La unión hace la fuerza



Papá Noel estaba cansado. Extremadamente cansado tras siglos repartiendo juguetes por todo el mundo en una agotadora noche de navidad. Y se encontraba solo, a diferencia de sus eternos rivales que, al ser tres, se apoyaban mutuamente haciéndose más llevadero el trabajo.

Por este motivo, llegó el momento en el que se planteó ampliar la empresa admitiendo dos nuevos socios que le permitieran competir en condiciones de igualdad con los odiados monarcas. La decisión era lógica, pero ¿a quién elegir?

Lo primero que se le ocurrió fue ascender a dos de sus elfos favoritos, pero lo rechazó de inmediato temiendo que esa elección provocara envidias entre los no elegidos, amén de que, tal como dice el refrán, ni mandes a quien mandó, ni sirvas a quien sirvió, pudiendo resultar problemático convertir en colegas a sus antiguos subordinados.

Así pues, optó por buscarlos fuera. Movido por un prurito de imitación intentó que, al igual que sus competidores, éstos también fueran monarcas, pero no tardó en descubrir que las alternativas eran limitadas y poco interesantes. Herodes, por razones obvias, quedaba descartado de antemano. Salomón, que hubiera sino un buen fichaje, alegó que bastantes niños había tenido ya con el famoso juicio, y que no quería verlos ni en pintura. El otro Baltasar, el babilonio, estaba siguiendo tratamiento psiquiátrico desde que apareciera la misteriosa inscripción durante su banquete, por lo que tampoco andaba para muchos trotes. Y en cuanto al faraón que persiguió a los judíos tras su huida de Egipto acaudillados por Moisés, ni siquiera pudo averiguar de cual monarca se trataba, puesto que la Biblia no sólo no mencionaba su nombre, sino que incurría además en contradicciones históricas que hacían poco menos que imposible su identificación.

Tras quedar descartada la opción monárquica, sondeó una alianza con otros colegas menores que, pese a estar eclipsados por los Reyes Magos y por él mismo, también desempeñaban una labor análoga. Descartados el Viejo Pascuero, San Nicolás, el ruso Ded Moroz o el chino Dun Che Lao Ren por tratarse de franquicias suyas, tan sólo quedaban como posibles candidatos, amén de otros demasiado exóticos para poder ser considerados siquiera, la italiana Befana, el austríaco Krampus o, ya dentro de España, el vasco Olentzero y el catalán Tió. Pero la primera era una bruja, el segundo un demonio y los dos últimos demasiado locales, amén de que el Tió, por tratarse de un simple tronco de árbol, difícilmente podría encajar en su proyecto.

Después de mucho pensarlo, el atribulado Papá Noel acabó decantándose por la única alternativa viable que fue capaz de encontrar: un discreto viaje a China le puso en contacto con una clínica clandestina que, a cambio de una sustanciosa cantidad, prometió entregarle cuantos clones suyos deseara, aunque debido a condicionantes biológicos, máxime teniendo en cuenta que no deseaba niños recién nacidos sino hombres maduros tirando a ancianos, tendría que esperar varias décadas hasta poder contar con ellos, algo que no le preocupaba demasiado dada su naturaleza inmortal.

Aunque este momento todavía no ha llegado, Papá Noel tiene todo preparado para cuando tenga lugar el trascendental cambio, a partir del cual se presentará por triplicado con el personaje tradicional, ataviado de rojo, acompañado por sus dos nuevos colaboradores, para los que ya tiene dispuestos sendos trajes de color azul y amarillo respectivamente. En realidad los clones no serán dos sino tres, ya que astutamente ha previsto la existencia de un cuarto integrante, del que nadie sabrá nada, que oficiará de correturnos posibilitando que todos los años descanse uno de los cuatro de forma rotatoria, lo que supondrá una ventaja nada desdeñable sobre sus tres rivales que, a diferencia de ellos, no disponen de relevo.

Y es que siempre conviene ser más previsor que el enemigo.


Publicado el 26-12-2019