Resultado imprevisto
En la sede de la misión arqueológica que operaba en el planeta Sol-III reinaba una agitación cercana al frenesí. Sus integrantes eran conscientes de que tenían en sus manos o, según los casos, su equivalente fisiológico, un descubrimiento fundamental para la interpretación de la extraña y prácticamente desconocida civilización que había florecido en el planeta antes de que tuviera lugar su misteriosa extinción, algo que excitaba a sus habitualmente metódicas mentes científicas.
Porque, pese a que los tri-solarianos habían dejado múltiples vestigios de su paso por el planeta, prácticamente nada era lo que se conocía de su cultura. Con anterioridad a esta misión los arqueólogos procedentes de diversas zonas de la Federación Galáctica habían encontrado infinidad de restos, tanto edificios de las arruinadas ciudades como todo tipo de objetos encontrados en el interior y en el exterior de los mismos, lo cual había permitido diseñar un modelo bastante consistente del modo de vida de sus desaparecidos moradores. También se habían recogido abundantes restos orgánicos de los propios tri-solarianos, básicamente piezas óseas de sus armazones esqueléticos internos, gracias a los cuales los paleontólogos habían sido capaces de reproducir su más que presumible aspecto físico y, dentro de ciertos márgenes, sus propios parámetros biológicos, bastante similares por cierto a los de muchos de los animales que todavía hoy poblaban el planeta, con los cuales debieron estar evolutivamente emparentados.
Cuestión bien diferente era el tema de los aspectos sociales de la civilización desaparecida. Se sabía como eran y como vivían, pero se desconocía absolutamente todo acerca de como se relacionaban o de la forma en la que cultivaban el arte, la ciencia o la literatura... todo, en definitiva, lo relacionado con su cultura, ya que hasta el momento no había sido posible encontrar ningún documento procedente de tan remota época que pudiera aportar algo de luz al respecto.
Y en este marco era donde encajaba el sensacional hallazgo que, por azar, habían realizado los ufanos arqueólogos.
La razón de este desconocimiento era sobradamente conocida por los estudiosos. Los sistemas de registro de datos que sin duda hubieron de utilizar los naturales del planeta debían de haberse basado en materiales deleznables incapaces de soportar incólumes el desgaste producido por el paso implacable del tiempo. Estaba claro que, pese a su más que notable nivel tecnológico, los tri-solarianos no habían llegado a dominar la técnica de la grabación molecular, comúnmente utilizada en la Federación y la única que garantizaba la preservación de los documentos por tiempo indefinido, sino que se habían limitado a utilizar métodos más primitivos e imperfectos -y por ello mucho menos fiables- similares a los empleados en ciertos mundos primitivos situados en los confines del territorio de la Federación.
El inconveniente era, pues, considerable, ya que ninguna de las tecnologías que supuestamente habrían podido ser usadas por los tri-solarianos, tales como la grabación magnética o la óptica, eran capaces de sobrevivir, salvo en circunstancias muy excepcionales, más allá de unos pocos miles de ciclos estelares, período de tiempo netamente inferior al calculado al que había transcurrido desde la extinción de esta civilización. De ahí el empeño puesto por todas las misiones arqueológicas que pasaron por Sol-III con anterioridad a la actual en encontrar algún vestigio de su misterioso pasado, siempre sin resultadas hasta que un afortunado golpe de suerte había puesto en las manos -y quelíceros, seudópodos o tentáculos- de éstos tan valiosa y simpar reliquia.
El documento hallado, sorprendentemente, era todavía más primitivo de lo que se pensaba, ya que se trataba nada más y nada menos que de un soporte orgánico, algo propio de los albores mismos de la civilización y considerado por ello no ya primitivo, sino arcaico por cualquier estudioso de la tecnología galáctica. De hecho, tan sólo los expertos en culturas pretecnológicas estaban familiarizados con tan venerables reliquias.
Aunque la misión arqueológica carecía de profesionales especializados en la materia, al parecer el citado soporte parecía ser un derivado de la celulosa, un tipo especial de polisacárido insoluble presente en numerosas formas de vida, todas ellas fotorreceptoras y autófagas sumamente abundantes por todo el planeta. Huelga decir que al tratarse de un material biodegradable resultaba ser extremadamente sensible al paso del tiempo, por lo cual la preservación del documento debía calificarse de milagrosa.
