Relevo (II)



En algún lugar secreto de Oriente Sus Majestades Melchor y Gaspar no podían disimular su impaciencia. Se encontraban en la base logística en la que se reunían todos los años para organizar su campaña anual, cuyos almacenes estaban repletos con los juguetes destinados a ser repartidos por los hogares de todo el mundo.

Pero faltaba Baltasar, y el tiempo comenzaba a apremiar.

-¿Le habrá pasado algo? -preguntaba preocupado Gaspar.

-No creo -le respondió Melchor, con menor seguridad de la deseada-; nos hubiéramos enterado. Hablé con él hará apenas un mes, y según me dijo todo estaba normal.

Iba a responder Gaspar cuando el sordo ruido de un helicóptero se hizo sentir procedente del exterior.

-Ahí está -suspiró con alivio.

Es necesario advertir que los Reyes Magos habían modernizado su metodología adaptándola a los nuevos tiempos, habiendo reservado los camellos únicamente para las cabalgatas ya que, pese a su vistosidad, resultaban poco útiles para tan maratoniano reparto.

Melchor asintió con la cabeza y ordenó a uno de sus pajes:

-Hiram, sal a recibirlo.

Así lo hizo el aludido, pero su diligencia en partir no se correspondió con una análoga para la vuelta, ya que pasaron varios minutos sin que ni éste ni el visitante franquearan la puerta.

Comenzaban a inquietarse los dos monarcas cuando ésta se abrió con estrépito dando paso a un personaje de raza negra ataviado con ricas vestiduras, tal como correspondía a Baltasar... pero no era Baltasar.

-¿Quién eres tú? -exclamó Melchor sorprendido-. ¿Dónde está Baltasar?

Pero quien respondió fue Baruk, paje de Gaspar:

-Es Ibrahim, mi señor, el palafrenero de Su Majestad.

El aludido le fulminó con la mirada.

-Soy Ibrahim, en efecto. Pero no soy palafrenero ni servidor de nadie, sino rey. El rey Ibrahim -enfatizó.

-Nosotros no te esperábamos a ti -le respondió Melchor con dureza-, sino a Baltasar. Y queremos saber por qué razón le estás suplantando.

-¡Oh! -el inesperado sustituto esbozó un hipócrita gesto de pesar-. Me veo en el penoso deber de comunicaros que el pobre Baltasar sufrió un percance de consecuencias fatales. Le rendimos, eso sí, un fastuoso funeral de estado.

-¡Qué dices! -exclamaron sus dos interlocutores a dúo-. Baltasar... ¡no puede ser, era inmortal! -concluyó Melchor, haciéndose eco de su compañero.

-Por desgracia, ni un inmortal puede sobrevivir mucho tiempo con la cabeza separada del cuerpo -respondió el intruso-. Realmente nadie pretendía llegar a esos extremos, pero pese a todos nuestros esfuerzos se negó en redondo a abdicar e incluso llegó a atacarme con una espada. Fue, y así lo sentenciaron los jueces, un acto de legítima defensa.

-¡Le has asesinado! -exclamó aterrorizado el habitualmente tranquilo Gaspar-. ¡Y no contento con eso, has osado usurpar su trono!

-¡Más despacio, colegas! -fingió indignarse el aludido-. Vuestro querido Baltasar, lo creáis o no, fue legítimamente depuesto conforme a las leyes del reino. Si estáis interesados puedo proporcionaros una copia del expediente que he traído en el equipaje, pero os advierto que ocupa veinte tomos.

-Y, claro está, te ofreciste tú para reemplazarlo... -ironizó Melchor-. ¡Un simple palafrenero!

Pese a su color oscuro, la tez de Ibrahim se encendió con un vívido color escarlata.

-Cierto, yo tan sólo era un humilde servidor suyo -respondió controlando a duras penas su indignación-. Pero fui el elegido para cargar con las duras tareas de gobierno por quienes sabiamente decidieron lo mejor para nuestra patria, carga que asumí como un sacrificio.

Era evidente que Melchor y Gaspar no creían ni una sola palabra de tan inverosímil historia, estando convencidos de que el usurpador había obrado movido por su propia ambición sin dejarse frenar siquiera por un crimen tan aborrecible como era el asesinato de su rey y señor. Pero por mucho que les repeliera, no sería posible devolver a la vida al desdichado Baltasar.

-En cualquier caso -atajó adustamente Melchor-, no tenemos la menor obligación de aceptarte como sustituto de Baltasar. Te habrás hecho con el poder de tu país, vete a saber por qué medios, y nada podemos hacer por impedirlo, pero ésta es una sociedad libre y no admitimos la imposición de sustitutos de una más que dudosa catadura moral.

-Está bien -suspiró el aludido fingiendo una calma que estaba muy lejos de sentir-. Se acabaron los fingimientos. Vayamos al grano.

-Celebro que por fin te hayas arrancado la careta -terció Gaspar-. Así pues, seremos claros. Para mí, y también para mi compañero -afirmó tras el consentimiento tácito de Melchor-, tú eres el usurpador y el asesino del pobre Baltasar. Si por nosotros fuera no saldrías vivo de aquí, pero por a diferencia tuya no somos unos criminales. Así pues, tu destino no será otro que un calabozo donde permanecerás encerrado perpetuamente en justo castigo por tu execrable crimen.

