Conflicto conyugal
-¡Ya estás otra vez mirando esas porquerías! -le espetó acremente su esposa.
Pillado de improviso, se apresuró a cerrar el catálogo de enchufes, clavijas y otros elementos de conexión que había estado consultando en el momento en que fue sorprendido.
-Mujer, yo... intentó justificarse.
-¡Estoy harta de tu obsesión! Si hubiera sabido a tiempo que me iba a casar con un vicioso de la pornografía, te habría mandado cerca. Ya me lo advirtió mi madre; hija piénsatelo bien, a mí tu novio no me parece trigo limpio. ¿Por qué no le haría caso?
Y se marchó de la habitación dando un portazo.
Con un gesto de resignación apagó la pantalla y, en ejercicio de su lesa autoridad, abandonó la casa sin despedirse de ella. Una vez en la calle, se encaminó al cercano electrobar en el que solía reunirse con sus amigos para tomar unas cuantas dosis de energía saborizada al tiempo que despotricaban de sus respectivas parejas. Al menos durante un rato estaría tranquilo y desahogado, por más que a la vuelta le esperara una nueva bronca. Pero a eso también estaba acostumbrado.
Al bajar de la acera sintió un tirón en el servomotor de la rodilla izquierda, el cual quedó bloqueado. Renqueando logró cruzar a duras penas la calzada y subir a la acera opuesta, donde tuvo que pararse a esperar que el mecanismo volviera a funcionar. Ya le había pasado anteriormente y, aunque en principio no le había dado mayor importancia, comenzaba a temer que tarde o temprano se viera obligado a pasar por la clínica de reparaciones para que lo sustituyeran, algo que le preocupaba ya que, dada la dificultad de encontrar recambios para un modelo tan antiguo como el suyo, lo más probable era que tan sólo le ofrecieran la posibilidad de una reparación -más bien un remiendo- del servo defectuoso o su cambio por otro procedente del desguace de un difunto, en teoría compatible pero a saber en qué estado de desgaste.
En fin, todo eran problemas, suspiró al tiempo que se encaminaba trabajosamente a su destino.
Publicado el 2-5-2025