La reliquia estaba formada por un conjunto de finas láminas oblongas, todas del mismo tamaño, cosidas en forma de bloque por uno de sus lados, lo que permitía -aunque su estado de conservación no lo recomendaba- irlas pasando una a una de forma manual -o tentacular-. A su vez, el conjunto estaba protegido por unas tapas rígidas de otro material más compacto, al parecer en esta ocasión procedente de un tegumento animal tratado con una técnica desconocida para los estudiosos de la Federación.
Pero eso no importaba. Lo verdaderamente importante era que todas las hojas, incluso las tapas y el dorso que protegía el bloque, estaban repletas por ambas caras con los caracteres alfabéticos utilizados por los tri-solarianos, en todo similares a los que aparecían tallados con profusión en muchas de las piedras encontradas en las ruinas de las ciudades. Aunque hacía tiempo que este alfabeto había sido descifrado, y las inscripciones traducidas, en todos los casos se trataba de textos breves que, aparte de su evidente interés para los filólogos, poco era lo que habían aportado al conocimiento de la extinta cultura.
A partir de ahora, por el contrario, se dispondría por vez primera de un documento suficientemente extenso como para hacer las delicias de cualquier xenosociólogo o cualquier xenohistoriador, prometiendo por ello convertirse en el mayor descubrimiento arqueológico de los últimos decaciclos... pero por desgracia entre el personal de la misión no se encontraba ningún experto en filología alienígena, por lo cual nadie de los allí presentes se mostró capaz de realizar la ansiada traducción.
Lo más lógico en esta situación hubiera sido reclamar a un filólogo de suficiente talla para encomendarle esta misión, pero... los sempiternos -aunque se disimulen, o incluso se nieguen- celos científicos se encargaron de enredar la cuestión. El Muy Venerable Profesor Doctor Hrg Klvtrrrzp, director de la misión y por consiguiente autoridad máxima de la misma, era no sólo uno de los más afamados arqueólogos de la Federación, sino asimismo uno de los más puntillosos, desconfiados e irascibles miembros de la comunidad científica galáctica... algo que no era de extrañar teniendo en cuenta el exacerbado mal humor congénito de los Pvrwy, la raza a la que éste pertenecía, una de las más antiguas -y también de las de más difícil trato- de todo el orbe galáctico.
Y por encima de todo, el Muy Venerable Profesor Doctor era extraordinariamente celoso de los logros ajenos, temiendo siempre, con razón o sin ella, que sus rivales potenciales pudieran causarle un menoscabo a su prestigio. Dicho con otras palabras, no consentía el menor atisbo de posible competencia. La gloria debía ser siempre para él de forma íntegra, y como mucho consentía reservar a regañadientes algunas migajas -siempre las menos posibles- a sus dóciles colaboradores.
Para complicar todavía más las cosas, en el ámbito de la filología existía su alter ego, equiparable al Muy Venerable Profesor Doctor tanto en prestigio como en poder... y exactamente igual de ególatra y ambicioso. Se trataba del Extremadamente Sabio Doctor Profesor Xrjpm Wkmltv, perteneciente asimismo a la raza de los Pvrwy, y por lo tanto enemigo furibundo de sus congéneres planetarios, una de las razas más rabiosamente individualistas -y también más belicosas- de todo el universo conocido.
Huelga decir que en estas condiciones resultaba virtualmente imposible conseguir que un filólogo sometido a la férula del E.S.D.P. -la inmensa mayoría, por no decir todos- fuera invitado por el M.V.P.D. a colaborar con su equipo, máxime teniendo en cuenta que el control del E.S.D.P. sobre los ámbitos académicos de esta disciplina era cuanto menos igual de férreo y absoluto que el que ejercía con potestad de autócrata el propio M.V.P.D. en el campo de la arqueología... sobre todo teniendo en cuenta que el M.V.P.D. y el E.S.D.P. se odiaban a muerte, con esa tenacidad de la que tan sólo se podía encontrar en los miembros de su raza, capaces de asesinar a sangre fría y sin el menor escrúpulo por un trivial error en sus endemoniadamente enrevesados rituales protocolarios.
Así pues, este camino estaba vedado. Pero puesto que ni el M.V.P.D. ni sus acólitos estaban en modo alguno dispuestos a renunciar a su importante trofeo, se planteaba la necesidad de buscar alguna posible alternativa, la cual no se presentaba nada fácil de encontrar dado lo tupido de la red de control e influencias tejida por el influyente E.S.D.P.
