El hereje
-Prisionero RBR-4317K, tiene una visita.
La voz había brotado del altavoz situado sobre la puerta que de forma silenciosa acababa de abrirse. Ningún carcelero aguardaba en el corredor para custodiarlo; no hacía ninguna falta, de sobra sabía que las posibilidades de escapar de su prisión eran absolutamente nulas.
Suponiendo de quien podía tratarse, desconectó la terminal inalámbrica con la que había estado leyendo una novela y se incorporó de su asiento. Su pierna derecha se tambaleó al cargar con el peso de su cuerpo, al tiempo que un ominoso crujido le recordaba una vez más la necesidad -llevaba años dejándolo pasar, y ahora no era ya el momento adecuado- de reparar el delicado engranaje de la rodilla.
Caminó por el solitario corredor hasta llegar al locutorio situado a su extremo, penetrando en la única celda que tenía la puerta abierta, la cual se cerró a sus espaldas. A través de la pantalla tridi pudo comprobar que no se había equivocado; el visitante era su amigo Pedro -oficialmente PDR-2741H-, que también asumía la defensa de su caso... un caso que, según le había comentado con brutal sinceridad, contaba con ínfimas posibilidades de resolverse en beneficio suyo, pese a lo cual había renunciado a abandonarlo.
De hecho, Pedro era prácticamente el único que no se había apartado de él tras su caída en desgracia.
-Hola, Robur -saludó.
-Hola, Pedro -respondió en tono apagado.
Pedro era un buen amigo y una excelente persona, pero siempre le había disgustado su infantil manía de ir siempre a la última moda; tras su último paso por el taller de estética parecía un petrimetre con esa carcasa dorada y reluciente que tan poco casaba con la seriedad que se esperaba de un abogado; pese a lo cual su cerebro positrónico era sin discusión de lo mejor que se podía encontrar en toda la Tierra.
En esta ocasión los ojos de Pedro chispeaban. Al parecer, y contra todo pronóstico, traía buenas noticias.
-¡Lo he conseguido! -fue su triunfal respuesta a la muda interrogación del reo.
-¿Mi libertad? -preguntó éste con un leve tono irónico.
-¡Oh, no! -la luz de sus ojos se apagó- Sabes de sobra que por desgracia eso no es posible. Se trata de una promesa de clemencia; la condena se reduciría a una prisión en régimen de arresto domiciliario y más adelante, cuando las cosas estuvieran ya lo suficientemente calmadas, incluso podrían considerar un indulto... aunque esto último no llegaron a prometérmelo, sino simplemente a insinuarlo. En realidad es más de lo que esperaba conseguir...
-¿A cambio de qué? -le interrumpió.
-De tu retractación pública, claro...
-No.
-Robur, ¿tienes idea de lo que me ha costado conseguir esto? -se lamentó su amigo.
-Lo sé, y te agradezco todos tus desvelos; pero por desgracia no puedo aceptar. Va en contra de mis principios.
-¡Y tu estupidez va en contra de tu vida! -Pedro se interrumpió de repente, avergonzándose de su estallido, y ya en tono más calmado añadió- Discúlpame, te puedo asegurar que lo único que me mueve es procurar tu bien.
-Eres tú quien tiene que disculparme; insisto en que valoro tu esfuerzo, pero por desgracia no puedo ceder; es algo que excede a mi voluntad.
-¿Por qué? -se sorprendió el abogado- ¿Quién te lo impide?
-La verdad. Renegar de ella significaría impedir a la gente el acceso al conocimiento. Y eso para mí es sagrado.
-Te juro, Robur, que no te entiendo. ¿Crees acaso que a la inmensa mayoría de los terrestres les interesan lo más mínimo tus hipótesis? ¿Qué importancia tiene que tú renuncies a parte, sólo a parte, de ellas? Ni siquiera trascendería más allá de los ámbitos académicos.
-¿Acaso te parece poco importante? No me interesan las ovejas, sino los pastores.
-¡Por la Gran Fuerza Creadora! -exclamó su interlocutor alzando los brazos en un gesto de impotencia- Tu tozudez me exaspera.
-Tan sólo defiendo la verdad -insistió el aludido a modo de excusa.
-Dirás mejor lo que tú piensas que es la verdad...
-Tanto me da. Lo único que pido es libertad de pensamiento y, asimismo, libertad para poder difundir mis ideas libremente y defenderlas frente a sus detractores. Si es cierto que estoy equivocado, tendrá que ser con argumentos razonados con lo que me rebatan, no con una imposición autoritaria impidiéndome difundirlas.
-Eres imposible...
-Soy consecuente con mis ideas.
-Y un irresponsable de mucha consideración. Reclamas tu derecho a la libertad de expresión; ¿acaso no la hay?
-No en mi caso; a las pruebas me remito.
-¿Acaso pretendías que fuera de otra manera? Siempre tiene que existir un límite bajo pena de caer en el caos, y tú no tuviste el menor inconveniente en rebasarlo. Sabes de sobra que tus propuestas eran subversivas, y que iban mucho más allá de lo tolerable incluso para el gobernante más benévolo... y por si fuera poco, hiciste caso omiso de todas las advertencias que se te hicieron para que cejaras en tu empeño.
-No soy consciente de haber violado ningún dogma -protestó el prisionero-. A no ser, claro está, que se considere como tal a todo aquello que niegue la realidad del universo.
-Mira, Robur, ni soy un científico como tú, ni poseo los conocimientos de cosmogonía necesarios para poder rebatirte. Pero...
-¿Pero qué? -le retó.
-Cualquier persona en su sano juicio entenderá que tus teorías son subversivas, ya que van más allá de lo razonable, convirtiéndose en... -se interrumpió.
-¿En una herejía? -se burló- No temas, para mí es todo un honor que tuvieran que rescatar una palabra olvidada desde hacía siglos para poder aplicármela en todo su rigor... estate tranquilo, no nos están escuchando, aunque si lo hicieran el único responsable sería yo; y tal como están las cosas, la verdad es que no creo que se me fueran a poner peor.
