Modernización (II)



-Señores, si me piden que resuma en una frase la solución al problema, se lo diré claramente: es de todo punto imprescindible modernizarse. Y a fondo, además.

Quien pronunciaba estas palabras era el atildado asesor de imagen contratado, no sin reticencias, por Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, el cual se había reunido con ellos en su palacio, situado en un remoto y oculto rincón de Asia central, para entregarles las conclusiones del estudio que había realizado por encargo suyo.

-¿Modernizarnos? -preguntó Melchor-. ¿En qué tenemos que modernizarnos? Llevamos dos mil años así y siempre nos había ido bien.

-Usted lo ha dicho -respondió el experto en su mejor tono profesional-. Siempre les había ido bien... pero las circunstancias han cambiado y ahora ya no les va tan bien, como ustedes sabían cuando me llamaron.

-Sí, eso es cierto -concedió Gaspar-, pero nosotros pensábamos que bastaría con una buena campaña de imagen para...

-Lamento mucho tener que decirle que no. La sociedad actual es muy diferente a la de hace tan sólo unos años, y ustedes, con toda la respetabilidad que les da una tradición dos veces milenaria, no han sabido, o no han podido adaptarse a estos cambios. Ésta es la raíz del problema, y mientras no lo asuman no podremos seguir adelante para intentar solucionarlo.

-Entonces, ¿no hay nada que hacer? -intervino dubitativo Baltasar.

-¡Oh, por supuesto que sí! -el tipo aquel era un vendedor de raza-. Pero como ya les he indicado, será necesario cambiar bastantes cosas. En el mundo actual lo que importa fundamentalmente es la imagen, y es ahí donde tendremos que incidir para mejorar la suya hasta hacerla atractiva para las nuevas generaciones de chavales.

-Pues usted dirá... -invitó Melchor, no convencido del todo.

-Aquí está reflejado todo -galleó el asesor alzando triunfalmente en su mano derecha un grueso informe encuadernado en canutillo-. Les dejaré unos ejemplares para que los estudien con detenimiento, por supuesto, pero voy a anticiparles los principales detalles. En primer lugar, es de todo punto fundamental tener una presencia visible en las redes sociales, algo que ustedes han desatendido por completo.

-¿Se refiere a esas páginas de internet donde cualquiera puede escribir la primera estupidez que se le ocurra? -le interrumpió un escéptico Baltasar-. Por supuesto que las conocemos, pero nunca nos pareció digno rebajarnos a ese nivel, nuestro trabajo es algo mucho más serio.

-Pues permítame que le diga que se equivocaron. Ciertamente allí abunda la paja, por no decir cosas peores; pero también es una herramienta publicitaria de primer orden si se sabe gestionar bien las cuentas, ya que permiten llegar a muchísima más gente, y de forma más directa, que mediante los cauces tradicionales. Y no, no tienen por qué preocuparse -les tranquilizó al ver como fruncían los ceños-, ustedes no necesitarán hacer nada, ya que será el personal especializado de mi compañía quien se encargará de todo. Aunque se pueden llevar personalmente son muy pocas las celebridades que lo hacen, ya que existen profesionales capacitados para hacerlo en su lugar. Y, no es por presumir, mi compañía cuenta con los mejores.

“Esperemos que sea así -pensaron por separado los tres reyes-, a jugar por lo que nos va a costar la broma”.

-Entonces -aventuró Gaspar-, ¿bastará con que alguien se encargue de gestionar nuestras redes sociales?

-¡Oh, no! -le aguó la esperanza-. Eso es necesario, o mejor dicho imprescindible, pero en modo alguno suficiente. Mucho me temo que ustedes también tendrán que poner algo de su parte.

-¿El qué? -preguntaron a trío.

-Bien... -el asesor hizo una pausa que tenía bastante de teatral antes de responder-. Lo de las redes sociales es algo que se puede hacer sin su concurso, pero no ocurre lo mismo con su imagen pública, me temo.

-¿Qué ocurre con nuestra imagen pública? -le interrumpió Melchor con tono avinagrado-. ¿Acaso también ha quedado anticuada?

-Bueno, pues en cierto modo... sí -contemporizó el asesor-. Pero esto no es culpa suya -puntualizó diplomático-, sino de la inusitada evolución social de los últimos años.

-Explíquese, por favor -le requirió Baltasar.

-Es fácil de entender -su interlocutor era consciente de que ahora venía la parte más delicada-. Supongo que sabrán que últimamente han surgido multitud de movimientos en defensa de los colectivos tradicionalmente marginados por la sociedad, como las mujeres, los inmigrantes, las minorías raciales, las personas con discapacidad, las sexualidades no convencionales...

