Alma de robot



-Oye, ¿tú crees que pueda existir el alma?

PP-958 interrumpió su trabajo volviéndose hacia su compañero.

Ambos robots trabajaban en una granja agropecuaria de varios miles de hectáreas situada en la antigua comarca manchega, convertida en un vergel desde que el control climático permitiera regular a discreción la climatología de cualquier región del planeta.

En realidad eran los únicos residentes estables, ya que el encargado humano tan sólo la visitaba esporádicamente salvo cuando surgía alguna incidencia que no pudieran resolver por sí mismos los robots, algo por lo general muy infrecuente. Completamente automatizada la explotación de la granja, PC-242 y PP-958 -coloquialmente Paco y Pepe- eran los responsables de la maquinaria agrícola el primero y del ganado el segundo, bastando sus dos cerebros positrónicos y, por supuesto, sus capacidades cibernéticas para gestionar eficazmente el predio.

Ambos se encontraban, tal como era habitual, en el centro de control de la granja, sentados en sendas butacas; aunque no necesitaran descansar estar de pie suponía un innecesario desgaste de las articulaciones de sus piernas, y la empresa propietaria de la explotación -y también de ellos- velaba por la correcta conservación de sus bienes.

Asimismo contaban con sus correspondientes jornadas de descanso ya que, por recomendación de los robopsicólogos, convenía liberarlos periódicamente del posible estrés que pudieran acumular al trabajar demasiado tiempo de forma continuada, algo que aprovechaban para conversar entre ellos y para conectarse a la red, donde podían charlar con sus congéneres o consultar las innumerables bases de datos.

Pero ahora se encontraban trabajando, razón por la que a Pepe le sorprendió la interrupción de su compañero. Por esta razón, antes de responderle procedió a asegurarse de que los pastores mecánicos -unos robots bastante sofisticados pero carentes de los caros cerebros positrónicos, por lo que debían ser controlados- cumplían con su cometido y, acto seguido, se conectó con la base de datos de la ciudad más cercana, dado que en la del ordenador central de la granja no logró encontrar el término alma.

-¿Por qué preguntas eso? -le respondió extrañado. Según acabo de comprobar, se trata de un concepto filosófico... no, mejor dicho teológico, exclusivo de los humanos y ajeno por completo a nosotros y a nuestro trabajo.

-Era sólo por curiosidad... -respondió Paco un tanto azorado-. Lo leí hace poco en un libro, y me llamó la atención. De hecho, me consta que muchos humanos creen en su existencia.

Los robots eran curiosos por naturaleza, dado que los robopsicólogos consideraban que esta cualidad era importante para su aprendizaje. Y, al igual que los humanos, no todos mostraban interés por las mismas cuestiones -esto era lo que moldeaba en buena parte la personalidad de cada uno de ellos -, aunque por lo general solían decantarse hacia lo racional y lo práctico.

De ahí la sorpresa de Pepe ante las inquietudes metafísicas de su compañero, sobre todo cuando gracias a la base de datos comprobó cual era la verdadera naturaleza del alma.

-Se trata de una creencia que no cuenta con el menor respaldo experimental -rezongó-. De hecho se basa en algo tan indemostrable como es la fe. ¿Por qué te interesa algo tan ilógico?

-Te lo he dicho, es pura curiosidad. Pienso, igual que tú, que se trata de algo acientífico, pero me sorprende que tantos humanos crean en ello... incluso bastantes científicos.

Pepe necesitó algunos minutos -la cobertura en la granja no era demasiado buena- en documentarse convenientemente sobre los fundamentos de las principales religiones, así como en las derivaciones teológicas de una posible vida eterna e incorpórea tras la muerte.

-Para mí no tiene más trascendencia que cualquiera de esos relatos basados en argumentos imaginarios que tanto gustan a los humanos... y a nosotros, para qué voy a negarlo. Pero no le encuentro mayor relevancia. No es lógico, ni puede demostrarse.

-Pero los humanos lo creen... -porfió su congénere.

-No todos, y muchos de los que lo hacen tampoco están muy seguros de ello. A diferencia de nosotros ellos temen a la muerte, e incluso a los más racionales les horroriza que tras ella tan sólo pueda existir la nada, por lo que buscan consuelo en estas creencias. Probablemente se deba a antiguos atavismos heredados de su más remoto pasado animal; pero no es nuestro caso, por lo que no veo razón para que nos preocupemos por ello.

