El criminal más peligroso de la historia
L.M.D. era un tranquilo profesor de una universidad de provincias que no destacaba en las estadísticas nacionales ni por ser especialmente buena, ni tampoco por ser especialmente mala. De mediana edad, casado y sin hijos, L.M.D. era de costumbres pacíficas y nada dado a las discusiones, de modo que nadie le había conocido nunca enemigos y, como mucho, se había visto obligado a enfrentarse a algún que otro envidioso, algo que, como es sabido, en nuestro país resulta de todo punto inevitable.
Por lo demás tanto su vida conyugal como la profesional se desarrollaban con total placidez y sin sobresaltos, algo que, dicho sea de paso, desquiciaba enormemente a nuestro buen profesor.
Pero se equivocaban quienes estaban convencidos de que L.M.D. no tenía lado oscuro... empezando por él mismo.
Ocurrió durante una apacible tarde de otoño cuando L.M.D., terminadas sus responsabilidades laborales, abandonó la facultad dirigiéndose a casa. La distancia a recorrer no era demasiado larga y el camino era tranquilo, por lo que éste acostumbraba a ir paseando en vez de recurrir al transporte público, única alternativa posible ya que nunca se había preocupado por aprender a conducir.
Su itinerario pasaba por mitad de un parque, un aliciente adicional que, en pleno otoño, se mostraba como un auténtico recreo para la vista con los árboles y arbustos revestidos de toda la gama posible de tintes dorados. L.M.D. caminaba despacio, recreándose con una visión que no le podía resultar más placentera, y no advirtió hasta que ya fue demasiado tarde que tres o cuatro fornidos individuos, vestidos completamente de negro, le rodeaban cerrándole el paso en todas las direcciones, impidiéndole toda posibilidad de esquivarlos.
L.M.D., es necesario volver a repetirlo, no tenía enemigos conocidos y, casi podría asegurarse, tampoco desconocidos, pero aunque la ciudad donde residía era tranquila y los delitos eran en ella escasos, eso no quería decir que estuviera completamente a salvo de un intento de atraco u otro tipo de agresión. Así pues, cuando se vio atrapado entre esos desconocidos de ademán adusto e intenciones presumiblemente preocupantes, sintió un repentino miedo.
-¿Qué... qué quieren ustedes? -logró balbucir en un intento desesperado por mantener la dignidad.
-Que nos acompañe. -respondió el que parecía llevar la voz cantante- No se preocupe. -añadió al ver el tono terroso que adquiría el rostro del interpelado- No le haremos ningún daño.
-Si lo que buscan es obtener dinero por mi rescate, les aseguro que se han equivocado de persona; no soy rico, ni tengo más posesiones que el piso donde vivo.
-No somos secuestradores ni delincuentes, sino policías. -explicó a su vez éste, al tiempo que le enseñaba una placa de aspecto oficial que L.M.D. no consiguió identificar.
-Policía... -dudó el profesor, con sus esquemas mentales completamente descuadrados- ¡Pero si yo no he hecho nada!
-Lo sabemos, pero necesitamos que nos acompañe. Y no se preocupe, no le ocurrirá nada malo.
L.M.D. sentía un respeto casi religioso por la autoridad, y aunque algo desde un rincón de su mente le gritaba que no se fiara, ya que había delincuentes que se hacían pasar por falsos policías para cometer con impunidad sus fechorías, él siempre había sido confiado, algo que era consustancial con su carácter.
-Está bien -concedió-. Supongo que me querrán como testigo... -añadió más para su coleto que para sus aprehensores, pese a que por más que se esforzaba no conseguía recordar que se hubiera visto involucrado en nada que pudiera reclamar el interés de la policía.
En cuanto a éstos no respondieron a su pregunta, limitándose a abrirle paso en dirección hacia el corazón del parque, escoltándole a continuación dos a cada lado.
Una vez que llegaron a una pequeña plazoleta profundamente escondida entre el follaje, el jefe de los policías, o lo que fueran, hizo un gesto mudo ordenándoles que se detuvieran. A continuación sacó del bolsillo un artefacto que L.M.D. no pudo identificar bien y que durante un instante temió que pudiera ser una pistola, y apuntando con él a uno de los árboles hizo ademán -o eso al menos le pareció al profesor- de pulsar en su superficie.