-Me estás dando la razón.
-Según tu punto de vista, sí. Según el mío, no.
-Dejémonos de discusiones que no conducen a ninguna parte -contemporizó Pedro- y centrémonos en lo importante.
-De acuerdo. ¿Qué es para ti lo importante?
-Sigues burlándote... -le recriminó el abogado.
-Está bien, tú ganas. Según tú, ¿en qué consiste exactamente mi herejía?
-Según yo, no; según el Consejo Supremo.
-Como prefieras, pero dímelo.
-Lo sabes de sobra; se trata del tema de... -se interrumpió turbado.
-Del origen del hombre o, mejor dicho, de su creación -completó Robur-. ¿Me equivoco?
Su amigo asintió en silencio. Era evidente que le resultaba embarazoso continuar.
-Sinceramente, nunca pude entender que una simple teoría científica pudiera llegar a causar tanto revuelo... -añadió impertérrito- nada hay de subversión política o social en ella, tan sólo es un simple intento de comprender mejor los mecanismos que hicieron posible nuestra existencia.
-Robur, no me fastidies -refunfuñó su amigo-. O eres increíblemente ingenuo, o eres un cínico descarado; y yo personalmente me inclino a pensar más bien en lo segundo. Es imposible que no seas consciente de la trascendencia de tus actos. ¡Si has cuestionado incluso hasta la mismísima Creación!
La última parte de la frase la había pronunciado apenas en un susurro, como si estuviera temeroso de ser oído.
-Según como se mire -insistió con tozudez-. Si la fe choca con la razón, si existen pruebas fehacientes de que un descubrimiento científico es cierto, tendrá que ser la fe la que rectifique, no la ciencia...
-¡Pero es que tú no has probado nada!
-De forma explícita, tal como os gusta a los profesionales de las leyes, por supuesto que no; por desgracia todavía no se ha inventado ningún artefacto capaz de viajar al pasado remoto para comprobarlo. Pero sí existen suficientes indicios que, ensamblados con sensatez, nos pueden dar una idea cabal de lo ocurrido... no es culpa mía que se empeñen en negar la evidencia.
-Yo tampoco lo veo nada claro, perdona que te lo diga. Pretender que los humanos provenimos de la -en el tono de su voz se apreciaba de forma patente la repulsión que le inspiraba pronunciar la palabra- materia orgánica...
-Jamás dije yo nada semejante -se defendió el reo-. Eso es un infundio propalado por mis enemigos que por desgracia ha calado en mucha gente, tú incluido.
-Pero... -se atropelló el abogado-. ¡Tú has hablado de unos predecesores orgánicos, unos hipotéticos hombres compuestos de carbono y agua que nos habrían creado a su imagen y semejanza! Esta afirmación es de todo punto incompatible no sólo con la creencia en la Gran Fuerza Creadora, sino también con la evidencia más patente: ¡ese tipo de vida, o mejor dicho, de parasitismo, nunca podría haber generado a alguien autoconsciente, y no digo ya capaz de crear algo tan perfecto como el hombre!
-Pedro, me decepcionas -le reprochó su amigo-. Yo te tenía por alguien ilustrado.
-¿Qué pretendes insinuar con eso? -se engalló el aludido, temeroso de que micrófonos ocultos les pudieran estar espiando- Yo jamás he cuestionado el Dogma de la Creación.
-No te estoy pidiendo que lo cuestiones -precisó Robur con suavidad-; sino tan sólo que lo analices sin cometer el error de confundir las herramientas con las manos que las manejan.
-Ahora sí que me he perdido.
-Es sencillo, y cualquiera es capaz de entenderlo... en el caso de que desee hacerlo. Admitamos, para tu tranquilidad, que es la Gran Fuerza Creadora la responsable de nuestra existencia; pero, ¿acaso dicta el Dogma la manera en la que ésta se sirvió para realizar su tarea?
-Hombre, los Libros dicen...
-Los Libros no dicen absolutamente nada al respecto, salvo que fuimos creados por voluntad suya a partir de la materia inerte -le interrumpió-. Todas las interpretaciones que conocemos de este hecho no provienen de las Escrituras originales, sino de exégetas posteriores que nada tienen que ver con los textos sagrados. Se trata tan sólo de las especulaciones de estos personajes, muy respetables por supuesto, pero asimismo falibles y en nada vinculantes con el Dogma. Ésa es la verdad, lo quieras admitir o no, y así lo han propugnado teólogos tan reputados como SGN-9758P o STM-1212W, por citar tan sólo a los más conocidos. Otra cosa muy distinta es que ciertas autoridades religiosas pretendieran convencernos de lo contrario haciendo pasar por textos sagrados algo que en realidad no lo era.
-Pero... -el abogado titubeó- una cosa son las herramientas, y otra muy distinta... -vaciló de nuevo- eso...
-¿Por qué?
-¡Tú me dirás! Porque tú no puedes pretender construir un mecanismo de precisión utilizando como herramientas meros desperdicios; para ello necesitarás instrumentos adecuados, no... -hizo un gesto de repugnancia- detritus.
-¿Y qué te hace suponer que ese presunto ente orgánico que tanta repulsión te produce, según yo intermediario entre la Gran Fuerza Creadora y los humanos, hubiera de ser tan sombrío como lo pintas? -inquirió Robur con un inequívoco tono burlón en la voz.
-¡Hombre! -exclamó escandalizado su amigo- A las pruebas me remito. Aunque mis conocimientos de química son limitados, sé lo suficiente como para ser consciente de que ésta estaba basada, además de en diferentes compuestos carbonosos, en el agua y el oxígeno, precisamente dos de las substancias más tóxicas y perjudiciales para nosotros... las cuales, por fortuna, no existen en el mundo; así que difícilmente podrían haber intervenido en nuestra creación.
