Donde las dan...
Hubo una Navidad, hace ya muchos años, que fue conocida por todos como la Navidad de la Confusión... Y no porque en ese preciso año ocurriera nada especialmente singular y único -de hecho, fue justo lo que ahora consideramos normal- sino porque fue el inicio de una tradición que entonces, y sólo entonces, supuso una revolución copernicana en los modos navideños.
Imagínese por un momento, amigo lector, una Navidad con un único Papá Noel... El de color rojo, concretamente. ¿Absurdo? Ahora sí, por supuesto, pero no antes, y basta con que pregunte a alguien de edad tan provecta como la mía; y es que, ahora que lo pienso, el tiempo pasa endemoniadamente rápido. Imagínese, insisto, y le aseguro que no me estoy inventando nada, un único y solitario Papá Noel al que un buen día le surgieron tres competidores vestidos exactamente igual que él con la única diferencia de los distintos colores con los que estaban confeccionados sus trajes: Verde esmeralda el primero, azul turquesa el segundo y un deslumbrante amarillo dorado el tercero, dándose además la circunstancia de que este último era de tez negra y lampiño al contrario de sus barbudos compañeros.
La confusión, huelga decirlo, fue realmente mayúscula: cuatro personajes idénticos salvo en el color, realizando todos ellos las mismas labores de repartir juguetes a los niños mientras uno de ellos -el rojo concretamente- protestaba desaforadamente ante lo que consideraba una violación de su exclusiva en el reparto de juguetes en Navidad... Sí, de hecho amenazó incluso con denunciar en el Sindicato a los intrusos. A todo esto sus tres competidores, que parecían actuar conjuntamente, respondieron acusándole de robarles la clientela gracias al poco ético sistema de comenzar su trabajo cuando a ellos todavía no les estaba permitido hacerlo, incurriendo por ello en el delito de la competencia desleal. Por tal motivo, añadían, se encontraban plenamente legitimados para actuar con sus mismas armas.
El caso es que ese año Papá Noel -alguno de los cuatro, se entiende- llegó a la totalidad de los hogares acabándose de esta manera tan simple todas las disputas entre los partidarios de la Navidad y los de Reyes a la hora de repartir los regalos; y por si fuera poco este café para todos, apenas quince días más tarde los tres Reyes Magos volvieron a desempeñar su labor secular al tiempo que un cuarto personaje vestido también de Rey -aunque eso sí, el traje le quedaba bastante grande debido probablemente a la premura de su confección- intentaba desesperadamente llegar antes que ellos a los hogares en un claro intento de devolverles la bofetada recibida.
Conforme cuentan las crónicas de la época hubo de todo en esa doble confrontación, desde discusiones y peleas en los umbrales de las casas a las que llegaron los cuatro al mismo tiempo -y más de un vecino tuvo que increparles airado porque no le dejaban dormir- hasta sabotajes de todo tipo tales como escaleras con los barrotes serrados o chimeneas tapiadas, sin que faltara tampoco algún que otro cepo de los de cazar lobos; aunque lo más grave de todo fue sin duda el envenenamiento de camellos y renos, víctimas inocentes de una disputa a la que eran ajenos.
Si hemos de ser sinceros, habremos de convenir que la pugna concluyó en un honroso empate ligeramente escorado -aunque no demasiado, eso sí- hacia la sociedad tripartita; pero fue tal el escándalo que se armó, y fueron tantas las protestas surgidas de multitud de colectivos diferentes, desde padres hasta ecologistas, que ambas partes se comprometieron formalmente a entablar negociaciones en busca de una solución pacífica para el problema.
Nunca se llegó a saber qué fue lo que ocurrió en los meses posteriores ya que el mutismo de las dos partes fue absoluto; pero lo cierto es que a la llegada de la siguiente Navidad volvieron a actuar de nuevo los cuatro Papás Noel secundados dos semanas más tarde por los cuatro Reyes Magos... Aunque en esta ocasión, como se cuidaron muy bien de resaltar los interesados, la anterior rivalidad había sido reemplazada por una activa colaboración entre las dos partes implicadas. A pesar del tiempo transcurrido desde entonces, y a pesar también de la insistencia de los periodistas que no ha cesado en ningún momento, los cuatro en bloque se siguen negando a revelar los detalles del histórico acuerdo limitándose a reseñar que los principales obstáculos surgieron a la hora de repartirse sus respectivas cuotas, ya que mientras Papá Noel reclamaba un cincuenta por ciento los Reyes sólo le ofrecieron en principio un veinticinco... Eso sí, la cuota final sigue siendo secreta -lo importante es que todos los niños tengan juguetes, dicen- a la par que aparentemente satisfactoria para todos ellos.
Y así han seguido las cosas hasta nuestros días, con los antiguos rivales convertidos en socios fraternales olvidadas ya definitivamente sus viejas querellas. Ahora los niños son más felices que nunca puesto que cuentan con ración doble de juguetes, y únicamente algunos pocos padres expresan su desagrado ante lo que consideran un injustificado derroche. Pero bien pensado, ¿a quién le importa realmente eso?
Publicado el 2-2-2007 en NGC 3660