Infierno 2.0



A fuer de ser precisos, es necesario reconocer que Agatocles Mirmidón nunca fue una buena persona, al menos tal como se entiende habitualmente. Y aunque muchos de los que le conocieron, preguntados acerca de la opinión que tenían de él, se limitarían a dar respuestas educadas pero ambiguas, no faltarían quienes no dudaran en calificarlo como un mal bicho.

Porque Agatocles, carente por completo de escrúpulos, se había dedicado durante toda su vida a aprovecharse cuanto pudo de los demás, sin preocuparle lo más mínimo los daños que pudiera causarles en busca de su propio beneficio; y puesto que era realmente hábil en estos menesteres, y eran tales su ambición y su egoísmo, las víctimas que fue dejando atrás fueron numerosas y en ocasiones incluso graves, pese a lo cual jamás sintió el menor remordimiento de conciencia dado que también carecía de ésta.

Como cabe suponer su actitud ante la vida era tan cínica como despreocupada, siendo su única motivación el beneficio propio a costa de lo que fuera y limitado tan sólo por su capacidad para conseguir aquello que deseaba.

Con estos moldes tampoco sorprenderá que fuera un descreído no sólo en el ámbito religioso, al que consideraba emulando a Karl Marx una eficaz manera de controlar a los creyentes, sino también en cualquier ámbito ético o moral con independencia de su naturaleza.

Así pues, no creía en la existencia de una vida ultraterrena, convencido de que la muerte era tan sólo un fundido en negro tras el cual no existía absolutamente nada. Lo cual, dado que anulaba la posibilidad de un juicio póstumo con la consiguiente rendición de cuentas, tal como propugnaban no sólo el cristianismo sino también otras muchas religiones, le hacía sentir impune ante la ausencia de un castigo postrero al tiempo que reforzaba su falta de escrúpulos a la hora de sacar provecho de todo cuanto pudiera mientras permaneciera en este mundo.

Para su sorpresa, cuando llegó la hora de su muerte descubrió con inquietud que estaba equivocado, ya que su alma liberada de su cuerpo viajó allá donde fue juzgada sin que él pudiera impedirlo, con el veredicto que cabía esperar y del que tanto se había burlado: culpable, con el consiguiente castigo de destierro en el infierno por toda la eternidad.

En realidad no fue consciente de nada de aquello, es decir, no pasó por el equivalente a un juicio terrenal; simplemente lo supo, así como tuvo la certeza de cual sería su destino.

Y se encontró sentado en una silla en el interior de lo que parecía ser una amplia oficina, algo que no cuadraba con la idea que él tenía del infierno; porque por muy descreído que hubiera sido, era hijo de una cultura y unas tradiciones que le habían transmitido su acervo, incluyendo las manifestaciones religiosas en ámbitos tales como la literatura, el arte o la cultura en general, de modo que muy a pesar suyo se habría esperado algo muy diferente a lo que se asemejaba mucho más a una aséptica dependencia oficial de atención al público que a la imaginativa concepción del infierno de Dante, que había leído en su infancia con una mezcla de morbosidad y fascinación.

Todavía sin salir de su asombro descubrió que frente a él se encontraba un joven de aspecto jovial ataviado con un atildado traje, interponiéndose entre ambos una mesa de despacho que en nada se diferenciaba de las de cualquier oficina incluyendo el ordenador de una conocida marca informática. A su alrededor, suficientemente separadas para prestar una razonable intimidad, otras mesas similares con sus correspondientes ocupantes atendían a otros tantos visitantes, si es que se les podía llamar así, mientras una suave música ambiental contribuía a crear una atmósfera regalada.

De su estupor vino a arrancarle su interlocutor saludándole con amabilidad.

-Bienvenido, señor Mirmidón. Soy el agente XB-403-AA5-90P, aunque mis amigos me llaman Óscar y le ruego que usted haga lo propio. Estoy aquí para servirle y atenderle en este difícil trance por el que todos nosotros tendremos que pasar tarde o temprano.

