El duplicador de materia



El descubrimiento del duplicador de materia fue, sin duda, uno de los mayores avances tecnológicos de la historia de la humanidad. Gracias a él, y partiendo de cualquier material de partida, incluso de desechos, se podía duplicar virtualmente cualquier cosa... incluyendo seres vivos. Se metía una gallina en el primer receptáculo, se pulsaba un botón... y aparecía otra gallina idéntica en el segundo, vivita y cacareando.

Huelga decir que las autoridades de todos los países se apresuraron a prohibir cualquier intento de duplicación de un ser humano, no tanto por consideraciones religiosas -aunque la totalidad de las principales creencias se apresuraron a condenarla- sino por algo tan prosaico como las espinosas cuestiones legales que plantearían los duplicados, no sólo de índole administrativa -aunque también- sino sobre todo por las potenciales problemáticas que a buen seguro surgirían con temas conflictivos tales como los vínculos familiares -¿con cuál de ellos permanecería casada su esposa?-, las cuestiones legales -¿cuál de los dos sosias sería el verdadero desde un punto de vista jurídico?- o las herencias.

Claro está que quien hizo la ley hizo la trampa, por lo que pese a todas las prohibiciones y a todos los controles establecidos, no tardaría en transgredirse el tabú. Fue un grupo de investigación privado, carente tanto de controles gubernamentales como de la más elemental ética, quien decidió dar el paso tras construir un duplicador clandestino bajo los auspicios de su mecenas, un financiero podrido de dinero y de megalomanía. Por supuesto todo se llevó en el más absoluto de los secretos -construir un duplicador sin que nadie se enterara no era una labor sencilla-, eligiéndose como “voluntario” para el experimento a un pobre mendigo minado por el alcohol y por la degeneración mental... alguien, en suma, a quien nadie echaría de menos o, por decirlo con mayor propiedad, nadie echaría de más al existir por partida doble. Y por supuesto él -ellos- tampoco dirían nada, felices en su purgatorio terrenal con su provisión de vino barato y convenientemente alejados el uno del otro para evitar sospechas de cualquier tipo.

El plan era perfecto, y soslayaba cualquier posible problema legal. Los personales del pobre desgraciado, huelga decirlo, no les preocupaban en absoluto, y en cuanto a los éticos ni tan siquiera llegaron a planteárselos. Quedaban todavía las objeciones religiosas, que alegaban que una duplicación del alma no sería posible y que, por lo tanto, uno de los dos sosias carecería de ella, lo cual entraba en completa contradicción con la ley de Dios... pero eso, evidentemente, era algo que les traía completamente al fresco. Si no les preocupaban los jueces terrenales, ¿habrían de hacerlo los hipotéticos jueces sobrenaturales?

La operación se llevó a cabo en una pequeña isla del Pacífico, alejada de las rutas de navegación y desconocida para la mayor parte de los mortales, perteneciente políticamente a uno de esos pintorescos estados insulares de nombres exóticos asociados en el imaginario popular a los tópicos paradisíacos de los mares del sur... nada de que preocuparse, por supuesto. Camuflada como un centro de investigación de la fauna marina, y a resguardo de ojos curiosos, la instalación clandestina estaba bien segura.

Y el experimento se consumó. Convenientemente drogado para evitar posibles problemas, el desgraciado elegido como cobaya fue introducido en la cabina, el técnico responsable conectó la máquina y, tal como estaba previsto -al fin y al cabo, desde un punto de vista material un cuerpo humano no es diferente de cualquier otra masa-, apareció su gemelo en la cabina vecina. Quedaba por comprobar, y éste era el objeto del experimento, si también se transmitiría el intelecto.

Pero los promotores del experimento, en su arrogancia, no habían contado con un factor que sí había sido considerado por la teología: la imposibilidad de que un alma pudiera ser duplicada. Claro está que, como buenos científicos, era algo que no entraba en sus ecuaciones, por lo cual su manera de proceder había sido la lógica... lo que no quiere decir que resultara afortunada.

El hecho palpable es que tal consideración resultó ser cierta, si no desde un punto de vista teológico, sí desde uno físico. El universo, por vez primera en su existencia, se encontró frente a una imposibilidad metafísica, viéndose obligado a afrontarla, y resolverla, como buenamente pudo... que no fue sino intentando desdoblarse en dos universos paralelos, cada uno de ellos conteniendo una de las dos versiones de esa incómoda singularidad que violaba todas las leyes físicas empezando por el principio de exclusión de Pauli.

El problema habría quedado solucionado de haberse producido el desdoblamiento una única vez, pero... la máquina duplicadora, o mejor dicho las dos máquinas duplicadoras existentes en cada uno de los dos nuevos universos surgidos del antiguo, seguían en funcionamiento; no podía ser de otra manera, puesto que el proceso tuvo lugar de manera prácticamente instantánea en tan sólo unas fracciones de una billonésima de segundo. Así pues el problema no sólo no se solucionó, sino que se vio duplicado. Esto forzó a un nuevo desdoblamiento que originó un total de cuatro universos alternativos, que a su vez se fragmentaron en ocho, en dieciséis, en treinta y dos...

Como cualquier estudiante de bachiller sabe, una progresión geométrica de razón dos alcanza rápidamente unos valores que desbordan a la capacidad de la mente humana para aprehenderlos, tal como ocurría en el famoso problema de los granos de arroz y los escaques de un tablero de ajedrez. Así pues, antes de que los aprendices de brujo fueran capaces de reaccionar, antes incluso de que la idea de que algo estaba yendo mal pudiera formarse siquiera en sus mentes, el universo entró en una fase de resonancia virtualmente infinita que, por ser asimismo incompatible con las leyes físicas, acabó provocando su colapso. No, no fue el fin del mundo, sino simplemente su congelación, por decirlo de una manera gráfica. Así, y hasta el final de los tiempos, en infinitos universos existirá un técnico conectando una máquina duplicadora en cuyo interior yace, inconsciente, un hombre, mientras miles de millones de personas, a lo largo y ancho del planeta, se encuentran en trance de realizar aquello que estaban ejecutando en ese instante fatídico en el que el universo -los universos- se pararon para siempre... durante toda la eternidad.


Publicado el 28-7-2015