El puente
Todo comenzó el día que, de manera repentina, apareció un puente en un lugar en el que jamás había existido una construcción de este tipo. Fue a las afueras de una histórica población venida a menos hacía siglos, poco más que un pueblo grande en la actualidad lo que no impedía que sus habitantes presumieran con orgullo de los blasones de tan noble villa.
El puente, eso sí, no pudo elegir un lugar más idóneo de haber habido en ese lugar algún tipo de camino o carretera, ya que salvaba la vaguada que allí formaba un pequeño arroyo que bordeaba el caserío. Los vecinos, curiosos, se apresuraron a visitar el inesperado regalo, encontrándose con lo que los expertos llegados de la capital catalogaron como un puente de ferrocarril de finales del siglo XIX... lo cual, dicho sea de paso, no resultó demasiado difícil de averiguar, dado que en la clave del arco aparecía tallada la fecha del año de su construcción, correspondiente al reinado de Alfonso XII.
El problema consistía en que jamás había llegado a pasar por allí el ferrocarril... aunque el erudito local se apresuró a recordar que sí hubo un proyecto de construcción de una línea férrea discurriendo por ese lugar que contemplaba incluso la creación de una estación en el pueblo, pero que por determinadas circunstancias -obvió decir que fueron los caciques del lugar quienes se opusieron tenazmente a que tamaña iniciativa les alborotara el patio- éste había sido finalmente modificado, desviándose el trazado ferroviario a una treintena de kilómetros más allá, fuera del área controlada por los señores y ya sin la estación que tanto podría haber amenazado a los intereses seculares del cacicazgo.
Avisado de esta circunstancia un archivero desempolvó el legajo en el que se conservaban los planos del fallido proyecto, confirmando todo lo dicho por el historiador local al tiempo que demostraba, con los documentos en la mano, que el puente fantasma se correspondía piedra por piedra con el dibujo que aparecía en los planos. De hecho era muy similar a los puentes del trazado definitivo de la línea, cerrada varias décadas atrás y ahora reconvertida en una flamante Vía Verde.
Éste era también, aparentemente, el paradero reservado al puente surgido de la nada, puesto que pese a conservar intacta la totalidad de su estructura, incluyendo ambos pretiles, carecía de vías y de traviesas, estando su plataforma pavimentada con una capa de asfalto moderna... sólo que, a diferencia de sus hermanos, no conducía a ninguna parte, muriendo por sus dos extremos en sendos campos cultivados.
Como cabe suponer, el revuelo que se formó a raíz de la repentina aparición del puente fue mayúsculo. Era evidente que éste no podía estar ahí, pero lo cierto era que estaba... y que su solidez era a prueba de riadas, como reconocieron los ingenieros que los inspeccionaron certificando que, en efecto, su técnica de construcción y sus materiales coincidían con la fecha que figuraba tallada en el arco. Sólo el pavimento de la plataforma era más reciente, similar al utilizado en las vías verdes de la zona.
Hubo que descartar, pues, que se tratara de una broma o incluso de que fuera, tal como se sugirió, fruto de la iniciativa de algún artista excéntrico deseoso de protagonismo, ya que nadie en su sano juicio se hubiera embarcado en tan exhaustivo trabajo para satisfacer su ego, aparte de que nadie reclamó la autoría. También se especuló con la posibilidad de que detrás de ello hubiera una campaña publicitaria o el rodaje de una película, hipótesis que asimismo se cayeron por su propio peso. Porque el puente, esto había quedado comprobado de forma irrebatible, no era un decorado ni una construcción efímera, sino una recia construcción realizada con sillares de piedra sólidamente encajados.
Puestos a especular, también se barajó la posibilidad de que alguien se hubiera dedicado a desmontar uno de los puentes de la vecina Vía Verde para volverlo a montar allí; pero aparte de que nadie alcanzaba a comprender las razones de tal comportamiento, se habría tratado de un trabajo no sólo ímprobo sino también doble, debiéndose sumar al desmontaje y el posterior montaje el traslado de varias toneladas de piedras a treinta kilómetros de distancia... aparte de que, tras una rápida inspección de ésta, se comprobó que todos los puentes seguían estando en su sitio sin que faltara ninguno.
Por si fuera poco, los propietarios de los terrenos colindantes juraban y perjuraban que el puente no estaba allí la tarde del día anterior y que había surgido de forma repentina durante la noche, razón por la cual, salvo recurriendo a una de esas leyendas medievales que atribuían a un santo, e incluso al demonio, la construcción milagrosa de un edificio o una obra de ingeniería de gran tamaño en el transcurso de un solo día o una sola noche, no había manera humana de explicar racionalmente tan insólito fenómeno.
Tal como cabía esperar, una vez que la noticia de la misteriosa materialización del puente llegó a conocimiento de los periodistas, ésta trascendió con rapidez. Primero fue el periódico de la capital provincial el que se hizo eco de ella, seguido inmediatamente después por los regionales, los nacionales, las cadenas de televisión... además, claro está, de la amplia repercusión que alcanzó en las redes sociales y en internet. Incluso los responsables de un programa de televisión especializado en temas esotéricos se pusieron en contacto con el alcalde mostrando su interés por abordar el fenómeno.
