Publicidad diabólica



El día había sido caluroso y, después de comer, se quedó amodorrado en el sillón. Justo entonces fue cuando sonó inoportunamente el teléfono.

Malhumorado se espabiló a duras penas, descolgó y gruñó un pastoso ¿diga?

Según todos los indicios, se trataba de una incordiante llamada publicitaria. A punto estuvo de colgar al tiempo que se acordaba de todos los antepasados del inocente teleoperador, pero el hecho de que se dirigiera a él por su nombre propio, en lugar de preguntar el consabido “ ¿hablo con el titular de la línea?”, le refrenó. Al fin y al cabo, pensó, podía tratarse de una oferta de su compañía telefónica, la única que en teoría debería tener sus datos personales.

-¿De dónde llaman? -preguntó a su vez a su desconocido interlocutor, refrenando con una moderada curiosidad la sorda irritación que le invadía.

-Soy el operador Asmodeo Cocito, para servirle. Y le llamo en nombre de La Otra Alternativa para hacerle una oferta que probablemente le pueda interesar.

-Un momento -el tono de su cabreo subió de súbito varios puntos-. En mi vida he oído hablar de esa compañía, ni siquiera sé lo que venden ustedes, y le advierto que no dispongo de tiempo para atenderle -era un farol, por supuesto, pero solía dar buenos resultados para sacudirse de encima a aquellos moscones.

-Señor Vázquez -¿cómo diantre habrían averiguado sus datos?-, le aseguro que se trata de algo importante para su futuro, pero resultaría complicado explicárselo por teléfono. Por esta razón, me gustaría pedirle permiso para poderle visitar personalmente.

Esto era el colmo. No sólo le habían fastidiado la siesta, sino que además pretendían invadir el sancta sanctórum de su casa... fue tal su perplejidad por tamaño descaro, que se quedó momentáneamente callado sin que de su boca saliera la negativa que bullía en su mente.

-Señor Vázquez, de acuerdo con nuestro protocolo de actuación amparado por la legislación vigente, interpreto su silencio -apenas habían sido unos escasos segundos- como un consentimiento, por lo que tal como le he comunicado procederé de inmediato a visitarle.

-¡Y una...! -intentó decir al tiempo que colgaba de un manotazo. Hasta ahí podían llegar. Pero no le dio tiempo ni tan siquiera a completar la acción puesto que, con el dedo todavía apoyado en el botón de apagado del teléfono, vio cómo se materializaba ante él un sonriente joven pulcramente ataviado con traje y corbata.

-¿Quién... quién es usted? -balbuceó-. ¿Y cómo demonios ha entrado aquí?

Porque resultaba evidente que por la puerta no había sido.

-Asmodeo Cocito, para servirle -respondió el intruso, haciendo una sutil reverencia al tiempo que acentuaba su sonrisa-. Acabo de hablar con usted por teléfono.

-¡Pe... pe... pero...! -en su azoramiento no le resultaba posible articular palabra alguna-. ¿Cómo diantre ha entrado aquí? -repitió, sin percatarse de ello, la pregunta.

-Es fácil, materializándome -explicó el interpelado con la misma tranquilidad que si hubiera afirmado que había llegado en el metro-. Mis superiores dan mucha importancia al contacto directo con los clientes potenciales, y además -añadió con complicidad- esta aparición tan teatral suele resultar bastante útil para demostrar que no somos unos vulgares vendedores de seguros.

-Ya... ya lo veo. Pero eso que me dice usted es imposible...

-¿Se refiere a la materialización? -nueva sonrisa-. Por supuesto que sí, para un humano.

-¿Acaso usted no lo es? -se sorprendió Vázquez abriendo unos ojos como platos.

-¡Oh, claro que no! -respondió jovialmente el joven-. Soy un demonio de tercera clase, aunque confío en que pronto pueda ascender a la segunda -concluyó.

Perplejo, el interpelado soltó un exabrupto... y se le agotaron las palabras.

