Un trabajo para siempre
La jornada había sido dura incluso para un funcionario; la crisis económica arreciaba de veras, pensaba mientras ordenaba el grueso fajo de nuevos expedientes que invadían su mesa mostrando de una manera palpable -mucho más de lo que decían los periódicos- cómo el número de desempleados se incrementaba inexorablemente día a día. Este hecho significaba bastante más trabajo para él, por supuesto, pero al menos contaba con la garantía de un sueldo seguro... Lo cual no era ninguna minucia en tiempos de vacas flacas tales como los que corrían.
Maldiciendo los diez minutos que pasaban de la hora de salida cerró cuidadosamente los cajones de su mesa al tiempo que comenzaba a incorporarse de su asiento con una habilidad hija de los largos años de práctica continuada; tenía al menos media hora de viaje hasta casa mas lo que tardara en aparcar, que solía ser bastante, y a esas horas el estómago comenzaba ya a protestarle como si de una legión de cosacos a la carga se tratara.
-Buenos días.
-El saludo, que sonó como un pistoletazo en el silencio tardío del despacho, provenía indudablemente de delante de su mesa, justo de la silla en la que solían sentarse sus visitantes... Silla que obviamente se encontraba vacía desde hacía un buen rato, justo desde que la oficina de empleo cerrara sus puertas al público. No podía haber, pues, nadie en su interior salvo algún funcionario rezagado, y éstos no acostumbraban a gastar bromas de este tipo justo a la hora de la salida del trabajo.
Intrigado a la par que molesto alzó la vista descubriendo que, efectivamente, había alguien sentado frente a él... Un hombre de edad indefinida -quizá de unos cuarenta y tantos años- y de aspecto corriente, el cual le sonreía tímidamente con ademán cohibido.
-¿Cómo ha entrado usted aquí? -le espetó ásperamente- La oficina ya está cerrada hace rato.
-Simplemente... Entré. -fue la escueta contestación- Y discúlpeme si no lo pude hacer antes; le aseguro que me hubiera sido de todo punto imposible venir en cualquier otro momento en el que la oficina estuviera llena de visitantes.
-Pero la puerta está cerrada... ¿No me irá usted a decir que entró y se escondió en cualquier rincón esperando tranquilamente a que termináramos? -su tono de voz era cualquier cosa excepto amable.
-Es que no he entrado por la puerta. -respondió suavemente su interlocutor.
-¿Por dónde si no? ¿Por la ventana? -gruñó- Le advierto que es muy tarde y me están esperando en casa, por lo que no puedo perder tiempo atendiéndolo en estos momentos. Vuelva mañana por la mañana. -concluyó al tiempo que terminaba de levantarse de la silla.
-Por favor, atiéndame. -suplicó el visitante en un tono que dejaba fuera toda posible negativa- Le aseguro que sólo será un momento.
-Está bien. -se resignó sentándose de nuevo- Pero sólo le puedo dedicar cinco minutos; tengo un largo trecho hasta mi casa y no puedo retrasarme más. Eso sí; ¿podría decirme por dónde entrado? Estoy completamente seguro de que hace un momento no estaba aquí.
-Tiene usted toda la razón. Simplemente, me he limitado a aparecer.
-¿Cómo dice? -ahora la alarma comenzaba a ser, por vez primera, real.
-Que aparecí. Soy lo que usted llamaría un fantasma.
-¡No me venga con cuentos chinos! -explotó en un arranque de ira- Paso por me que entretenga y me retrase, pero no porque se burle de mí. Buenos días -y comenzó a levantarse de nuevo.
-¡Por favor, escúcheme! ¡Le aseguro que es cierto lo que le digo! -volvió a suplicarle su visitante- Yo soy un verdadero fantasma.
-¿Cómo pretende que me crea eso?
-Así.
Y su cuerpo se volvió transparente quedándose reducido a una silueta a través de la cual se vislumbraba el fondo del despacho.
-¿Qué... Qué quiere usted de mí? -logró balbucir después de unos eternos segundos de perplejidad.
-Tan sólo que me consiga un trabajo. Para eso es por lo que he venido aquí.