Mientras tanto el somnoliento pueblo veía alterada su tranquilidad habitual al ser invadido por hordas de curiosos que, desdeñando sus atractivos turísticos -las ruinas del castillo, la iglesia parroquial del siglo XV con su custodia renacentista y su cuadro atribuido a la escuela de Zurbarán, el antiguo monasterio desamortizado en tiempos de Mendizábal- de los que tan orgullosos se mostraban los vecinos, e incluso los gastronómicos -sus hojaldrados eran famosos en toda la comarca-, se encaminaban directamente a ver el puente, pisoteando los sembrados aledaños para desesperación de sus propietarios. Hubo quien propuso pedir a la Guardia Civil que impidiera el paso a los intrusos, mientras otros más pragmáticos preferían sugerir que se cobrara un peaje para compensar los daños e incluso para beneficio del pueblo.
El cronista local, por su parte, intentaba disfrutar de sus quince minutos de gloria, sin demasiado éxito por cierto, ofreciéndose a los periodistas para relatarles el pasado glorioso de la villa, en la que llegó a pernoctar un infante real allá por el siglo XIII y en la que estuvieron a punto de celebrarse cortes una centuria más tarde. Al mismo tiempo arremetía contra sus convecinos, en especial contra los hosteleros, reprochándoles que no le apoyaran en su intento de reivindicar el rico acervo cultural de la localidad, prefiriendo el beneficio fácil a costa de los hambrientos y sedientos visitantes, más interesados en la cerveza, la sangría, los torreznos y la tortilla de patata que en los polvorientos avatares de la historia de la villa.
Sin embargo, el destino quiso que el protagonismo del pueblo -y los beneficios económicos acarreados por éste- no hubiera de durar demasiado; en concreto, justo hasta que fenómenos similares, si no todavía más sorprendentes, comenzaron a aparecer por todos los puntos de la geografía peninsular incluido el vecino Portugal, ya que sorprendentemente tanto los archipiélagos balear y canario, junto con las ciudades de Ceuta y Melilla, se vieron libres de ellos.
En general, el tipo de perturbaciones de la realidad, tal como fueron bautizadas a falta de una denominación mejor, fue de lo más variado, consistiendo por lo general bien en la aparición repentina de algo que no debía estar allí, bien en la desaparición de lo ya existente. En ocasiones el objeto volatilizado no dejaba tras de sí más que un espacio vacío, mientras en otras era reemplazado por otro a veces similar y a veces diferente, pero nunca idéntico por completo.
Aunque en un principio el rompecabezas se mostraba irresoluble, pronto se empezaron a encontrar ciertas pautas comunes a todas estas transmutaciones y desapariciones. Los objetos materializados, en general aunque no siempre edificios o infraestructuras de considerable tamaño, siempre resultaron ser bien antiguas construcciones desaparecidas en su momento a causa de los avatares de la historia o de la especulación, bien proyectos que, tal como ocurrió con el ya famoso puente, pese a no haber llegado a materializarse debido a determinadas circunstancias, sí habían sido proyectados y diseñados con la intención de construirlos. En resumen, todos ellos eran o, mejor dicho, habían sido reales en algún momento, con independencia de que esta realidad hubiera resultado tangible o tan sólo meramente virtual. Pero de algún modo, habían existido.
Conforme el fenómeno se extendía como una mancha de aceite por la geografía española y portuguesa los investigadores pudieron afinar todavía más. En Alcalá de Henares se encontraron de repente con que el antiguo palacio de los arzobispos de Toledo, arrasado por un incendio recién acabada la Guerra Civil y remendadas sus ruinas de mala manera en la posguerra, resurgía literalmente de sus cenizas intacto y en todo su esplendor, conservando además la totalidad de su contenido incluyendo los importantes fondos del Archivo General de la Administración que habían sido pasto de las llamas a la par que el noble edificio... con el añadido, para sorpresa de quienes indagaron en su interior, de encontrarse con que los fondos de este archivo no se acababan en 1939, tal como hubiera cabido esperar, sino que se prolongaban durante bastantes años más, pese a que estos últimos deberían haber estado -y de hecho seguían estando- en el nuevo edificio que se construyó, también en esta ciudad, años más tarde.
Toda Valencia se conmocionó cuando el antiguo convento de San Francisco, demolido en su totalidad a finales del siglo XIX, surgió de la nada recuperando su antiguo emplazamiento en plena plaza del Ayuntamiento, centro neurálgico de la ciudad. En Mérida se encontraron con el regalo de un templo romano magníficamente conservado, y en el puerto de Cádiz apareció, amarrado a uno de los muelles y convertido en museo flotante, un navío de guerra de finales del siglo XVIII que los expertos identificaron como el Santísima Trinidad, buque insignia de la Armada española hundido en la batalla de Trafalgar. En Lisboa resurgió un barrio entero desaparecido en el terremoto de 1755, y los santanderinos recuperaron con regocijo su catedral original, seriamente dañada en la explosión del vapor Cabo Machichaco de 1893 y en el incendio de 1941, algo parecido a lo que les sucedió a los conquenses al encontrarse con la antigua fachada de su catedral gótica, arruinada en 1902 y reemplazada por un pastiche neogótico plagiado de la catedral de Reims que además quedaría inconcluso.
