Conspiración



-Ante todo, señores, deseo mostrarles mi agradecimiento y el de mis compañeros por haber atendido a nuestra invitación asistiendo a esta reunión. -expresó majestuoso el anciano de luenga barba blanca al tiempo que con la vista barría al resto de los asistentes.

Éstos eran, además de él mismo, otro anciano de aspecto similar aunque con la barba y el cabello de color más oscuro, un tercero lampiño con el rostro de profundo color azabache, un minúsculo ratón y un enigmático personaje del cual tan sólo se vislumbraban unas llamativas gafas de sol que aparentemente flotaban ingrávidas en el aire.

-Todos no. -objetó una profunda voz de barítono surgida de donde debería haber estado la boca en el invisible rostro que se adivinaba tras las gafas- Falta Valentín.

-No te falta razón, Amigo Invisible, pero todo tiene su explicación. -intervino el segundo anciano tras un profundo carraspeo- En realidad mis compañeros y yo teníamos dudas sobre la oportunidad de hacerle extensiva la invitación, puesto que en rigor la suya no es una tradición autóctona sino importada del mundo anglosajón, justo igual que la que tratamos de combatir; además, su desembarco en nuestro país no pudo ser más mundano, puesto que vino promovido por el dueño de una cadena de grandes almacenes con unos fines descaradamente comerciales...

-¿Y las nuestras no? -ironizó el roedor con su aguda vocecilla.

-Bueno, no puedo negar que, en ciertos entornos y por parte de determinada gente, no hayan podido acabar degenerando también en el sentido que tú apuntas, pero se trata de una desviación circunstancial y ajena por completo al espíritu prístino de nuestras tradiciones, y por supuesto indeseada por nosotros. Además -añadió- las nuestras son tradiciones españolas, no foráneas.

-Ya. -musitó el ratón, nada convencido- Por eso le vetasteis.

-¡Oh, no! -se apresuró a explicar el atribulado anciano. No lo vetamos. Fue él quien nos comunicó su desinterés, alegando que nuestras respectivas tradiciones eran de marcado carácter infantil a diferencia de la suya, razón por la que consideraba que nada tenía que hacer aquí.

-Una afortunada casualidad. -apostilló con sorna el ser invisible- Pero también echo en falta a otros personajes tales como el Olentzero, y no me diréis que este personaje procede también de un país extranjero... con permiso de los nacionalistas vascos, por supuesto.

-En este caso se trata de una tradición local, completamente respetable, por supuesto, pero restringida a un área geográfica muy limitada. -eso sí, silenció que asimismo se trataba de un competidor directo suyo, por minúsculo que pudiera resultar el territorio en conflicto.

-En resumen. -zanjó el invisible- La reunión presente se circunscribe, por las razones que sean, a vosotros tres, los Reyes Magos, al Ratoncito Pérez y a mí mismo... y, tal como rezaba vuestra carta, el motivo de la misma es la conveniencia, a decir vuestro, de crean un frente común para luchar contra la presunta competencia desleal de Papá Noel. ¿Me equivoco?

-Presunta no, real. -apostilló molesto su interlocutor- Y muy perjudicial además.

-Déjame explicárselo a mí, Gaspar. -le interrumpió su compañero, más tranquilo- Supongo que todos nosotros estaremos de acuerdo en que maldita la gracia que tiene que, después de tantos años matándonos a trabajar, venga un advenedizo extranjero a robarnos protagonismo y la clientela...

-Es la libre competencia... -objetó el ratoncito.

-¡Y un cuerno! -explotó Melchor- Es un ejemplo, claro y evidente, del imperialismo cultural yanki al cual debemos oponernos con todas nuestras fuerzas.

-Llámalo como quieras. -sentenció el Amigo Invisible, encogiendo sus asimismo invisibles hombros- Pero lo cierto es que Papá Noel os hace la competencia a vosotros, no a Pérez ni a mí. Dicho con otras palabras es vuestro problema, no el nuestro.

-Dicho con otras palabras, tu respuesta es insolidaria y egoísta. -retrucó Gaspar.

Iba a replicar de nuevo el Amigo Invisible a juzgar por el nervioso balanceo de sus gafas, único indicador posible de sus estados de ánimo, y presumiblemente también de forma desabrida, cuando Baltasar, el único de los allí presentes que hasta el momento no había abierto la boca, intervino por vez primera en un esfuerzo por rebajar la tensión acumulada.