El efecto fue inmediato. Donde antes no había nada, entre el tronco y el lugar en el que se encontraban, se materializó un rectángulo de color negro y forma y dimensiones parecidas a las de una puerta. L.M.D. no pudo ver de dónde salió; simplemente no estaba y, un instante después, se alzaba ante su vista.
Y era una puerta, como pudo comprobar cuando el hombre se aproximó a ella y la cruzó, desapareciendo en su interior. Una leve presión en el costado le indicó que querían que él siguiera el mismo camino, por lo que venciendo su estupor y poco menos que arrastrado por sus captores se zambulló en el oscuro rectángulo. ¿Qué remedio le quedaba, sino obedecer?
Si L.M.D. pensaba que ya había agotado su capacidad de sorpresa, estaba muy equivocado. Una vez traspasado el irreal umbral se encontró no delante del tronco del árbol, tal como parecía dictar la lógica, sino en un recto pasillo de paredes y techo bruñidos, iluminado por una luz cuyo origen no podía identificar. Perplejo volvió la vista atrás, observando por encima de los hombros de los hombres de negro que cerraban la marcha que tras ellos tan sólo había un muro liso cerrando de forma hermética el lugar por el que se suponía que habían entrado. A él le hubiera gustado volver atrás y estudiar con detenimiento tan extraño fenómeno, pero le bastó con atisbar las miradas que le dirigieron para tener bien claro que no se le permitiría la menor distracción.
El pasillo por el que ahora caminaban tenía puertas a izquierda y derecha distribuidas según una secuencia regular y todas cerradas, pero sus acompañantes pasaron de largo por delante de varias sin prestarles la menor atención. L.M.D. comenzaba a preguntarse cuánto tardarían en llegar a su destino, cuando el cabecilla se detuvo frente a una de ellas, empuñó de nuevo el artefacto que usara en el parque, u otro similar, y atravesó el umbral con paso decidido, seguido por la cohorte que escoltaba al prisionero.
Entraron en una habitación de tamaño mediano, aparentemente sin ventanas y sin más puerta de entrada que la que habían utilizado, aunque teniendo en cuenta todo lo visto desde que le interceptaran en el parque, a L.M.D. ya no le quedaba nada claro. El mobiliario lo componía una mesa de despacho rodeada por varias sillas, junto con un largo sofá que corría a lo largo de la pared opuesta. La luz que iluminaba el recinto, cálida y agradable a la vista, al igual que ocurriera en el pasillo parecía emanar de las mismas paredes, sin que se pudiera apreciar rastro de lámpara alguna.
Respondiendo a un mudo gesto de invitación L.M.D. se sentó en una de las sillas situadas frente a la mesa, mientras el jefe del grupo lo hacía frente a él. El resto de sus captores, según pudo apreciar por el rabillo del ojo, tomó asiento en el sofá sin abrir en ningún momento la boca.
-Y bien... -el policía, o lo que fuera, acabó rompiendo el silencio, tras unos segundos de mutismo-. Supongo que se estará preguntando por qué razón le hemos traído con nosotros.
Y puesto que la respuesta era evidente, continuó sin darle tiempo siquiera para responder:
-Usted es L.M.D., nacido en fecha... con DNI número... y actualmente profesor de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de... casado y sin hijos. ¿Es correcto?
-Sí, pero... ¿por qué razón estoy aquí? ¿De qué se me acusa? ¿Y qué es esto? No se parece a una comisaría...
-En efecto, no es una comisaría, al menos tal y como usted las conoce -concedió su interlocutor al tiempo que depositaba sobre la mesa la tableta electrónica, o lo que fuera, en la que había estado leyendo los datos-. Y nosotros tampoco somos policías normales en el sentido estricto de la palabra, aunque -añadió al ver el gesto de alarma del profesor- le aseguro que somos agentes de la ley y que estamos obrando conforme a lo que usted considera el estado de derecho. Sólo que no formamos parte de ninguno de los cuerpos de orden público que le son familiares: policía nacional, guardia civil, policía urbana...