Pero no todo fueron alegrías. En Madrid algunos -no demasiados- lamentaron la desaparición de los cuatro grandes rascacielos que se alzaban al norte de la ciudad aplastando su perfil, los cuales fueron sustituidos por unas edificaciones mucho menos agresivas visualmente y unos hasta entonces inexistentes jardines. Infinitamente peor fue lo ocurrido en Barcelona, donde para desesperación de sus habitantes se volatilizó sin dejar el menor rastro la casi concluida basílica de la Sagrada Familia. Los burgaleses vieron transmutada su soberbia catedral gótica por su antecesora románica, en Sevilla se quedaron sin el puente del Alamillo y en San Sebastián lo que se esfumó sin dejar rastro fue el Kursaal.
En el ámbito de la ingeniería cabe reseñar la desaparición del embalse de Riaño, por fortuna con agua incluida evitándose así el riesgo de una inundación catastrófica aguas abajo del valle del Esla, y en compensación se recuperaron varias lagunas desecadas tiempo atrás, como la de la Janda. Algunas autovías y líneas de ferrocarril también vieron cambiado su trazado, aunque en esta ocasión los trastornos fueron menores al contarse por lo general con otras alternativas.
Hubo casos quizá no tan llamativos, pero no por ello menos sorprendentes. La antigua sede central de Correos, en la madrileña plaza de la Cibeles, dio paso a un majestuoso edificio completamente desconocido para el gran público, pero no para los historiadores ya que éste correspondía al proyecto que quedó en segundo lugar en el concurso público celebrado en 1904 tras el ganador de Antonio Palacios, que era el que se había alzado en pleno corazón de Madrid durante un siglo.
Pasado algún tiempo eran tantas las mutaciones que éstas dejaron de tener interés para el gran público, a excepción de los directamente afectados por alguna de ellas... que se extendían a centenares por la totalidad de la Península Ibérica yendo de lo más espectacular a lo puramente anecdótico, como el ayuntamiento de un pueblo zamorano que recuperó la fachada porticada desaparecida en una desafortunada reforma varias décadas atrás. La Unión Europea, en coordinación con los dos gobiernos involucrados, creó una comisión de expertos a los que encargó la investigación del fenómeno, y algunos otros países como los Estados Unidos mostraron también su interés por el insólito fenómeno... huelga decir que, en todos los casos, sin el menos resultado.
Había además detalles muy llamativos pese a pasar relativamente desapercibidos. La antigüedad de las construcciones aparecidas abarcaba un amplio arco temporal, y por lo general éstas no llegaban nuevas, sino en el estado de conservación que habría cabido esperar de haberse preservado en lugar de perderse por uno u otro avatar histórico. En muchas de ellas, incluso, se pudieron apreciar restauraciones acordes con las técnicas utilizadas por los arquitectos contemporáneos.
Pero lo más sorprendente, sin duda, fue el hecho de que todas estas transmutaciones tuvieron lugar sin que ni una sola persona se viera afectada, ocurriendo siempre cuando los edificios o las infraestructuras alterados se encontraban vacíos... o casi, porque se supo de algún vigilante nocturno que descubrió con sorpresa cómo de repente, tras una pérdida momentánea de la consciencia, se encontraba en un lugar distinto a aquél en el que le había sorprendido la metamorfosis... en ocasiones, incluso en mitad de un solar, pese a encontrarse en las plantas altas del desaparecido edificio. Pero milagrosamente nunca hubo víctimas, salvo los inevitables ataques de ansiedad y algún que otro rasguño. En cuanto a los testimonios de los testigos oculares, que los hubo pese a la nocturnidad de los cambios, éstos coincidían en describir una niebla espesa y densa que, tras surgir repentinamente de la nada, cubría en unos segundos la construcción afectada para, poco después, desvanecerse dejando tras de sí la realidad alterada. Eso era todo.
Hasta que las cosas cambiaron. La vorágine de transmutaciones de edificios, que parecía no tener fin, se interrumpió de repente cuando menos se esperaba. Pero apenas si dio tiempo de recobrar aliento ante esta aparente normalidad -ninguno de los cambios revirtió a su situación original-, puesto que lo que entonces empezaron a desaparecer fueron personas.
En realidad no sólo desaparecían, ya que también aparecían... lo que no dejaba de crear, con independencia de los dramas personales, un irresoluble embrollo administrativo y legal.
En lo relativo a las desapariciones, y dentro de lo que cabía, los jueces disponían de los mecanismos adecuados para darles una cobertura legal, al tratarse de una problemática que en mayor o menor medida siempre se había dado, por más que ahora hubiera alcanzado unas magnitudes nunca conocidas. La administración judicial podría verse desbordada, pero cuanto menos era conocedora de los procedimientos a seguir.