Evidentemente había algo que no encajaba. Si ya era de por sí insólito que un fantasma -porque un fantasma era- se le presentara así por las buenas en su oficina, lo que ya rebasaba lo inverosímil era que viniera a él, un simple empleado, con la pretensión de que le encontrara un puesto de trabajo.
-Pero yo no sé...
-En qué puede trabajar un fantasma. -le interrumpió- Es fácil; lo más tradicional es un castillo, por supuesto, pero en nuestro país no existe demasiada tradición al respecto, por lo que me temo que esta opción habrá de ser descartada. Tenemos también algunas otras alternativas que a mí personalmente me satisfacen más ya que corresponden a empleos más modernos, tales como actor de efectos especiales en las películas o, incluso, como asesor de una revista de parapsicología o como experto en algún programa televisivo.
-Yo...
-Sí, ya sé que se encuentra perplejo, y no le culpo por ello ya que es algo completamente normal en sus circunstancias. Permítame, pues, que le traslade a un sitio más cómodo que éste en el que podremos hablar mucho más relajados; le aseguro que tan sólo nos llevará unos escasos segundos de su tiempo real, por lo que no llegará tarde a comer.
Y sin la menor transición se vio flotando blandamente en un lugar gris y de contornos indefinidos pero que al mismo tiempo le infundía una paz y una tranquilidad como jamás había sentido. De no parecerle completamente absurdo, hubiera jurado que se encontraba en el interior de una nube.
-¿Dónde estoy? -preguntó sobresaltado por el brusco cambio.
-Donde fui condenado a vagar desde el mismo momento de mi muerte. -respondió con amargura el espectro- Un lugar que no es ni un mundo ni el otro, sino una tierra de nadie a la que fuimos arrojados todos los desventurados que no hemos tenido ni la dicha de alcanzar la salvación eterna, ni la postrera liberación de la maldición divina.
-Luego es cierto... -por extraño que le resultara se encontraba completamente tranquilo y hasta se sentía curioso- Ustedes son los no muertos.
-O los no vivos. -suspiró de nuevo su interlocutor- Somos las almas en pena que vagan por la frontera entre los dos mundos sin que nos esté permitido descansar en paz en ninguno de ellos. Pero esto no hace al caso. -se interrumpió- Así pues, volvamos a nuestro tema; como ya le dije hace un instante deseo encontrar un trabajo como modo de poder vincularme lo más posible al mundo de los vivos.
-¿Qué le hace pensar que yo pueda ayudarle?
-Usted trabaja en una oficina de empleo. ¿Qué mejor lugar para ir a buscar trabajo?
-¿Cómo quiere que se lo diga? -se incomodó al fin- La oficina de empleo tan sólo admite, conforme a la legislación vigente, solicitudes de personas laboralmente activas... No de jubilados ni, por supuesto, de...
-De muertos. -concluyó la frase el fantasma- Por supuesto que lo sé; no soy ningún estúpido. Pero todo se debe, probablemente, a que nunca antes ningún colega mío lo había solicitado. Tenga en cuenta, por otro lado, que soy alguien perfectamente capaz de trabajar... Durante mucho tiempo además. -rió.
-Sí, de eso último no me cabe la menor duda; -respondió el funcionario con sarcasmo- realmente, con usted habría muy pocos problemas. Por desgracia la ley no contempla casos como el suyo, y lamento decirle que yo no tengo la menor autoridad para plantearlo allá donde sí podría ser abordado; tenga en cuenta que soy un simple empleado. Quizá si hablara con el director...
-Era mi intención llevar este asunto de la manera más discreta posible. -gruñó- Pero si no hay más remedio... Eso sí; ¿me haría usted el favor de presentarme?
-Por supuesto que sí; y ahora, ¿le importaría devolverme a mi oficina? Me están esperando para comer.
* * *
-Prefiero no ocultárselo; su problema tiene una difícil solución.
-¿Por qué? -preguntó el fantasma- ¿Acaso no hay nadie que acepte mi solicitud?