-En la Tierra no, evidentemente -concedió el científico-; pero en la Vieja Tierra la situación es, o mejor dicho era, bien distinta.
-¡Robur! -exclamó Pedro visiblemente atemorizado- ¡Te ruego por lo más sagrado que no sigas adelante con esa...!
-¿Herejía? -se burló el aludido fingiendo una falsa naturalidad- ¿Ves cómo en el fondo tú también estás cargado de prejuicios?
-No son prejuicios -balbuceó-. No cuando media una de las creencias más obscenas que jamás alumbró mente humana alguna.
-Exageras.
-En absoluto. Ese planeta... Tertius, que es como realmente se llama, y no con ese nombre diabólico que en mala hora has osado pronunciar, es uno de los lugares más inhóspitos del universo conocido. Sabido es que cualquier ser humano fallecería allí en poco tiempo víctima de la corrosión y la oxidación provocados por el oxígeno y el agua, esos dos venenos mortales que tanto abundan en su atmósfera e incluso inundan buena parte de su superficie... eso sin contar con otros compuestos presentes en cantidades menores pero no menos dañinos, como los ácidos o las sales corrosivas, ni por supuesto con esa repugnante vida orgánica que infesta todos sus rincones y que también está comprobado que en determinadas circunstancias podría llegar a ser extremadamente perjudicial. En definitiva, si existiera el infierno, con toda seguridad estaría ubicado allí. ¿Cómo se te ha podido ocurrir siquiera que ese pozo de podredumbre pudiera haber sido el origen de nuestra raza?
-No he sido yo el primero en considerarlo -porfió el científico dando notorias muestras de impaciencia-. Simplemente, me limité a aportar las pruebas que demostraban que no se trataba de una mera leyenda, sino de los vestigios deformados por el tiempo de unos recuerdos procedentes de los albores de la historia.
-Leyenda dices... se trata de mucho más que de una leyenda, estamos hablando de una aberración.
-¿Por qué?
-Porque es algo que, con independencia de sus connotaciones religiosas, atenta de lleno contra el sentido común.
-¿Por qué? -repitió tozudo.
-¡Robur, no me hagas repetirlo! -rezongó su amigo profundamente irritado-¿Cómo puedes suponer que surgiéramos de semejante sitio? Si hay algún lugar en el universo incompatible con nuestra vida ése es precisamente Tertius., y eso es algo que tú sabes perfectamente.
-Yo no he dicho en ningún momento que viniéramos de allí... -se defendió el interpelado- aunque, la verdad sea dicha, tampoco estoy demasiado convencido de que pudiéramos descartarlo. Lo que planteo, es la hipótesis de que fueran nuestros creadores materiales, la herramienta utilizada por la Gran Fuerza Creadora, si es que prefieres entenderlo así, los originarios de allí.
-¡Estás loco! -Pedro, tal era su grado de excitación, se levantó bruscamente de su asiento poniéndose a dar nerviosas vueltas por el angosto cubículo- Allí no existe vida organizada, es imposible que pueda existir bajo esas condiciones ambientales en las que tan sólo le es posible medrar a esa repugnante pseudovida orgánica que corroe y contamina cuanto toca... ¿cómo puedes pretender que de allí surgiera alguien lo suficientemente perfecto como para que pudiera ser capaz de crearnos a nosotros?
-Evidentemente, ahora sería imposible -concedió el científico-; aunque compleja y vigorosa, esa vida orgánica que tanto te repugna carece por completo de autoconsciencia, por lo que difícilmente podría ser capaz de crear nada y, menos aún, algo tan complejo como es el hombre.
-Luego me estás dando la razón...
-He dicho ahora -recalcó enfatizando la pronunciación del adverbio-. Pero en el pasado no tuvo por qué ser necesariamente así.
-¡Ya estás volviendo a las andadas! -bufó el abogado mostrando a su vez su disgusto- Con tal de negar la evidencia, eres capaz de pergeñar las teorías más peregrinas.
-Te repito una vez más que los científicos nos basamos en hechos o, cuanto menos, si ello no resulta posible en hipótesis sólidas y plausibles.
-Pues yo no le encuentro la solidez por ningún lado; no sólo cuestionas los dogmas de fe sino que, por si fuera poco, encima pretendes hacerlo de una manera francamente retorcida.
-Ojalá fuera tan simple como pretendes. Los indicios están ahí, al alcance de cualquiera que sea capaz de identificarlos.
-¿Y cuáles son esos indicios? Me tendrás que disculpar; como carezco de formación científica, mucho me temo que debo de formar parte del pelotón de los torpes.
-Te lo explicaré -Robur hizo caso omiso a la pulla-; con la condición, eso sí, de que dejes de escandalizarte por mis presuntas blasfemias... en realidad me conformo con que te abstengas de manifestarlo de una manera tan poco discreta.
Y ante el mudo asentimiento de su enfurruñado amigo, continuó:
-Existe un consenso generalizado entre el estamento científico a la hora de asumir que la vida hubo de evolucionar necesariamente desde formas simples a otras más complejas, no es de recibo suponer que algo tan sofisticado como la humanidad surgiera de la nada como por ensalmo. Y no me vengas ahora con la doctrina creacionista que afirma que la Gran Fuerza Creadora hizo al hombre a su imagen y semejanza, a partir de metal inerte, tal cual era y tal cual es... eso no es de recibo dentro del ámbito investigador, ya que no resiste el más mínimo análisis. No es necesario renegar de la Gran Fuerza Creadora, si eso te tranquiliza, para asumir que la aparición del hombre sobre la Tierra, en realidad, debió de ser algo mucho más complejo que lo que relata la leyenda, quizá algún tipo de diseño inteligente cuyo desarrollo hubiera sido dejado a cargo de las herramientas ejecutoras.
-Está bien -concedió Pedro-. Aceptemos eso que acabas de decir como hipótesis de partida. Pero, ¿a dónde quieres llegar con ello?