Mucho más espinoso resultó el tema de las apariciones. Cuando primero docenas, luego centenares, y finalmente miles de personas aparecidas de súbito se encontraron con que legalmente no existían, a los registros civiles españoles y portugueses pareció como si les sacudiera un terremoto. Porque estos recién llegados, salvo contadas excepciones, venían con sus correspondientes documentos de identidad y daban tal cantidad de detalles sobre su vida que resultaba difícil pensar que pudiera tratarse de impostores... pese a lo cual no aparecían por ningún lado, al menos como ciudadanos vivos.
Cuando se empezaron a investigar las biografías de estas personas, se descubrieron detalles realmente sorprendentes. Así, algunos de ellos figuraban como nacidos muertos o fallecidos en algún momento anterior de sus vidas, pese a la evidencia tangible de estar vivitos y coleando. Por el contrario otros, aparentemente, jamás habían llegado a existir, pero cotejando sus relatos con la realidad -si es que a ésta se la podía considerar como tal a estas alturas-, surgían hechos tan asombrosos como que, por ejemplo, resultaban ser hijos de parejas de novios que no habían llegado a casarse ni a tener descendencia común, o bien hijos de padres o madres fallecidos con anterioridad a su nacimiento. Dentro de un abigarrado número de diferentes combinaciones existían casos en los que resultó materialmente imposible dilucidar su filiación, ya que las referencias que aportaban no sólo de sus padres, sino también de sus abuelos e incluso, cuando las recordaban, de sus bisabuelos y tatarabuelos, no tenían ninguna correlación con los registros civiles ni con los religiosos.
Estaba, por último, el tema no menos problemático de los reemplazados. Puesto que se trataba de personas sustituidas por sosias indistinguibles de ellas hasta por las pruebas de ADN, podría haberse pensado que la Administración se lavaría las manos al no afectarle en principio a sus cuentas que un José Español saliera y otro José Español idéntico entrara. Pero a la hora de la verdad, las cosas no resultaron ser tan sencillas, ya que en la mayor parte de los casos los reemplazados solieron mostrar una tozuda tendencia a mostrar diferencias en múltiples aspectos legales, desde matrimonios -o divorcios- que rehusaban aceptar hasta su empeño en reclamar domicilios distintos a los que la ley les atribuía, pasando por un maremágnum de discrepancias en temas tales como los puestos de trabajo o la propiedad de viviendas, automóviles, depósitos bancarios... todo lo cual se mostró capaz de destrozar los nervios de abogados, jueces, notarios, procuradores, registradores de la propiedad, agentes de seguros y muchos otros colectivos laborales, sin olvidar tampoco a los sufridos inspectores de hacienda.
Por fortuna no siempre estos cambios llegaron a ser problemáticos, ya que en ocasiones el cónyuge superviviente encontró a la nueva versión de su media naranja más interesante que la antigua, amén de que las discrepancias eran a veces tan nimias -por ejemplo unos muebles diferentes en la casa, o un coche familiar de distinto color- que las personas afectadas se adaptaban a ellos sin el menor problema.
No obstante, el caso que alcanzó mayor relevancia informativa, incluso a nivel internacional, fue el del difunto que resucitó en pleno funeral de cuerpo presente, al ser intercambiado el cadáver -al que además se le había practicado la autopsia, por lo que no existían dudas sobre de la irreversibilidad de su fallecimiento- por un alter ego perfectamente sano que, al verse repentinamente encerrado en un ataúd, comenzó a dar tales gritos y golpes que acabó colapsando los servicios de emergencia de cincuenta kilómetros a la redonda, tal fue el susto descomunal que dio a los asistentes a la ceremonia. Y todavía tuvo suerte, puesto que de haberse retrasado algunos minutos habría aparecido en el crematorio.
Sin embargo, no todo fue negativo. Los aparecidos fueron una fuente de información sumamente importante ya que además de sus circunstancias personales, en ocasiones rocambolescas pero de escaso interés para los científicos, aportaron detalles sobre sus lugares de procedencia que permitieron conocer mejor la naturaleza del fenómeno.
En general, la mayoría coincidía en manifestar su extrañeza por encontrarse en un mundo en el que, pese a reconocerlo como el suyo, había cosas que no acababan de encajar con sus recuerdos. Algunas eran triviales, aunque llamativas: según uno de ellos España no había ganado el Festival de Eurovisión ni en 1968 ni en 1969, pero sí en 1973, mientras otro afirmaba que el Atlético de Madrid contaba en su palmarés con dos campeonatos europeos, los de 1974 y 2014. Eso sin contar, claro está, el sinnúmero de listas alternativas que se pudieron confeccionar con los Oscar o los Premios Nobel, entre otros muchos galardones.
Otras veces, por el contrario, las diferencias eran de mayor magnitud, como ocurría con aquél que negaba con total vehemencia que la II República hubiera sido derrotada en la Guerra Civil, o con aquel otro que se sorprendió sobremanera cuando le dijeron que los norteamericanos habían llegado a la Luna en 1969.
No todas las discrepancias eran exclusivamente históricas, ya que muchas de ellas persistían al parecer en el momento presente. Entre todas las variantes recogidas por los investigadores se encontraban las que describían un Quebec independiente, una Gran Bretaña fuera de la Unión Europea, una Unión Soviética todavía sólida aunque muy transformada, o una España que englobaba también a Portugal. Algunas fronteras, principalmente las africanas, mostraban variaciones de todo tipo, e incluso hubo un caso en el que los Estados Unidos aparecían divididos en dos con la Confederación sureña perfectamente asentada como nación independiente.
