Mundo, demonio y carne



El timbre del portero automático sonó en el momento más inoportuno, cuando se encontraba enfrascado en la lectura. Malhumorado, se levantó para ver quien era.

-Como sea otra vez un repartidor de publicidad me va a oír. Ya me tienen harto -rezongó mientras descolgaba el telefonillo.

Pero el rostro que vio en la pantalla pertenecía a un hombre de mediana edad y aspecto anodino, poco probable candidato a ser un buzoneador de folletos.

-¿Don Celedonio Manteca? -preguntó con voz átona.

-Sí, soy yo -respondió hosco-. ¿Qué desea?

-Soy un funcionario de la Dirección General de Bienestar Animal, Subdirección de Control y Vigilancia de Mascotas -respondió el visitante mostrando una credencial oficial. Desearía hablar con usted.

-¿Mascotas? -comenzó a escamarse-. Debe ser un error, yo no tengo ninguna mascota.

-De eso se trata precisamente. ¿Le importaría abrirme la puerta?

Accedió a regañadientes e instantes después ambos se encontraban acomodados en torno a la mesa del salón. El funcionario, tras volver a mostrarle su credencial e identificarse como el inspector Ildefonso Peláez, sacó de la cartera una tableta, la encendió y procedió a cotejar sus datos personales.

-Celedonio Manteca Corvejón, número de documento nacional de identidad... Cincuenta y siete años, divorciado y sin hijos. Vive solo en este domicilio. ¿Es correcto?

-Sí -respondió el aludido; su asuntillo con Mari Puri no le interesaba a nadie.

-Y no tiene ninguna mascota.

-Ya se lo he dicho -Celedonio sabía que desde hacía algún tiempo el gobierno había implantado un servicio de vigilancia para prevenir el maltrato animal, pero no entendía a santo de qué podían venirle a él-. ¿Cuál es el problema?

-Precisamente ése, que usted no tiene ninguna mascota -porfió el recién llegado.

-¿Y por qué habría de tenerla? -gruñó-. ¿Acaso es obligatorio?

-No, no lo es. Pero...

-¿Pero qué?

-Pues que en nuestro país cada vez es más habitual tenerla. Mire usted -explicó leyéndole unas tablas: seis millones setecientos cincuenta mil perros, casi cuatro millones de gatos, millón y medio de pequeños mamíferos y algo menos de reptiles. Si contamos también a los peces y a los pájaros, la cantidad total de animales domésticos alcanza los veintiocho millones novecientos mil, bastantes más que los dieciocho millones setecientos cincuenta mil hogares que hay nuestro país. Esto equivale a más de mascota y media por hogar, incluyendo aquéllos -recalcó con sorna- que todavía carecen de ellas.

Hizo una pausa y continuó:

Considerando tan sólo a los perros y a los gatos, ya que son los que mantienen una relación más estrecha con sus dueños, sus diez millones y medio suponen que casi un sesenta por ciento de los hogares españoles tienen al menos uno. Por cierto, superan en más de un millón a los menores de veinte años.

-¿Y?

-Como usted comprenderá, éste es un fenómeno que no se puede ignorar. Por esta razón, mis superiores estimaron que resultaría conveniente lanzar una campaña de concienciación dirigida a todos aquéllos que, pese a la tendencia general de la sociedad, siguen sin decidirse a adoptar una.

-Me parece muy bien -respondió Celedonio en tono irónico.

-Si me lo permite, desearía hacerle una pregunta -porfió impertérrito el visitante, sin darse por aludido de la pulla-. ¿Le importaría decirme por qué razón no tiene usted ninguna mascota? ¿Se trata acaso de un problema de alergia, de que no le gustan o quizá que les tenga miedo?

Celedonio estuvo a punto de decirle que eso no era asunto suyo, pero finalmente optó por entrar al trapo como venganza por haber sido interrumpido y molestado. Así pues, contraatacó con las mismas armas.

-Se equivoca. Ni soy alérgico ni les tengo miedo, y además me gustan, en especial los gatos. De hecho, tuvimos varios en casa de mis padres.

-¿Entonces? -el funcionario hizo un gesto de perplejidad.

-Bien, es cuestión de sopesar los pros y los contras. Tener un perro o un gato crea incomodidades, en especial los primeros. Y, si he de ser sincero, en la práctica para mí la comodidad pesa más que mi afición por ellos. Vivo muy tranquilo, y no veo la necesidad de complicarme la vida; lo que menos me apetecería sería tener que bajar tres veces con el perro a la calle todos los días, madrugando, algo que odio, y sin poderlo evitar haga frío o calor, llueva o nieve. Así pues, perdono el bollo por el coscorrón.

-Entonces, ¿por qué no tiene usted un gato? Acaba de decirme que le gustaban más que los perros, y requieren menos trabajo.

-Sí eso es cierto, pero existen además otras cuestiones: limpiarle la arena, tenerle preparada la comida y el agua, llevarlo al veterinario... eso sin contar con el problema que se plantea en los viajes y las vacaciones -Celedonio calló que Mari Puri no hacía buenas migas con ellos y que, de encontrarse con un minino, lo más probable sería que no volviera a aparecer por su casa-. Además cuestan dinero, bastante si los quieres tener bien cuidados, y mi sueldo no da para mucho.

-¡Oh, no se lo crea! -exclamó el funcionario cogiendo el rábano por las hojas-. No tiene por qué ser un animal de pura raza, hay multitud de ellos recogidos en los albergues a la espera de ser adoptados y, aunque no tengan pedigrí, pueden ser tan cariñosos o más que éstos. Además, se entregan vacunados, desparasitados y castrados.