-¿Y...? -se adelantó Gaspar a sus dos colegas.

-Bien, para empezar ustedes son tres. Por fortuna uno es negro -explicó innecesariamente dirigiendo la mirada a Baltasar-, pero los otros dos son blancos, por lo cual la cuota de...

-¡Un momento! -le interrumpió Gaspar-. Si nos ponemos así yo represento a los semitas asiáticos, al igual que Melchor a los europeos y Baltasar a los africanos; las tres razas conocidas en la Antigüedad y la Edad Media. No veo donde pueda estar esa presunta discriminación que insinúa usted.

-Su Majestad tiene toda la razón -condescendió con tacto el profesional-, pero como ya he comentado las cosas han cambiado mucho últimamente y es preciso adaptarse a ellas.

-Entonces, ¿qué propone? -intervino Melchor.

-Ampliar la representación al resto de las razas que hoy no se sienten identificadas con ustedes: los asiáticos orientales, los indígenas americanos, las tribus de Oceanía... con esto bastaría por el momento, contando con que otras etnias minoritarias no reclamaran también idéntico derecho.

-¿Insinúa usted que deberíamos incorporar a tres reyes magos nuevos procedentes de América, China y Nueva Zelanda, o sus equivalentes? -preguntó un pasmado Gaspar-. Y eso si no empiezan a pedirlo también los esquimales, los bantúes, los tamiles, los gitanos, los aínos, los uigures o los papúes... sinceramente, me parece absurdo.

-Será todo lo absurdo que usted quiera -respondió impertérrito el asesor-, pero es lo que hay. De todos modos, y dado que en muchos lugares ustedes no cuentan con demasiado arraigo, yo creo que por el momento bastaría con un indígena de la América hispana, preferiblemente descendiente de aztecas, mayas o incas por eso de la estirpe real, otro filipino dado que la mayor parte de la población de este país es católica, y otro de la isla de Pascua o de las posesiones francesas de Nueva Caledonia o Tahití, preferiblemente la primera puesto que en Francia ustedes no gozan de mucho predicamento... pero con cualquiera procedente de la Polinesia nos podríamos apañar.

-¿Pretende decirnos que tendríamos que pasar de ser tres Reyes Magos a seis? -intervino, incrédulo, Baltasar-. Y ante el mudo asentimiento de su interlocutor, agregó-: ¿Está usted loco?

-Señores -respondió éste-, les aseguro que nada tienen que ver aquí mis posibles opiniones personales, me guío únicamente por lo que estimo más conveniente para sacar a flote su negocio. Sí, pienso que resultaría positivo incorporar a tres nuevos Reyes Magos a su grupo, de forma que entre los seis cubrieran el espectro de las principales etnias del planeta.

-Pero... ¿y la tradición? -objeto Melchor-. ¿Y los Evangelios?

-Los Evangelios canónicos no citan ni sus nombres ni su número -respondió impertérrito-. Fueron algunos evangelios apócrifos poco fiables, así como especulaciones tardías, las que los fijaron ya bien avanzada la Edad Media. En cuanto a la tradición... ¿a qué tradición se refiere? Los armenios creen que fueron doce, así que todavía nos faltarían otros seis.

-Pues si esto nos pasa a nosotros, no quiero decir nada de nuestro rival, ese viejo ridículo disfrazado de rojo... -se chanceó Baltasar.

-Ese tema no me preocupa, puesto que no me ha contratado, pero tiene usted razón, sé por mis colegas que también está pasando por una preocupante crisis de ventas.

-Resumiendo -zanjó Gaspar-. Si aceptáramos su sugerencia y ficháramos a tres nuevos reyes de las características indicadas, ¿tendríamos resuelto el problema?

-En parte, porque ahora pasamos a la segunda cuestión: haría falta también una representación femenina, preferiblemente paritaria.

-O sea, que no seríamos seis Reyes Magos sino tres Reyes Magos y tres Reinas Magas... -intervino Melchor, que tradicionalmente había ejercido como portavoz del grupo-. Bien, ya puestos...

-Correcto, con la salvedad de que sería preferible invertir el orden del género gramatical hablando de las Reinas Magas. Ya sé que en español existe el género común y que éste suele expresarse habitualmente en masculino, pero no ocurre así en otros idiomas y, si ustedes siguen teniendo interés en que su ámbito abarque la totalidad del planeta, bastaría con esta pequeña concesión para ganarse la simpatía de los colectivos feministas y progresistas en general.

-De perdidos al río... -rezongó Baltasar en tono mordaz-. Por lo menos no tendremos que ampliar nuestro número a doce, algo es algo.