-Bueno, no quisiera que usted se hiciera una imagen falsa de mí; reconozco que la propaganda secular en contra nuestra ha sido muy negativa, pero precisamente por ello me gustaría intentar demostrarle que mucho de cuanto se ha dicho de nosotros era completamente falso. Por cierto, ¿le importa que me siente?

Y sin esperar respuesta de su atribulado anfitrión tomó asiento en una silla que acababa de materializarse tras él. El dueño de la casa, por su parte, se limitó a derrumbarse en el sillón del que no se había llegado a incorporar.

-¡Un diablo...! -masculló al fin en tono difícilmente audible-. ¡Un diablo...! -volvió a repetir-. Sólo faltaba que viniera usted a comprarme el alma.

-Le aseguro que no; eso sería de lo más vulgar. Además, ¿para qué la querríamos? Aunque hace mucho que dejamos de hacerlo, todavía tenemos almacenado un buen puñado de adquisiciones antiguas que no sabemos qué hacer con ellas ya que, pese al tiempo transcurrido, tenemos que seguir respetando las condiciones pactadas en su momento. Menudo engorro, como para ir acumulando todavía más; créame que se trata de un verdadero problema.

-¿Entonces? Por cierto -se interrumpió-; ¿no tiene usted un aspecto tirando más bien a poco infernal? -en su fuero interno Vázquez rehusaba tragarse la bola, aunque era evidente que la misteriosa aparición del visitante, diabólico o no, en mitad de su salón nada tenía de racional.

-¡Ah, es eso! -exclamó el presunto diablo soltando una breve carcajada-. Lamento desilusionarle por no haber aparecido tal como ustedes nos imaginan, con cuernos, rabo, pezuñas y exhalando un nauseabundo olor a azufre... lo cierto es que, conforme a nuestras técnicas de marketing, consideramos que eso sería poco conveniente, ya que muy probablemente asustaríamos a nuestros clientes potenciales acrecentando los prejuicios que ustedes los mortales tienen ya sobre nosotros. En realidad carecemos de forma definida, por lo cual podríamos adoptar cualquiera que deseáramos... incluyendo la ridícula imagen con la que ustedes idealizan a nuestros rivales, con una sedosa cabellera rubia, alas en la espalda y una larga túnica blanca de aspecto angelical. Pero no tenemos tan mal gusto, y preferimos adoptar una figura más aséptica que les resulte familiar y al mismo tiempo no les provoque rechazo.

-¿Y por qué razón no me dijo desde el principio que era usted un diablo, en lugar de presentarse como representante de esa fantasmagórica Otra Alternativa, o como quiera que se llame ahora el infierno?

-Por la misma razón; como usted comprenderá, si nos presentáramos bajo nuestra etiqueta tradicional tropezaríamos con un rechazo instintivo no por injustificado menos tangible. Así pues, mis superiores consideraron conveniente remozar la imagen corporativa presentándonos tal como somos en la actualidad y desvinculándonos de todo tipo de connotaciones anticuadas y negativas.

-Está bien -le interrumpió Vázquez, parcialmente recobrado de su sorpresa inicial-. Admitamos que usted es realmente un demonio, y que no tiene interés alguno en comprar mi alma, algo que, dicho sea de paso, mucho me temo que no les valdría de mucho. Entonces, ¿a qué diab... -interrumpió a tiempo la interjección- ha venido aquí? Porque, sinceramente, no creo que se trate de una visita de cortesía.

-No, no lo es. Como ya le he dicho anteriormente, podría considerárseme como un agente comercial. Vengo a hacerle una oferta, y tan sólo le ruego que me permita explicársela.

-Adelante. Pero le advierto que en cuestiones religiosas disto mucho de ser un buen cliente potencial... mi actitud hacia las cuestiones religiosas ha sido siempre de indiferencia total; ni siquiera se me podría catalogar no ya como ateo, sino incluso como agnóstico. En realidad, estos asuntos me traen completamente sin cuidado.