-Calma, amigos, calma. -pronunció con su cadenciosa voz de barítono- Estamos aquí para hablar, no para pelearnos. Si consiguiéramos llegar a un acuerdo estupendo, ya que de eso se trata. Y si no fuera posible alcanzarlo pues que se le va a hacer, pero en modo alguno estaría justificado que nos enemistáramos; eso, jamás.

-Estoy de acuerdo con la afirmación de Baltasar. -dijo a su vez el ratoncito- Pero para poder opinar con conocimiento de causa, antes necesitaríamos saber qué es lo que pretendéis de nosotros.

-Es sencillo. -respondió Melchor, visiblemente aliviado- Se trata de boicotear de forma conjunta a nuestro común enemigo.

-¿Y cómo habéis pensado hacerlo? -preguntó con sorna el Amigo Invisible, ignorando de forma deliberada su inclusión implícita en la lista de presuntos damnificados de Papá Noel.

-Está claro, declarándole un boicot. Los niños que reciban regalos suyos, siquiera una sola vez, pasarían a formar parte automáticamente de una lista negra cuyos integrantes no serían visitados, de allí en adelante, por ninguno de nosotros. Y por supuesto, estas listas se harían públicas.

Una estentórea carcajada retumbó en toda la sala, ayudando todavía más a incrementar el desconcierto de los anfitriones el hecho de que, a causa del reverbero de las paredes, su origen no podía ser determinado dado que el responsable de la misma se había despojado de las gafas, única manera de localizarlo, pudiendo encontrarse en cualquier rincón del vasto recinto.

-¿De qué te ríes? -preguntó Baltasar, habitualmente el más sosegado de los tres compañeros.

-¿De qué me voy a reír? -respondió en tono burlón una voz que parecía provenir de todos los rincones, que era lo mismo que decir de ninguna parte- De vuestra ingenuidad, por supuesto.

-¿Por qué dices eso? -insistió el Rey negro.

-Pues porque a buen seguro que los niños se van a morir de miedo en cuanto conozcan vuestra pueril amenaza. Almas de cántaro, ¿no os dais cuenta de que corréis el riesgo de incurrir en el más espantoso de los ridículos?

-Al parecer disfrutas bastante zahiriéndonos. -gruñó Gaspar malhumorado. Y cambiado de estrategia, continuó- Y puesto que eres tan sabihondo, ¿por qué no nos propones una alternativa mejor? Te aseguro que te estaríamos muy agradecidos.

-Eso es fácil. -explicó con aplomo su escurridizo interlocutor al tiempo que arrebataba la corona al inadvertido Gaspar para encasquetársela, acto seguido, en su invisible cabeza- A grandes males, grandes remedios. ¿Por qué no, en vez de andaros con tonterías indignas hasta de un niño de pecho, no cogéis el toro por los cuernos y hacéis desaparecer el problema de una vez por todas? -el tono siniestro con el que pronunció el verbo desaparecer dejaba bien a las claras a que tipo de desaparición se refería.

-¿Acaso crees que no lo hemos pensado? -intervino a su vez Melchor, profundamente molesto al no haber podido evitar que el Amigo Invisible le despojara asimismo de su corona, recibiendo a cambio la de su perplejo camarada- Pero ese maldito viejo es tremendamente desconfiado, y vive rodeado de unas medidas de seguridad tan desorbitadas que lo convierten en alguien poco menos que invulnerable. ¿Sabías que los elfos que tiene a su servicio son en realidad, bajo su inofensivo aspecto, unos despiadados matones de la peor calaña? ¿Y que hasta los renos de su trineo están entrenados para acabar, a testarazos, coces y mordiscos, con cualquiera que ose acercarse a su amo con aviesas intenciones? Eso sin contar con el arsenal de armas mortíferas, por supuesto convenientemente camufladas, del que según dicen está equipado el trineo, o con las que lleva ese tipo ocultas bajo su ridículo traje. No, amigo, te pongas como te pongas, no hay forma humana, o al menos nosotros no la conocemos, de quitar de en medio a ese odioso tipejo.