-¿Son acaso agentes secretos? -preguntó L.M.D. sintiendo un nudo en la garganta.
-Tampoco, no al menos como lo entiende usted. Digamos que somos una especie de policía internacional que opera por encima de todas ellas. Y, desde el momento en el que se desconoce nuestra existencia, sí podríamos decir que somos secretos, aunque nuestra labor no tiene nada que ver con el espionaje.
-¿Por qué me han detenido? -a esas alturas L.M.D. comenzaba a tener la íntima convicción de que no se le había requerido como testigo, sino como inculpado-. Yo no he cometido ningún delito.
-Aquí no -fue la sorprendente respuesta.
-¡Y en ningún otro sitio tampoco! ¿O es que se cree que me dedico a llevar una doble vida en plan el Doctor Jekyll y Mister Hyde? ¿Qué pruebas tienen? ¿De qué se me acusa? L.M.D. estaba cada vez más asustado.
-Señor M... -suspiró el policía con un atisbo de compasión reflejado en sus ojos- mucho me temo que voy a tener que explicarle una serie de cosas que quizá le resulten difíciles de comprender...
-Explíquemelas -le retó- Y espero que tengan una buena razón para obrar así, porque no pienso consentir que se atropellen mis derechos.
-No se preocupe -fue la enigmática respuesta-. Le aseguro que nadie los va a atropellar. Insisto de nuevo en que obramos con total legalidad.
Y a continuación, volviendo a leer en su tableta electrónica, comenzó a desgranar una retahíla de delitos.
-Estafa millonaria en XB-403. Genocidio en PQ-178. Violación y asesinato en AJ-651. Pederastia en HI-219. Espionaje y traición en MB-237 -aquí frunció el ceño y suspiró-; un mundo poco agradable, por cierto. Insurrección armada en YZ-450. Asesino múltiple en FF-476. Criminal de guerra en LJ-788. Delitos contra la religión -volvió a fruncir el ceño- en GV-111. Atracos a bancos, al parecer hay varios, en FF-255, XC-269 y MX-903. Terrorismo en DB-600 y en LÑ-643. Tráfico de estupefacientes prohibidos en VY-457 y media docena de lugares más. Atentado ecológico en KF-008. Tráfico de órganos humanos en HS-267. Tráfico de materiales radiactivos en TW-472. Blanqueo de dinero negro en al menos diez o doce mundos distintos... y el expediente sigue. Sinceramente -le miró al rostro con dureza-, resultaría difícil encontrar un criminal con mayor historial delictivo que usted.
-¿Bromea? -exclamó L.M.D. al tiempo que se levantaba de su asiento; no llegó demasiado lejos, puesto que unas manos le aferraron con fuerza por detrás obligándole a sentarse- Yo jamás he hecho, ni por asomo, nada de esa sarta de estupideces.
-En su mundo no, por supuesto... pero sí en el resto -fue la desconcertante respuesta.
-¿En mi mundo? ¿En el resto? ¿Qué galimatías es ésa? ¿Me toma por un imbécil?
-Discúlpeme -suspiró el policía-. Olvidaba que en CZ-690 todavía desconocen la existencia del multiverso.
-Cada vez entiendo menos...
-Es muy sencillo. El multiverso es el conjunto de todos los universos paralelos posibles, y CZ-690 es de donde usted, o mejor dicho, su avatar, procede. Pero hay otros muchos universos, y en cada uno de ellos existe una réplica suya...
-Ya, y yo soy Flash Gordon y estamos en el planeta Mongo... ¿Acaso quiere hacerme creer que toda esa jerigonza es cierta? Eso está muy bien para una novela de ciencia ficción, pero no para molestar a honrados ciudadanos.
-Le aseguro que todo lo que le he dicho es cierto. Existen múltiples L.M.D., al igual que cualquier otra persona, repartidos por los diferentes universos, y si bien es cierto que usted en concreto no ha cometido delito alguno, muchos de sus... digamos sosias no han sido tan respetuosos con la ley, de modo que todos ellos han acumulado esa larga lista de delitos que acabo de leerle.
-Bien, usted acaba de decirlo... yo no he hecho nada, y por supuesto no soy responsable de lo que pudieran haber hecho esos otros individuos, por mucho que se pudieran llamar igual que yo.