-Tampoco estaría mal para contentar a los armenios, pero podremos apañarnos sin los seis restantes. Al fin y al cabo, ustedes no cuentan con muchos clientes de esta nacionalidad.

-¿Y eso es todo? -preguntó cauteloso Gaspar.

-En lo fundamental sí, pero todavía se podría mejorar -vaciló levemente el asesor antes de continuar-. Hay otros colectivos que también denuncian su falta de representación, como los discapacitados...

-¡Un momento! -le interrumpió, escandalizado, Melchor-. ¿No basta con la historia de las razas, etnias o como quiera llamarlas, ni con el sexo, sino que también tendríamos que incorporar a algún... -dudó con la palabra recurriendo finalmente al eufemismo utilizado por éste- discapacitado de marras?

-Hombre, no estaría mal que alguno de ustedes, o de los nuevos, se presentara en una silla de ruedas, usara un bastón blanco o padeciera una trisomía del cromosoma 21 o cualquier otro síndrome incapacitante... Sin duda esto incrementaría notablemente su valor añadido, y todavía más si decidieran ampliar su número a nueve, pongo por caso, para no acumular todo en unos pocos; por supuesto, respetando todo lo posible las respectivas cuotas.

-Ya sólo falta que nos proponga incorporar también a algún homosexual, transexual o cualquiera de los otros colectivos LGBTIQ+ o como quiera que se llamen que han surgido últimamente... -se mofó Baltasar.

-Tampoco estaría de más en otras circunstancias -respondió impertérrito el técnico-, pero teniendo en cuenta que su público es en su totalidad infantil, que ustedes jamás han hecho la menor ostentación pública de sus hábitos sexuales y, sobre todo, que en estas circunstancias no convendría crear malentendidos sobre posibles conductas impropias con menores de edad por medio, pienso que esto último sería mejor soslayarlo al menos por el momento, aunque vuelvo a insistir en que los tiempos cambian muy deprisa y hay que evolucionar con ellos. Pero contando con representantes de las principales etnias, una cuota femenina próxima a la paridad y no olvidando a los principales colectivos de discapacitados, ya mejoraríamos mucho y su imagen podría recobrar el prestigio perdido.

Hizo una pausa y continuó:

-Eso es todo por ahora, señores. Les ruego que lean con detalle el informe -entregó una copia a cada uno de ellos- y me comuniquen todas sus dudas u objeciones, con objeto de poder irlo perfilando lo mejor posible. Les aseguro que si adoptan este plan dentro de poco serán un trend topic continuo y su facturación, que en el fondo es lo que importa, se incrementará espectacularmente. Vamos -concluyó jocoso-, estoy convencido de que les vendrá muy bien la ayuda de sus nuevos colegas, dudo que ustedes solos, por muy magos que sean, pudieran asumir la totalidad del trabajo que les vendrá encima.

Ninguno de sus tres anfitriones le rió la gracia, por lo que algo corrido recogió su carpeta, saludó y abandonó la sala camino al helicóptero que le aguardaba en el helipuerto del palacio.

-¿Qué pensáis vosotros? -preguntó Melchor a sus compañeros una vez que se quedaron solos.

-¿Qué quieres que te diga? -le respondió Gaspar haciéndose portavoz del silencioso rey negro-. Como comprenderás no me hace ni pizca de gracia tener que admitir nuevos socios en el negocio... pero mucho me temo que no le falta razón, renovarse o morir.

-¿No habría alguna otra alternativa -intervino al fin Baltasar- digamos que menos drástica?

-Podríamos consultar a otro asesor, pero mucho me temo que nos va a decir algo parecido. Y no mentía respecto al fulano lapón, sé por mis espías que las está pasando canutas y que le han hecho propuestas parecidas a la nuestra.

-No, si acabaremos teniendo que repartir los regalos vía internet... -refunfuñó Gaspar.

-No lo pongas en duda, mi querido amigo, pero al menos llevaríamos una vida más descansada... porque después de dos mil años de trajín, la verdad es que me gustaría tomarme un descanso.

Gaspar y Baltasar asintieron en silencio mientras recogían sus respectivas copias del informe. Iban ya camino de sus respectivos aposentos cuando Baltasar, que iba ojeándolo por el camino, se detuvo repentinamente.

-Oíd, aquí dice que sería conveniente cambiar los camellos por camiones o cualquier otro vehículo de carga para no suscitar las quejas de los animalistas...

-Sigue adelante y no te entretengas -le instó Gaspar, que caminaba tras él, empujándole suavemente en el hombro-. Ya hemos tenido bastante por hoy, deja el resto de las malas noticias para cuando hayamos podido digerir esto.


Publicado el 9-11-2020