Ampliación de capital



En algún lugar del Lejano Oriente los tres Reyes Magos mantenían una tensa reunión.

-La situación es grave, extremadamente grave -explicaba Melchor-. Lamento tener que comunicaros que estamos en bancarrota.

-¿Cómo puede ser eso? -se sorprendió Baltasar-. Llevamos más de dos mil años desempeñando nuestra labor, y jamás tuvimos problemas.

-Los tiempos han cambiado mucho últimamente -se lamentó su compañero-, y no precisamente a mejor. Cierto es que ya veníamos arrastrando una penuria incómoda, pero asumible, de modo que con un esfuerzo adicional y con una reducción de gastos habíamos conseguido sobrellevarla; pero ahora es diferente. Las cuentas no cuadran, los gastos se han disparado mientras los ingresos se estancaban o disminuían, y el déficit se ha incrementado de tal manera que por mucho que lo intentemos no habrá forma de enjugarlo. De hecho, ni siquiera creo que podamos ser capaces de contenerlo en los límites actuales. Lamento verme obligado a daros tan malas noticias, pero es lo que hay y estimo que tenemos la obligación de asumirlo con realismo.

-¿A qué se debe que nos hayamos visto abocados a esta situación? -intervino el siempre comedido Gaspar-. Porque, si como bien dice Baltasar, durante dos mil años fuimos capaces de adaptarnos a las circunstancias con las que nos encontramos, no veo la razón por la que ahora no podamos hacer lo propio; sinceramente, no creo que, por mucho que hayan cambiado las cosas, la situación actual tenga que ser más diferente que las de las convulsiones históricas que nos vimos obligados a afrontar en el pasado.

-Tenéis razón los dos -concedió Melchor-, pero os aseguro que la crisis actual es por desgracia no sólo mucho mayor que las anteriores, sino asimismo irresoluble por nuestros propios medios.

Y anticipándose a una pregunta del fogoso rey negro, añadió:

-Sí, ya lo sé, ahora no se trata de la caída del imperio romano, del caos de la Alta Edad Media ni de las perturbaciones de todo tipo causadas por la invasión musulmana, ni tampoco de epidemias mortíferas como la Peste Negra o de guerras tan devastadoras como las napoleónicas o las dos mundiales; pero aunque no nos enfrentemos a cambios históricos trascendentales, las consecuencias no pueden ser más funestas. Para empezar, nos enfrentamos a una durísima competencia, en especial la de ese viejo gordinflón disfrazado de payaso que nos ha hecho perder multitud de clientes, obligándonos con su competencia desleal a realizar un sobreesfuerzo económico para la adquisición de juguetes muy superior al que nuestras finanzas podían soportar. Pero lo peor ha sido sin duda la maldita moda de los cachivaches electrónicos e informáticos, porque ya no basta con regalar a los niños juguetes, muñecas o libros infantiles; no, ahora sólo se contentan con una videoconsola, una tableta o un teléfono móvil de última generación, y por si fuera poco sus padres, en vez de quitarles la idea, les fomentan este consumismo precoz. La consecuencia es que esto nos cuesta mucho más dinero que los regalos tradicionales.

Hizo una pausa y continuó:

-Por si fuera poco otros factores han contribuido también a hundirnos las cuentas, como la obligación de dar de alta en la Seguridad Social a los pajes y a la totalidad del personal subalterno, la de pagarles a todos ellos un sueldo cuanto menos equivalente al salario mínimo, cuando jamás habían cobrado en metálico, o la reducción de su jornada de trabajo, vacaciones incluidas, lo que nos ha forzado a contratar un elevado número de trabajadores eventuales para poder sacar adelante la carga de trabajo. Eso sin contar, claro está, el palo que nos ha pegado Hacienda al retirarnos sin previo aviso la exención de impuestos de la que gozábamos desde tiempos del emperador Constantino. ¡Si hasta nos han obligado a asegurar a los camellos, e incluso hemos sido denunciados por una asociación de defensa de los animales porque, según ellos, los explotábamos! ¿Os parece poco? -suspiró el abatido Melchor

-Entonces... -aventuró Gaspar.

-En resumen, somos insolventes. Así pues, tan sólo se perfilan dos opciones: O bien nos declaramos en suspensión de pagos y nos resignamos a que nuestros competidores se repartan la tarta, o bien buscamos un socio capitalista que pueda aportar la liquidez que nos falta. Así están las cosas.

-¿Un socio? ¡Pero esto no puede ser! -exclamó Baltasar-. Somos tres, siempre hemos sido tres y siempre los mismos... ¡no podemos cargarnos una tradición bimilenaria!

-Si se te ocurre alguna otra solución adelante... -le respondió con sorna su colega. Y Baltasar se calló.




La Noche de Reyes del siguiente año trajo como importante novedad la incorporación al trío tradicional de un cuarto miembro, el Rey Midas, al cual bajo ningún concepto se le podía negar su condición mágica. De hecho fue él, con sus inconmensurables riquezas, quien logró salvar de la bancarrota a sus nuevos colegas.

Pero aunque su integración en el grupo fue satisfactoria, no por ello dejó de haber protestas, en especial de los niños que no acababan de encontrarle utilidad alguna a unos objetos de oro macizo que, aunque reproducían con total exactitud las formas y los diseños de los regalos que habían pedido en sus cartas, a la hora de la verdad ni servían para jugar ni tan siquiera funcionaban, y además pesaban una barbaridad. Pero como sus padres no pensaban lo mismo y las tiendas de compraventa de este metal precioso florecieron por doquier, los chicos hubieron de conformarse con los regalos de consolación que les hicieron sus padres... y al final, todos contentos.


Publicado el 28-7-2016