-¿Es usted un...? Porque estoy en el infierno, ¿no es así?

-Responderé por orden a sus preguntas -afirmó Óscar al tiempo que esbozaba una sonrisa-. No, no soy un demonio sino un empleado de Hell Resources Inc, una compañía filial de Afterlife Group encargada de gestionar los nuevos ingresos en el infierno cristiano, mientras nuestra matriz lo hace también en varios de los mundos de ultratumba de otras religiones; y en efecto, usted fue destinado aquí tras su fallecimiento.

-No entiendo nada... ¿dónde están los diablos? Esto no se parece en absoluto a lo que cabía esperar... incluso por los descreídos como yo.

-Comprendo su desorientación, es natural que se encuentre sorprendido dadas las circunstancias; han sido milenios presentándolos como monstruos horrendos y depravados cuya única labor era torturar sádicamente a los condenados, y esto claro está ha creado un poso difícil de evitar incluso para las mentes más analíticas. Pero como es fácil de comprender esa imagen apocalíptica fue fruto tan sólo de la propaganda insidiosa orquestada por los de allí arriba -enfatizó su afirmación con un dedo señalando al techo- que nada tiene que ver con la realidad. Los mal llamados diablos, que en realidad sólo fueron unos ángeles disidentes, no es ya que no tengan esas formas entre terroríficas y grotescas reflejadas en los códices medievales, es que ni siquiera poseen un cuerpo físico tal como lo entendemos; al igual que por idéntico motivo sus congéneres, los ángeles sumisos, tampoco tienen forma de seres rubicundos con cabellera sedosa, una túnica blanca impoluta y unas esplendorosas alas emplumadas.

-Pero no están aquí... -porfió Agatocles.

-No, no están aquí. Durante milenios se vieron obligados muy a su pesar a gestionar el infierno, o mejor dicho la sección dedicada a los condenados; pero hace algún tiempo una sentencia judicial avaló el derecho a externalizar este servicio, por lo cual redactaron un pliego de condiciones y convocaron un concurso público para que una empresa privada pudiera encargarse de esta labor; nuestra oferta resultó ganadora -Óscar se mostró exultante- y aquí estamos, para atenderles lo mejor posible. En cuanto a los... diablos -se adelantó a la siguiente pregunta de Agatocles- ahora se dedican exclusivamente a sus cosas, sean éstas las que sean, desligados de la gestión carcelaria. Ellos transfieren a nuestra empresa los fondos estipulados en el contrato y todos contentos.

-No lo puedo creer.

-Es lógico; como le acabo de decir, se trata de unos prejuicios difíciles de erradicar. Pero créame que lo que le digo es cierto: ¿acaso esto -acompañó a sus palabras con un gesto que abarcaba a la totalidad de la vasta sala- se parece en algo a La Divina Comedia, a los códices medievales, a las pinturas de El Bosco, Bruegel, Pacher y tantos otros? ¿Nota algún olor a azufre u otro cualquiera todavía más nauseabundo, oye música satánica como El trino del Diablo de Tartini, Una noche en el Monte Pelado de Mussorsky, los valses Mefisto de Listz o el Dies Irae de Verdi?

-No lo entiendo -porfió Agatocles-. Si yo soy un alma liberada de mi cuerpo mortal, ¿por qué tengo esta sensación tan material? -y asiendo del brazo a su interlocutor añadió- ¿Por qué le puedo tocar a usted, sentir la silla en la que estoy sentado y ver estas dependencias que en nada se diferencian de una delegación de Hacienda? Nunca he creído en el Más Allá, pero me lo hubiera imaginado como un lugar desolado por el que los fantasmas de los muertos vagan sin fin.

