El castigo



Todo fue rápido, mucho más rápido de lo que jamás hubiera imaginado: Un agudo dolor en el pecho mucho más fuerte que cualquier otro que nunca hubiera sufrido; la sensación de faltarle el aire, la impresión de su incapacidad por gobernar su propio cuerpo... Y luego la nada.

¿Nada? Quizá fuera esta la única descripción posible frente a una situación ante la cual carecía por completo de conceptos para definirla, siquiera para comprenderla... Pero pese a todo, algo existía. Él estaba muerto, de eso no le cabía la menor duda, y era plenamente consciente de que su mente no controlaba ya a su inexistente cuerpo; y sin embargo él existía y continuaba razonando, quizá con más intensidad y lucidez que nunca en toda su vida. Pero, ¿hasta cuándo?

-Bienvenido seas, Luis -la Voz había brotado de todas y de ninguna parte sacándole de su forzado ensimismamiento; y, puesto que ya no tenía oídos, supuso serenamente que debía de tratarse de algún tipo de contacto telepático entre dos intelectos puros, el de aquel ser (¿Dios?) que le hablaba y el suyo propio.

-¿Quién eres? -preguntó mentalmente; evidentemente tampoco tenía boca, por lo que le habría sido imposible articular la menor palabra.

-¡Oh, eso no importa ahora! -Luis podría haber jurado que aquel ser se había reído, que aquella Voz, ¿cómo llamarla si no?, había emitido el equivalente mental de una sonrisa.

-¿Eres Dios? -insistió con timidez.

-Sí y no... Ya lo comprenderás a su debido tiempo. Pero ahora, basta con que me conozcas como aquél que te da la bienvenida.

-¿Estoy... en el cielo? -había pasado mucho tiempo desde que Luis decidiera abandonar por completo la práctica de la religión, pero en tan trascendental e insólita situación, todos los años de soterrado condicionamiento cultural afloraron como por ensalmo a las capas superiores de su desnuda mente.

-¡Oh, no! -exclamó la Voz-. Todavía no. Digamos que tienes que pasar todavía una prueba.

-El Juicio -respondió Luis con fatalismo.

-Puedes llamarlo así si quieres -asintió su invisible interlocutor-. ¿Estás preparado? Comenzamos.

Sin apenas pausa, Luis comenzó a rememorar todos los hechos acontecidos a lo largo de su existencia no de una forma lineal, sino globalmente y bajo un prisma diferente por completo a todo cuanto estuviera acostumbrado. Captaba ahora detalles que antaño le pasaron desapercibidos, detectaba facetas de su propia personalidad que jamás hubiera podido llegar a sospechar... Y no todas eran agradables.

-¿Y bien? -la Voz, monocorde y sin inflexiones de ningún tipo, le había vuelto de nuevo a la realidad, a la extraña realidad en la que ahora se encontraba. No podía precisar si aquella vívida visión retrospectiva de su pasado había tenido una duración de apenas unos segundos o de varios miles de años; pero probablemente el tiempo, al igual que el resto de los fenómenos físicos, carecía allí de todo su significado.

Luis calló. Sabía perfectamente cual sería el veredicto del juicio, y no ignoraba que éste era justo; siempre era justo, y él aceptaba el veredicto... Aunque lo temía.

-No has pasado la prueba -respondió al fin la Voz ante su persistente silencio-. No puedes seguir adelante.

-¿Estoy... condenado? -balbució Luis-. ¿Sin remedio?

-Vas a ser castigado -la Voz sonó más extraña e inhumana que nunca-. Tuviste tu oportunidad, y la desperdiciaste. Ahora te corresponde arrostrar las consecuencias.

-¡No, no lo hagas! -gimió en un inútil y desesperado intento por evitar lo irremediable-. ¡Dame otra oportunidad!

Pero todo fue inútil. La suerte estaba echada.


* * *


El llanto del recién nacido, primer canto a la vida de un nuevo ser, tuvo la virtud de romper la tensión reinante en el quirófano; el parto había terminado con éxito.

-¡Es un niño! -exclamó la comadrona-. Un sano y hermoso niño.

-Me alegro -sonrió débilmente la agotada madre-. Era justo lo que queríamos. ¿Puedo verlo?

-¡Oh, sí, por supuesto! -respondió la primera tras percibir el mudo asentimiento del médico-. Aquí lo tiene.

-Es hermoso -comentó satisfecha la madre al tiempo que contemplaba con arrobo al pequeño y sonrosado cuerpo-. Su padre estará muy satisfecho cuando lo vea.

-Lo hará muy pronto -contestó una de las enfermeras-. Por cierto, ¿ha decidido ya qué nombre le va a poner?

-Creo que sí... -dudó la parturienta-. ¿Qué tal Luis? Se me ha ocurrido de repente, ¿no es curioso? Pero me gusta.

-Es un bonito nombre -opinó diplomáticamente el médico al tiempo que vigilaba los pataleos del pequeño-. Un buen nombre para un vigoroso muchacho.

Mientras tanto, ajeno por completo a todas estas especulaciones sobre su persona, el recién nacido comenzaba a paladear su apenas iniciada existencia. Tendría toda una vida por delante para lamentarlo.


Publicado el 23-6-2016