-Lo sabemos, señor Vázquez; antes de entrar en contacto con nuestros posibles clientes siempre procedemos a realizar un estudio previo individualizado, y usted no ha sido ninguna excepción. Es la única manera de poderles realizar una oferta ajustada a sus requerimientos.

-En ese caso -siempre le había gustado contraatacar, como legítima defensa propia, a todos aquellos que intentaban violar la tranquilidad de su reducto, y ahora no tenía por qué ser ninguna excepción-, serán ustedes conscientes de que yo soy un caso perdido. Me importa un pimiento mi alma si es que la tengo, cosa que no creo, y como tampoco me trago esas zarandajas de la vida eterna, tanto me da que me ofrezcan ir al cielo como que me amenacen con los castigos del infierno... o viceversa, porque supongo que ustedes defenderán justo la versión contraria.

Asmodeo volvió a sonreír, demostrando que tenía la lección bien aprendida.

-Si me permite la confianza, señor Vázquez, y lamentaría mucho que usted se lo tomara a mal, he de insistir en que desconoce por completo la situación real en la que nos movemos... cosa por otro lado completamente normal, dadas las circunstancias -añadió, impidiéndole replicar-. Comprenderá usted que, después de varios milenios de propaganda continuada en contra nuestra, es lógico que todos los humanos, incluso los que se consideran los ateos más recalcitrantes, estén mediatizados por el falso mensaje que tan machacona como eficazmente les han estado repitiendo sin cesar desde hace milenios.

-¡Vaya, si ahora va a resultar que tanto ustedes como su rivales me van a negar el derecho al libre pensamiento! -exclamó irritado-. En ellos no es de extrañar, al fin y al cabo es lo que siempre han estado haciendo intentando imponer una fe ciega en sus creencias, pero tras su respuesta la conclusión a la que llego es que, en el fondo, tanto los unos como los otros son los mismos perros con distintos collares.

-Por favor, le ruego que me deje explicárselo -el demonio demostró ser dueño de un perfecto dominio de sí mismo-; luego usted podrá decidir libremente. Y le aseguro -enfatizó- que nosotros no somos como ellos.

E interpretando el silencio de su interlocutor como una tácita aquiescencia, continuó:

-La cuestión fundamental que nos diferencia de nuestros rivales radica en que nunca hemos planteado la relación entre la humanidad y nosotros ni como un sometimiento, ni como una alternativa entre el bien y el mal, evitando pues cualquier posible vinculación del comportamiento de cualquier persona a un sistema de premios y castigos. Cierto es que también aplicamos unos baremos de selección dado que los humanos, a nivel individual, son muy dispares entre sí, pero preferimos hacerlo en base a unos criterios mucho más completos y objetivos, los cuales nos permiten seleccionar a cada uno en función de sus aptitudes particulares. Dicho con otras palabras, para nosotros no hay buenos y malos ni mejores o peores, sino diferentes grados de aptitud en función de los cuales clasificamos a cada cual de la manera en que éste pueda dar un mejor rendimiento y, al mismo tiempo, alcance un grado máximo de satisfacción. Así de sencillo.

-Vaya, casi me ha convencido usted -ironizó Vázquez-. Lástima que los demonios tengan una bien asentada fama de tratar de engañar a los mortales; supongo que Mefistófeles le diría algo parecido al doctor Fausto...

-Vuelvo a insistir, señor Vázquez, en la necesidad de que usted intente desprenderse de esos prejuicios que le han imbuido desde niño -suspiró Asmodeo-. Ya le he dicho que nosotros no compramos almas, si lo hicimos en el pasado fue porque no nos quedó otro remedio ante el injustificable boicot al que fuimos sometidos durante milenios, impidiéndosenos desarrollar nuestra labor de captación en igualdad de condiciones con ellos; pero aparte de que renunciamos a esta práctica hace ya varios siglos, por suerte ahora no tenemos ninguna necesidad de seguirlo hacerlo. Así pues, nos conformamos con mostrar la realidad tan como es, con eso nos basta.

-Ahora sí que me he perdido por completo -gruñó el anfitrión.

