Bienvenida



Llegó al fin el día en el que él, un escéptico recalcitrante, conoció al fin la respuesta a la última pregunta. Y para su sorpresa, ésta fue positiva: había vida después de la muerte, había un Más Allá.

Su alma, o su equivalente agnóstico, se encontraba ahora, libre ya de ataduras corporales, en el seno de un ámbito que sería imposible definir con palabras, pero que sin duda alguna resultaba relajante y cálidamente acogedor. Y además estaba Él, en forma de radiante luminosidad, dándole la bienvenida.

-¿Eres Dios? -preguntó al hospitalario ente luminoso.

-Puedo serlo si así lo deseas -respondió éste con benevolencia-; de hecho, este avatar con el que me ves en estos momentos viene a coincidir de una manera bastante aproximada con la concepción que de mí tienen muchas de las religiones del mundo que acabas de dejar atrás. Pero en realidad soy inefable, y mi verdadera naturaleza no puede ser constreñida por los limitados conceptos humanos... humanos mortales, se entiende. Tú ya has trascendido, pero es normal que te encuentres confuso al no haberte acostumbrado todavía a la nueva situación. Pero esto es algo completamente normal, tu actual desorientación pasará con rapidez.

-Yo... -en realidad lo que estaba era sorprendido- ¿He resucitado?

-Podríamos llamarlo así, hijo mío; aunque en realidad no se trata de una vuelta a la vida, sino de la trascendencia a un plano existencial superior. Si me permites el símil, y para que me entiendas mejor recurriré a unos sencillos términos humanos, ha tenido lugar la metamorfosis que te ha transformado de torpe y repulsiva larva a grácil y bella mariposa.

-Luego... ahora soy inmortal...

-Yo no he dicho eso, hijo mío.

-¿Cómo que no? Los curas siempre...

-Los sacerdotes son simples mortales, y como mortales, aun ejerciendo con su mejor voluntad, se equivocan.

-Entonces... -insistió confuso el neófito.

-Hijo mío, si recurrí al símil de las mariposas no fue por casualidad. Sus larvas, las feas y repelentes orugas, disfrutan de una existencia mecánica y gris, apenas son poco más que unas máquinas de comer y engordar sin la menor consciencia de su entorno... pero su vida, aunque vulgar, es relativamente larga para los parámetros de los insectos. Las mariposas, por el contrario, son una explosión efímera de belleza, una apoteosis triunfal con la que culmina brillantemente su misión de perpetuar la especie.

-No querrás decir que... -en la mente del recién trascendido comenzaba a anidar una terrible sospecha.

-Si te refieres a la inmortalidad he de desilusionarte, ya que no existe como tal y se trata tan sólo un invento de las diferentes religiones para autojustificarse -fue el mazazo-. De hecho, quienes llegáis hasta aquí tan sólo sois una pequeña fracción de los humanos que fallecen, el resto simplemente desaparecen a la par que sus cuerpos. Vosotros, los elegidos, lo sois en cuanto que os hemos considerado aprovechables e idóneos para la gloriosa tarea de engendrar nuevos embriones de almas.

-Se trata, pues, de una reencarnación... -aventuró el recién llegado, relativamente más confiado.

-No, nada de eso -le refutó de nuevo Él-. Quienes habéis llegado hasta aquí ya estáis lo suficientemente evolucionados, por lo que sería un despilfarro inútil obligaros a empezar de nuevo desde cero. Lo que se produce en vosotros es una eclosión mediante la cual vuestras almas maduras se fragmentan en miríadas de embriones de nuevas almas, todas los cuales se encarnarán en cuerpos humanos recién nacidos que, sin ellas, no habrían pasado de ser meros animales; y aun con ello, muchas de ellas se malogran antes de llegar a madurar. De esta manera el ciclo se repite una vez más, y así hasta la eternidad; pero no con un alma inmutable e inmortal, sino como una sucesión ininterrumpida de nuevas generaciones de almas vírgenes herederas directas de sus ancestros, pero diferentes por completo de éstos.

-¿Quieres decir con eso que...? -preguntó aterrado.

-Que tú ya estás maduro para ser cosechado y dar paso a una nueva generación, a tus propios hijos... tienes motivos para estar orgulloso por haber llegado tan lejos, de todos los nacidos de vientre de mujer tan sólo muy pocos llegan a conseguirlo.

-Yo hubiera preferido... -era patente que el neófito no encontraba demasiado satisfactoria tan inesperada alternativa.

-No hay elección, hijo mío, la rueda de la vida eterna tiene que seguir adelante. Al igual que la mariposa aletea brevemente para solaz de tus ojos, pone sus huevos y muere satisfecha de haber logrado cumplir sus objetivos, tú sacrificarás tu existencia en aras de una nueva generación.

-¡No quiero...! -comenzó a protestar.

Pero ya era tarde, puesto que había dejado de existir. En su lugar, emanado de su esencia y ocupando por completo aquel recinto que no era recinto y alborotando con unos ruidos que no eran ruidos, se encontraba ahora un enjambre de pequeños y bulliciosos embriones de almas poseídos por el ímpetu de su recién surgida existencia.

-¡Abimelec! ¡Otoniel! -ordenó el ente luminoso, ya si un ápice de la anterior benevolencia en su ahora áspera voz que no era voz-. Llevad esta patulea a los corrales, y que los siembren cuanto antes... no soporto este alboroto.

Y ya para sí mismo, mientras los subalternos obedecían sus órdenes, añadió:

-Ni tampoco este trabajo de portero, siempre repitiendo las mismas tonterías para tranquilizar a quienes están a punto de eclosionar... ¿cuándo diantre me relevarán de forma que pueda dedicarme tranquilamente a la meditación, que es lo que realmente me gusta? Pero claro, con la disparatada explosión demográfica que hay allí abajo, no damos abasto a satisfacer las necesidades de nuevas almas para todos los recién nacidos. Y total, ¿para qué, si la mayoría no servirá para nada?

Rezongando, se preparó para recibir a la siguiente alma presuntamente bendita.


Publicado el 4-3-2015