Algo similar ocurría con la literatura, las artes plásticas, la música o el cine. Los entrevistados, cada uno de manera diferente, mostraron desconocer obras maestras de todas estas artes, al tiempo que describían otras de las que los expertos consultados no tenían la menor noticia o, en su caso, se sabían perdidas. Y así hasta el infinito...
La explicación propuesta por algunos investigadores era digna de una novela de ciencia ficción. Al parecer, era como si en un conjunto de mundos paralelos, cada uno sutilmente diferente del anterior, se hubiera producido de repente algún tipo de cortocircuito que habría provocado estos intercambios indiscriminados entre unos y otros; el hecho de que fuera la Península Ibérica el único lugar del planeta donde tenían lugar estas perturbaciones parecía indicar que debía ser aquí donde estaba localizado su foco.
Esta hipótesis, tildada por muchos de fantasiosa, resultó ser, no obstante, la única capaz de interpretar mejor o peor los hechos, aunque seguía sin poder explicar algo tan fundamental como era la posible manera de interrumpir los indeseados intercambios y, a ser posible, de revertirlos para conseguir volver a la situación inicial.
Ajeno por completo a estas especulaciones, el proceso seguía adelante, aunque con nuevos cambios. A la par que las apariciones y desapariciones de personas comenzaron a decrecer, les llegó el turno a los animales. Obviamente este fenómeno pasaba mucho más desapercibido al menos en lo que se refería a la fauna salvaje, aunque también llegaron a aparecer o a desaparecer rebaños completos de reses. Pero cuando empezaron a notificarse avistamientos de lobos, linces y osos en lugares en los que éstos habían desaparecido hacía siglos, ya no fue posible ignorar lo que estaba pasando. Sobre todo, cuando estos animales dieron paso a otros más exóticos tales como uros o bisontes, extinguidos en la vieja piel de toro desde hacía todavía más tiempo. Y cuando en los montes asturianos fue capturado un genuino ejemplar de oso de las cavernas, pocos fueron los que dudaron que no acabaran encontrándose mamuts, rinocerontes lanudos e incluso hasta algún tigre de dientes de sable.
Mientras la mayoría de los expertos seguían discutiendo, un modesto estudiante de doctorado decidió abordar el aparentemente irresoluble problema desde unos planteamientos distintos, utilizando una metodología estadística y técnicas similares a las aplicadas en el estudio de los terremotos.
Una de las pocas cuestiones en las que se había alcanzado un relativo consenso, asumiendo como cierta la teoría de los universos paralelos o multiverso, era la posibilidad de existencia de un número indeterminado, quizá infinito, de universos paralelos, contiguos pero en condiciones normales aislados por completo entre sí. Cada uno de ellos contendría una Tierra todas las cuales se diferenciarían en algo, desde un detalle nimio hasta las discrepancias más fundamentales. Se especulaba, incluso, con la existencia de algún tipo de gradiente continuo, o factor diferenciador, que haría que las diferencias entre dos Tierras elegidas al azar fueran proporcionales a la separación entre ambos universos. De esta manera, las Tierras de dos universos contiguos serían muy similares, incrementándose las discrepancias conforme aumentaba el número de universos -o de Tierras- interpuestos entre ellas. Aunque, claro está, tan sólo se trataba de meras hipótesis.
El estudiante, ajeno por completo a los ámbitos relacionados con el estudio de las traslaciones, tuvo una idea ingeniosa. Pensó que, para empezar, quizá fuera posible discriminar entre los elementos de cualquier tipo -edificios, personas, animales...- procedentes de distintos universos, aplicando el criterio de que, a una separación mayor, corresponderían unos cambios más drásticos; era lógico pensar que los osos de las cavernas provinieran de un universo más alejado que el de los linces encontrados en los montes gallegos, o que el universo en el que España derrotó a Gran Bretaña en Trafalgar tuviera menos afinidad con el nuestro que aquél en el que los Beatles no se separaron hasta 1973.
En realidad no buscaba cuantificar estas diferencias, algo por lo demás complicado de realizar a causa de los elevados márgenes de incertidumbre con los que se encontraba, sino tan sólo separar en grupos lo más homogéneos posibles a todos los elementos correspondientes a diferentes universos o, si no era posible, hacerlo al menos con los más afines entre sí.
Una vez concluida esta primera fase, la más laboriosa con mucho de todo el proceso, procedió a clasificar, dentro de cada grupo-universo, a los diferentes eventos en función de dos variables, su posición geográfica -en el caso de personas o animales el lugar donde habían aparecido, o se les había encontrado- y el momento en el que éstos habían tenido lugar. Finalmente, trasladó los datos ya procesados a un mapa de la Península Ibérica.
Pese a los relativamente elevados porcentajes de error que se había visto obligado a manejar, los resultados obtenidos demostraron que había dado en el clavo. Una vez clasificados convenientemente todos los puntos, su aparente distribución al azar se convirtió en una serie de líneas ortodrómicas -rectas sobre el plano- que radiaban desde un punto común, el presumible foco de todas las perturbaciones.