La respuesta del intruso fue una estentórea carcajada.

-¿Por quién me tomáis? Muy estúpido tendría que ser para ponerme en vuestras manos como un cordero condenado a ser degollado. No vine aquí solo ni con un séquito de pajes inútiles, sino acompañado por una unidad de mi ejército de comandos de élite que a estas alturas se habrán hecho ya con el control de la totalidad de la base. Todos vuestros servidores, a excepción de estos dos idiotas -y señaló a los atónitos Hiram y Baruk-, han sido hechos prisioneros, y bastará con que yo dé una orden para que esa puerta se abra y los cuatro paséis a hacerles compañía convenientemente maniatados... aunque me bastaría yo solo, dada vuestra blandenguería. Así pues, jugad por vosotros mismos quien puede apresar a quién -concluyó desdeñoso.

-¿Qué pretendes de nosotros? -preguntó Gaspar, convencido de la certeza de la bravata.

-¿Qué voy a pretender? Es fácil de adivinar, formar parte de vuestra cuadrilla. ¿Para qué, si no, habría venido hasta aquí? Soy monarca absoluto de un soberbio reino, y todos allí acatan mi autoridad. Podría haberme quedado en él limitándome a disfrutar de mi poder, pero esto me sabe a poco. Si bien envidié al difunto Baltasar por su corona, todavía le envidiaba más por la labor que realizaba todos los años en compañía vuestra.

-¡Imposible! -protestó Melchor horrorizado-. Aun asumiendo que olvidáramos tu crimen, aun asumiendo -su ceño se crispó todavía más- que te aceptáramos como su sustituto, ¿cómo podríamos explicar a tantos millones de personas y, sobre todo, de niños, que uno de los tres Reyes Magos había sido relevado por un advenedizo?

-¿Acaso no se producen relevos, por las circunstancias que sean, en grupos famosos de todos tipo? -insistió el postulante, haciendo caso omiso del despectivo término con el que había sido descalificado-. Si ellos pudieron hacerlo, ¿por qué no nosotros? Todo puede seguir igual que antes, pero a partir de ahora los tres Reyes Magos serían Melchor, Gaspar e Ibrahim. Como veréis ni siquiera tengo afán de protagonismo, me conformo con ese tercer puesto en el que siempre tuvisteis relegado al pobre Baltasar.

Y como viera que sus dos rivales permanecían reticentes, añadió:

-Yo siempre tengo la opción de volverme a mi reino con mis muchachos y dejaron en la estacada, y estoy dispuesto a hacerlo si seguís empeñados en rechazarme y en insultarme. No os haré ningún daño, podéis estar tranquilos, pero tendréis que ser vosotros solitos los que busquéis la manera de cubrir la ausencia de vuestro antiguo compañero.

-Eso no sería ningún problema -presumió Gaspar.

-¿Sí? Permíteme que me ría. ¿A quién elegiríais? ¿Al viejo idiota de Papá Noel? ¿Al rey Herodes? -soltó una carcajada-. Bien pensado, sería el candidato perfecto para acercarse a los niños. ¿A algún desconocido con la piel de la cara más o menos negra?

-No sería menos desconocido que tú -le espetó Melchor.

-Con la diferencia de que yo cuento con una experiencia milenaria en la tarea de repartir juguetes, aunque fuera como un simple ayudante. Sí, claro, también podría hacerlo alguno de estos dos -volvió a señalar a los cohibidos pajes, que permanecían silenciosos en un rincón de la habitación-, pero se da la circunstancia de que no son negros y, todavía peor, de que son completamente imbéciles. Así pues, desde mi punto de vista no tenéis muchas alternativas...

-Asumiendo como hipótesis que llegáramos a aceptar tu propuesta -intervino de nuevo Gaspar en tono más conciliatorio-, ¿cómo crees que se lo tomarían los niños? Baltasar siempre fue su favorito, y verlo sustituido de repente por un desconocido podría traumatizarlos.

-Asumiendo -Ibrahim imitó burlonamente el tono de su interlocutor- no como hipótesis, sino como certeza, que Baltasar está difunto y por lo tanto difícilmente podría volver a ejercer su trabajo, tan sólo son dos las posibles alternativas: buscarle un sustituto o convertir el trío en pareja. Y creo, sinceramente, que la mía es la opción menos mala, ya que podríais presentarme como un antiguo paje suyo que ha sido promovido al cargo tras el desgraciado accidente sufrido por Su Majestad bla, bla, bla...

-No creo que funcionara -gruñó Melchor.

-Pues yo pienso que sí. A los niños lo único que les importa en el fondo son los regalos, y les trae al fresco quién se los proporcione. Estos enanos son unos redomados egoístas, van a lo que van y todo lo demás les importa un pimiento. Y no pongáis esa cara; ya veréis cómo podemos llegar a entendernos. No soy tan malo.

Tras una larga y compleja negociación, cuya narración completa evito a los lectores en aras de una mayor concisión, fue de esta manera como los Reyes Magos de Oriente pasaron a ser Melchor, Gaspar e Ibrahim. Y la verdad es que el nuevo Rey, por muy condenable que pudiera haber sido su acceso al trono, no lo hizo nada mal e incluso hubo muchos que consideraron positivo el relevo.


Publicado el 21-12-2019