-Y por si fuera poco, -remachó Gaspar- tampoco serviría de nada contratar a unos sicarios ya que, tanto si tenían éxito como si fracasaban, pronto se sabría que éramos nosotros quienes estábamos tras el atentado, puesto que quienes otros, si no, iban a estar interesados en que Papá Noel desapareciera del mapa.

-Vuestros razonamientos son impecablemente correctos. -concedió el Amigo Invisible, que ahora se entretenía en sostener del rabo, cabeza abajo, al aterrorizado Ratoncito Pérez- Pero por suerte, no contempla un factor clave capaz de darle la vuelta a la tortilla conforme a vuestros intereses: Yo.

-¿Quéee? -el asombro de los tres Reyes Magos era auténtico.

-Elemental, querido Watson... -exclamó con engolamiento su invitado al tiempo que liberaba al desdichado roedor, al cual le faltó tiempo para huir despavorido refugiándose en una oportuna grieta que se abría en la pared- aunque bien pensado, no estoy nada seguro de que en las novelas originales de Sherlock Holmes llegara a aparecer una sola vez esta frase.

-¿Y qué más da eso ahora? -se impacientó Melchor al tiempo que rescataba su corona, que había ido a parar de forma misteriosa sobre el turbante de Baltasar- ¿Por qué no te dejas de misterios y nos dices lo que tramas?

-¿Acaso no os lo he estado indicando durante todo este tiempo? -preguntó a su vez el escurridizo bromista fingiendo inocencia- Por cierto, Pérez, puedes salir de tu escondite, te aseguro que no voy a hacerte ninguna otra gamberrada... ni a vosotros tampoco. Pero chicos, qué queréis que os diga, si no sois capaces de ver, nunca mejor dicho, más allá de vuestras narices, pues apaga y vámonos.

-¡Ah, condenado, creo que ya te he pillado! -exclamó Baltasar, presa de una repentina excitación, ante la mirada atónica de sus dos colegas- Así que era eso...

-Vaya, después de todo, resulta que al menos uno de vosotros sí tiene algo de olfato... -ronroneó complacido el Amigo Invisible- así pues, ¿por qué no eres tan amable de explicárselo a tus despistados compañeros, que según todos los indicios siguen estando en Babia?

-Es sencillo... tan sencillo como que nos has estado tocando las narices, y el rabo al pobre Pérez, de forma literal cuanto has querido y a tu antojo, sin que ninguno de nosotros pudiera hacer nada por evitarlo pese a nuestros evidentes deseos -rió- de partirte la cara. ¿Es así, o me equivoco?

-Es asó. -concedió su interlocutor, ahora en tono serio. Y si he podido hacer con vosotros literalmente lo que se me ha antojado, ¿por qué no podría hacerlo con ese rival vuestro al que tanto odiáis? A mí me resultaría extremadamente fácil acercarme a él, burlando todas su precauciones, sin que llegara siquiera a sospecharlo, y a ello he de añadir que sé como hacer que el... percance pudiera pasar por un accidente fortuito o bien por una muerte natural estilo ataque al corazón, según cuales fueran vuestras preferencias. Así de sencillo...

Y sonrió de oreja a oreja, aunque como cabe suponer el deseado efecto teatral de su gesto pasó desapercibido por completo.

-No cabe duda de que tu oferta resulta tentadora. -arguyó Melchor, en tono cauteloso, al cabo de unos segundos- y desde luego, nada vendría mejor a nuestros planes que tu providencial ayuda. Pero, o mucho me equivoco, o ésta tendría un precio...

-En efecto, lo tiene. -fue la respuesta del Amigo Invisible, que ahora se había vuelto a calzar las gafas tras sentarse en su asiento, en un claro intento de aparentar seriedad- Pero os aseguro que se trata de un precio razonable y completamente a vuestro alcance.

-¿Cuál es? -la impaciencia de Melchor, convertido en portavoz del grupo, era más que evidente.

-Algo tan sencillo como que me permitierais entrar en vuestra sociedad en igualdad de condiciones con vosotros. -fue la sorprendente respuesta- Vamos, que nada desearía más en el mundo que convertirme en el cuarto Rey Mago.