-No, no es eso. -respondió el director- Hemos fracasado con las cadenas de televisión y con las productoras cinematográficas, eso es cierto, pero contamos con la promesa de alguna editorial de temas esotéricos y con el ofrecimiento en firme de un parque de atracciones que pone como única condición que usted no asuste demasiado a los clientes. Esto, claro está, sin salir de nuestro país, ya que pienso que en Hollywood usted podría tener un buen futuro.
-No, gracias. -fue la escueta respuesta- Me encuentro bien aquí. Pero entonces, ¿cuál es, pues, el problema?
-La ley. Usted no existe legalmente, y eso es algo que bloquea absolutamente todas las posibles iniciativas a no ser, claro está, que prefiera trabajar al margen de la misma... En cuyo caso yo, como director de la oficina de empleo, en nada puedo ayudarle.
-¡Pero eso es absurdo! Puedo demostrar fehacientemente que existo, por mucho que haya fallecido.
-No es a mí a quien tiene que convencerme; yo creo evidentemente en su existencia. Pero la burocracia es algo tan difícil de sacar de su inercia que mucho me temo que, por mucho que usted se apareciera delante del propio ministro, nada conseguiría de cara a lograr su objetivo. ¿Sabe usted lo que cuesta reformar una ley? ¿Sería usted capaz de convencer a los sindicatos? Probablemente le resultaría más fácil resucitar que conseguirlo. Con toda sinceridad le recomiendo no ya como funcionario, que no puedo hacerlo, sino como amigo, que se olvide de legalismos y haga lo que mejor le parezca al margen de los papeles.
-Luego, ¿qué me queda por hacer? -preguntó el fallecido con desaliento.
-¡Un momento! -exclamó el funcionario, que hasta entonces había permanecido en silencio- Si usted apareciera de repente en un programa de televisión de máxima audiencia, quizá...
-Olvídelo. Los espectros, al igual que no nos reflejamos en los espejos, tampoco somos recogidos por las cámaras de televisión.
-No lo sabía; los libros de espiritismo no dicen nada de ello.
-¿Cómo lo van a decir, si todos los serios fueron escritos con anterioridad a que se inventara? Pero por otro lado, tenemos absolutamente prohibido por los de arriba dar más publicidad de la estrictamente necesaria a nuestra situación; de hecho, en estos momentos estoy bordeando peligrosamente los límites que tengo impuestos.
-Pues entonces, no sé cual puede ser la solución a su problema. -se rindió el director.
-Escuchen lo que se me acaba de ocurrir. -interrumpió el funcionario, repentinamente imbuido por una nueva idea- ¿Y si...?
* * *
Han pasado ya varios años y nuestro fantasma está plenamente satisfecho por haber visto resuelto su problema. Ahora es Técnico Asesor de Espíritus y Seres Inmateriales del Instituto Nacional de Empleo, siendo su labor la de atender y asesorar a todos aquéllos que se encuentren en situaciones similares a la que fuera la suya, amparado por supuesto en la amplia experiencia que le confiere haber sido el primero.
Por supuesto no se trata de un cargo oficial -legalmente no podía serlo- ni tampoco remunerado, cuestión ésta que realmente no le importa lo más mínimo puesto que, como decía jocosamente, ¿en qué se puede gastar el dinero un fantasma? Lo importante, lo único en realidad importante, es que ha conseguido volver a sentirse útil, al tiempo que su nuevo cargo le ha servido también para establecer unos sólidos lazos de amistad con sus compañeros, rompiendo así la tradicional soledad a la que acostumbran a estar abocadas las almas en pena.
Tan sólo un pequeño detalle impide hasta ahora que su satisfacción sea total; hasta el momento ningún espíritu se ha dirigido todavía a él solicitando su ayuda, por lo que no le ha sido posible aún aplicar en la práctica sus innegables y reconocidas cualidades. No obstante no desespera; sabe que tarde o temprano esta circunstancia va a tener lugar, por lo que le basta con armarse con un poco de paciencia... Virtud ésta de la que los fantasmas están, por cierto, bastante más que sobrados.
Publicado el 28-10-2009 en NGC 3660