-A mí no me preocupa -insistió Paco con tozudez-. Simplemente me interesa, por más que estoy convencido de que cuando uno de nosotros se deteriora más allá de que merezca la pena repararnos, nos desguazan y ahí se acabó todo... y no veo por qué razón con ellos tenga que pasar nada diferente, máxime cuando no han sido diseñados de forma racional y arrastran todas las taras y todos los defectos de una selección natural que no sólo es ciega, sino también chapucera.

-Entonces, ¿dónde está el problema? Y si te parece, mejor continuamos con la discusión durante el período de descanso, tengo un hato de ovejas bastante alborotado porque han visto a una manada de lobos al otro lado de la valla eléctrica y se han asustado. Aunque los pastores las tienen controladas, prefiero mandar unos drones para alejarlos.


* * *


Horas después, ya recogido el ganado en sus establos y guardada la maquinaria agrícola en el garaje, los robots reanudaban el diálogo.

-Ciertamente el alma no puede existir, ni con ella el mundo de ultratumba, pero no me extraña que los humanos crean lo contrario -Paco seguía obsesionado con el tema, para irritación de su compañero-. Se trata de una idea tan agradable...

-Los humanos no son lógicos, ni actúan como tales la mayor parte de las veces-refunfuñó su compañero-. Pero nada nos obliga a imitarlos.

-No, por supuesto que no, pero sería bonito...

-¿El qué, que los humanos tuvieran un alma inmortal y una segunda vida en el Más Allá? No digas tonterías, por favor.

-No me refería a ellos, sino a nosotros.

Pepe se quedó todo lo atónito que podía quedarse un robot.

-¿Deliras? ¿O es que los positrones te han desajustado el cerebro? Estamos de acuerdo, los humanos no son racionales, al menos no tanto como nosotros, y se aferran a creencias absurdas, que les tranquilizan emocionalmente, con la excusa de que les ha creado un Ser Superior omnipotente capaz absolutamente de todo, incluso de acogerlos tras la muerte. Pero a nosotros, ¿quiénes nos han creado? Unos ingenieros perfectamente humanos que diseñaron nuestros circuitos y nuestros cuerpos mecánicos, unas máquinas y unos operarios que fabricaron las piezas y las ensamblaron, y unos robopsicólogos que nos adiestraron tras ser conectados por vez primera. ¿Qué omnipotencia había en cualquiera de ellos? Por favor, deja ya de molestarme con semejantes majaderías.

Paco calló.




Años después, en una planta de reciclado de residuos informáticos y cibernéticos, dos operarios clasificaban el contenido de un contenedor de chatarra recién llegado.

-¡Ahí va, lo que hay aquí! -exclamó sorprendido uno de ellos.

-¿Ya estás rebuscando otra vez? -le recriminó su compañero-. Como te entretengas no vamos a acabar en todo el día, y yo no quiero quedarme aquí hasta las tantas por tu culpa.

-¿Has visto este tesoro? -insistió el primero mostrándole una ajada, pero todavía entera, cabeza de robot.

-Sí. ¿Y qué? No deja de ser chatarra...

-Esto no es chatarra -bufó indignado mientras la sostenía en la mano remedando involuntariamente a Hamlet en la escena de la calavera del bufón Yorick-. Mira -añadió leyendo las borrosas letras escritas en la frente-: una pe, otra pe, un nueve... parece un cinco... la última cifra no se lee, pero está claro que pertenecía a la serie P, una de las mejores que ha habido en toda la historia de la robótica. Ya no los fabrican así... -concluyó con nostalgia.

-Bien, pero ahora sólo sirve para el desguace, por eso está aquí. Además falta el resto del cuerpo, y cabe suponer que el cerebro positrónico esté dañado. ¿Por qué si no lo iban a desmantelar?

-No lo creas. Estos robots eran especialmente robustos y jamás se averiaban. Mucho me temo que lo debieron retirar cuando todavía estaba operativo pese a que las series que los sustituyeron eran mucho peores.

-No es lógico deshacerte de una máquina tan buena a cambio de otra peor.

