Decisión burocrática



Nunca se había producido una conmoción tan grande en el Círculo de los Monstruos como cuando llegó aquí el bueno de Juan. Entendámonos: Nuestro Círculo, junto con el de Dioses y Héroes y el de Otros Personajes, forma parte de la Sección de Seres Imaginarios del Paraíso, separada ad eternum de la otra Sección, la de los Seres Reales, ignoro exactamente por qué razón.

Cierto es que, muy de tarde en tarde, ha sido destinado aquí por error algún que otro Ser Imaginario no Monstruo aunque sí de difícil clasificación; pero nunca jamás habíamos recibido la visita de un Ser Real como era Juan. Como puede comprenderse fácilmente, los monstruos estamos más que acostumbrados a contemplar seres extraños, a vernos a nosotros mismos para hablar con más propiedad. En nuestra abigarrada sociedad tienen cabida desde Polifemo hasta el conde Drácula y desde la Esfinge tebana hasta los más delirantes seres extraterrestres imaginados por los autores de ciencia ficción. Incluso yo, que soy casi un recién llegado (formo parte de la nutrida prole alumbrada por H.P. Lovecraft a principios del siglo XX), estoy ya más que curado de espantos en lo que se refiere a estos temas.

Pero Juan... Y no se me diga que su anormalidad estribaba precisamente en su disparidad con respecto a nosotros; yo no había llegado todavía, pero me han contado que Don Quijote estuvo aquí una buena temporada antes de que pudiera convencer a los de arriba de que en realidad él no era un Monstruo sino un Héroe, y que por lo tanto tal era el destino que le correspondía. Lo mismo ocurrió tiempo después con Quasimodo y con algunos personajes de Kafka, de lo que se deduce que todos estamos ya más que acostumbrados a soportar la presencia entre nosotros de seres de figura humana; amén de que, algunos de los nuestros, son para su desgracia sumamente parecidos a los hombres como sucede con el buenazo de Frankenstein o con el bobo del yeti.

Además, Juan no sólo no fue nunca nada singular en su mundo sino que, a fuer de resultar convencional, había acabado siendo considerado vulgar por todos los que le conocieron allá abajo. Nosotros no ignorábamos, a pesar de la falta de comunicaciones con el otro lado, que allí existía un Círculo especial reservado a todos aquellos personajes históricos (y, por lo tanto, Reales) especialmente perversos... Monstruos también, en definitiva, aunque no precisamente por su aspecto físico; pero nuestro buen amigo no tenía en común lo más mínimo con personajes tales como Hitler, Atila o Stalin...

Según nos dijo, su vida había sido ejemplar (de acuerdo con su criterio, como es lógico), habiéndose volcado exclusivamente en su trabajo y en el cuidado de su familia. Jamás había hecho daño a nadie de forma voluntaria y, aunque sus creencias religiosas siempre habían sido más bien tirando a tibias, al llegar la hora de subir aquí había esperado alcanzar una buena posición en el escalafón celestial. En honor suyo he de decir que, aunque en un principio temió haber caído en el Infierno (es increíble cómo aún puede haber gente que crea en semejantes paparruchas), acabó acostumbrándose a nosotros (y no tanto nosotros a él) hasta llegar a encontrarse bastante a gusto aquí.

A pesar de que nos caía simpático a todos (bueno, a todos excepto a Cerbero, que no le podía perdonar que hubiera atado unas latas a su infernal rabo), estimábamos que éste no era el lugar más adecuado para él y que sería más conveniente para todos que fuera trasladado a la Sección de Seres Reales que era a la que en realidad pertenecía. Y en cuanto al Círculo concreto... Bien, eso ya era cosa del Comité de Selección de allá.

Por ello, se encargó a nuestros representantes frente a la Administración Celestial (Lucifer y Astaroth, si no recuerdo mal) que reclamaran por este envío indebido. Los Monstruos siempre hemos tenido una bien merecida fama de serios, y además en este caso se trataba de algo insólito: ¡Nos habían enviado a un Ser Real!

La respuesta oficial, por lo tanto, no nos pudo dejar más sorprendidos. Según el Sumo Comité de Clasificación (la máxima instancia existente aquí, como cabe suponer), Juan estaba correctamente destinado en nuestro Círculo y era aquí donde debía quedarse. Como suele ser habitual en estos documentos burocráticos, nada se decía acerca de los criterios seguidos y ninguna razón se daba para justificar esta decisión. Obviamente, no nos quedaba otra solución que la de acatar la sentencia. Desde entonces Juan está entre nosotros habiéndose integrado perfectamente en nuestra comunidad. Y, puesto que apenas es más raro que los sátiros o los hombres-lobo, hemos acabado por soportarlo bastante bien.

Hace muy poco tiempo y casi por casualidad, algunos de nosotros conseguimos al fin enterarnos de las razones por las que Juan nos fue enviado en contra de toda lógica. Y, aunque hay quien opina que este secreto no debe ser divulgado bajo ningún concepto, yo me inclino a creer por el contrario que resulta absurdo guardar tantas precauciones; ¿acaso alguien de fuera se va a preocupar por lo que ocurre aquí?

Pero volvamos a nuestro tema. Juan fue destinado aquí no por error sino como única manera de resolver una situación tan imprevista como singular: Cuando las trompetas del Armagedón sonaron por fin en la Tierra, nuestro amigo fue el único mortal que no acudió a su llamada... ¿Había olvidado decir que por aquel entonces el pobre Juan estaba sordo como una tapia?


Publicado el 29-10-2015