-Se equivoca. No son distintos individuos sino uno solo; ¿acaso las distintas facetas de un diamante ponen en duda su unicidad?
-Pero yo no tengo nada que ver con ellos; ni siquiera tenía la menor sospecha de su existencia hasta que usted me lo ha dicho, y todavía dudo sobre si creérmelo o no...
-Puede creérselo.
-Eso no cambia las cosas. Insisto en que YO -enfatizó con una elevación de la voz- no he hecho nada.
-Le repito que lo sé, ya le he dicho que no existe acusación alguna contra su avatar particular CZ-690; pero sí contra el resto. Y conforme a las leyes multiversales, un individuo es responsable de cualquier acto delictivo cometido por uno cualquiera de sus avatares, sea en el universo que sea. Así de sencillo.
-¡Eso es absurdo! -L.M.D. estaba más indignado que lo que hubiera podido estar en toda su vida.
-No lo es. ¿Imagina que usted cometiera un delito ayer y que hoy rehusara asumir la responsabilidad del mismo alegando que se trataba de diferentes fases temporales?
-En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos...
-¿Cómo dice? -al parecer la filosofía clásica no era el fuerte del policía.
-Citaba a Heráclito. Pero no tiene importancia. Lo que sí la tiene, es la comparación absurda que me ha pretendido hacer. Yo soy el mismo de ayer, y seré el mismo mañana; pero no tengo absolutamente nada que ver con todos esos individuos que, según usted, son réplicas mías... eso sería como acusarme de los actos de mi hermano gemelo, suponiendo que lo tuviera.
-Quizá la comparación no haya sido la correcta -reconoció el policía-. Pero mi afirmación es cierta. Si un asesino mata de un disparo a una persona no se arresta a la mano que empuñó el arma, sino a todo el individuo.
-¡Pero yo no formo parte de ningún tipo de extraño gestalt multidimensional! -L.M.D. se descubrió gritando y gesticulando como jamás en su vida lo había hecho- Yo soy responsable tan sólo de mis actos personales, y lo que pretende hacerme creer es una completa aberración jurídica. No soy experto en temas legales, pero conozco mis derechos.
-Sus derechos en SU mundo -puntualizó su interlocutor con suavidad.- Pero no en el multiverso.
-¡Déjese de majaderías baratas! Toda esa historia que me ha estado contando no es más que una tomadura de pelo. No puede ser verdad.
-¿Ah, sí? ¿Y cómo explica usted esto?
L.M.D. no llegó a ver lo que hizo el presunto policía, pero sí fue consciente de sus consecuencias. Repentinamente dejó de estar en ese frío despacho para flotar ingrávido, o al menos eso le pareció, en mitad del espacio. En torno suyo brillaban las estrellas con una intensidad desconocida en la Tierra, y a su derecha apareció, casi al alcance de la mano, un gigantesco planeta Saturno... aunque no era Saturno, sino otro planeta distinto, también anillado. Además al otro lado, donde debería haber estado el Sol, brillaban dos estrellas gemelas, una con fulgores dorados y la otra en tonos más apagados y rojizos.
-¿Se convence de que no miento? -la voz del policía le sacó de su estupor, dándose cuenta entonces de que había vuelto al despacho. Acaba de ver una panorámica del Sistema Solar de UV-475, aunque por supuesto se trataba de un holograma; no hubiera sobrevivido sin protección en el espacio.
-Ya. Spielberg y Lucas también saben jugar con los efectos especiales, eso lo saben hasta los niños.
-Está bien -suspiró su captor-. Lamentablemente no puedo mostrarle ningún objeto procedente de otro universo dado que las leyes físicas impiden el intercambio de materia entre ellos, pero sí puedo hacerlo con algo manufacturado en el suyo con una tecnología desconocida para su cultura. ¿Me creerá entonces?
Y abriendo un cajón de la mesa le alargó un pequeño objeto oblongo de unos quince centímetros de longitud. Parecía una caja metálica similar en su forma a los estuches de las gafas, pero aparentemente no se apreciaba ninguna ranura que permitiera abrirla. De hecho, no parecía haber nada en su pulida superficie que permitiera adivinar su utilidad.
