El futuro está aquí



El arcángel Chafardael era desde hacía milenios el director del Servicio Celestial de Colocaciones, gracias a su amistad con el todopoderoso Miguel. Su trabajo era cómodo, puesto que la tramitación de los expedientes la realizaban sus subordinados de diferentes categorías limitándose él a todo lo relacionado con la representación del cargo.

Así pues, primero le desagradó que su secretario le comunicara la necesidad de recibir personalmente a un demandante, sin duda alguien importante al haber podido sortear todos los filtros, y posteriormente se quedó perplejo al conocer su identidad.

-Que pase... -ordenó a su secretario al tiempo que ordenaba precipitadamente su escritorio, inmaterial pero tangible, y se atusaba las plumas de las alas.

El visitante pasó, o mejor dicho se materializó ante él. Chafardael, que no le conocía personalmente aunque había oído hablar, y mucho, de él, le invitó a tomar asiento en la cómoda nube anatómica que había desplegado a toda prisa frente al escritorio, rezando porque funcionara correctamente después de tantos siglos sin ser usada.

Asimismo se fijó en su apariencia. Era la de una persona de edad avanzada y aspecto un tanto tosco que revelaba un origen modesto allá en su vida mortal; aunque esto resultaba irrelevante tratándose de un inmortal que podía adoptar el aspecto que deseara, decía bastante de su personalidad. Llevaba cuidadosamente recortados los cabellos y la espesa barba y se cubría con una sencilla túnica pasada de moda hacía siglos. Lo más llamativo de su atavío, y únicos objetos a los que se podía considerar ornamentales, eran las dos llaves de oro que pendían del cíngulo de color blanco y dorado que le ceñía la generosa cintura.

En efecto, se trataba de san Pedro. Y no se le veía nada feliz a juzgar por los apagados tonos de su nimbo.

Chafardael se apresuró a obsequiarle con su mejor sonrisa, a la que respondió el apóstol con un bondadoso amago de bendición. Tras los saludos preliminares exigidos por el meticuloso protocolo celestial, fue al grano sintiéndose incómodamente envarado.

-Dígame, Santo Padre, ¿qué le trae a usted por aquí?

-¡Ay, hijo, esto ya no es lo que era! Ni siquiera a mí me han respetado, y eso que no era mucho lo que pedía; tan sólo que me dejaran seguir en mi puesto tal como lo he venido haciendo, creo que sin queja alguna, durante casi dos mil años.

-¿Pues qué le ha ocurrido? -inquirió el arcángel.

Por todos era sabido que el cargo de portero celestial era puramente honorífico, pero se trataba de uno de los más importantes, si no del más importante título nobiliario -o su equivalente allí- de la Eternidad. En la práctica eran funcionarios de rango inferior los que se encargaban de tramitar la recepción de las almas recién llegadas enviándolas, tras su clasificación definitiva, a los diferentes ámbitos celestiales; pero a diferencia de otros colegas suyos el apóstol pescador siempre se había empeñado en estar al pie del cañón, aunque sólo recibiera personalmente a los pontífices difuntos y a algunas otras personas importantes fallecidas en olor de santidad.

-Pues ya ves, hijo -suspiró quejumbroso-, me han echado con cajas detempladas; vamos, que me han sugerido, muy educadamente eso sí, que ya no había necesidad de que volviera a pisar por la portería, o el Servicio de Recepción de Nuevos Ingresos tal como a algún hortera se le ocurrió rebautizarla. Pero bueno, el nombre es lo de menos.

-¿Cómo puede ser eso? -fingió ignorar el ladino arcángel, que estaba enterado a grandes rasgos del tema aunque desconocía que se hubiera llegado a tales extremos.

-A alguien con suficiente capacidad de decisión, pero carente de un mínimo intelecto, se le ocurrió que los métodos que llevábamos utilizando durante casi dos milenios para recibir y clasificar a los recién llegados se habían quedado obsoletos, esgrimiendo como excusa que el incremento del número de solicitantes, y es verdad que últimamente ¡loado sea Dios! eran más los que llegaban, estaba causando retrasos cada vez más prolongados, con el consiguiente perjuicio para las pobres almas que en muchos casos ya habían tenido que pasar por largas esperas en el purgatorio, y bla, bla, bla...

-¿Eso era cierto?