-Eso es lo de menos. Yo no me refería al coste de comprarlos o adoptarlos, sino al de mantenerlos. Según he leído tener un perro puede costar como poco más de mil euros al año, bastante más si no es una miniatura de esas que se han puesto de moda, y un gato tan sólo algo menos. Esto, claro está, tirando por lo bajo; si nos dejamos llevar por toda esa parafernalia que te intentan vender, el límite superior no existe. E, insisto, gano apenas lo justo para poder vivir -eso no era cierto, pero tampoco era cuestión de dar tres cuartos al pregonero.

-Permítame que le diga que resulta equivocado valorar tan sólo el coste económico. Está demostrado que tener una mascota en casa supone unos beneficios anímicos, sociales y emocionales que compensan con creces los gastos... en especial para quienes que viven solos -le lanzó el dardo-. De hecho, cuando tantísimas personas las tienen, por algo será.

Celedonio estuvo a punto de espetarle un comentario mordaz sobre el instinto gregario e imitativo del común de la gente, que si veían que los de delante se tiraban a un pozo, al llegarles el turno ellos se tirarían también sin dudarlo un instante; así como la exageración de cuantos trataban a sus perros o a sus gatos como si fueran personas e, incluso, mejor que tratarían hasta a sus propios hijos. Pero se calló, no tanto por prudencia -a estas alturas estaba ya completamente harto de la tabarra- como por seguir divirtiéndose dándole carrete.

-No digo lo contrario -comentó al fin-, pero eso dependerá de cada uno. En lo que a mí respecta yo nunca los he echado de menos, ni creo que cambien las circunstancias en un futuro; me las apaño muy bien yo solo. Y si más adelante cambiara de opinión... bien, entonces me agenciaría un gato sin necesidad de esperar a que nadie viniera a recomendármelo -devolvió el ataque con intereses.

-Está bien, señor Manteca -suspiró Peláez recogiendo velas-. Es evidente que usted tiene las ideas muy claras, por lo cual le felicito.

Y recogiendo su tableta continuó:

-De todos modos, antes de irme desearía informarle que se ha admitido a trámite parlamentario un proyecto de ley que, de ser aprobado, impondría a medio plazo la obligación de tener al menos una mascota por unidad familiar, salvo que mediara alguna de las excepciones que se contemplan, en ninguna de las cuales podría ampararse usted. No desearía que lo tomara como una coacción ni mucho menos como una amenaza, se trata tan sólo una advertencia sobre lo que podría acaecer en un futuro más o menos cercano. Lo que no le recomendaría es que para cubrir el expediente se comprara un canario, un hámster o un pez; está previsto prohibir el uso como mascotas de todos aquellos animales que tengan que estar encerrados en una jaula, un terrario o una pecera, ya que esto se considerará maltrato animal.

Ya se incorporaba Celedonio deseoso de perder de vista al moscardón cuando éste, tras hacer un amago de imitarlo, volvió a abrir la cartera sin llegar a moverse de su silla.

-¡Ah, se me olvidaba! Discúlpeme. También quería entregarle este folleto; aunque su información es sumaria, puede usted ampliarla entrando en la dirección de la página web que se indica.

-¿Qué es esto? -gruñó el anfitrión, ya sin el menor disimulo, arrojando la hoja sobre la mesa sin molestarse en leerla.

-¡Oh!, es otra iniciativa de nuestra Dirección General. Se trata de una encuesta sobre los hábitos alimentarios de los ciudadanos, en concreto sobre su consumo de carne y otros alimentos de origen animal como la leche y sus derivados, los huevos o la miel.

Y viendo su cara de pocos amigos, añadió:

-Por supuesto las encuestas son voluntarias y anónimas, pero se utilizarán para realizar un estudio de cara a una posible incentivación de una dieta más vegetariana y respetuosa con el bienestar animal.

-¡Ah, ya! Eso de menos chuletas y más espárragos...

-Bueno, simplificándolo mucho quizás se podría definir así; pero hay numerosos estudios médicos que indican que un consumo excesivo de carne y de otros alimentos de origen animal podría estar tras una mayor incidencia de enfermedades graves como los accidentes cardiovasculares, la hipertensión o el cáncer. Le recomiendo que lo lea, porque quizá dentro de algún tiempo se acabe pasando de la recomendación a la prohibición.

-Lo tendré en cuenta, no se preocupe. Y ahora, si me disculpa, tengo bastantes cosas que hacer -es decir, continuar leyendo.

Instantes después, la puerta de su casa se cerraba tras la espalda de la inoporuna visita. Celedonio, bufando, retomó el libro sin conseguir centrarse en la lectura; por más que lo intentaba, no conseguía olvidarse de la absurda sarta de estupideces con las que había sido bombardeado.

-¡Serán...! -se dijo para sí, acordándose de los antepasados de todos los políticos-. Y encima lo que me ha dicho este individuo podría ser verdad, cosas más absurdas se han visto. Tendré que averiguar qué animales consideran estos imbéciles como mascotas, a lo mejor cuela tener unas cucarachas como animales de compañía.

Mientras tanto, en la calle, el pobre Peláez entraba en una cafetería para cobrar ánimos antes de enfrentarse al siguiente nombre de la lista.

-¡Maldita sea! -se lamentaba entre sorbo y sorbo-. Lo que hay que hacer para ganarse la vida, mientras esos mamarrachos se embolsan todos los meses un dineral por sus majaderías. Y encima tener que tragar con todo esto, cuando con lo que disfruto es con un buen chuletón a la brasa...


Publicado el 10-9-2021