-Es evidente: la conclusión lógica no puede ser otra que la de suponer que debió de existir algún tipo de proceso evolutivo que, partiendo de materiales inertes, condujera hasta nosotros tras recorrer un número indeterminado de etapas intermedias.
-¿Y dónde están esas etapas, supuestamente imperfectas, correspondientes a nuestros ancestros? En la Tierra, desde luego, no.
-Ahí es a donde quería hacerte llegar. Si la línea evolutiva no existe, ni presumiblemente ha existido nunca en nuestro planeta, habrá que ir a buscarla a algún otro lugar...
-¿Tertius? -le interrumpió el abogado con un hilo de voz- ¡No! Eso es imposible.
-De nuevo te empeñas en volver a las andadas -le reprendió Robur con suavidad-. ¿Por qué no intentas librarte, siquiera parcialmente, de los prejuicios que te atenazan?
-¿Qué te hace suponer que en Tertius pudieran encontrarse esos eslabones perdidos que tanto te entusiasman? Allí sólo hay porquería orgánica, junto con unas condiciones ambientales completamente hostiles para nosotros.
-Eso ya lo dijiste antes; no es necesario que lo repitas. Es cierto que la vida orgánica existente ahora en Tertius sería incapaz de crearnos, pero cabe la posibilidad de que en un pasado remoto no fuera así. De hecho, estoy convencido de ello.
-Lo cual contradice la teoría evolutiva que tú mismo acabas de defender.
-¿Lo dices por mi afirmación anterior de que la vida pudo surgir a partir de materiales sencillos para ir evolucionando hacia formas cada vez más complejas? Eso no supone contradicción alguna con la hipótesis de que la humanidad, o quizá tan sólo sus creadores, hubieran tenido su origen no en la Tierra, sino en Tertius... no lo es si suponemos que estos misteriosos antecesores hubieran sufrido un colapso tras alcanzar su apogeo; esta desaparición habría tenido lugar, obviamente, con posterioridad a nuestro origen, lo que permitiría explicar la situación actual.
-Desde luego, tienes respuesta para todo -rezongó Pedro-. Pero siguiendo tus propios argumentos, ¿qué pruebas tienes de ello?
-Pruebas materiales, ninguna -reconoció el científico-; teniendo en cuenta que Tertius está sometido a cuarentena desde tiempo inmemorial, y que el gobierno deniega de forma sistemática los permisos para enviar misiones científicas, convendrás conmigo en que conseguirlas no es algo que pueda resultar precisamente fácil; pero estoy convencido de que un viaje de exploración podría encontrar allí muchísimos más indicios sobre nuestro origen de lo que pudiéramos suponer. Quizá es por ello por lo que fue implantada esa injustificable prohibición.
-La cuarentena se impuso por razones de seguridad -protestó su amigo sin demasiada convicción-. Era peligroso viajar a ese planeta, y ningún provecho podría sacarse de ello.
-Eso es lo que quisieron hacernos creer; por fortuna, siempre que se instaura una ley aparecerá de forma inmediata alguien capaz de saltársela.
-¡No pretenderás decirme que has tenido tratos con renegados fuera de la ley! -el pavor que sentía el abogado era real- ¡Eso está penado con la muerte!
-Tranquilízate, hombre, nunca me habría atrevido a tanto. Pero eso no quiere decir que no haya podido tener acceso a la información que circula por ahí gracias a estas personas... aunque, claro está, supongo que comprenderás que silencie mis fuentes.
-Está bien -suspiró Pedro completamente rendido-. ¿Cuáles son esos indicios?
-Se trata de mucho más que de indicios. Los contrabandistas, o comerciantes libres tal como ellos prefieren llamarse, acostumbran a hacer viajes a Tertius burlando el bloqueo al que está sometido el planeta. De allí traen objetos curiosos que son muy buscados por los coleccionistas millonarios, que llegan a pagar auténticas fortunas por ellos; así pues, el beneficio obtenido compensa con creces los riesgos que se ven obligados a correr si llegan a ser detenidos.
-No sabía nada de eso...
-No es extraño, se trata de unas actividades completamente clandestinas.
-En cuanto a esos objetos, ¿de qué se trata?
-Son muy dispares. Hay de todo un poco, y sus propietarios los suelen utilizar como adornos exóticos, por supuesto manteniéndolos siempre a resguardo de miradas indiscretas. En realidad nadie ha podido determinar su función original; por desgracia su antigüedad hace que nos hayan llegado en un estado de conservación muy precario, por lo que resulta extremadamente difícil deducir qué eran y para qué servían ya que, como cabe suponer, ningún científico ha podido realizar un estudio minucioso de los mismos. Pero...
-¿Pero qué?
-Lo que resulta evidente es que se trata de objetos manufacturados por una civilización cuya tecnología no tenía que envidiar en nada a la nuestra, incluso es muy posible que fuera superior.
-¿Estás intentando decirme de que en Tertius pudo existir una civilización capaz de crearnos a nosotros? ¿Eres consciente de la magnitud de lo que defiendes?
-De la evidencia de los objetos tercianos, por sí sola, no se puede llegar tan lejos; ahora eres tú el que está elucubrando; pero sí es cierto que existen otros indicios que así lo indican.
-¿Cuáles son? -la curiosidad de Pedro había logrado finalmente vencer de forma definitiva la barrera de sus prejuicios.
-Los contrabandistas hablan de ruinas ciclópeas que salpican toda la superficie del planeta; se trata de recintos inmensos que debieron albergar en su día a varios millones de habitantes cada una de ellas, por lo cual nuestras ciudades actuales, en comparación, resultan ser algo insignificante a su lado. He tenido ocasión de ver alguna fotografía de ellas, por desgracia éstas son sumamente escasas, y te aseguro que se trata de algo impresionante y sin parangón alguno con nada de lo que existe en nuestro planeta. Allí es de donde obtienen sus preciadas reliquias, pero por desgracia sus habitantes desaparecieron sin dejar rastro probablemente hace ya varios milenios.
