Un amor imposible
-Póngase en pie el acusado.
Un silencio sepulcral se adueñó de la sala de audiencias acallando el mar de murmullos en que había estado sumida hasta entonces. Estaba a punto de hacerse pública la sentencia del juicio que más expectación había levantado en los últimos años, y tanto los allí presentes como todos los que por millones seguían el juicio por televisión aguardaban impacientes el veredicto. El acusado se mostraba impasible, aunque probablemente se trataba tan sólo de una máscara que cubría la resignación de quien se siente condenado... Porque aunque el veredicto no había sido emitido todavía, todos sabían que no podía ser otro que el de culpable.
-Este tribunal, en uso de las atribuciones que le han sido concedidas, sentencia que la culpabilidad del acusado en el delito que se le imputa ha quedado inequívocamente demostrada. Así pues, condenamos al reo a diez años de reclusión conforme a lo establecido en la legislación vigente. Se levanta la sesión.
Algunos minutos más tarde, alejados ya del revuelo que se había organizado en la sala, los miembros del tribunal se despojaban calmosamente de las togas en la habitación aneja a la sala de audiencias.
-Bien, ya está hecho. -comentaba uno de ellos- Si queréis que os sea sincero, estaba deseando terminar de una vez con todo esto.
-A mí, la verdad, me parece un castigo demasiado severo. -objetó uno de sus compañeros- Al fin y al cabo no se trata de un criminal, sino de un desequilibrado.
-La ley es la ley y a nosotros no nos corresponde juzgarla, sino tan sólo aplicarla. -rebatió severo el presidente- Y en este caso su interpretación no podía ser más inequívoca. En el fondo yo también siento lástima de este pobre diablo, pero... Nuestro margen de maniobra era mínimo, y aun así hemos sido benévolos con él. Nadie tiene la culpa de que la legislación sobre moral pública sea tan estricta.
-Y tan popular. -terció otro de los magistrados, que hasta entonces había permanecido en silencio- Os recuerdo los resultados de las encuestas.
-Sí, de eso no cabe la menor duda... Pero yo sigo insistiendo en que deberíamos haberle declarado loco.
-Desde luego lo está. ¿A quién se le ocurre pedir que se permitan los matrimonios mixtos entre humanos y robots? Hay que estar completamente chalado para llegar a esos extremos de aberración. Pero bien sabéis que en estos casos la ley no lo contempla como eximente; por muy loco que se le hubiera declarado no por ello habría salido mejor librado, sino más bien justo lo contrario. Teniendo en cuenta las reducciones de condena, tampoco se va a pasar tantos años encerrado.
-En cualquier caso ya está hecho. Bien, os dejo; mi esposa me está esperando en casa.
-¿Te importaría llevarme en el coche? Tengo el mío averiado, y ahora será casi imposible encontrar un taxi libre. Puedes dejarme en la esquina de la avenida.
-No me cuesta ningún trabajo llevarte hasta tu casa; tampoco me pilla tan lejos de mi camino.
Poco después los dos compañeros, montados en el coche del primero, se sumían en el marasmo del tráfico de la gran ciudad.
-¿En qué piensas? ¿En el loco?
-Y en las leyes. No era necesario que fueran tan rigurosas. Estoy de acuerdo en que hay que reprimir todas las conductas inmorales, pero tampoco había necesidad de mandarlo diez años a la cárcel.
-Recuerda cómo era la situación con anterioridad a la implantación del Nuevo Orden. ¿Quieres que volvamos a la anarquía? Por desgracia a la humanidad no puede permitírsele dar rienda suelta a sus instintos. No se puede tolerar que cada cual practique libremente cualquier tipo de aberración que se le ocurra; esto sería el caos.
-No, si yo no cuestiono en modo alguno el orden que disfrutamos ahora, pero...
-Por desgracia no se puede ser blando. -le interrumpió- Fíjate en el comportamiento del acusado. No sólo no estaba arrepentido de lo que había hecho, sino que además se mostró orgulloso de ello pretendiendo incluso convencernos de que los equivocados éramos nosotros. ¿Es posible imaginar una abyección mayor?
Eso era cierto. El origen del proceso había tenido lugar por iniciativa del propio acusado, que a sabiendas de que la ley prohibía expresamente cualquier tipo de relación entre humanos y robots, había pretendido nada menos que contraer matrimonio con su antinatural amante. De sobra era sabido que estas perversiones resultaban ser bastante más frecuentes de lo que pudiera parecer, pero hasta entonces éstas habían estado reducidas a los ámbitos de la clandestinidad.
El acusado, por el contrario, había desplegado una excepcional energía en defensa de lo que él llamaba un acto de justicia. Si en el Nuevo Orden humanos y robots tenían los mismos derechos civiles, si a ambos se les reconocía idéntica capacidad intelectual y se aceptaba asimismo su idéntica capacidad para albergar emociones, ¿por qué entonces se les prohibía disfrutar de la más preciada de ellas, el amor? Claro está, añadía, que el amor entre dos seres de naturaleza tan dispar nunca podría ser físico, eso era obvio, pero ¿acaso importaba? ¿No eran los sentimientos lo único en realidad importante? Y éstos sí podían existir entre ambas partes.
En otras circunstancias las autoridades habrían optado probablemente por rechazar la reclamación echando tierra a tan espinoso asunto, pero la tozudez del acusado y su afán de protagonismo les obligaron a recurrir a una ley que en realidad había sido redactada pensándose en que probablemente nunca se verían ante la necesidad real de aplicarla en todo su rigor. Pero no se podía permitir que se sentara tan peligroso precedente, y no se permitió.
La llegada al domicilio de su amigo cortó la línea de sus pensamientos. Éste se apeó del coche despidiéndose de él antes de alejarse.
-¿Iréis a visitarnos este fin de semana?
-Me temo que no va a poder ser; el próximo lunes tenemos que llevar a la factoría las matrices mentales de nuestro hijo, y llevamos mucho retraso en el diseño definitivo de las líneas alfa. Saluda a tu mujer de mi parte y preséntale nuestras disculpas.
Ya solo en el coche arrancó de nuevo encaminándose hacia su destino. Resultaba curioso. El mundo era ahora un lugar placentero, pero no siempre había sido así... No antes, desde luego, de que los robots hubieran tomado sus riendas después de que la humanidad se pusiera al borde mismo de la extinción tras la última de sus guerras de exterminio. Gracias a ello se había evitado el colapso de la civilización y los robots, esclavos hasta entonces de sus antiguos amos, eran quienes regían ahora el planeta de forma mucho más racional y civilizada.
En cuanto a los humanos descendientes de los supervivientes a la hecatombe... Bien, no eran demasiados y los robots se habían podido permitir el lujo de ser benévolos con ellos. Pero los humanos eran imprevisibles y podían llegar a ser peligrosos, por lo que aunque se les toleraba y respetaba se los mantenía al margen de la sociedad robótica.
Cuando llegó a casa vio cómo su esposa le saludaba risueña desde el jardín, con su bruñida figura metálica brillando como el fuego bajo los rayos del tibio atardecer. ¿Cómo podía haberse fijado ese loco en un repugnante ser humano cuando tenía a su disposición tantas adorables robots recién salidas de la factoría? Evidentemente, tenía que estar muy desequilibrado para haber sido capaz de hacerlo.
Publicado el 28-9-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción