El veranillo de San Miguel
En el amplio salón de El dulce maná, cuyo ambiente era habitualmente tranquilo, se estaba enconando una acalorada discusión.
-¡Ya está bien, Miguel, ya está bien! -exclamaba fogoso un bienaventurado vestido con ropajes toscos al tiempo que agitaba con vehemencia su grueso cayado.
-Isidro, no te excites -respondió el aludido, un atildado arcángel de impoluta túnica y esplendorosas alas-. Y por favor, deja en paz el bastón, acabarás dando un porrazo a alguien. ¿Te gustaría que yo hiciera lo mismo con la espada? Aunque sea de protocolo, puede hacer daño.
-¿Cómo quieres que no me excite? ¡Estoy harto de tus veranillos! ¿Me entiendes?
-Sí, te entiendo -respondió condescendiente el arcángel agitando delicadamente sus apéndices voladores-. Pero no es para tanto. Anda, te invito; os invito -rectificó dirigiéndose al resto de los reunidos en torno a la mesa-. ¡Noé, trae una botella, no, mejor dos, de ese gran reserva de la primera cosecha posdiluvio que guardas como oro en paño!
-¡Je! Esa cosecha se la bebió él solito para celebrar el final de su viaje, y así acabó -rezongó san Isidro-. A saber lo que hará pasar por ella.
-¡Cállate, que te va a oír! -le recriminó en voz baja la santa que se sentaba a su lado-. ¿No ves que ya viene? Y aunque no sea la cosecha del diluvio, seguro que es un buen vino. Si lo sabré yo...
-Claro, Marta, por supuesto que lo sabes -ironizó Isidro-. ¿Cómo no lo ibas a saber?
La conversación se interrumpió cuando el patriarca les sirvió lo solicitado, que como convinieron todos era un vino de excelente calidad desmintiendo a los maledicentes que le acusaban de bautizarlo con el agua, no precisamente bendita, que conservaba como recuerdo de su aventura.
Una vez que Noé hubo retornado tras la barra los contertulios reanudaron la discusión. Isidro, más calmado tras dar buena cuenta de un generoso vaso, se mostró más calmado, pero no más convencido. Eso sí, dejó el garrote apoyado en el respaldo se su silla.
-Dices que no es para tanto, pero no te das cuenta del perjuicio que tus veranillos causan a mis representados.
-¿Te refieres a los agricultores? Hombre, tampoco creo que les afecte mucho el retraso de unos días en las labores de recolección de las cosechas; al contrario, así evitan que unas lluvias prematuras las perjudiquen. Mucho más daño hacen las tormentas.
-¡No si ahora te meterás también conmigo! -exclamó la otra santa presente-. Y no salgas con eso de que nadie se acuerda de mí hasta que no truena, porque te suelto un rayo a ver qué tal te sienta. ¡Ah!, conste que estoy de acuerdo con Isidro, recuerda que además de los artilleros y los mineros también soy la patrona de los fabricantes de paraguas, que también tienen sus derechos.
-¡Violencias no, por favor! -medió el quinto presente alzando las manos en ademán de pedir calma-. Bárbara, tranquilízate, se supone que los santos debemos comportarnos con mesura.
-Para ti es fácil, Francisco, ya que eres tan pacífico que nunca tienes problemas con nadie -respondió Isidro todavía irritado-. Pero las artimañas de Miguel por prolongar el verano todos los años me tienen más que harto, y a Bárbara le ocurre lo mismo. Ya está bien de no respetar las estaciones, cuando llega el momento de que se acabe el verano, pues se acaba y listo; pero nada de veranillos tardíos colados a traición, yo no intento colarte ningún otoñillo adelantado. Está claro: doce meses, cuatro estaciones, tres meses por estación. Ni un día más y ni un día menos.
-Como bien dice el refrán -medió santa Marta-, nunca llueve a gusto de todos; y no, Bárbara, no es una indirecta. Si bien es cierto que un retraso en el final del calor y la llegada de las lluvias pudiera llegar a perjudicar a vuestros representados, también es cierto que es bienvenido por muchos otros, como mis propios protegidos; para la hostelería es una bendición que no llueva, y a los hoteles de playa les beneficia también el tiempo propio del veranillo de nuestro ilustre colega.
-Aparte -remachó el aludido- de que si hiciéramos una encuesta los partidarios del veranillo ganarían por goleada a los vuestros; a la mayoría de la gente le gusta el sol, no la lluvia, y esto es un hecho.
-Sin lluvia hay sequía, algo que se les olvida, además de otros perjuicios como calima, contaminación... Si nos dejáramos llevar por los caprichos de los mortales estaríamos listos -gruñó el santo madrileño amagando con asir de nuevo el báculo-. Se supone que tenemos que obrar con responsabilidad; luego con las sequías vienen las rogativas y las reprimendas de allá arriba. Y tú, Miguel, por tu rango, deberías ser uno de los más comprometidos.
-Isidro, insisto de nuevo -respondió conciliador el arcángel-; no es para tanto, mis veranillos que tanto te desagradan tan sólo duran unos pocos días. A primeros de octubre el bueno de Francisco suelta el cordonazo y se acabó la fiesta. ¿Tanto perjudica que el verano se alargue un pelín más?
-¡Oye, a mí no me metas! -saltó el seráfico estirándose el hábito como si hubiera sido cogido en falta-. En primer lugar no elegí el día de mi muerte, no como tú que te lo apropiaste alegremente. Y segundo, hay años en los que por mucho que sacuda el hábito ni te das por aludido.
-Ya no somos Isidro y yo los únicos que nos quejamos -rió santa Bárbara-; empezamos a estar en mayoría, y eso que el tímido de Medardo no ha abierto la boca -añadió señalando al silencioso obispo que se sentaba a su lado, sexto y último contertulio-; pero también está con nosotros, aunque poco conocido es uno de los más eficaces abogados contra la sequía.
Antes de que san Francisco pudiera abrir la boca para seguir defendiendo su neutralidad, se anticipó santa Marta en un intento de reconducir la situación.
-Tampoco veo tan difícil llegar a un acuerdo satisfactorio para todos. ¿Por qué no alternamos año sí y año no con el veranillo o sin él?
-Porque entonces los únicos beneficiados seríais vosotros -se apresuró a contraatacar san Isidro-. ¿Por qué no hacemos que los años sin veranillo se adelante el cordonazo otros tantos días? Eso sí sería equitativo.
El guirigay que se formó fue tal que los ocupantes de las mesas vecinas se volvieron para mirarlos al tiempo que Noé abandonaba con nerviosismo su parapeto presto a llamar a sus robustos hijos por si fuera necesario. Pero como cabía esperar en el reino de los bienaventurados la sangre no llegó al río, o mejor dicho a la nube.
Calmados los ánimos, pero imposibilitados para llegar a un consenso, ambos bandos se conformaron con firmar un precario armisticio celebrándolo con unas deliciosas raciones de maná que el atribulado Noé se apresuró a ofrecerles a cuenta de la casa. Finalizado el ágape, se despidieron y cada grupo se fue por su lado excepto san Francisco, que fiel a su deseo de imparcialidad deseó paz y bien a todos marchándose al monasterio que los franciscanos canonizados habían erigido en un sector poco habitado del Cielo, haciéndose la promesa de no volver a juntarse con ese grupito.
San Isidro y santa Bárbara deliberaban irritados, mientras el discreto san Medardo callaba.
-¡Te digo que los teníamos acorralados! -repetía una y otra vez el fogoso labrador a su compañera-. Pero no podemos fiarnos; son taimados, sobre todo el plumífero, y seguro que están tramando algo para seguir saliéndose con la suya.
-Yo no lo veo tan sencillo -respondió la santa de las tempestades-; en cualquier caso habría sido mejor si el pasmarote éste -señaló al callado obispo- hubiera ayudado algo. ¿Es que no tienes boca? -concluyó irritada.
-Habrá que fichar a algún protector de la lluvia más, aunque sólo lo conozcan en su pueblo. Medardo, ¿sabes de alguno?
-He oído hablar de un tal Switun o Suituno de Winchester -respondió el aludido con voz queda-, un anglosajón del siglo IX considerado por los ingleses el patrono de la meteorología. Puedo intentar localizarlo.
-Hazlo -suspiró Isidro no demasiado convencido.
Por su parte los miembros del otro bando tampoco estaban especialmente satisfechos.
-Me dijiste que sería pan comido -reprochaba santa Marta al arcángel san Miguel-, y casi se nos atraganta.
-Yo no esperaba que Francisco apareciera por allí -se excusó éste-, y tampoco sabía que habían fichado a ese obispo, aunque es tan poco conocido que poco refuerzo les supondrá.
-En cualquier caso no podemos fiarnos -insistió la patrona de los hosteleros-. Tenemos que fichar refuerzos. ¿No podrías recurrir a tus contactos arcangélicos?
-Me temo que no. Gabriel, Rafael y yo nunca nos hemos llevado bien, y Uriel, Azrael, Raziel y Sariel no cuentan porque son interinos. En cuanto a las demás jerarquías nada puedo hacer con los serafines, querubines y el resto de cargos superiores a mí en categoría, y con los ángeles tampoco podemos contar porque su colectivo está controlado por la burocracia y carecen de iniciativa propia.
-Pues habrá que buscar aliados hasta debajo de las nubes -insistió santa Marta-. Nos va mucho en ello.
-Ya lo sé -rezongó san Miguel-. ¿Te importa encargarte tú? -zanjó acogiéndose a los privilegios de la jerarquía para endosarle el marrón a su aliada-. Al fin y cabo, conoces a más gente aquí que yo. ¿Santos nacidos en países tropicales quizás? Podría ser una buena idea... ¡Ah!, no se te olvide avisar a Martín, su veranillo también nos puede ayudar aunque sólo sea para que rabien estos pelmazos. Se van a enterar de quien soy yo.
Su acompañante no lo veía tan claro, pero optó prudentemente por no manifestarlo.
Y continuaron, cabizbajos, su camino.
Publicado el 13-10-2024