Trasladados los datos de la zona central a un mapa a mayor escala, el estudiante pudo concluir que el foco, fuese cual fuese su naturaleza, se situaba en las proximidades de un pequeño pueblo del norte de la provincia de Toledo, no demasiado lejos del límite con la de Madrid. Una consulta por internet confirmó que se trataba de un polígono industrial existente a un par de kilómetros del caserío, junto a la carretera principal de la zona.
Profundamente excitado, corrió a comunicarle los resultados a su director de tesis. Éste, irritado por no haber tenido conocimiento previo de la iniciativa de su pupilo, que probablemente hubiera desautorizado, los acogió primero con displicencia, posteriormente con incredulidad y, convencido al fin por la tenaz insistencia del joven, con estupefacción.
Una vez convertido el profesor en coautor del estudio, por eso de que así les harían más caso, se apresuró a ponerse en contacto con sus colegas, a los cuales también le costó trabajo convencer; pero una vez logrado su objetivo, a partir de ese momento todo comenzó a ser mucho más fácil.
Enterado el comité investigador, rápidamente fue llamado el profesor -no el alumno- para que les expusiera en detalle el estudio sobre el origen de las perturbaciones. Así lo hizo éste, teniendo la satisfacción de ver cómo su trabajo se convertía en la piedra angular de la estrategia que pretendía poner coto al fenómeno de las interferencias entre los diferentes universos, así como la decepción por no verse recompensado con el protagonismo que creía merecerse.
Una vez contrastada la ubicación exacta del presunto punto cero de las perturbaciones, el gabinete de crisis creado por el gobierno español se apresuró a acordonar la zona rodeándola con un férreo cerco militar impenetrable tanto por tierra como por aire.
El polígono industrial, uno de tantos despojos dejados atrás por la especulación inmobiliaria, estaba semiabandonado con tan sólo algunas naves ocupadas, mientras el resto de ellas languidecían vacías y sin uso en mitad de la estepa castellana. Esta circunstancia favoreció la evacuación de los escasos ocupantes del recinto al tiempo que los responsables de la operación planificaban el registro de las naves cerradas, alrededor de una veintena.
Las primeras inspecciones resultaron infructuosas salvo por el inesperado hallazgo de un alijo de tabaco de contrabando, pero cuando se iba a acometer el registro de las existentes en la sección opuesta, en una de las naves cerradas situadas en esa área comenzó a ocurrir algo raro.
De repente el edificio comenzó a temblar, como si en vez de ladrillo estuviera hecho de gelatina, desdibujándose su perfil hasta convertirse en algo borroso que semejaba ser varias construcciones diferentes todas superpuestas entre sí. Finalmente, y ante la mirada atónita de los policías y los guardias civiles que efectuaban la operación, colapsó de manera repentina dejando como único rastro el solar que hasta momentos antes había ocupado, sin causar el menor daño a las naves colindantes.
Que la desaparecida nave estaba vinculada a las traslaciones y permutaciones de objetos y seres vivos quedó demostrado de forma fehaciente cuando, a partir de ese momento, éstas desaparecieron por completo, aunque sin revertir a la situación original. Según todos los indicios el foco perturbador había desaparecido, pero obviamente nadie se conformaba con ello.
Resultó sencillo averiguar que la nave desaparecida había sido alquilada, algunos meses antes de que comenzaran las perturbaciones, por una persona que resultó ser un antiguo profesor de física de una universidad española, expulsado de la facultad donde impartía sus clases debido a la heterodoxia de sus enseñanzas y a su negativa a seguir el programa oficial de la asignatura, reemplazándolo por unas teorías que en ocasiones rozaban peligrosamente los límites de la ciencia oficial... algo difícil de aceptar para las autoridades académicas. De hecho, y según sus antiguos alumnos, el susodicho profesor estaba como una cabra.
Esto no evitó que no le hiciera ni pizca de gracia verse en la calle, y cuando no pudo impedir la consumación del despido pese a sus reclamaciones judiciales, se marchó de la universidad rumiando la famosa frase de Galileo: Y sin embargo, se mueve. A partir de ese momento sus antiguos colegas le habían perdido el rastro, algo que no era de extrañar dado que se trataba de una persona extremadamente huraña que nunca llegó a trabar amistad con ninguno de sus compañeros. Una discreta investigación policial permitió saber que el sospechoso, soltero y sin familia, vivía en un anónimo apartamento perteneciente a un impersonal bloque de viviendas en el que tampoco mantenía la menor relación con sus vecinos, los cuales coincidieron en afirmar que desde hacía varios meses no se le había visto en el edificio.
Puesto que no respondía ni al teléfono ni al correo electrónico el juez firmó una orden de registro de su domicilio. Ésta dio el resultado esperado -y temido- por los responsables de la operación: la pequeña vivienda estaba vacía y con aspecto de llevar abandonada -incluso contando con el desaliño habitual de un solterón excéntrico- bastante tiempo.
