Una sustitución difícil (III)



-Está bien, eso es todo por ahora. Le agradecemos su interés y ya le comunicaremos nuestra decisión una vez que la hayamos tomado.

El candidato mostró su asentimiento con un gesto educado y, tras despedirse de sus interlocutores, abandonó la habitación cerrando tras de sí la puerta.

-Bueno, pues éste era el último; ¿qué te parece? -preguntó uno de ellos a su compañero, un fornido individuo de raza negra.

-No sé -dudó el interpelado-; la verdad es que no le encuentro demasiado diferente a sus compañeros; al fin y al cabo siempre han trabajado en equipo, como nosotros.

-Ya lo sé, pero nosotros necesitamos sólo a uno, no a los cuatro...

-Lo que sí está claro, es que debería ser uno de estos cuatro últimos, y no de los cuatro anteriores que entrevistamos ayer; es evidente que están mucho más cercanos a nuestra idiosincrasia, y esto es algo importante.

-Por supuesto, por supuesto -respondió el primero mesándose la luenga y blanca barba-; aunque los niños de ahora, mucho me temo, quizá estén más familiarizados con el póker que con el mus o el tute... pero las tradiciones son las tradiciones, y donde esté la baraja española, que se quiten las otras.

-Pues entonces está claro... hasta este punto. ¿A cuál de los cuatro elegimos?

-Hombre, por supuesto al más parecido al pobre Gaspar... aunque la verdad es que, salvo por los atributos de sus respectivos palos, por lo demás los cuatro se parecen bastante entre sí...

-Yo descartaría a los Reyes de Bastos y de Espadas -propuso el subsahariano- ya que su apariencia podría resultar agresiva, sobre todo para los más pequeños. Ese enorme garrote, o ese espadón...

-Entonces, ya sólo nos queda decidir entre los dos restantes. ¿Oros, o copas?

-Ya puestos, el caso es que las copas podrían ser interpretadas como una incitación al alcoholismo...

-¡Ya estamos con las estupideces de la corrección política! -explotó el otro dando una palmada sobre la mesa- Una copa es una copa lo mires como lo mires, y no creo que tenga nada que ver con el botellón. De ser así, tampoco se podría entregar casi ningún trofeo...

-Míralo por este otro lado -contemporizó el autor de la propuesta-. Uno de nuestros presentes fue precisamente oro... que encajaría mejor que las copas o cualquier otra cosa.

-Concretamente fue mi presente -gruñó el de la barba blanca-; y si nos ponemos puntillosos, tendríamos que haber buscado al Rey de Inciensos para sustituir a Gaspar... pero da la casualidad de que no lo hay.

-No digas tonterías -zanjó el negro-. ¿Qué más da a quién de los tres le pueda corresponder cada regalo? Vayamos al grano. ¿Oros, o copas? Yo voto por los oros.

-Y yo también -condescendió el otro.

Y así fue como, tras el desgraciado accidente que le costara la vida a uno de los tres Reyes Magos, éstos pasaron a ser Melchor, Baltasar y el de Oros. Los niños, tras el desconcierto inicial, pronto acabaron acostumbrándose al forzado cambio. Bastante peor lo tuvieron los jugadores de cartas ya que, al quedarse incompleta la baraja, los treinta y nueve naipes restantes hubieron de buscar con urgencia un sustituto para el desaparecido Rey de Oros; pero ésta es ya otra historia.


Publicado el 18-1-2013