El mejor homenaje
Joe McWorm era un contactador. Uno de los mejores, si no el mejor, de todo el sector galáctico explorado por la humanidad, razón por la cual sus superiores siempre le enviaban a los destinos más complicados y difíciles, en los que en todas las ocasiones había desempeñado con éxito su trabajo.
Los contactadores eran, como su nombre indica, los enviados a los planetas recién descubiertos con la misión de contactar con los nativos, generalmente de un nivel cultural primitivo, para comenzar a prepararlos de cara a una futura integración en la Federación Galáctica.
Según las leyes federales ninguna raza inteligente podía ser obligada a aceptar una tutela no deseada, pero si se lograba su consentimiento el primer paso quedaba dado para una vinculación cada vez más estrecha, siempre respetando el ritmo propio de sus anfitriones y sus tradiciones culturales, buscando evitar las brutales aculturaciones sufridas en el pasado por multitud de culturas indígenas de la Tierra.
Así pues la labor de los contactadores no sólo era delicada sino también compleja, ya que cada raza galáctica contaba con su propia idiosincrasia y si la labor de acercamiento fracasaba era muy probable que no pudiera intentarse de nuevo hasta pasado un número considerable de generaciones.
Por esta razón no todo el mundo servía para contactador, y sólo los mejores de ellos conseguían culminar con éxito su labor; y entre todos ellos Joe McWorm era con diferencia el mejor.
Por eso se le encomendó la tarea de contactar con los xrrudai, la especie dominante en Ungaloo IV. Exploraciones previas, siempre de forma oculta, habían catalogado la misión como de grado 5, el máximo dentro de la escala en la que se medía la dificultad de un primer contacto. Y él, orgulloso de su reputación, aceptó de inmediato pese a que por ley los contactadores podían rehusar las misiones de grado 5, y de hecho muchos lo hacían.
Su tarea comenzó de la forma habitual, situando su nave residencia en órbita sobre el planeta y lanzando sus drones exploradores para recopilar toda la información posible sobre los xrrudai, la cual sumó a la que le había proporcionado el banco de datos de la la Agencia Galáctica de Contactos con Razas Infradesarrolladas. A continuación procedió a procesarla con ayuda de su inteligencia artificial y, una vez establecido un plan de acción, comenzó el acercamiento que habría de culminar en el primer contacto.
Cuando éste llegó, McWorm conocía ya lo suficiente de la cultura y la idiosincrasia de los nativos para pisar sobre seguro en su trato con ellos, dominando a la perfección todas las sutilezas de sus complejas pautas de comportamiento incluidos sus tabúes y, por decirlo de una manera coloquial, sus manías.
Por esta razón, el contacto resultó exitoso y a partir de entonces McWorm fue ganándose poco a poco la confianza de sus anfitriones hasta llegar a ser considerado no sólo uno de ellos, sino también el Gran Padre venido del cielo. Esta identificación tenía no obstante sus peligros, puesto que por nada del mundo la Agencia consentía a sus agentes que toleraran, ni mucho menos fomentaran, que los nativos los deificaran, dado a que si bien en un principio esto podía acelerar la integración, tarde o temprano se convertiría en un obstáculo desde el momento en el que éstos descubrieran que los visitantes llegados de las estrellas eran tan mortales como ellos.
Pero si no un dios, McWorm sí podía aceptar ser considerado el mensajero de los Grandes Padres Galácticos que asumirían la tutela de sus protegidos ayudándoles a disfrutar de una vida mejor. Y así lo hizo, imbuyéndoles sin prisas los primeros rudimentos de un estudiado programa de adaptación social que, sin vulnerar la esencia de su cultura, permitiera irles acercando poco a poco, sin prisas pero sin pausas, a la gran familia galáctica.
También aquí, en esta difícil etapa, volvió a triunfar McWorm culminando con éxito su tarea; a partir de ese momento él retornaría a casa siendo relevado por los técnicos sociales que, con el camino ya desbrozado, continuarían con la siguiente fase del programa. Y así se lo comunicó, con palabras asequibles para ellos, a quienes le respetaban tanto que no habían parado de concederle los mayores honores existentes en su pueblo.
Llegó pues el día de su partida, de la que sólo le separaba la despedida formal de Uagadugu, el reyezuelo más importante del planeta y su incondicional anfitrión desde poco después de su llegada. McWorm, con todos los conocimientos adquiridos, procedió a hacerlo siguiendo los complejos protocolos que regían en Ungaloo IV las relaciones sociales, y todavía más a ese nivel social.
Uagadugu le escuchó pacientemente, mostrando su pesar por la marcha de su no ya amigo entrañable, sino del Gran Padre de todos los xrrudai, a la par que mostraba su confianza en la llegada de los compañeros del Gran Padre, a quienes acogería con la misma hospitalidad y el mismo respeto que a él.
Tan sólo le pedía un favor, un gran favor: puesto que él abandonaría el planeta para no volver nunca más, le rogaba encarecidamente que les dejara un recuerdo suyo con el que poder seguir honrando su memoria. McWorm se mostró conforme con ello, preguntándole qué deseaba que les obsequiara; disponía de muy pocos bienes, pero cualquiera que le pidiera sería suyo.
El reyezuelo le explicó que no les valdría cualquier cosa, sino tan sólo aquélla que les permitiera preservar su kaamai, un término que podría ser traducido como el espíritu o el alma. Perplejo, puesto que no contaba con ello, McWorm le preguntó sobre en qué objeto podría recaer su kaamai, a lo que éste respondió que el xigulai al tiempo que le señalaba el pecho con uno de los tentáculos prensiles de su mano derecha.
McWorm sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo, ya que al parecer lo que el reyezuelo deseaba era su corazón o, dicho con mayor propiedad, el equivalente al órgano nativo que ejercía una labor similar a la de éste. Le explicó que a diferencia de su raza -ellos contaban con dos- él no podía desprenderse del suyo, puesto que sin él moriría.
-Eso no es un problema -respondió su anfitrión con una expresión equivalente a la sonrisa local-. Nosotros conservaremos tu xigulai y gracias a él siempre podremos honrar tu memoria como el más preciado don de nuestro pueblo.
Dicho lo cual, dos hercúleos guerreros penetraron en la sala del trono seguidos por un chamán que cargaba con su caja de herramientas.
Cuando los educadores llegaron al planeta, extrañados por la falta de noticias del contactador, fueron recibidos cordialmente por los indígenas, los cuales les mostraron orgullosos la reliquia del desaparecido McWorm que conservaban celosamente: su corazón, preservado en una redoma transparente gracias a unas ancestrales técnicas, el cual presidía el más importante de sus templos siempre abarrotado de fieles.
En cuanto al resto del cuerpo les resultó de todo punto imposible saber qué había sido de él; cuando preguntaron a sus anfitriones, éstos se limitaron a afirmar que eso no importaba, ya que en la reliquia se concentraba todo el xigulai del infortunado McWorm.
Publicado el 24-1-2025