Realidad virtual



Ya formidable y espantoso suena
Dentro del corazón el postrer día;
Y la última hora, negra y fría,
Se acerca, de temor y sombras llena.

Francisco de Quevedo


Agonizaba. Postrado en la cama, incapaz de realizar el más mínimo movimiento, sentía cómo los últimos jirones de vida escapaban de su yerto cuerpo a cada estertor. Sentía, más que veía, la presencia de su esposa, asiéndole la mano mientras sollozaba en silencio. Sus hijos, apenas unas borrosas figuras, rodeaban el lecho. Más allá, todo quedaba difuminado tras una espesa cortina de niebla.

Pero su cerebro seguía funcionando con mayor lucidez que nunca, quizá en un postrer gesto de inútil rebeldía ante el inminente final. Y recordó. Recordó la totalidad de sus sesenta años de vida con una nitidez cinematográfica, aflorando a su mente un raudal de añejos recuerdos que creía completamente olvidados. Recordó su infancia feliz, cuando todavía pensaba ingenuamente que la vida era tan sólo un divertido e intrascendente juego. Recordó su adolescencia y la compleja transición a la vida adulta. Los años de universidad, la desagradable etapa del servicio militar, la difícil incorporación al mundo laboral. Los primeros escarceos amorosos, el noviazgo, el matrimonio. La llegada de los hijos y el adiós de los seres queridos. La plácida madurez premiada con la satisfacción de haberle sabido sacar provecho a la vida... Y la enfermedad que vino a golpearle crudamente cuando menos lo esperaba, la cual le llevaba a la tumba arrebatándole la esperanza de disfrutar de la vida durante un buen puñado de años aún.

Cáncer. La terrible plaga le fue diagnosticada casi dos años atrás. Recordaba con nitidez su perplejidad, su rechazo instintivo a que le hubiera tenido que tocar a él. Y comenzó su calvario. A la sorpresa inicial le sucedió una depresión, y a ésta la rabia. Su instinto de supervivencia resultó ser mucho más fuerte de lo que él hubiera pensado, y a él se aferró con todas sus fuerzas. Primero vino la operación, seguida posteriormente de tratamientos radiológico y químico. Los médicos, como cabía esperar, fueron ambiguos: Existían esperanzas de curación, por supuesto, pero no le podían prometer nada... Lo más que pudo arrancarles fue una estimación del orden de un cincuenta por ciento de posibilidades de salvación.

Un cincuenta por ciento era mucho... O muy poco, puesto que implicaba la existencia de otro cincuenta por ciento de probabilidades de perder la partida. Pero mientras había vida había esperanza, así que apostó decididamente por ella... Y por desgracia, perdió. Fue una derrota larga y dolorosa, marcada por la angustia y jalonada por unos tratamientos médicos que laceraban su debilitado organismo. Más de una vez, desesperado, se sintió tentado de abandonar, entregándose dócilmente en manos del destino; pero siempre seguía adelante, aferrándose a la esperanza, cada vez más débil, de una curación.

Por desgracia la enfermedad fue ganando cada vez más terreno a la ciencia médica. Cuando tuvo la certeza de que la batalla estaba definitivamente perdida, tan sólo le quedó aguardar la llegada inexorable de su hora final, atormentado por unos atroces dolores que ni siquiera los más fuertes calmantes lograban doblegar. Había sido una enfermedad extremadamente cruel, sus padecimientos habían resultado inhumanos y, resignado, tan sólo deseaba ya poder descansar en paz.

Educado en una sociedad tradicional en la que la religión católica era todavía omnipresente, cuando cambiaron los tiempos en España él reaccionó, como tantos otros de su generación, rechazando instintivamente todo aquello que durante muchos años le impusieran privándole de la menor posibilidad de disidencia. Mucho más intelectual y reflexivo que el común de la gente, en su caso este rechazo a la religión impuesta no se había traducido ni en ningún tipo de ateísmo ni, mucho menos, en ese burdo anticlericalismo que es el ateísmo de los cretinos. En realidad, y aunque desdeñara cualquier signo externo de religiosidad y, por supuesto, no fuera en modo alguno practicante, no podía decir ni que creyera, ni que dejara de creer; quizá podría ser definida su postura, mucho más filosófica que religiosa, como una especie de particular agnosticismo... Aunque tampoco se trataba exactamente de eso puesto que, aunque nada le hubiera gustado más que encontrarse con la existencia de algo en el más allá, algo que fuera infinitamente más grandioso que la mediocre y anodina vida terrenal, carecía del menor argumento intelectual que le permitiera albergar esperanzas sobre su posible existencia.

Dicho con otras palabras, su esperanza era tan grande como inexistente resultaba ser su fe.

Y ahora se moría. ¡Qué ironía! -se dijo- Le faltaba muy poco, apenas unos minutos, para poder disipar todas sus dudas... Pero a qué precio. Y en aquel instante supremo temió que, al traspasar el umbral, tan sólo encontrara la espantosa y eterna oscuridad de la nada.

Lanzando un último suspiro, falleció en paz.


* * *


Había vida después de la muerte... O, cuanto menos, existía algo diferente del vacío. Algo extraño e incalificable, imposible de describir con conceptos humanos.

Pero él ya no era humano. Y, poco a poco, comenzó a comprender el significado de todo aquel caleidoscopio sensorial que bombardeaba su recién estrenada capacidad de percepción. Y comprendió. Supo que no se trataba de una llegada, sino de un retorno. Porque él ya había estado allí. Él era de allí. Y no estaba solo.