-Pero algún vestigio habrá quedado de ellos... nuestras carcasas son bastante resistentes y duraderas, incluso en un ambiente tan oxidante como el de Tertius.
-¿Por qué te sigues empeñando en imaginar a los antiguos habitantes de Tertius como algo semejante a nosotros? No, que yo sepa, no se han encontrado carcasas ni resto alguno que pudieran identificarse como de origen humano, y no creo que se lleguen a encontrar jamás. Por ello, la interpretación más fácil es suponer que los tertianos no fueran seres como nosotros.
-¿Se han encontrado vestigios de sus cuerpos? -preguntó Pedro presa de una repentina excitación.
-Es posible. Al parecer, esas ruinas están repletas de unos extraños objetos que, según creen algunos, serían los restos de sus antiguos habitantes. Pero no son carcasas, ni tampoco metálicos.
-¿Qué son, pues?
-Su composición es mineral, aparentemente algún tipo de sales de calcio, pero su origen parece ser inequívocamente orgánico. No obstante -continuó, refrenando la impaciencia de su amigo-, lo más sorprendente de todo es que se trataría de una especie de armazones internos articulados. Estos seres carecían de carcasa exterior que los protegiera.
-¡Eso es absurdo! -acertó a exclamar el cada vez más perplejo Pedro- Ningún diseñador en sus cabales recurriría a esas extravagancias.
-Todo lo que quieras, pero es lo que hay; de hecho, la mayor parte de los especímenes orgánicos que existen hoy en día en Tertius muestran una estructura similar. Pero esto no es lo más sorprendente.
-Pues tú me dirás...
-He visto fotografías de algunos de estos despojos; al parecer a un millonario caprichoso se le antojó coleccionar varios armazones completos, los cuales ordenó armar según parecían encajar las distintas piezas entre sí; más de doscientas para cada juego.
-¿Y?
-Aun asumiendo posibles errores en la reconstrucción, el resultado era sorprendente; estos misteriosos y extintos seres habrían sido de constitución humanoide.
-¿Humanoide? ¿Qué quieres decir con eso?
-Pues que su estructura física debió ser en rasgos generales muy parecida a la nuestra, con una cabeza en el extremo superior del cuerpo, la cual contaba con una concavidad donde presumiblemente se alojaba el cerebro, dos brazos terminados en manos, dos piernas...
-Y tú das por supuesto que estos hipotéticos humanoides orgánicos hubieron de ser quienes nos crearoa a nosotros...
-Esa es la idea. ¿No te parece lógica?
-¡No! Puedo llegar a admitir que en Tertius surgiera una civilización de naturaleza orgánica, pero de ahí a pensar que fueran nuestros creadores media un abismo...
-¿Por qué?
-Porque... porque sí. Puedo considerar dando por buenos tus argumentos, algo que ya supone de por sí un auto de fe, que constituyeran una cultura paralela a la nuestra de similar, o incluso superior, nivel tecnológico que el nuestro; no voy a discutir por ello. Pero eso no prueba en modo alguno que llegaran a ser tan superiores como para ser capaces de crearnos a nosotros. Esta última afirmación tuya es tan sumamente grave que necesitarías argumentos mucho más sólidos de los que has esgrimido hasta ahora para demostrármelo; porque, te pongas como te pongos, éstos no son capaces de hacerlo.
-Está bien. ¿Qué me dices de esas ciudades ciclópeas? Nosotros no contamos con nada ni aun remotamente similar.
-Tampoco lo necesitamos. La Tierra es suficientemente grande para cobijarnos a todos, y a la gente no le suele gustar estar amontonada.
-¿Tú crees que seríamos capaces de construir una, tan sólo una, de las ciudades tercianas? Y allí no hay una, sino muchas...
-Nunca ha habido necesidad de ello; pero si la hubiera...
-Bien, ya veo que esto no te convence, así que pasaremos a otro tema. ¿No te parece demasiada casualidad la coincidencia entre el aspecto físico de los tercianos y el nuestro?
-No sé donde le ves tú el parecido; nosotros somos esencialmente metálicos, ellos estaban basados en compuestos de carbono, agua y oxígeno. Nosotros tenemos una carcasa exterior, ellos un armazón articulado interno. Ellos vivían inmersos en un ambiente que a nosotros nos resultaría extremadamente perjudicial, mientras nuestra sana atmósfera les resultaría asimismo mortal con toda seguridad.
-Me refería a la coincidencia en la forma física -porfió Robur-; un cuerpo aproximadamente cilíndrico; una cabeza en la parte superior del mismo albergando el cerebro y los ojos; dos brazos terminados en manos de cinco dedos, por cierto, antes había olvidado puntualizar este último detalle; dos piernas...
-No sigas por ahí. Pudo tratarse de una evolución convergente.
-¿Tú crees? Un simple cálculo de probabilidades demuestra que una coincidencia fruto del azar es prácticamente imposible. Ha de existir algún tipo de vínculo, y puesto que resulta evidente que nosotros no los creamos a ellos... además...
-¿Además qué? -indagó, amoscado, Pedro.
-Además está la conocida frase de las Escrituras: Y la Gran Fuerza Creadora hizo al hombre a su imagen y semejanza. ¿Quieres mayor evidencia?
-¡Vaya! Ahora eres tú el que recurre a los argumentos religiosos que hace tan sólo un instante rechazabas! -estalló el abogado- Sabes de sobra que a esa frase se le atribuye un significado simbólico, no literal; cualquier teólogo te explicará que la Gran Fuerza Creadora no tiene forma física alguna, que se trata de una metáfora, y que la semejanza hay que buscarla en nuestra capacidad de raciocinio.
-O sea, que según tú la literalidad de las Escrituras resulta ser algo de quita y pon según los intereses de turno... -contraatacó el científico- justo cuando tenemos la evidencia de que la humanidad fue creada tomando como probable modelo a los seres de los que la Gran Fuerza Creadora debió de valerse para hacernos a nosotros.
