otros credos sino principalmente con las del enemigo; yendo por libre o recurriendo a un agente independiente podría elegir las que prefiriera, aunque claro está sin nuestra intervención ni nuestro aval.

Gargemel hizo una pausa y continuó:

-En principio eso es todo, pero si lo desea puedo ampliar la explicación de la opción que más le interese.

-No sé, la verdad es que no me esperaba esto -reconoció Epaminondas con además dubitativo-. Tendría que pensármelo. ¿Es obligatorio dar mi respuesta ahora?

-Por supuesto que no, pero cuando haya tomado su decisión le agradecería que me invocara a mí utilizando el código INVOGARGAMEL; para mí es importante captar clientes, ya que sumo méritos para la oposición de promoción interna a diablo de segunda que, como le dije al principio, estoy preparando. Si no usara el código invocaría a cualquier otro compañero mío que estuviera libre en ese momento, con lo cual sería él y no yo quien se llevara los puntos.

-No se preocupe, lo tendré en cuenta -respondió Epaminondas haciendo ademán de levantarse del asiento para dar de entender al visitante que la entrevista había terminado.

-Para mí ha sido un placer hablar con usted, señor Borceguí, pero no le entretengo más. ¡Ah, se me olvidaba! Tampoco hay necesidad de que vuelva a usar ese pergamino apolillado, las invocaciones también se han modernizado y son ahora mucho más sencillas.

A la par que hacía un gesto con la mano añadió:

-Le he instalado en el ordenador un programa llamado Diabluras que conecta directamente con nuestro servicio de atención al cliente; sólo usted puede entrar en él y no necesita ningún tipo de identificador ni clave, ya que para cualquier otro usuario está oculto. El cuestionario es muy fácil de rellenar y, recuerde, no se le olvide incluir el código INVOGARGAMEL. Le deseo que tenga un feliz día y quedo a la espera de su llamada.

Tras lo cual desapareció, dejando a Epaminondas Borceguí sumido en un mar de dudas.

“No, si va a ser verdad eso de que las ciencias adelantan una barbaridad...” -se dijo-. “En fin, tendré que informarme sobre todas esas zarandajas financieras; y yo, que lo único que quería pedir era que me tocara un premio de lotería lo suficientemente importante para poderme jubilar sin tener que esperar a caerme de viejo... ¡También podían poner las cosas más sencillas, corcho!”


Publicado el 7-4-2025