-¿Te sientes mejor? -la pregunta resonó directamente en su mente- No te preocupes; es normal que te sientas desorientado. Relájate; todo pasará en unos momentos.

Así ocurrió. Después de un lapso de tiempo indefinido, fue capaz de comprender. Su realidad, su auténtica realidad, era ésa. Su anterior existencia humana había sido tan sólo un espejismo, una experiencia fugaz y artificial producto de una decisión voluntaria de experimentar nuevas sensaciones.

Relajando perezosamente las sutiles configuraciones energéticas que conformaban su cuerpo, su verdadero e inmaterial cuerpo, procedió a saborear las experiencias obtenidas durante su sueño, en el transcurso del cual había creído estar encarnado en un organismo material, tan frágil y efímero como inexistente.

-¿Qué tal? -volvió a preguntar la voz amiga.

-Bien... -respondió a su vez, recobrada ya totalmente la consciencia- La experiencia ha sido... Interesante.

-Celebro que te haya gustado. No todos opinan lo mismo.

-Por supuesto que no. -terció una nueva voz- Lo que yo no entiendo, es que pueda haber alguien que encuentre placer en semejante majadería. A mí me repugna pensar siquiera en la posibilidad de someterme a uno de estos ridículos simulacros. Vida material... ¡Habráse visto semejante despropósito!

Era Dwinn, su gruñón amigo Dwinn, siempre disconforme con todo aquello que se pudiera desviar, siquiera mínimamente, de la más rígida ortodoxia. Relajó voluptuosamente su cuerpo -si como tal podía considerarse a un campo electromagnético que se extendía por un volumen de varios parsecs cúbicos- y, divertido, preguntó:

-¿Qué tiene esto de malo? Ha resultado una experiencia curiosa... Y satisfactoria.

-No digas bobadas. La materia no es sino una degeneración aberrante de la energía, y rebajarte a ella resulta completamente antinatural.

-No veo por qué; se trata tan sólo de un juego, de algo tan trivial como efímero que me ha permitido conocer otras sensaciones, otros modos alternativos de vida.

-¿De vida? ¿Llamas vida a eso? -el tono despectivo era más que patente.

-Vida es, aunque se trate de una mera recreación artificial...

-Y sin la menor posibilidad de tener una existencia real. -le interrumpió su interlocutor- Por lo tanto, se trata de algo falso.

-No del todo; ese universo material existe realmente.

-Pero todo lo demás es inventado, desde ese foco derrochador de energía... ¿cómo lo llamáis, estrella? hasta el escenario donde se ha recreado ese simulacro de vida.

-Para los seres virtuales que lo habitan resulta ser completamente real... E igual de reales resultamos ser nosotros en nuestros avatares materiales. Y te recuerdo que somos muchos los que lo hacemos, te guste o no, y algunos incluso repiten la experiencia en varias ocasiones.

-¿Te parece ético que tú y el resto de los que piensan como tú os dediquéis a jugar en un universo imaginario plagado de fantasmas que carecen de existencia?

-¿Por qué no? ¿Qué mal hacemos con ello? Además, existen unas reglas de obligado cumplimiento: Mientras participamos en el juego, no nos es posible recordar nuestra verdadera naturaleza; creemos realmente en la existencia de nuestro personaje, e interactuamos con los actores virtuales generados por el juego -tus fantasmas- confundidos con ellos. Y por supuesto, si alguien repite su participación, cosa que sucede a menudo, no le está permitido recordar sus anteriores intervenciones, para evitar que pudiera jugar con ventaja.

»Lo más fascinante es que este falso universo está sujeto a sus propias leyes naturales, que todos nosotros nos vemos obligados a respetar bajo pena de expulsión automática. Y evoluciona, haciéndonos evolucionar a su vez; nosotros podemos intervenir libremente en su desarrollo, siempre y cuando nos sometamos a las mismas restricciones que cualquier ser virtual, ya que unos y otros resultamos ser indistinguibles en el escenario del juego. Te aseguro que resulta ser realmente enriquecedor.

-Salvo cuando alguno de vosotros se excede en sus atribuciones y organiza una buena catástrofe en vuestro querido mundo artificial...

-¡Bah! Eso solamente ha ocurrido en contadas ocasiones, y siempre han sido aplicadas las medidas disciplinarias pertinentes. Lo que ocurre es que, de forma deliberada, se introduce un factor de incertidumbre en el modelo que lo convierte en moderadamente imperfecto; resulta interesante que ocurra así, porque de esta manera los participantes pueden intervenir de una manera más activa intentando solucionar los problemas que surgen a lo largo del proceso. De no ser así, el juego resultaría mucho más aburrido.

-Puedes decir lo que quieras, pero vuestro comportamiento no me parece, ni ético, ni serio. Sois unos frívolos jugando a crear universos... Aunque sean falsos.

-Es un simple entretenimiento, te aseguro que nadie se lo toma en serio... De todos modos he de confesarte que, por el momento, no tengo intención de repetir la experiencia. No me arrepiento de ello, ni me avergüenzo, pero una sola vez resulta suficiente.

-Ojalá todos los demás pensaran como tú.

-Bueno, dejémoslo ya; no tiene mayor importancia.

Ambos seres dieron por zanjada la conversación, marchándose cada uno de ellos por su lado tras intercambiar un saludo de despedida. Tenían ante ellos un universo infinito, y una eternidad para disfrutarlo. Y lo harían.


Publicado el 14-1-2005 en Aurora