Contacto con el Más Allá



Visitación, octogenaria y viuda desde hacía varias décadas, jamás había podido superar la pérdida de su marido. Tras atravesar por las diferentes etapas del duelo y acabar resignándose, no por ello dejó de lamentar su muerte a la par que, ferviente creyente, confiaba firmemente en poderse reunir con él cuando le llegara la hora.

Pero llevaba esperando tanto tiempo... y como según su médico gozaba de buena salud y el suicidio era algo que ni siquiera le pasaba por la imaginación, la impaciencia le corroía cada vez más. Así pues, tras meditarlo mucho decidió recurrir a métodos alternativos y decididamente heterodoxos. Dicho con otras palabras, incitada por unas amigas suyas intentó probar suerte consultando a una vidente que prometía, además de otras muchas cosas, poner en contacto a los deudos con las almas de los difuntos.

Y allí se encontraba, sentada en la antesala de la consulta de la vidente, por un lado esperanzada ante la posibilidad de poder contactar con el alma de su marido, y por otro contrita tras la bronca que le habían echado sus hijos cuando les comunicó su pretensión, los cuales no habían dudado en tildar de estafadora a la presunta vidente y de ingenua -aunque seguramente pensaban algo bastante peor- a su madre, advirtiéndole además de los peligros de acabar dejando una parte importante de su exigua pensión en las garras de semejante embaucadora.

Aunque tras muchas dudas y cavilaciones había optado finalmente por hacer caso omiso a sus admoniciones, el hecho de que hubiera tenido que ir a escondidas y, sobre todo, el temor a un nuevo rapapolvo si sus hijos se llegaban a enterar le incomodaban sobremanera, hasta el punto de estar hecha un manojo de nervios. Confiaba, eso sí, en no tener que contárselo también a su confesor, dado que sospechaba no sin razón que los sacerdotes tampoco eran demasiado partidarios de algo que consideraban una superstición... pero bueno, si no mediaba pecado, y no tenía por qué haberlo, no estaría obligada a decírselo.

Continuaba sumida en sus reflexiones cuando fue llamada por la vidente una vez que ésta hubo despachado al anterior visitante. Entró cohibida en su cubil, una pequeña habitación lúgubremente iluminada y decorada, como cabía esperar, con la tradicional parafernalia pensada para no dejar indiferentes a sus crédulos clientes. La anfitriona, una mujer de edad indefinida y atavíos barrocos, se atrincheraba tras una mesita en la que reposaban diversas herramientas entre las que destacaban una baraja de tarot, una bola de cristal, unos candelabros cuyas velas negras proporcionaban la única luz del zaquizamí y una sonriente calavera falsa que no habría soportado el examen del estudiante de medicina más lerdo. Eso sin contar, claro está, con el mareante aroma a incienso que se desprendía de un pequeño pebetero.

Pero impresionaba, vaya si impresionaba. Aunque Visitación no fuera consciente de ello, no se podía negar que la vidente, a la par que embaucadora, sabía perfectamente como organizar una puesta en escena adecuada.

-Bienvenida, Visitación -le saludó con afabilidad tras leer su nombre en el listado de clientes que tenía oculto tras el faldón del tapete que cubría la mesa-. Siéntate y cuéntame tu problema; estoy segura de que podré ayudarte.

La viuda obedeció sentándose maquinalmente en el borde de la silla al tiempo que apretaba el bolso con fuerza contra su regazo.

-Bien, ¿qué te trae por aquí? -preguntó su anfitriona con un estudiado acento meloso. Confía en mí, hija mía.

A trompicones, luchando contra el bloqueo que le invadía y hábilmente ayudada por la vidente, Visitación logró contarle mejor o peor sus cuitas y el deseo que le embargaba de poder contactar con el espíritu de su esposo. Una vez hubo terminado la astuta embaucadora guardó un estudiado silencio simulando meditar y, con acento teatral, le prometió que su deseo se vería cumplido.

Adoptando su mejor pose de médium apartó el instrumental depositando sobre la mesa un historiado grimorio que abrió por una página repleta de extraños jeroglíficos. Apoyó a continuación los dedos en determinados lugares y comenzó a recitar una ininteligible letanía al tiempo que, con expresión ausente, ponía los ojos en blanco simulando entrar en trance.

Visitación, por su parte, se veía presa de una indefinible mezcla de excitación y pavor ante lo desconocido, luchando entre las compulsiones contrapuestas de permanecer sentada o salir huyendo. Aunque ella no lo sabía el peligro de que ocurriera lo segundo era remoto, por la cuenta que le traía a la presunta vidente que sabía perfectamente como mantener amarrados a sus clientes. Así pues, aguardó en su asiento a que el espíritu de su esposo respondiera a la llamada.

Algo ocurrió, o al menos eso le pareció a ella, cuando la vidente, cambiando teatralmente de expresión, cambió de la indescifrable letanía al román paladino comenzando a invocar al difunto por su nombre -no se trataba de una adivinación, Visitación se lo había dicho- mientras sus manos se crispaban sobre el grimorio.

Tras repetir varias veces la invocación la médium volvió a cambiar de expresión, adoptando en esta ocasión un genuino gesto de estupor que nada tenía que ver con su fingimiento anterior. Con semblante lívido dirigió su mirada a la viuda, que aguardaba expectante, y musitó con voz entrecortada:

-Yo... esto no me había pasado nunca... no sé... no le cobraré nada... por favor, entiéndalo...

La pobre Visitación, que no entendía absolutamente nada, tan sólo acertó a decir:

-¿Acaso no ha podido encontrar a mi marido? -en el fondo comenzaba a sospechar que los recelos de sus hijos pudieran estar fundados.

-No, eso no... por supuesto que he podido entrar en contacto con él. El problema...

-¿Cuál ha sido el problema? -preguntó impaciente la viuda-. ¡Por favor, dígamelo!

-Ha saltado el buzón de voz -suspiró la vidente-. Decía que su teléfono estaba apagado o fuera de cobertura, y no hay manera de saber cuando volverá a estar disponible. Si quiere que le dejemos un mensaje... pero le advierto que en la eternidad se acaba perdiendo la noción del tiempo. A saber cuando contestará.


Publicado el 30-10-2018