-Bien, veo que vamos avanzando. Como supongo que sabrá, la propaganda enemiga propagó la historia de una rebelión de un grupo de ángeles que, tras ser derrotados en una batalla, fueron arrojados al infierno, convirtiéndose desde entonces en el lado tenebroso y perverso de la Creación, así como en los torturadores eternos de las almas de los fallecidos en pecado mortal. Le suena, ¿verdad? Bien, la batalla y nuestra derrota fueron ciertas, aunque no lo de la rebeldía ya que nuestro único delito fue el de intentar oponernos a la implantación de una dictadura hostil, como todas ellas, a cualquier tipo de disidencia. Y sí, fuimos confinados en el infierno, el cual, lejos de ser un lugar de castigo eterno se convirtió en nuestro propio campo de concentración.

-Pero ¿qué...?

-Discúlpeme si me he extendido en los prolegómenos -le interrumpió el visitante-, pero es necesario que usted comprenda lo desesperada que era nuestra situación. Reconozco que en ocasiones cometimos acciones que pueden ser calificadas de reprobables, pero entonces se consideró el sabotaje como un arma legítima, la única de que disponíamos, para defendernos de la aplastante superioridad de los otros. Por supuesto asumimos nuestra responsabilidad y, en la medida de nuestras fuerzas, hemos hecho todo lo posible por compensar a los damnificados.

-Todo eso suena muy bonito, pero ¿quiere dejarse de verborrea e ir al grano?

-Discúlpeme de nuevo. Por fortuna, tras más de dos milenios de reclamaciones, el Tribunal de Garantías de la Competencia; bueno, no se llama así, pero sería su equivalente a nuestra escala, en una sentencia histórica e inapelable decretó nulo el abusivo monopolio ejercido por nuestros rivales, avalando nuestro derecho a actuar en igualdad de condiciones con ellos de forma que los mortales puedan elegir libremente cual de las opciones prefieren... en nuestro caso, además, con total transparencia informativa.

-Je... -se rió el dueño de la casa- si ahora resulta que esto va a ser como lo de las compañías telefónicas cuando se liberalizó el mercado; pero hay algo que no me cuadra. Usted habla de monopolio, pero que yo sepa siempre han existido multitud de religiones distintas entre las cuales hemos podido elegir libremente, al menos desde que se suprimió la Inquisición...

-Tiene usted razón -concedió el visitante del Averno-; pero sólo en parte y no desde luego en la totalidad de ellas, ya que todavía hay países en los que apostatar se considera un delito punible. En realidad el sistema antiguo no era un monopolio sino un oligopolio, y el ejemplo que ha puesto usted de las compañías telefónicas resulta bastante adecuado; en todos los países había monopolios, pero las compañías beneficiarias eran diferentes en cada uno de ellos, no estándoles permitido extender sus actividades fuera de sus respectivos territorios. Y luego estábamos además, en algunos casos, los perdedores a los que no sólo no se nos permitía ejercer nuestra actividad en territorio alguno, por minúsculo que éste fuera, sino que por si fuera poco se nos convirtió en la cara tenebrosa del sistema. Todo ello, por fortuna, ya se ha acabado, al menos desde un punto de vista legal; llevar este nuevo escenario a la práctica será sin duda bastante más complejo, dado que los antiguos monopolios están intentando hacer valer su posición dominante en el mercado para bloquear cuanto les sea posible todos los intentos de expansión por parte de las compañías minoritarias; pero somos tesoneros y, dado que nuestra oferta es objetivamente mucho mejor que la suya, me estoy refiriendo a nuestros rivales directos, confiamos en poder vencer los prejuicios implantados a nuestros potenciales clientes.

-No ha estado nada mal su discurso, pero como comprenderá no tengo por qué creerles a ustedes más de lo que siempre he creído a los otros, que sinceramente ha sido muy poco -Vázquez, ahora que comenzaba a convencerse de la sinceridad de su visitante, se sentía cada vez más incómodo-. Porque, como ya le he dicho, en cuestiones ultraterrenales siempre he sido profundamente escéptico.