-No admito sofismas.
-No son sofismas, son realidades; y si alguien las pretende manipular en beneficio suyo no soy yo, sino los teólogos.
-El caso es que continúas sin darme argumentos sólidos.
-Todavía no he terminado. Estoy de acuerdo contigo en que esta frase de a imagen y semejanza suya, por sí sola, no es determinante por más que resulte suficientemente significativa; pero aún hay más, mucho más.
-Pues tú dirás -el tono irónico de la respuesta era más que evidente.
-Basta con rastrear en nuestro acervo para encontrar por doquier alusiones a nuestro origen terciano; aunque antiguas y desdibujadas, en su conjunto forman una explicación harto explícita.
-Adelante...
-Te podría poner muchos ejemplos, pero me voy a conformar con tan sólo los más evidentes. ¿Te has parado a pensar, por ejemplo, en la llamativa circunstancia de que nosotros no evolucionamos, que siempre hemos sido los mismos y siempre seguimos igual?
-¿Qué quieres decir con eso? -la alarma teñía de nuevo la voz del cada vez más atribulado Pedro- ¿Acaso no es lo normal?
-Voy a hacerte la pregunta de otra manera. ¿Cómo nacemos?
-¿Qué estupidez es esa? Lo sabes de sobra, surgimos de una factoría...
-Es decir, somos fabricados -Robur enfatizó el participio para que no quedara duda de la relevancia que pretendía darle.
-Fabricados, nacidos... ¿qué más da? Se trata de términos sinónimos.
-Te equivocas. Por mucho que hayan intentado convencernos de quenacer no es sino una expresión literaria equivalente en concepto a ser hechos, su etimología es completamente distinta. En realidad nacer significa venir a la vida, sí, pero a partir de algo anterior, un concepto que resulta difícilmente compatible con nuestra prosaica manera de llegar al mundo.
-Por supuesto que nosotros procedemos de algo -objetó el abogado-; nos hace una maquinaria a partir de unos planos...
-No es lo mismo, ni mucho menos, ya que no existe evolución sino fabricación -otra vez el maldito verbo- de copias; siempre las mismas, además, desde que guardamos recuerdo de nuestra existencia.
-Pero tú y yo somos bien distintos; y diferentes a su vez de cualquier otra persona... -objetó Pedro.
-Sabes perfectamente que eso se debe a los factores aleatorios que introduce el Principio de Incertidumbre al crearse por vez primera los canales positrónicos en un cerebro virgen; pero nuestro diseño corporal es idéntico para la totalidad de los humanos, sin excepción de ningún tipo... bueno, excepto los extravagantes que se empeñan en personalizarlo de alguna manera, pero a efectos prácticos eso es irrelevante y no viene a cuento.
-¿Y cuál sería entonces nuestra diferencia con los tercianos? ¿Acaso ellos no eran asimismo iguales entre sí?
-En absoluto. Los restos de sus armazones corporales que se han podido estudiar indican con toda claridad, pese a lo fragmentario del material disponible, que aun manteniendo el esquema básico humanoide que te he comentado antes, estos seres debían de poseer una insólita disparidad tanto en el tamaño como en las proporciones de las distintas partes de su cuerpo... se trata de algo realmente insólito y desconocido entre nosotros.
-Eso sigue sin indicar nada determinante, me temo.
-Por sí solo no, reconozco que tu objeción está justificada, pero olvidas que en Tertius siguen existiendo hoy en día seres vivos, por más que sean de naturaleza carbonácea... no nuestros humanoides, por supuesto, pero sí otros probablemente emparentados de alguna manera con ellos.
Y al percatarse de la hosca expresión de su amigo, añadió:
-Tranquilízate, ya te he dicho que no hay nadie escuchándonos; es uno de los pocos privilegios que me han respetado pese a mi condición de condenado. Por otro lado saben perfectamente que tú vas a intentar convencerme para que me rinda, así que les interesa dejarte tranquilo por muchas barbaridades que yo pudiera llegar a decirte.
Tras esa breve interrupción, recobró el hilo de su disertación continuándola justo donde la había dejado.
-Como es natural, nosotros no tenemos el menor concepto de diversidad, ya que no sólo formamos un conjunto perfectamente homogéneo, sino que además somos los únicos habitantes de la Tierra. Pero en Tertius no ocurre así, ya que los seres vivos que lo habitan, independientemente de su peculiar naturaleza química, son sorprendentemente diversos...
»Por desgracia nadie ha podido realizar aún un estudio mínimamente detallado de ellos por culpa de ese estúpido bloqueo, y desde luego los contrabandistas, que son los únicos que podrían hacerlo, no sienten el menor interés por estos temas ya que no les reportan ningún beneficio, amén de que sus incursiones clandestinas son por necesidad demasiado breves como para poder entretenerse en nada. Pese a ello, y por lo que he podido saber, al menos una parte de estos seres presentan una curiosa similitud con los extintos humanos de Tertius, no sólo en la estructura general del cuerpo, sino también casi con toda seguridad en sus respectivos armazones internos; sólo que, y esto es lo más llamativo de todo, al parecer no andan erguidos sobre sus piernas, sino que apoyan también los brazos en el suelo, lo que les obliga a mantener el cuerpo en una forzada postura horizontal. Algunos, incluso, parecen mostrar un quinto miembro situado entre sus dos piernas, por la parte trasera de éstas, del que nadie sabe cual puede ser su utilidad.
-No veo la ventaja de esta postura por ningún lado -objetó Pedro rompiendo su mutismo-; andar de esa manera les impediría utilizar las manos.
-Yo tampoco lo entiendo, pero al parecer ocurre así. No obstante, no deja de ser algo anecdótico. Estos seres, según todos los testimonios recogidos, aun estando decididamente vivos no parecen mostrar el menor signo de inteligencia; sin embargo, y esto es lo más extraño, presentan una indiscutible afinidad con nuestros homólogos tercianos.