Reunidos en cónclave, los principales colaboradores del M.V.P.D. dedicaron todas sus energías a buscar una solución al aparentemente irresoluble problema que resultara acorde con sus intereses, algo que rozaba lo imposible dada la omnipresencia del rival así como la nada retórica amenaza del M.V.P.D. de destruir personalmente la reliquia, más allá del umbral de recuperación, antes de permitir que ésta pudiera caer en los quelíceros de su aborrecido rival.
Tras barajar -y descartar-, una por una, todo un rosario de posibles alternativas, los integrantes del sanedrín estaban ya a punto de tirar la toalla cuando el más insignificante de todos ellos -huelga decir que el M.V.P.D. tenía instaurada una sólida jerarquización entre sus súbditos- propuso con timidez la posibilidad de recurrir a la Universidad de Perma-VII.
Una bomba estallando en mitad de la sala de reuniones no habría provocado a buen seguro tanto revuelo en el seno de la docta reunión; y no era para menos. Perma-VII era un insignificante planeta perdido en los límites de la Federación, de la que formaba parte desde hacía tan sólo poco más de un hectociclo. Considerados bárbaros y palurdos por el común de los ciudadanos galácticos, que los miraban con olímpico desprecio, los ingenuos permacianos cargaban estoicamente con su estigna esperando confiados que el tiempo acabara barriendo estos prejuicios, ignorantes por completo de cómo las gastaban las estiradas razas originarias del núcleo galáctico, origen de la actual Federación.
En el ámbito científico la situación era todavía peor. La Universidad permaciana, la única existente en todo el planeta, gozaba de nulo prestigio en los círculos académicos galácticos, no sólo por el rechazo generalizado hacia los habitantes del planeta, sino también en buena medida a causa de las peculiares teorías científicas imperantes en ella, las cuales eran tildadas sin tapujos incluso de heréticas por buena parte de la comunidad científica interplanetaria.
En esencia, los permacianos renegaban con vehemencia de todo cuanto adoleciera del menor atisbo de especialización, en el convencimiento de que ésta era intrínsecamente perjudicial para el avance científico dado que, utilizando un símil, los árboles acababan impidiendo tener una visión del bosque. Los permacianos defendían, pues, la aplicación de una única disciplina pancientífica capaz de abordar todos los temas de forma horizontal, y no vertical, lo que permitía según ellos captar panorámicas amplias del problema mucho más efectivas que las superespecializadas soluciones obtenidas por sus colegas de otros planetas.
Dados estos precedentes, no era de extrañar que las críticas le llovieran al defensor de tan heterodoxa propuesta, pese a lo cual éste no se arredró. Había que tener muy en cuenta, insistía una y otra vez, que el aislamiento científico de los permacianos resultaba ser en esta ocasión una inmejorable ventaja, dado que éste les ponía a buen recaudo de las garras del E.S.D.P., a quien los Antiguos Galácticos confundieran.
Poco a poco, y ante tan evidentes argumentos, la oposición inicial fue amainando, siendo cada vez más quienes acababan viendo ventajas a la audaz propuesta; pero esto solo no bastaba, puesto que sería la voluntad soberana del M.V.P.D. la que decidiría incluso contra el unánime dictamen en contra de la totalidad de sus asesores. Éste, fiel a su costumbre, se mantenía en silencio dejando hablar a sus súbditos, razón por la que éstos, sumidos en la encendida discusión, desconocían por completo cual podría ser su veredicto.
Finalmente dictó sentencia. No se molestó, nunca lo hacía, en justificar su decisión, ni habría consentido que nadie se lo pidiera; se limitó a dar su visto bueno a la cooperación con Perma-VII y acto seguido se retiró con majestad a sus aposentos privados. Por su parte no había más que hablar, razón por la que sus colaboradores, ya sin estar él presente, se dedicaron a la tarea de perfilar los detalles pendientes, empezando por designar al responsable de las negociaciones; todos eran conscientes de que, de tener éxito la iniciativa, sería el M.V.P.D. quien se llevara los honores, mientras que en caso de fracasar la responsabilidad del fiasco recaería exclusivamente sobre el elegido. Por esta razón a ninguno de los presentes le apetecía demasiado recibir tal honor, que finalmente acabaría siendo adjudicado al propio promotor de la sugerencia.
Éste, resignado a su suerte, partió con rapidez rumbo a Perma-VII; nada irritaba más al M.V.P.D., aparte de la competencia, que los retrasos. Por fortuna este planeta se hallaba en el mismo sector galáctico que Sol-III, por lo cual su viaje no resultaría demasiado largo aunque sí incómodo, dado que se trataba de una de las regiones más agrestes y menos civilizadas de todo el ámbito de la Federación.