-No se lo reprocho; al contrario, me satisface enormemente haberme encontrado con un potencial cliente de su talla -asintió zalamero el diablo-. Y dado que sus aptitudes son tan notables, tengo la satisfacción de ofrecerle un contrato Tres Plus, el de mayores prestaciones de todo nuestro catálogo, sin ningún coste adicional para usted. Por supuesto, y ésta es una opción que jamás podrán igualar nuestros rivales, sin necesidad alguna de tener que esperar a su óbito, que deseamos que sea lo más tarde posible, para poder disfrutar de todos sus beneficios desde el primer día.

-Ya, comprendo... ¿y qué tendría que hacer? -ironizó el candidato-. ¿Abjurar de mi fe, por más que pise una iglesia de pascuas a ramos y siempre a regañadientes? ¿Asistir a una misa negra?

-Por favor, no se burle -respondió contrito Asmodeo-. Le aseguro que le estoy hablando completamente en serio. Sí, evidentemente usted tendría que abjurar, o apostatar, como prefiera denominarlo, al tiempo que manifiesta su voluntad libre y razonada de establecer un vínculo contractual con nosotros; por supuesto sin ningún tipo de parafernalia ridícula, faltaría más, bastará con una declaración suya en voz alta respondiendo afirmativamente a mis preguntas. De hecho, tampoco será necesario dejar constancia por escrito no ya firmando con su propia sangre, vaya asquerosidad, sino ni tan siquiera usando un vulgar bolígrafo; los registros taquiónicos tienen tanta validez legal para nosotros como los documentos escritos para los humanos, y son de obligada aceptación para cualquier fe, creencia o religión, incluyendo la suya actual.

»En cuanto a lo de las misas negras -añadió-, se trata de otra de tantas leyendas negras que nos colgaron en su momento y que, para nuestra desgracia, alcanzaron mucho eco, principalmente por culpa de los imbéciles que se dedicaron por su cuenta y riesgo a escenificar estas patochadas. No sólo resulta ridículo organizar parodias de los rituales de la competencia, sino que además estamos completamente en contra de forzar a nuestros afiliados a cualquier tipo de catarsis colectiva, aunque sea puramente ritual, ya que no nos parece serio ni respetable. Nosotros somos profesionales, señor Vázquez, y entendemos que su vínculo contractual es con nosotros y no con el resto de sus compañeros de fe. Así de sencillo, sin coacciones ni amenazas de castigo de ningún tipo.

-Vaya -exclamó el interpelado, entre sorprendido e incrédulo-. Veo que lo tienen todo bien atado... y la verdad es que pinta bastante bien. Pero... -matizó- ¿no habrá letra pequeña? Convendrá conmigo en que, en los tiempos que corren, conviene ser precavido, máxime si se trata de un tema tan trascendental como el que nos ocupa.

-Lo comprendo, señor Vázquez, lo comprendo -respondió el demonio sin darse por aludido del tono displicente de su interlocutor. Por desgracia, los comportamientos abusivos hacia los clientes por parte de las grandes empresas son demasiado frecuentes como para ignorarlos. Pero le puedo asegurar que no es nuestro caso; el contrato incluye una garantía formal de la ausencia de dolo en sus cláusulas, así como un compromiso de rescisión inmediata en caso de falta de satisfacción por parte del cliente. Puedo asegurarle que ninguna otra compañía es capaz de igualar nuestras ventajosas condiciones.

-Ya... permítame que le haga una pregunta más -el presunto cliente se revolvía como un gato-. ¿Existe algún tipo de compromiso de permanencia, o bien una cláusula de penalización en caso de rescisión anticipada del contrato?