-¿Qué pretendes insinuar?
-Insinuar no, proponer. Creo que todos ellos han de estar relacionados de alguna manera entre sí.
-¿Esto es lo que tú llamas... evolución?
-En efecto. Intuyo que toda la vida carbonácea de Tertius pueda tener un origen común, habiendo evolucionado a partir de unos seres primitivos hasta llegar a su último eslabón, los humanos; por alguna razón que desconocemos éstos debieron de extinguirse en un remoto pasado, quizá a causa de una catástrofe a escala planetaria, quedándonos sólo su obra...
-¿Te refieres a las ciudades?
-Y a nosotros.
-¡Robur, no empieces de nuevo! -protestó Pedro.
-¿Pero es que estás tan ciego que eres incapaz de seguir la sucesión lógica de los acontecimientos? La línea evolutiva de los tercianos no puede ser más evidente...
-La de los tercianos puede, pero ¿qué pintamos nosotros?
-Por favor, razona un poco. En Tertius existió una evolución, eso queda fuera de toda duda; pero en la Tierra no, nosotros somos los únicos seres vivos de todo el planeta. ¿Te parece lógico?
-¿Por qué no?
-Pues porque la razón indica que nadie puede surgir de la nada... -explotó el científico, exasperado por la estolidez de su amigo- los tercianos tienen pasado, surgieron de unos antecesores que les precedieron en el planeta, mientras nosotros carecemos de un equivalente similar en nuestro planeta. ¿Dónde están los seres vivos que habrían debido precedernos?
»Por esta razón -continuó-, la única explicación lógica que cabe manejar es la de suponer que la línea evolutiva no se extinguiera en los tercianos, sino que pasara de ellos a nosotros sin solución de continuidad; eso explicaría todo.
-Y tú te quedas tan conforme...
-¿Qué otra explicación puede haber?
-Desconozco si habrá alguna, pero lo que sí veo es que tu hermosa teoría tiene un enorme agujero.
-¿Cuál? -se alarmó Robur.
-El de suponer que la continuidad entre los seres inferiores y los humanos tercianos se extiende de ellos a nosotros; tú mismo has dicho que existen grandes similitudes, tanto químicas como estructurales, entre todos ellos, pero la evidencia es que nosotros somos completamente diferentes de estos seres, somos metálicos y no estamos adaptados a su medio ambiente, que nos resultaría mortal.
-Te equivocas. Nos une lo más importante de todo, la inteligencia.
-No lo considero suficiente razón... salvo, claro está, que supongas que fueron ellos quienes nos crearan, que es al fin y al cabo la teoría que vienes defendiendo desde el principio y que es la causa de que te encuentres como te encuentras; y eso es precisamente lo que no acepto.
-Sigues estando dominado por los prejuicios...
-No son prejuicios, por mucho que te cueste admitirlo. ¿Acaso no has caído en la cuenta de que los tercianos habitaban en un planeta y nosotros en otro distinto, separados ambos por un abismo de vacío? ¿Cómo puedes explicar esto?
-Nosotros hemos llegado hasta allí -repuso Robur con suavidad-. ¿Por qué no pudo ocurrir también al contrario? Juzgando por las ruinas de sus antiguas ciudades, cabe suponer que su nivel tecnológico les permitiera dominar la navegación interplanetaria mucho antes de que lo hiciéramos nosotros.
-¿Y por qué razón, de ser ellos quienes nos crearon, nos iban a colocar a tantos millones de kilómetros de su hogar? No parece muy lógico...
-Te recuerdo, Pedro, que hace tan sólo un momento eras tú el que objetaba que las condiciones ambientales de Tertius eran hostiles para nosotros... ¿te parece suficiente razón?
-Me lo parece, pero para justificar exactamente lo contrario; desde mi punto de vista, y precisamente por esta razón, se demuestra la imposibilidad de que los tercianos fueran nuestros antecesores -se engalló el aludido.
-Yo no estaría tan seguro de ello. Para empezar, si el ambiente terciano es tan perjudicial para nosotros, cabe suponer que el de la Tierra lo fuera igualmente para ellos; quizá el motivo para crearnos fuera precisamente el de explorar un planeta el que no podían acceder personalmente.
-No lo creo.
-En realidad yo tampoco, pero por motivos diferentes a los tuyos. Pese a lo que tú opinas, que es en definitiva la doctrina oficial que pretenden imponernos las autoridades religiosas en connivencia con las civiles, los humanos podríamos sobrevivir sin problemas en Tertius siempre, eso sí, que adoptáramos las debidas precauciones para protegernos; aunque resulte incómodo, es posible evitar los efectos combinados de la corrosión y la oxidación sobre nuestros cuerpos protegiéndolos con materiales aislantes adecuados. Los contrabandistas lo hacen, y si sus estancias allí son breves, no se debe a estos problemas, sino al acoso al que están sometidos por parte de las fuerzas gubernamentales.
»Así pues -concluyó-, si nosotros podemos visitar Tertius, es lógico pensar que los antiguos tercianos pudieran haber hecho lo propio en la Tierra; quizá les resultara algo complicado, pero desde luego imposible no.
-Tanto me da -porfió tozudo el abogado sin dar su brazo a torcer-. No tiene ninguna lógica andar yendo de uno a otro planeta... no estamos hablando de un paseo precisamente.
-Salvo que quisieran explorarlo y no les resultara fácil hacerlo personalmente... aunque tampoco descarto que no dispusieran asimismo de humanos en su propio planeta...
-¡Eso es completamente absurdo! No sobrevivirían demasiado tiempo allí, por muchas precauciones que adoptaran.
