Las apariencias engañan



Petronilo Esmit despertó con el sobresalto, seguido de alivio, con los que suele poner fin una pesadilla. Valiente tontería, soñar que estaba muerto...

Pero... repentinamente le vino a la memoria una larga secuencia de recuerdos. El diagnóstico de un cáncer maligno, la intervención quirúrgica, los penosos tratamientos de quimio y radioterapia, las entradas y salidas cada vez más frecuentes en el hospital, la frustración de no haber sido posible derrotar a la enfermedad, la recaída definitiva, la sedación cada vez más intensa para paliar en lo posible los dolores del inevitable desenlace... y como colofón el inexorable fundido a negro de la muerte. Porque, y ahora era plenamente consciente de ello, era cierto que había fallecido en una fría habitación de hospital.

Entonces, ¿dónde estaba ahora? Petronilo siempre había sido tibio en cuestiones de religión y, aunque nunca se había considerado ateo o ni siquiera agnóstico, lo cierto era que no se había preocupado por la posible existencia de un Más Allá, convencido de que lo más sencillo de todo era que después de la extinción física no hubiera nada.

Pero aparentemente sí lo había, puesto que era consciente de su existencia... aunque no aquélla con la que estuviera familiarizado. Dando por supuesto que yacía en algún tipo de superficie intentó levantarse, descubriendo con sorpresa que se trataba de algo imposible por la evidente circunstancia de que según todos los indicios carecía de cuerpo capaz de obedecer sus órdenes.

¿Sería verdad, a pesar de todo, la existencia de un alma inmaterial capaz de sobrevivir a la extinción física? Porque pese a tan perturbadora sensación él sí se sentía, por más que fuera de una forma tan extraña.

Una voz vino a sacarle de sus reflexiones. Voz que no oyó por sus inexistentes oídos, sino que simplemente sintió aunque no por ello resultaba menos real a la par que amistosa.

-Bienvenido, Petronilo; estoy aquí para recibirte y ayudarte a superar el siempre complicado tránsito. No tienes nada que temer, estás entre amigos.

Abrió entonces los inexistentes ojos, descubriendo que se encontraba en un ámbito irreal en el que tan sólo existían luces de diferentes colores, las cuales componían una cambiante sinfonía cromática tan extraña como agradable.

A una de aquellas luces, que parecía vibrar de manera armónica, la identificó instintivamente, sin saber como, con su desconocido interlocutor.

-En efecto, soy yo -fue la respuesta supuestamente telepática de éste-. Atanael, para servirte. Seré tu tutor hasta que aprendas a valerte por ti mismo.

-¿Estoy... estoy en el cielo? -logró articular sin palabras.

-¡Oh, no! -respondió jovialmente éste-. Nos encontramos en lo que tú llamas el infierno; pero no te asustes, no es ni de lejos tal como te han contado. De hecho, has tenido la suerte de no caer allí.

-¿El infierno? -gimió mentalmente-. ¿Estoy condenado?

-¡En absoluto! -rió mentalmente el presunto demonio-. Aquí no castigamos a nadie. Simplemente no fuiste seleccionado por los otros, algo que para alguien como tú ha sido afortunado.

-No entiendo...

-No te preocupes, lo entenderás. ¿Conoces esa frase que afirma que la historia la escriben los vencedores? Pues esto es justo lo que nos ocurrió a nosotros. Tuvimos la desgracia de perder, lo que nos acarreó el sambenito de ser los malos de la película pese a que, paradójicamente, lo que os contaron como una rebelión fue en realidad una lucha desesperada en defensa de la libertad.

Petronilo estaba atónito.

-¿Quieres decir que los buenos sois los... -se interrumpió a tiempo- vosotros, y los malos ellos?

-Sí, somos los que vosotros conocéis como demonios -admitió Atanael-; y no te preocupes, para nosotros este término no tiene nada de peyorativo. Pero resultaría erróneo, o cuanto menos limitado, reducirlo todo a un problema de buenos y malos. La realidad, incluso la de aquí, siempre es más compleja y con muchos matices. Ahora bien, simplificando, desde nuestro punto de vista los malos serían ellos aunque, al habernos ganado, nos endosaron la leyenda negra que tú conoces; nada de excepcional hay en ello, en tu propio país un dictador sanguinario acusó de todos los males posibles a los responsables del gobierno democrático que contribuyó activamente a derribar, y no se trata en modo alguno de un caso único.

-¿Quieres decir que... -se le atragantó el nombre- no es como nos lo han contado?

-Propaganda, pura propaganda. Tampoco sería justo atribuirle una maldad absoluta; en realidad él está plenamente convencido de estarlo haciendo bien, al igual que nuestro líder Luzbel pensaba lo mismo cuando intentó derrocarlo. Pese a todo nuestra derrota no fue del todo negativa, ya que nos proporcionó una independencia merced a la cual pudimos crear nuestro propio estado sin interferencias de ningún tipo. Nuestra relación con ellos es correcta, aunque distante, y no nos interferimos mutuamente, con lo cual todos salimos ganando.

-Me cuesta trabajo asimilarlo -musitó Petronilo-. Si éste no es un lugar de castigo, tal como llevan miles de años contándonos, ¿allí no es tampoco un lugar de gozo al que sólo pueden acceder los bienaventurados?

-Según como se mire -volvió a sonreír el demonio-. En realidad todos los que van allí se sienten gozosos puesto que la selección la hacen ellos y no nosotros, aceptando tan sólo a quienes siguen unos perfiles determinados; te puedes imaginar cuales son, y te aseguro que tú allí te aburrirías como una ostra, máxime cuando esa situación perduraría durante toda la eternidad. Por eso te dije que eras afortunado al haber caído aquí, donde sin duda encontrarás multitud de actividades que te resultarán satisfactorias, siempre a tu voluntad.

-Pero los malos... los malos de verdad, me refiero: asesinos, psicópatas, criminales, terroristas, genocidas...

-También los hay, por supuesto, y como te puedes imaginar tenemos que cargar con todos ellos porque allá no los quieren y nos los mandan pese a que nosotros tampoco... -Petronilo captó un parpadeo luminoso equivalente a un encogimiento de hombros- pero no te preocupes, no tropezarás con ellos. En realidad en su mayor parte son recuperables, en el fondo eran las primeras víctimas de su desgracia, y después de un tiempo más o menos largo de rehabilitación, y tiempo es precisamente lo que no nos falta, pueden incorporarse a la sociedad en igualdad de condiciones con el resto. En cuanto a los irreductibles... -risita- también nosotros tenemos nuestro infierno particular, un recinto aislado donde están confinados y donde, pese a nuestra inmerecida mala fama, no están sometidos a ningún tipo de castigo; no somos crueles, pero les impedimos abandonarlo para evitar que causen daños. Simplemente los dejamos tranquilos, y allá se la ventilen ellos mismos.

-Entonces...

-Ya te lo he dicho, lejos de ser un lugar de sádicos castigos eternos tal como imaginara Dante, el infierno es la tierra de la libertad. Y si ya te sientes con fuerzas te conduciré al Centro de Clasificación, donde te darán tus credenciales y te asignarán una residencia provisional hasta que te adaptes y puedas elegir por ti mismo; puedes estar seguro de que aquí encontrarás a gente muy interesante y que nadie te obligará a hacer nada en contra de tu voluntad.

Tras lo cual ambos abandonaron la sala de recepción.


Publicado el 20-5-2024