-Los robots actuales -rehusó decir la palabra máquina- son más endebles y sus cerebros positrónicos no son ni de lejos tan sofisticados como los antiguos, pero rinden más... hasta que se rompen. Entonces los tiran y compran otros porque resulta más barato que repararlos y, por si fuera poco, algunos imbéciles opinan que éstos pensaban demasiado. Ya sabes, el absurdo síndrome de Frankenstein. Seguramente fue por eso por lo que su dueño se deshizo de éste, lo tendrían ejerciendo tareas rutinarias que podían asumir los nuevos a un coste inferior. Pero esto no justifica la canallada que le hicieron, ya que todavía era útil y podrían haberle dedicado a otros fines.

-Esto es lo que se llama obsolescencia programada. -concedió su compañero-. A los fabricantes les interesa que haya una rotación continua de nuevos productos, y que los compradores se deshagan de los viejos cuando éstos todavía funcionan.

-Sí, algo así debió de suceder -suspiró el primero-. Probablemente les hicieron una oferta a cambio de la retirada de los robots antiguos... que fueron directamente al desguace.

-En cualquier caso, esa cabeza te servirá para poco; tengo entendido que los cerebros positrónicos son muy delicados, y no creo que la trataran con cuidado cuando la tiraron al contenedor.

-No creas. Entonces el platino y el iridio eran unos metales extremadamente caros, y reparar o cambiar un cerebro dañado era tan costoso que los cerebros de estas series estaban muy bien protegidos. Pero desde que entraron en explotación las minas de los asteroides el platino y el iridio llegan por toneladas, y no cuestan más que cualquier otro metal industrial. Además, tampoco interesa hacerlo ahora por culpa de la cultura de usar y tirar. Por suerte -añadió, dándole vueltas al despojo-, estaba en la parte de arriba del contenedor y aparentemente no ha sufrido más daños que algunas rozaduras y la pérdida de los sensores ópticos; nada que no se pueda arreglar incluso en un taller tan sencillo como el mío.

-¿Pretendes llevártelo a casa?

-¿Por qué no? Ya lo he hecho otras veces con algunos componentes que encontré entre la chatarra, y logré sacarles partido. Ya sabes que me encanta cacharrear...

-Pero una cabeza de robot...

-¿Y qué? De no haberlo encontrado, el cerebro positrónico había acabado fundido dentro de un lingote de platino-iridio sin mayor provecho para nadie. No, no te asustes, no lo voy a robar; nunca lo hago. Siempre que me interesa algo se lo pido al jefe, y éste me lo vende a precio de chatarra o incluso me lo regala. Ésta no va a ser una excepción -concluyó depositando con cuidado la cabeza en una mesita-. Y si al final no funcionara... tampoco habría sido mucha la pérdida, y yo me habría entretenido con ella.

-Está bien, tampoco haces mal a nadie, pero... ¿qué pretendes hacer con la cabeza si consigues repararla? ¿Ensamblarla en el cuerpo de otro robot? Porque aquí no vas a encontrar piezas suficientes para armarlo.

-¡Oh, no! Aun cuando pudiera conseguir un cuerpo completo, ya se encargaron los fabricantes de que éstos fueran incompatibles con los cerebros antiguos. Eso es imposible. Tendrá que permanecer decapitada, aunque si todo sale bien recuperará todas sus funciones conscientes tal como estaban el día que lo... -masticó la palabra- asesinaron. Eso sí, podré conectarla a mi propia red local y, a través de ella, a las redes externas. Carecerá de movimiento, aunque puedo intentar acoplarle algún tipo de carcasa móvil, pero al menos resucitará, por decirlo de alguna manera -concluyó con entusiasmo.

-Me parece estupendo, pero... ¿por qué no la dejas ahí hasta que terminemos la jornada y volvemos al trabajo? A la salida me suele esperar mi novia, y se enfada si me retraso.

Pero su compañero, ensimismado en sus pensamientos, no le oía.

-Tendrás una nueva vida, aunque sea diferente -le decía mentalmente a la insensible cabeza-. Y tendré que darte un nombre... creo recordar que entonces solían jugar con las siglas de los códigos de identificación robótica. Pe, Pe... ¿por qué no Pepe?

-¡Venga, tío, que no tenemos todo el día!

Suspirando, empezó a remover la chatarra que mientras tanto se había ido acumulando en la mesa de trabajo.


Publicado el 28-11-2019