-¡Pero hombre, eso que nos pides es imposible! -objetó Baltasar, el primero de los tres en recobrarse de la sorpresa- Ten en cuenta que nosotros arrastramos una tradición secular de la que somos en realidad prisioneros; ¿cómo podríamos decirle al mundo, de repente, que contábamos con un nuevo socio al que además, y para más inri, nadie es capaz de ver? Es absurdo...

-No, no es absurdo en absoluto, puesto que yo no pretendo en modo alguno no ya que se me vea, sino ni tan siquiera que nadie llegue a saber de mi existencia... excepto, claro está, vosotros tres. Sería el Rey Invisible, mejor dicho, el Rey Inexistente. ¿Qué habría de malo en ello?

-Ahora sí que no te entiendo. -confesó cabizbajo Gaspar- Si lo que pretendes, según tú mismo has dicho, es pasar desapercibido por completo, ¿a qué viene entonces tu interés por formar parte de nuestro grupo?

-¡Ay amigos! -suspiró lastimero el postulante- Vosotros no podéis imaginaros la magnitud de mi tragedia, siempre condenado a regalar cosas absurdas y sin sentido a unas gentes que lo único que suelen hacer habitualmente es maldecirme por lo estúpido de mis iniciativas. Estoy harto, completamente harto, del miserable papel que me ha tocado desempeñar desde que guardo memoria, y lo peor de todo es que, cual si de una tortura infernal se tratara, no veía la manera de desembarazarme de semejante cruz... hasta que llegasteis vosotros con vuestra providencial proposición, gracias a la cual he visto el cielo abierto... si es que me aceptáis con vosotros, claro está.

-Bueno... -repuso Melchor, repentinamente reblandecido- creo hablar en nombre de mis compañeros si afirmo que por nuestra parte no habría el menor inconveniente en acceder a tus deseos bajo esas condiciones, pero en estas circunstancias ¿qué labor podrías desempeñar a nuestro lado? Porque confieso que eso sí que sigo sin verlo claro en absoluto.

-¡Oh, ya lo creo que podría aportaros mucho! -exclamó entusiasmado el Amigo Invisible- No interferiría en absoluto en vuestro trabajo, ya que me encargaría de entregar, a todos y cada uno de los niños que visitáramos, un regalo que no hubieran pedido; por supuesto, elegido al azar tal y como he venido haciendo hasta ahora, pero arropado por vuestro prestigio nunca más me vería denostado ni despreciado tal como me ocurre ahora. Nadie, salvo nosotros, sabría siquiera el origen de ese misterioso regalo extra que les llegaba sin haberlo pedido, y por supuesto, al estar acompañado por vuestros regalos, a vosotros no os achacarían jamás esas cosas tan horribles con las que a mí me cargan. Yo seguiría desempeñando el único trabajo que sé hacer, pero todos estaríamos contentos y satisfechos.

-En principio me parece bien, pero ¿qué hacemos con el amigo Pérez? Si te aceptamos a ti como socio, en justicia a él tendríamos que hacerle idéntico ofrecimiento...

-Por mí no tenéis que preocuparos en absoluto. -se apresuró a tranquilizarles el aludido, asomando con desconfianza el hocico de su improvisado refugio- Os aseguro que no tengo el menor interés en asociarme con vosotros, ya que siempre he preferido trabajar en solitario; supongo que será una cuestión de tamaños. Eso sí, entre colegas -añadió, guiñando su vivaz ojillo- os puedo asegurar que ese mamarracho siempre me ha caído gordo, así que si desapareciera del mapa no sería yo quien lo lamentara. Y por supuesto, os guardaría el secreto.

-¡Pues dicho y hecho! -exclamó exultante Baltasar- Bienvenido al club, querido amigo. Y ahora, si me dices donde tienes la mano, concédeme el honor de ser el primero en estrecharla. Ah, por cierto, -añadió al tiempo que alargaba el brazo al vacío- ¿tardarías mucho en quitar de en medio a ese fulano? Es que estamos a punto de iniciar la próxima campaña de navidad, y ya sabes que eso lleva bastante tiempo organizarlo, sobre todo si tuviéramos que encargarnos ya de la cartera de pedidos del finado. No es por meterte prisa, por supuesto, pero...

El resto, ya es historia.


Publicado el 2-2-2007 en NGC 3660