-Apoye el pulgar sobre esa pequeña depresión de la cara de arriba -le indicó el policía al verle dudar.
Así lo hizo, para soltar el objeto instantes después como si una serpiente le hubiera picado... porque efectivamente eso era lo que se había materializado ante él, una gigantesca cobra en actitud de ataque.
La cobra desapareció para tranquilidad suya, pero su corazón seguía latiendo a ritmo de locomotora.
-Discúlpeme -se excusó el hombre de negro sonriendo por vez primera-. Preferí no advertirle para no condicionar su respuesta.
-¿Qué...? ¿Qué es eso? -preguntó L.M.D. con un hilo de voz a la vez que señalaba con el índice el artefacto, caído sobre la mesa, poniendo cuidado en no rozarlo siquiera.
-¡Oh, puede tocarlo sin miedo! Tan sólo se activa cuando se pulsa el sensor que le indiqué. Se trata de un juguete inofensivo que sirve para reproducir de forma holográfica aquello que su mente imagina en ese momento. Por cierto -añadió con socarronería-, veo que usted me estaba comparando con un reptil venenoso...
-Yo... -el atribulado profesor entre la sorpresa, la vergüenza y el miedo- Sí, tiene usted razón, estaba pensando en serpientes, de ahí mi sorpresa al ver ese bicho a dos palmos de mis narices.
-No se preocupe, no era real aunque lo pareciese. Y ahora, si es tan amable, le ruego que vuelva a pulsar el sensor pensando antes en algo agradable, preferiblemente en algo que sólo usted sea capaz de identificar.
-Está bien... -respondió, todavía no muy convencido.
En esta ocasión lo que se materializó sobre la mesa fue un pequeño perro que ladraba alegremente al tiempo que agitaba la cola.
-¡Pirri! -suspiró L.M.D. al tiempo que se derrumbaba en su asiento.
La imagen del perro desapareció en el momento en que dejó de pulsar el artilugio.
-¿Se convence ahora? Por cierto, ¿ése era un perro suyo?
-Lo fue... -el detenido parecía estar en otro mundo- murió hace dos años.
-Si quiere alguna otra comprobación...
-No es necesario -suspiró-. Le creo. Pero sigo insistiendo en que no me hago responsable de esos delitos, y que me parece de todo punto injusto y abusivo que se pretenda hacerme pagar por ellos.
-Lo siento infinito, pero ésas son las leyes, y cualquier ciudadano del multiuniverso las conoce... salvo, claro está, los de aquellos espacios dimensionales más atrasados que, como el suyo, ignoran su existencia. Lamentablemente eso no les exime de responsabilidad, y le aseguro que es algo que se escapa de mi control.
-No es necesario que siga: ya me sé eso de que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento... aunque no se tenga ni la más remota idea de ella. ¡Cuántas injusticias se han cometido bajo su amparo!
Y ante el silencio de su interlocutor continuó, en tono apagado:
-Lo que no entiendo es tamaña inflexibilidad. Si mi mundo es, a efectos globales, poco más que una reserva de tribus primitivas completamente al margen de la civilización, ¿por qué no dejarnos en paz? ¿Qué mal hacemos a nadie?
-Su mundo es también mi mundo -rezongó el policía en voz baja-. Y también el de mis compañeros. No puede ser de otra manera porque, como ya le he dicho. los distintos universos son impenetrables para la materia, aunque eso no impida una comunicación mutua por otras vías. Y quizá no le falte tampoco razón si nos considera unos cipayos al servicio de nuestros poderosos amos... pero es lo que hay. La jurisdicción del Gran Consejo del Multiverso abarca a la totalidad de los espacios dimensionales sin excepción alguna.
-¡Un momento! -a la mente de L.M.D. afloró un pensamiento a modo de pistoletazo- De ser cierto lo que dice, ningún criminal cumpliría condena en las cárceles... normales; y eso no es cierto.