Una vez en su destino se apresuró a ponerse en contacto con las autoridades académicas de la Universidad, a las que transmitió sin demasiado entusiasmo la propuesta de colaboración con la misión arqueológica. Para su sorpresa, y a pesar de que, tal como era habitual en él, el M.V.P.D. reservaba un protagonismo muy secundario a sus coautores foráneos, los permacianos aceptaron encantados las draconianas condiciones que se les imponían; por muy poco airoso que resultara el papel que se les había asignado, aun en esas circunstancias una publicación conjunta -era un decir- con alguien de la talla académica del M.V.P.D. les vendría de perlas, o al menos así lo creían, para romper siquiera parcialmente con tan molesto ostracismo científico.
Así pues, el acuerdo se alcanzó con rapidez y sin necesidad de esas desagradables negociaciones que tanto temía el desdichado mensajero. Los arqueólogos del equipo del M.V.P.D. remitirían el preciado hallazgo a la Universidad, y éste sería convenientemente estudiado en sus laboratorios. A la pregunta del emisario, bastante preocupado por su futuro profesional, temiendo la posibilidad de que algo pudiera marchar mal, acerca de si contaban con personal suficientemente cualificado -para evitar conflictos con sus anfitriones evitó con todo cuidado utilizar el término especializado- para llevar a cabo tan delicados estudios, éstos le respondieron confiadamente que en esa institución todos eran expertos en ese o en cualquier otro tema... lo que no se puede decir que contribuyera demasiado a tranquilizarlo.
Claro está que a su vuelta a Sol-III optó por silenciar discretamente sus temores; muy al contrario, fingió aparentar un triunfalismo que en realidad no sentía, vendiendo como un gran éxito suyo -era la ocasión idónea para escalar puestos en el escalafón, antes de que sus compañeros comenzaran a intentar degollarlo- los resultados de su misión. Nunca llegaría a saber si éstos llegaron a creer sus palabras, pero en un principio al menos fingieron hacerlo. En cuanto al M.V.P.D., éste guardó silencio tal como acostumbraba a hacer en estas circunstancias, evitando tomar postura antes de conocer el desenlace de la iniciativa.
Con la mayor celeridad posible, aunque eso sí extremando los cuidados, la delicada reliquia fue empaquetada como suma precaución en un embalaje diseñado especialmente para resistir cualquier tipo de accidente o agresión, incluso casi una explosión nuclear capaz de desintegrar todo alrededor suyo. De nuevo fue elegido el mismo emisario para encargarse de la delicada misión, aunque en esta ocasión dispondría del moderno yate personal del que disfrutaba en régimen de usufructo el propio M.V.P.D., en lugar de tener que recurrir, como lo hiciera en el viaje anterior, al incómodo carguero que traía periódicamente los suministros a la misión y al destartalado navío de línea que enlazaba la capital del sector con Perma-VII; era evidente que la generosidad del avaro M.V.P.D. no tenía a él como objeto, sino a la reliquia, pero poco era lo que le importaba sin con ello podía beneficiarse de la misma.
Así pues, en esta ocasión realizó el viaje cómodamente hasta la Universidad -nada que ver con el anterior-, hizo entrega de la valiosa carga a su contacto permaciano y se aprestó a esperar a que éstos realizaran su trabajo, puesto que el M.V.P.D. no estaba dispuesto en modo alguno a sufragar, aunque fuera a cargo de los fondos del proyecto, su vuelta a Sol-III de vacío, por lo que le había ordenado que aguardase en Perma-VII hasta que la traducción estuviera terminada, corriendo mientras tanto su alojamiento y manutención a costa de sus amables anfitriones. Mientras tanto el yate permanecería, con su tripulación a bordo, atracado en el puerto espacial de la capital del planeta.
Por fortuna su metabolismo era casi compatible con el de los permacianos, con lo cual no necesitaba de ningún habitáculo climatizado y podía consumir, previamente expurgados, buena parte de los alimentos locales, sin apenas necesitar algunos complementos proteínicos y vitamínicos propios de su especie. Eso sí, no todo era perfecto; los hábitos espartanos de los permacianos distaban mucho de coincidir con su concepto de la comodidad, pero bueno, qué se le iba a hacer, el sacrificio bien merecería la pena si los resultados obtenidos eran los esperados.