-Bueno... -el vendedor se aclaró la garganta- eso es algo habitual en el sector ya que, como comprenderá, nadie está interesado en admitir a quienes se dedican a ir saltando de una religión a otra conforme se van agotando las ofertas promocionales. Algunos, incluso, llegan a tener el descaro de intentar retornar a sus antiguas confesiones. Pero se trata de un simple mecanismo de seguridad que, junto con una lista negra confeccionada por un organismo independiente, pretende filtrar tanto a esos indeseables como a los morosos. Nada que ver -enfatizó- con los clientes serios y responsables, como es su caso.

Vázquez se preguntó cómo se podría ser un moroso religioso, pero optó por no transmitir su duda al visitante. En su lugar, objetó:

-Entonces, si yo acepto su oferta pero luego no me satisface, ¿qué manera tengo de rescindir prematuramente el contrato?

-Por eso no tiene que preocuparse -el ángel caído recobró el aplomo-, ya que nuestras garantías son máximas. Para empezar dispondrá usted de un período de prueba de cinco años, con opción de rescisión automática previo aviso durante los tres meses anteriores al vencimiento de la anualidad, sin ningún tipo de penalización. Al cabo de los cinco años, si usted está conforme, se procedería a la firma del contrato indefinido... aunque lo de indefinido es un decir -añadió al apreciar el fruncimiento de ceño de su interlocutor-, ya que no se trata de un compromiso ad eternum tal como ocurre con su fe actual; en realidad hay que entenderlo como que la renovación será automática siempre que ninguna de las dos partes comunique a la otra su desistimiento conforme al protocolo establecido... nada demasiado diferente de su contrato de suministro de gas o de electricidad, señor Vázquez.

-Supongo que esas condiciones vendrán convenientemente reflejadas en el contrato...

-Por supuesto. ¿Entiendo entonces que está usted interesado en nuestra oferta, señor Vázquez? -preguntó el diablo haciendo ademán de coger algo... de algún sitio.

-¡Oh, no vaya tan deprisa, joven! -le interrumpió éste sin ser consciente de que, pese a su aspecto juvenil, Asmodeo debía de ser infinitamente más viejo que él-. A mí, espero que no le moleste, no me gusta tomar decisiones precipitadas, y por esta razón antes de firmar un contrato prefiero leerlo con detenimiento. ¿No tendría usted una copia que dejarme? No haría falta que se tratara de un contrato completo, me bastaría con un folleto lo suficientemente detallado aunque eso sí, con carácter contractual.

-Yo... -por vez primera se veía titubear al demonio- yo ya le he dicho que nosotros no utilizamos contratos escritos.

-Habrá un equivalente, supongo; como comprenderá, no voy a vender mi alma, perdón, a contratarla, sin haberme informado antes convenientemente.

-Pero es que yo ya le he explicado todo, le aseguro que no he ocultado nada -replicó Asmodeo, cada ver más turbado.

-En definitiva, no me puede proporcionar usted un documento, que no sea de propia voz, en el cual vengan reflejadas todas las cláusulas y condiciones del contrato... por favor, respóndame con un sí o un no.

-N.... no, señor. Pensamos que con nuestra palabra es suficiente.

-Pues lamento decirle que no lo es. Créame, no es que desconfíe de ustedes, pero estoy escarmentado de algunas experiencias anteriores y, como dice el refrán, el gato escaldado...

-Entonces...

-Yo no me niego a considerar su oferta, lo único que le pido es que me permita estudiarla con tranquilidad... y sin testigos. Si es posible, encantado. Si no lo es, le rogaría que no me hiciera perder más tiempo.

-Adiós.

Y el demonio desapareció presa de una súbita irritación no sin antes, a modo de infantil venganza, dejar impregnada la habitación con un olor fétido.

-Bueno, algo es algo, al menos éste no ha sido tan pesado como el tal Moroni que vino a darme la tabarra la semana pasada -suspiró Vázquez al tiempo que corría a abrir las ventanas para ventilar la habitación-. De todos modos, tendría que informarme mejor acerca de si es posible inscribirse en una Lista Robinsón religiosa, porque desde que empezó la dichosa liberalización estoy ya hasta la coronilla de estas visitas inoportunas.


Publicado el 11-12-2015