Poco fue lo que se pudo encontrar de interés, salvo un ordenador con los datos del disco duro borrados. Esto no impidió que los expertos informáticos de la policía recuperaran la información, cuyo análisis permitió despejar parte de las incógnitas que habían rodeado al extraño fenómeno padecido por el país y por el vecino Portugal. Tal como se sospechaba su propietario había sido el responsable del desaguisado y, para sorpresa de los investigadores, lo había hecho completamente solo y sin ninguna ayuda.
En definitiva se trataba de un caso claro de sabio loco, tan frecuente en la literatura y el cine pero prácticamente inexistente en la prosaica realidad, máxime cuando la investigación de vanguardia requería grupos de trabajo cada vez más numerosos e instrumentales cada vez más sofisticados que no estaban al alcance de cualquiera.
Sin embargo el desaparecido físico había realizado la proeza de lograrlo en solitario, y presumiblemente con unos instrumentos lo suficientemente sencillos como para haberlos podido comprar y montar por su cuenta, ya que evidentemente ni por su situación personal, ni por su capacidad económica, tenía acceso a los grandes equipos de última generación. Su laboratorio había estado presumiblemente en la nave desaparecida, y se daba por hecho que él se había volatilizado con ella.
Como dijo un policía chistoso, el sospechoso tenía toda la pinta de haber sido el MacGiver español.
Lamentablemente el ordenador no contenía información sobre la naturaleza del descubrimiento científico de su propietario, sino tan sólo una especie de diario donde éste vertió todas sus reflexiones hasta poco antes de su desaparición; quizá por ello no se lo había llevado a la nave donde había realizado sus experimentos, aunque el hecho de que el disco duro hubiera sido borrado indicaba su intención de hacer desaparecer las pruebas de su actividad, sin que fuera posible saber por qué motivos al haber quedado inconcluso el diario.
Lo que sí estaba claro era que, además de su carácter excéntrico -según un informe psiquiátrico padecía una paranoia-, su propietario había sido también un auténtico genio, aunque por desgracia la combinación poco menos que explosiva de ambas facetas de su personalidad no sólo había impedido el aprovechamiento de su descubrimiento, sino que además había creado un gravísimo problema que, aunque ya interrumpido, había dejado tras de sí graves secuelas de difícil o imposible resolución.
En definitiva, el profesor X -las autoridades españolas habían decidido guardar un silencio absoluto sobre su identidad, evitando que se pudiera identificar al docente expulsado de la universidad con la persona desaparecida en el polígono industrial- no sólo había podido demostrar la existencia del multiverso, un conjunto de infinitos universos paralelos, sino que también llegó a encontrar la manera de atravesar las impenetrables fronteras que separaban a cada uno de ellos del resto.
Por desgracia no consiguió controlar convenientemente sus ensayos, razón por laque habían comenzado a aparecer y desaparecer edificios de todo tipo sin ningún orden ni concierto. Según su diario, él lo único que pretendía en un principio era husmear en otros universos vecinos buscando similitudes y diferencias con el nuestro, aprovechando para traer alguna prueba de sus visitas, tal como ocurriera con el otrora famoso puente, como forma de demostrar que ni era un charlatán, ni mucho menos un loco.
De haberse limitado a robar el puente al otro universo antes de dar a conocer su proeza científica, posiblemente hubiera logrado sus objetivos; al fin y al cabo hacía mucho que éste había dejado de ser funcional en su emplazamiento original, y tan sólo unos cuantos ciclistas se habrían visto temporalmente afectados por su desaparición hasta que fuera reemplazado por otro, por lo que el perjuicio causado a sus legítimos propietarios sería, en cualquier caso, mínimo.
Pero le venció la soberbia. Pareciéndole poco semejante logro, planeó dar un golpe más espectacular antes de reivindicar su triunfo; y a partir de ese momento fue cuando comenzó la debacle. Por las razones que fueran -el diario no lo especificaba en detalle, aunque cabía pensar en lo precario de sus montajes caseros-, comenzó a írsele de las manos el control de los intercambios, provocando así una cascada de apariciones y desapariciones, aparentemente de forma aleatoria, dentro del área de cobertura de sus aparatos, coincidente de forma aproximada con la extensión territorial de la Península Ibérica.
Temió entonces, con sobrados motivos, que su iniciativa ya no fuera a ser tan bien recibida a causa de los descalabros que inconscientemente había provocado, no sólo por cuestiones sentimentales -en Burgos, por ejemplo, andaban bastante cabreados por haberse quedado sin su catedral de toda la vida-, sino, sobre todo, por los incalculables quebrantos económicos que éstos habían arrastrado, sobre todo a aquellas empresas o entidades que se habían visto privadas de los ingresos que obtenían gracias a los edificios desaparecidos, por muy espantosos que éstos pudieran haber sido. En consecuencia, optó por seguir manteniendo el anonimato al tiempo que intentaba enmendar el desaguisado tras realizar una serie de mejoras y correcciones en sus equipos... que sólo sirvieron, en la práctica, para estropear las cosas todavía más, al dejar de trasladar edificios y objetos a cambio de hacerlo ahora con las personas.