-Según como se mire -suspiró el Primer Pontífice-. Sí es verdad que los trámites de admisión y clasificación llevaban su tiempo, al fin al cabo a nadie le gustaría cometer un error y permitir la entrada a un pecador; pero teniendo en cuenta que tienen ante sí la eternidad, tampoco me parece que fuera tan grave. Además, mientras se encontraban en la terminal de llegada eran tratados con total consideración, apenas había diferencias con lo que sería su estado definitivo salvo en que no estaban asignados todavía a ningún sector. Eso sin contar -remachó- con que les servía de aclimatación a su nuevo estado, lo cual era de considerar dado que algunos nos llegaban auténticamente traumatizados a causa de los avatares de su vida mortal.

-Entonces, ¿cuál era el problema?

-Ninguno, hijo mío, ninguno, salvo el afán de notoriedad de algunos prepotentes sin escrúpulos. Pululan por ahí toda una patulea de funcionarios jóvenes, apenas contarán los mayores con cinco siglos de edad, y ya pretenden poner todo patas arriba empeñados en jugar a ejecutivos agresivos... para mí que tendrían que haberse quedado todos en el purgatorio hasta que se congelara el infierno ¡huy, perdón!, pero donde hay patrón...

-¿Y son esos advenedizos los que le han expulsado a Su Santidad? -se sorprendió sinceramente el arcángel.

-Por desgracia no lo hicieron de una forma tan burda, de haber sido así no se habrían salido con la suya. No, fueron mucho más sibilinos y consiguieron convencer a los cargos clave de la necesidad de modernizar el servicio automatizándolo por completo.

-¿Cómo dice? -Chafardael no estaba al tanto de esos detalles.

-Bueno, su propuesta consistió en reemplazar al personal encargado de la tramitación por un sistema informático capaz de seleccionar y clasificar automáticamente a todos los recién llegados... sistema desarrollado y conocido tan sólo por ellos.

-Y se salieron con la suya -aventuró el arcángel rascándose disimuladamente el nimbo con el borde del ala.

Así fue, dejando mano sobre mano a todos mis empleados; menos mal que aquí no circula el dinero, porque si no les habríamos visto a todos ellos en la cola del paro. Pero en cualquier caso la gente tiene derecho a trabajar en lo que le gusta, y mis subordinados eran todos vocacionales. A saber a dónde los mandarán ahora a los pobres. En cuanto a mí... pues más de lo mismo. Imagínate que han tenido la desfachatez de tildarme, a mis espaldas por supuesto, de viejo inútil que sólo sirve para alabar a Dios. ¡Qué sabrán ellos?

-¿Funciona el nuevo sistema? -preguntó el director del SCS removiéndose incómodo en su nube-silla.

-Por desgracia sí, al menos por ahora; hay que reconocer que de informática saben un rato. ¡Imagínate yo, que era un simple pescador cuando todavía faltaban diecinueve siglos para que empezara la primera Revolución Industrial!

Hizo una pausa un punto teatral y continuó:

-El procedimiento no puede ser más sencillo; las almas recién llegadas se colocan delante de un sensor y éste hace una lectura biométrica de su aura. En tan sólo unos segundos, ya ves, como si aquí tuviéramos prisa, se ejecuta su clasificación y son teleportados directamente a su lugar de destino. Todo así, tan aséptico como frío, sin el menor contacto personal y sin nadie que te consuele en un proceso que para muchos resulta ser, si no traumático, cuanto menos difícil de asimilar. Igualito que las entrevistas personales y el período de aclimatación que tenían con nosotros en un ambiente cordial -se lamentó el apóstol.

-No me parece un cambio positivo -reflexionó Chafardael temiendo verse obligado a poner sus inexistentes barbas a remojar-. Puede que sea práctico, pero con un coste psicológico considerable -es preciso aclarar que su departamento no se encargaba de las almas recién llegadas, sino de la recolocación de aquéllas que, por una u otra razón, deseaban cambiar de puesto de trabajo o por una u otra razón se veían obligadas a hacerlo.

-Y ni siquiera eso; ya han empezado a llegar quejas de los jefes de sección alegando que las nuevas incorporaciones tardan bastante más en integrarse, y no lo hacen de una manera tan eficaz como con el viejo sistema. Pero da igual, quienes autorizaron este desbarre no van a rectificar puesto que eso supondría su descrédito, así que tendrán que empeorar mucho las cosas para que finalmente alguien situado lo suficientemente arriba pueda dar un golpe de timón recobrando el método que había estado funcionando a la perfección durante tanto tiempo.

-Lo que no comprendo es por qué no le respetaron a usted, al fin y al cabo -midió cuidadosamente las palabras- su cargo era representativo más que ejecutivo... algo parecido a lo que ocurre con el mío -se sinceró.

