Relevo (I)
En algún lugar secreto de Oriente Sus Majestades Melchor y Gaspar no podían disimular su impaciencia. Se encontraban en la base logística en la que se reunían todos los años para organizar su campaña anual, cuyos almacenes estaban repletos con los juguetes destinados a ser repartidos por los hogares de todo el mundo.
Pero faltaba Baltasar, y el tiempo comenzaba a apremiar.
-¿Le habrá pasado algo? -preguntaba preocupado Gaspar.
-No creo -le respondió Melchor, con menor seguridad de la deseada-; nos hubiéramos enterado. Hablé con él hará apenas un mes, y según me dijo todo estaba normal.
Iba a responder Gaspar cuando el sordo ruido de un helicóptero se hizo sentir procedente del exterior.
-Ahí está -suspiró con alivio.
Es necesario advertir que los Reyes Magos habían modernizado su metodología adaptándola a los nuevos tiempos, habiendo reservado los camellos únicamente para las cabalgatas ya que, pese a su vistosidad, resultaban poco útiles para tan maratoniano reparto.
Melchor asintió con la cabeza y ordenó a uno de sus pajes:
-Hiram, sal a recibirlo.
Así lo hizo el aludido, pero su diligencia en partir no se correspondió con una análoga para la vuelta, ya que pasaron varios minutos sin que ni éste ni el visitante franquearan la puerta.
Comenzaban a inquietarse los dos monarcas cuando ésta se abrió con estrépito dando paso a un personaje de raza negra ataviado con ricas vestiduras, tal como correspondía a Baltasar... pero no era Baltasar.
-¿Quién eres tú? -exclamó Melchor sorprendido-. ¿Dónde está Baltasar?
Pero quien respondió fue Baruk, paje de Gaspar:
-Es Ibrahim, mi señor, el palafrenero de Su Majestad.
El aludido le fulminó con la mirada.
-Soy Ibrahim, en efecto. Pero no soy palafrenero ni servidor de nadie, sino rey. El rey Ibrahim -enfatizó.
-Nosotros no te esperábamos a ti -le respondió Melchor con dureza-, sino a Baltasar. Y queremos saber por qué razón le estás suplantando.
-¡Oh! -sonrió el inesperado sustituto-. El viejo Balti está bien y tranquilo, no os preocupéis por él, sólo que fue relevado de los asuntos de gobierno. Yo soy su sucesor. Por cierto -añadió-, deberías enseñar buenos modales a tus pajes, el que salió a recibirme me faltó gravemente al respeto
-¿Deliras? -el apacible Gaspar terció profundamente irritado-. No tenemos constancia de que tú fueras su heredero legal, ni mucho menos de que hubiera abdicado.
-Es que no abdicó -el visitante exhibió una sonrisa lobuna-; no, al menos, de forma razonablemente voluntaria. La verdad es que hubo que ayudarle un poco.
-¿Insinúas acaso que lo destronaste? -tronó Melchor-. ¿Y te atreves a venir aquí con total desfachatez pretendiendo arrogarte su papel? Estás loco si piensas que vayamos a aceptarte.
-Como podéis imaginar -continuó impertérrito-, si quien está aquí soy yo y no él, es porque tengo la sartén por el mango. Sí, lo derroqué, y podéis creer que no me costó demasiado esfuerzo ya que contaba, y sigo contando, con el apoyo de gran parte de mis súbditos... o al menos, de quienes tienen suficiente peso en el reino.
-Pero... -interrumpió Gaspar.
-No hay peros que valgan. El amo del reino soy yo, y todos allí me obedecen. No os preocupéis por vuestro compadre, ya os he dicho que vive; desposeído de su autoridad, por supuesto, y sometido a arresto domiciliario, pero recibiendo un trato acorde a su antiguo rango. No soy tan cruel -concluyó con una carcajada.
-¿Qué pretendes de nosotros? -preguntó Gaspar.
-¿Qué voy a pretender? Formar parte de vuestra cuadrilla. Todo puede seguir igual que antes, pero a partir de ahora los tres Reyes Magos serán Melchor, Gaspar e Ibrahim. Como veréis ni siquiera tengo afán de protagonismo, me conformo con ese tercer puesto en el que siempre tuvisteis relegado al pobre Balti.
-¡Imposible! -rugió Melchor-. ¿Quién te has creído que eres, miserable gusano, y qué te ha movido a pensar que aceptaríamos tus absurdas reclamaciones? Considérate prisionero, y ya estás dando órdenes a tus secuaces para que liberen inmediatamente a Baltasar y le repongan en el trono del que es legítimo propietario.
-Ta, ta, más despacio, vejestorio. Os he dicho, y es cierto, que Baltasar está bien, aquí traigo una carta autógrafa suya para demostrarlo -dijo al tiempo que sacaba un sobre de un bolsillo interior y se la ofrecía a su rival-. Pero -enfatizó- podría dejar de estarlo si no accedéis a mis peticiones. ¡Pero leedla, demontre, no vamos a estar así todo el día!
Obedecieron los monarcas, comprobando que el usurpador no mentía. El destronado Baltasar, en esencia, les pedía que para evitar males mayores accedieran a las pretensiones de su antiguo criado a la espera de tiempos mejores; pero sobre todo, añadía, había que evitar traumatizar a los niños con su repentina desaparición, por lo que sugería que presentaran al intruso como un sustituto que ejercería su papel de forma transitoria hasta que él pudiera retomarlo.
-Como podéis comprobar, es un buen trato. Balti podrá descansar una temporada, que bien merecido se lo tiene -afirmó con cinismo-, y mientras tanto yo tendré el gran honor de sustituirlo; al fin y al cabo no soy un novato, llevo dos mil años formando parte de su séquito, por lo que conozco a la perfección el que será mi trabajo.
-La carta dice temporalmente -apuntó Gaspar.
-Sí, por supuesto, pero no vamos a enredarnos ahora con ese pequeño detalle; máxime cuando, como inmortales que somos, resulta irrelevante hablar de plazos.
-En resumen -intervino Melchor-, te tendremos que aguantar hasta que te canses.
-¡Así se habla, colega! -exclamó el usurpador al tiempo que intentaba abrazarlo, algo que éste evitó-. ¡Pero no pongáis esa cara, que a partir de ahora vamos a trabajar codo a codo! ¡Ya veréis cómo acabamos entendiéndonos!
De esta manera fue como los Reyes Magos de Oriente pasaron a ser Melchor, Gaspar e Ibrahim, por indisposición temporal de Baltasar. Y la verdad es que el nuevo Rey, por muy condenable que pudiera haber sido su acceso al trono, no lo hizo nada mal, e incluso hubo muchos los que consideraron positivo el relevo.
Claro está que Melchor y Gaspar no aceptaron de buen grado la imposición, por lo que a espaldas de su nuevo compañero comenzaron a mover los hilos para conseguir que los súbditos de Baltasar expulsaran al usurpador reponiéndole en el trono, siempre con cuidado para evitar que éste pudiera descubrirlo y tomara represalias contra él. Pero como dice el refrán las cosas de palacio van despacio, y todavía más cuando en ellas median inmortales.
Publicado el 15-12-2019