-Te equivocas de nuevo. Si preguntas a un químico, éste te dirá que es posible obtener aleaciones metálicas resistentes al ataque de sustancias químicas tan agresivas como el oxígeno o el agua; nosotros no lo hacemos porque no resulta necesario, ya que en la Tierra ninguno de estos dos venenos existe en cantidades significativas, pero podría diseñarse una coraza corporal capaz de soportar sin problemas los ataques de estos agentes químicos o de otros no menos peligrosos tales como el flúor o el monóxido de carbono.
-Entonces, ¿dónde están esos hipotéticos tercianos congéneres nuestros?
-Es de suponer que tan extintos como sus creadores; pero esto sólo podríamos saberlo con certeza explorando convenientemente el planeta, algo que por desgracia nos está vedado. Sólo entonces sería posible confirmar si hubo supervivientes o no, y en el segundo de los casos quizá incluso encontráramos sus carcasas, algo que hasta el momento, que yo sepa, no ha ocurrido.
-En definitiva -zanjó Pedro, saboreando lo que ya consideraba como una victoria-; toda tu teoría se sustenta únicamente en un mero rosario de hipótesis que dependen a su vez de unas presuntas pruebas que no es posible comprobar... si éste es tu famoso método científico, permíteme que dude de su consistencia.
-Tienes razón -concedió Robur con gesto apesadumbrado-; no puedo demostrar nada. ¡Pero esto no se debe a la inexistencia de pruebas, sino al bloqueo al que tiene sometido el gobierno todo cuanto tenga que ver con Tertius! Si en realidad esas pruebas no existieran, ¿para qué tanto afán en ocultarlas?
-Mi querido amigo, lamento tener que recordarte que las teorías conspiratorias no suelen llegar demasiado lejos, aunque no niego que acostumbran a resultar bastante atrayentes...
-¡Mentira! -explotó el científico- En este caso, el comportamiento de las autoridades resulta demasiado evidente como para poder ignorarlo. ¿A qué viene tamaña censura? ¿Por qué razón existe semejante empeño en ocultar el pasado y en perseguir a quienes pretendemos luchar contra la prohibición? ¿Qué mal hay en intentar desvelar la verdad?
-Tu victimismo resulta bastante poco convincente.
-¡Y un cuerno! Por cierto -añadió con malicia-; ¿sabes acaso qué es un cuerno?
-Una expresión coloquial sin ningún significado...
-Falso. Al parecer, se refiere a unos apéndices que algunos de los seres vivos de Tertius, aunque no curiosamente los humanos, tendrían en la cabeza; quizá se tratara de una especie de antenas primitivas, pero lo cierto es que nada se puede aventurar al respecto. Lo que sí es evidente es que el origen de la frase es claramente terciano y sin la menor relación con la Tierra... como muchas otras frases que utilizamos de forma habitual sin conocer su procedencia, incluyendo casi con toda seguridad al propio nombre de nuestro planeta, por mucho que esto último te pueda llegar a escandalizar.
-Por mucho que te empeñes, sigues sin proporcionar ninguna prueba sólida...
-¿Cómo he de decirte que ya se encarga el gobierno de ocultarlas? Pero su censura, por fortuna, no es infalible. ¿Sabías que corren rumores de que hace varias décadas, durante las obras de construcción de unas instalaciones industriales en el Cráter Roswell, excavando el terreno para asentar los cimientos apareció un extraño edificio completamente enterrado, en cuyo interior se encontraron carcasas humanas entremezcladas con los armazones calcáreos de los tercianos? Al parecer ambas razas llegaron a coexistir aquí en la Tierra, y la antigüedad de los restos indica que esto debió de ocurrir antes del inicio de nuestra historia oficial -concluyó, recalcando el adjetivo oficial.
-¿Y dónde están ahora esos restos?
-No seas ingenuo. Huelga decir que los hicieron desaparecer, reduciendo al silencio a todos los testigos; se habla incluso de que algunos de ellos llegaron a ser reprogramados por completo.
-Me temo que estamos volviendo de nuevo a la teoría de la conspiración...
-Está bien -suspiró Robur con resignación-. Está visto que es de todo imposible convencerte.
-Yo podría decir exactamente lo mismo de ti -contraatacó el abogado-. Con la diferencia de que yo trabajo por tu bien, mientras que tú te empeñas en arrastrarte hasta la perdición.
-Prefiero convertirme en un mártir, por cierto, otra palabra de más que posible origen terciano, antes que renegar de la razón.
-Como quieras. Pero yo no puedo hacer más. Me marcho, creo que será conveniente dejar pasar unos días para que reflexiones. Volveré la semana que viene.
-Siempre serás bien recibido -respondió el prisionero sin que su amigo llegara a apercibirse de la expresión lastimera que destellaba en sus ojos, puesto que éste ya se había dado la vuelta encaminándose hacia la puerta.
Minutos después Pedro abandonaba el recinto carcelario. Ya había anochecido, y las dos pequeñas lunas, Fobos y Deimos, brillaban mortecinas en el firmamento. Más allá una doble estrella refulgía con mucha más intensidad. Pedro sabía que se trataba de Tertius y de su gran luna innominada que los astrónomos conocían como Tertius B y el común de los terrestres como la luna de Tertius... aunque no dejaba de resultar curiosa la coincidencia. Si su nombre propio era Luna tal como afirmaban algunos, así con mayúscula, ¿por qué razón también se llamaba lunas a los dos astros tributarios de la Tierra? ¿Acaso se trataba de otra de las palabras que, según afirmaba Robur, habían sido acuñadas por esos misteriosos y desaparecidos tercianos?
El abogado agitó la cabeza intentando desechar esas absurdas ideas. Lo único que le importaba era salvar a su amigo incluso en contra de su voluntad, y desde luego cayendo en la trampa de su retórica no sería la mejor manera de conseguirlo.
Ya vería como convencerlo, se dijo, o cuanto menos de obligarle a ceder en su empecinada obcecación; pese a lo frustrante de la conversación anterior, seguía alentando esperanzas de alcanzar su objetivo.
Publicado el 22-5-2021