-Pues precisamente por eso; yo era un símbolo que les incomodaba, no en vano son infinidad los mortales que me imaginan como el portero celestial que les dará una bondadosa bienvenida en su tránsito a la vida eterna. Así pues, pusieron todo su empeño en quitarme de en medio para que no les pudiera robar protagonismo ni sirviera de referencia que les pusiera en evidencia. Les estorbaba, y mucho además. Así pues aquí me tienes, a tu disposición una vez agotados todos los recursos; tan sólo te rogaría que me buscases alguna colocación digna y, si no acorde, al menos respetuosa con lo que represento.

-Yo... no sé... -titubeó el ente angélico-. He de confesarle que nunca me había visto en esta tesitura. Todo un Príncipe de la Iglesia, es más, la cabeza de ella, solicitándome una colocación... me siento desbordado. ¿No podría usted -preguntó de sopetón- pedir ayuda a sus compañeros los apóstoles, a los evangelistas, a los Padres de la Iglesia, incluso a Él mismo? Posiblemente podrían hacer más que yo.

-¿Te crees que no lo he intentado? -cloqueó el interpelado sonriendo con amargura-. Pero de poco me ha servido. Unos, porque están a lo suyo. Otros, porque pasan de todo. El resto me ha recomendado que me tome un descanso, que después de casi dos mil años ya está bien de trabajar y corresponde descansar... vamos, que me jubile y me dedique a la vida contemplativa. ¿Pero cómo voy a hacer eso con el horizonte de la inmortalidad por delante? ¡Me moriría de aburrimiento si ello fuera posible aquí!

Chafardael asintió conmovido.

-Tiene usted razón, pero si no lo ha conseguido recurriendo a sus contactos, ¿qué podría hacer yo? Puedo buscarle un destino cómodo, eso sí, y a unas malas podría inventarme un cargo de asesor para usted... pero tal como me ha contado, mucho me temo que esto no le satisfaría. Lo que no está en mis manos -y abrió los brazos y hasta las alas enfatizando el gesto- es devolverle el puesto que le han quitado.

-Ya lo sé, hijo, ya lo sé. En realidad -exclamó irritado- lo que pretenden es que me retire a un rincón, ellos usan el eufemismo de la jubilación como si fuera posible aquí, y me muera de aburrimiento sin incordiar a nadie. Incluso han tenido la osadía de decir, por supuesto a mis espaldas, que podría dedicarme otra vez a pescar, dado que éste era mi oficio cuando me reclutó el Jefe, para entretenerme... ¡Como si aquí hubiera ríos, lagos, mares...! Y que yo sepa, los peces no viven en las nubes -ironizó.

-Pues usted me dirá -se rindió su interlocutor, cada vez más incómodo-. Estaré encantado en ayudarle, pero la verdad es que no sé como.

-No te preocupes, hijo, aprecio tu interés, y te aseguro que ya he visto en ti bastante más que en muchos otros con mayor capacidad para ayudarme. De momento, me conformaría con que me buscaras un acomodo temporal que no me exigiera demasiados esfuerzos y me permitiera disponer de tiempo libre para poder buscarme la vida.

-Eso está hecho -respondió aliviado el arcángel-. Siempre mantenemos vacantes algunos puestos vip para atender a casos como el suyo... aunque jamás nos había llegado uno de su importancia. Le remitiré a mi ayudante para que le asigne el que más le agrade dentro de todos los disponibles.

-Con eso bastará -le agradeció el apóstol con un rutilante irisar de su nimbo-. Mientras tanto, huelga decirlo, seguiré buscando la manera de recuperar mi antiguo puesto dejando en evidencia a esos marrulleros y a la chapuza del tinglado que han inventado, como si todos los que llegan aquí estuvieran habituados a esas extrañas y repelentes tecnologías. Donde esté el contacto humano...

Chafardael, que ya estaba empezando a cansarse y echaba de menos su partidita de tetris tetradimensional, le dio las coordenadas del despacho de su ayudante junto con un código de recomendación, tras lo cual el santo apóstol se despidió agradeciéndole su amabilidad y se teleportó, esperaba el arcángel que para siempre. Una vez solo, decidió posponer el tetris para más adelante optando por llamar a su fontanero, un serafín resolutivo y con pocos escrúpulos al que le encargaba todos los trabajos no oficiales, para encargarle que investigara a los individuos que habían implantado el Servicio de Recepción de Nuevos Ingresos. No es que le importara demasiado la suerte del destituido Guardián de las Llaves, en realidad no le importaba nadie a excepción de él mismo, pero lo que sí le preocupaba, y mucho, era que esos advenedizos pudieran intentar hacer algo parecido con su cómoda prebenda.

Hasta ahí podíamos llegar.


Publicado el 13-4-2022