-Tiene razón... en parte -respondió Óscar-; ya le he dicho que habrá de librarse de todos los prejuicios que le han sido imbuidos a la humanidad durante milenios, y no sólo por la religión católica y sus coetáneas, sino también por otras muy anteriores. En realidad esto que ve y siente es una recreación para ayudarle a adaptarse al tránsito a su nueva vida; fue una de las innovaciones de mi empresa, ya que cuando la recepción estaba gestionada por los diablos, perdón, quería decir los ángeles disidentes, el choque que sufrían los recién llegados era considerable, algo que estimamos innecesario y perjudicial obrando en consecuencia. Por cierto esta imagen mía es también una recreación, un avatar de mi verdadero cuerpo que permanece yacente allá en el mundo mortal mientras yo me manifiesto aquí; esto no tiene nada de magia ni de religión, es pura tecnología.

-Entonces, ¿usted no está... muerto? -le interrumpió Agatocles.

-¡Oh, no! Para mí es una inmersión en esta interfase que actúa a modo de realidad virtual permitiéndome interaccionar con usted. Aunque -rió divertido- tarde o temprano me llegará la hora de ocupar su lugar, con la diferencia de que ya estaré prevenido.

Hizo una pausa y continuó:

-Volviendo a su pregunta, en lo que está equivocado es en suponer que una vez en su destino definitivo se encontrará convertido en un alma en pena en un recinto sombrío similar al inframundo descrito en la Odisea y en otros textos clásicos. Puede estar tranquilo, la realidad no tiene nada que ver con este deprimente escenario.

-¿Y los castigos a los condenados?

-¡Oh, olvídese también de la Divina Comedia! En el infierno nunca ha habido castigos físicos, ni antes de asumir nosotros de la gestión ni mucho menos después. Esto también forma parte de la leyenda negra. Si quiere, compárelo con una cárcel moderna; los internos están recluidos y sometidos a determinadas restricciones, pero nadie los tortura y mucho menos con ese grado de sadismo. De hecho, al menos en los países avanzados se les trata con respeto considerándose que la privación de libertad ya es suficiente castigo.

-Pero será para toda la eternidad... -objetó Agatocles.

-Eso sí, por supuesto, pero le aseguro que en cuanto se acostumbre podrá llevar una vida bastante satisfactoria. Al carecer de necesidades fisiológicas podrá dedicarse por completo al cultivo de su intelecto; y usted, que según reza en su ficha no carece de estas facultades, tendrá ocasión de relacionarse con personajes históricos de lo más interesante. Incluso, si me apura, le garantizo que podrá contar con mejor compañía que los aburridos de allá arriba -concluyó con una amplia sonrisa-, donde se siguen negando a aceptar nuestros servicios.

-¿Eso es todo?

-Casi. Tan sólo resta indicarle que ha sido destinado al sector general, el equivalente salvando las distancias a los presos comunes; es con diferencia el más agradable y tranquilo, puesto que los penados peligrosos tales como los asesinos, los psicópatas, los violadores o los terroristas cuentan con recintos propios aislados del resto. No es que pudieran causarle el menor daño en su nuevo estado por mucho que lo pretendieran, pero siempre resultarían molestos. Así pues, usted puede estar tranquilo y disfrutar de su nueva vida que, le aseguro, no le defraudará.

-Si usted lo dice... -Agatocles seguía sin estar convencido del todo.

-Lo podrá comprobar por usted mismo en breves momentos. Y ahora, si me lo permite, me despido, puesto que debo atender a otros recién llegados. Le deseo una feliz estancia, señor Mirmidón.

Dicho lo cual el difunto Agatocles se desvaneció camino de su destino eterno. Por su parte Óscar, o mejor dicho su avatar, tras suspirar pensando en lo que le quedaba todavía de jornada, se consoló pensando en que una vez retornado a su cuerpo podría concertar una cita con esa chica tan simpática que había conocido hacía unos días. Su trabajo no estaba mal y le pagaban francamente bien, pero en ocasiones podía resultar agobiante.

Una vez relajado, pulsó con el ratón el botón que le enviaría a un nuevo recién llegado.


Publicado el 9-5-2025