-No es tan sencillo como usted cree. -en la mirada del policía había un destello de simpatía- Muchos de los delitos cometidos por un avatar cualquiera de una persona, de hecho la mayoría de ellos, son dejados a cargo de las respectivas policías locales, ya que suele tratarse de hechos, digamos, aislados que no afectan al resto de sus réplicas en otros universos alternativos. Incluso algunos criminales reconocidos son personas de lo más honorable en otros lugares, por lo que se les deja en paz.
»El problema -continuó-, es cuando el comportamiento delictivo se repite en un porcentaje elevado de avatares, aunque no necesariamente en todos; entonces se entiende que tal persona, en su completa multiplicidad, es peligrosa en cualquier entorno, y es cuando entramos en acción nosotros. Cada una de las secciones locales recibe la orden de detener a nuestro correspondiente criminal, y así se procede sin excepciones de ningún tipo. Es cierto que, según su criterio, en ocasiones pueden acabar pagando justos por pecadores... pero le aseguro que existen fundadas razones para obrar así.
-Y en mi caso... -aventuró el profesor, cada vez más compungido; sabía de sobra la respuesta que iba a recibir.
-Ha tenido usted la mala suerte de ser una de las pocas variantes honradas de uno de los multicriminales más peligrosos de la historia. Lo siento -y parecía sincero.
-¿Qué van a hacer conmigo? ¿Juzgarme?
-Usted ya fue juzgado... y condenado. Ahora se está procediendo a detenerlo en todos los universos en los que usted existe, que obviamente no son todos.
-Condenado... sin haber hecho absolutamente nada reprobable en toda mi vida -gimió el atribulado prisionero con un hilo de voz-. ¿Cuál es el castigo? ¿La pena de muerte?
-No somos tan sanguinarios. Simplemente una retención de por vida. ¡Por favor! No piense en las cárceles que usted conoce, ni tampoco en una reclusión a cadena perpetua. Usted gozará de unas condiciones de vida muy satisfactorias, probablemente más que las que había mantenido hasta ahora; tan sólo se le impedirá volver a su mundo.
-¿Y le parece poco? -estalló- ¿Y mi mujer? ¿Y mis amigos? ¿Y mi trabajo?
-Todo, o casi todo, podrá ser replicado aquí.
-No le creo. Y aun cuando así fuera, no me interesan los simulacros. ¿O acaso se cree que me voy a conformar con un holograma de mi esposa?
-Lo siento, pero no puedo ofrecerle más. Yo sólo cumplo órdenes.
-Por cierto, ¿me van a reunir con mis otros yos, los culpables de mi desgracia? Sería divertido... -concluyó, con un dejo de ironía.
-No. Ya le he dicho que es imposible intercambiar materia entre dos universos distintos. Cada uno de ellos está retenido en un lugar como éste, una especie de burbuja, para que lo entienda, generada artificialmente en la frontera de probabilidad negativa que separa a su universo del contiguo. Huelga decir que no existe la menor posibilidad de abandonarlo, y si lo hiciera se encontraría en mitad de la nada más absoluta, en un lugar donde no pueden existir ni la materia ni la energía. Obviamente desaparecería.
-Una advertencia muy halagüeña. ¿Me permite una última pregunta?
-Hágala -suspiró el cancerbero con gesto cansado; era evidente que estaba deseando terminar.
-No es muy normal que un ciudadano desaparezca sin dejar ni rastro en mitad de la ciudad a pleno día...
-Eso también estaba previsto. Justo antes de proceder a su detención generamos una copia suya... perfecta e indistinguible del original para los medios técnicos de que disponen en su universo, pero carente de vida. Un cadáver, si así lo prefiere. -L.M.D. se estremeció- Tras proceder a su detención un equipo de técnicos compañeros nuestros la depositó justo en el mismo lugar donde le interceptamos. Todo el mundo creerá que falleció víctima de un ataque cardíaco cuando cruzaba el parque camino de su casa. ¿Desea saber algo más?
L.M.D. negó con la cabeza. ¿Para qué seguir indagando? Tan sólo le quedaba aceptar su cruel e increíble destino. Así pues, obedeciendo dócilmente a sus carceleros les siguió hasta que una de las puertas del pasillo le abrió paso a lo que a partir de entonces sería su calabozo.
Publicado el 12-5-2012 en Alfa Erídani