El resto de la historia resultaba ya fácil de suponer, a pesar incluso de las cada vez más frecuentes lagunas del diario. Progresivamente más nervioso y desesperado, a la par que desbordado por los acontecimientos, el sabio loco, tal como lo denominaban los investigadores del comité en su jerga interna, habría optado por encerrarse en su improvisado laboratorio en un intento desesperado por enderezar en lo posible las cosas, hasta acabar desapareciendo con él.
Quedaba la duda de si esta desaparición, ocurrida justo antes de que la policía entrara en su refugio, había sido una mera casualidad, algo difícil de creer por una mera cuestión probabilística, o si, por el contrario, se había tratado de una huida desesperada, aunque previamente preparada, ante la inminencia de ser atrapado con las manos en la masa. En cualquier caso las interferencias interdimensionales habían desaparecido por completo al precio, eso sí, de tener que asumir las secuelas, aparentemente irreversibles, de las andanzas de este imprudente aprendiz de brujo, al que se dio oficialmente por desaparecido y presumiblemente, una vez se hubieran cumplido los plazos legales establecidos, se le daría también por muerto. Pero todos aceptaban tener que pagar este precio con tal de contar con la garantía de que estos trastornos no se volvieran a repetir.
Sin embargo... pese al carpetazo oficial, con la consiguiente disolución del comité y la imposición a sus antiguos miembros de un compromiso de confidencialidad total, no todos se mostraban igual de confiados.
En concreto, el anónimo estudiante que descubriera el emplazamiento exacto del laboratorio clandestino, marginado por su director de tesis e ignorado por completo por el comité investigador y por las autoridades pertinentes, lo que le libró de compromiso alguno, seguía sin tenerlas todas consigo aun cuando desconocía la mayoría de los detalles de la operación que fueron mantenidos en secreto, incluyendo todo lo encontrado en el diario del sabio loco. Al fin y al cabo, argumentaba, había razones de sobra para sospechar que no todo hubiera acabado.
-Hay que ser muy ingenuo -explicaba a un amigo, una de las pocas personas con las que tenía la suficiente confianza para sincerarse, sentados ambos en la mesa de una pizzería- para pensar que este hombre se haya volatilizado; lo más probable es que se fugara a otro universo paralelo, del que tan sólo podemos especular acerca de sus hipotéticas diferencias con el nuestro.
Hizo una pausa mientras mordía su porción, y continuó:
-Ponte en su lugar; de temer con fundamento que pudieran andar detrás de ti, ¿no habrías procurado buscarte un refugio al que poder huir en caso de necesidad? Esto me recuerda, en definitiva, a aquellas antiguas películas de serie B en las que el malo, pese a haber sido derrotado por el protagonista, siempre lograba escapar a última para así poder volver a aparecer en la siguiente entrega.
-Entonces -preguntó su amigo-, ¿piensas que este hombre podría volver a las andadas?
-Quién sabe... -fue su filosófica respuesta-. Aquí únicamente podemos hacer conjeturas. No sabemos si se fugó a un refugio seguro previamente preparado o si, por el contrario, se vio obligado a huir de forma precipitada sin saber siquiera a donde se dirigía. De hecho, teniendo en cuenta lo chapucero de sus manipulaciones, no me extrañaría en absoluto que hubiera ocurrido lo segundo. No, en realidad no veo probable que volvamos a tener noticias suyas, a saber en qué lugar acabaría cayendo.
-En este caso, ¿a qué viene tanto temor? -objetó su interlocutor entre bocado y bocado.
-En realidad a mí no me preocupa demasiado nuestro -recalcó el posesivo- sabio loco; los que me preocupan son los otros.
-¿Qué otros?
-Todos sus alter egos existentes en los diferentes universos por los que anduvo husmeando. Como hemos tenido ocasión de comprobar, cualquiera de nosotros tiene sus equivalentes en las distintas Tierras existentes en el conjunto del multiverso; no en todas, pero sí presumiblemente en las más cercanas y, en cualquier caso, los suficientes como para que estemos repetidos más de una vez y más de dos. Evidentemente no en todos los casos nuestros sosias habrán desarrollado una trayectoria vital similar a la nuestra, y de hecho hay ejemplos sobrados de que las diferencias existen, pero cabe suponer que, al menos en algunas ocasiones, pudiéramos encontrarnos con réplicas prácticamente idénticas no ya desde un punto de vista genético sino social, por decirlo de alguna manera.
-Estás intentando decirme que...
-Que pudiera haber uno o varios sabios locos más pululando por ahí, todos ellos capaces de volver a trastocarlo todo; que éstos lo hicieran desde nuestro propio universo o desde otro contiguo sería algo completamente irrelevante, puesto que los resultados acabarían siendo los mismos, ya que lo que aparece en un sitio ha de desaparecer en otro, y viceversa. Pudiera ser, no obstante, que estos individuos consiguieran hacer mejor las cosas... o peor, vete a saber. Incluso podrían estar estorbándose entre sí, puestos ya a especular.
-Me temo que se me acaba de quitar el hambre -musitó su amigo dejando caer sobre la mesa lo que restaba de su porción de pizza.
-Pues a mí no -respondió el estudiante-; de hecho, pienso que incluso podría resultar divertido -rió, al tiempo que daba un bocado a la suya.
Publicado el 2-6-2020