Mayor desazón le produjo el hecho de que los permacianos se negaran en redondo a proporcionarle la más mínima información sobre los avances de su trabajo, salvo la sempiterna afirmación de que todo iba bien con la que de forma sistemática respondían a sus ansiosas preguntas, asegurándole que pronto podría disponer de los resultados. Mientras tanto el abrumado arqueólogo tenía que vérselas con el impaciente M.V.P.D., el cual le llamaba con irritante frecuencia interesándose por los avances realizados y, al no obtener respuesta satisfactoria, acostumbraba a montar en cólera convirtiéndole en objeto de su ira.
Mas todo llega tarde o temprano, y la conclusión del trabajo de los permacianos alcanzó también su fin. Éstos entregaron a su huésped con toda ceremonia una caja cifrada en cuyo interior habían depositado, según le informaron, los resultados de sus análisis junto con la preciada reliquia, la cual devolvían a sus legítimos propietarios. Frustrado al no poder disponer de la primicia tal como a él le hubiera gustado, el improvisado embajador científico se hizo cargo de la entrega, que depositó en la caja fuerte del yate, y emprendió el camino de vuelta tras comunicar a su superior la buena nueva.
En Sol-III todos le aguardaban expectantes, e incluso el propio M.V.P.D., presa de un evidente nerviosismo, se permitió el desliz de incumplir alguno de los rigurosos preceptos del protocolo de su raza; aunque, la verdad sea dicha, tan sólo un congénere suyo habría sido capaz de apreciarlo, y no había ningún otro en todo el planeta. Así pues, su flaqueza pudo pasar desapercibida. Con toda solemnidad, y delante de todos sus subordinados, el M.V.P.D. rompió los precintos de la caja cifrada y la abrió.
En su interior, tal como esperaban, tan sólo se encontraban dos objetos, el contenedor estanco en el que se había transportado a Perma-VII la reliquia, y un cristal molecular en el que presumiblemente venía recogido el informe de los permacianos dando cuenta de los resultados obtenidos.
Tras dejar a un lado el contenedor, el M.V.P.D. tomó delicadamente el cristal con sus pedipalpos, introduciéndolo en la ranura del lector. El cristal fue engullido por el aparato, tras lo cual pulsó con ademán ceremonioso el sensor de encendido. El monitor se iluminó y, de forma inmediata, comenzaron a desgranarse los datos que fueron ávidamente leídos por los más cercanos, mientras sus compañeros menos afortunados pugnaban por atisbar siquiera un retazo de los mismos.
Saltándose las al menos doce páginas previas de protocolos y fanfarrias variados, pasó a leer con impaciencia los resultados del informe, que rezaba lo siguiente:
El análisis químico del material suministrado revela que se trata de un polímero natural formado por moléculas encadenadas de un compuesto químico de fórmula empírica C6H12O6, similar aparentemente al presente en el metabolismo de los seres vivos de Sol-III. Aparentemente fue obtenido de la cutícula que recubre a los grandes vegetales que pueblan el planeta -ver nota bibliográfica número 1- y tratado mediante algún procedimiento cuya naturaleza desconocemos, hasta convertirlo en láminas flexibles y delgadas.
Estas láminas estaban recubiertas, de forma parcial, con algún tipo de pigmento negro cuya composición química no fue posible determinar.
La combustión del material produjo gases que, en su mayor parte, revelaron ser CO2 y H2O, junto con cierta cantidad de compuestos carbonados de cadena corta producto probablemente de una combustión incompleta.
En lo que respecta a las cenizas, un análisis químico cuantitativo reveló la siguiente composición en peso:
Ca | 47% |
Si | 17% |
Al | 11% |
Mg | 5% |
Fe | 5% |
S | 5% |
Ti | 3% |
K | 3% |
Cl | 2% |
P | 2% |
Lamentablemente, la escasez de material puesto a nuestra disposición no nos ha permitido realizar análisis más detallados, en especial en lo referente al pigmento negro, razón por la que rogamos que, a ser posible, se nos remita más material.
En Ciudad de Perma, año galáctico 27.015, 3 de Ramsés.
El Capacitado Doctor:
Xgüe Ñglajost
Terriblemente alarmado y olvidándose por completo del protocolo, el M.V.P.D. se abalanzó sobre el contenedor lanzando un ancestral alarido guerrero propio de su tribu. Pulsó con nerviosismo la combinación y lo abrió... comprobando, tal como había temido, que su interior tan sólo contenía un pequeño puñado de grises cenizas.
Publicado el 9-12-2009 en NGC 3660