Plus Ultra



La Plus Ultra no era una astronave cualquiera. Tampoco era un simple prototipo. Era más, mucho más. Era el cénit de la civilización humana, el exponente máximo de su tecnología y de su orgullo como raza. Era el broche de oro que culminaba miles de años de ininterrumpida evolución. Era la llave de la Última Frontera.

El hombre, ser inquieto y curioso por naturaleza desde el mismo instante en el que había prendido en él la chispa de la inteligencia, había amado siempre los retos buscando con afán la manera de vencerlos. Por esta razón el espíritu de la frontera, fuertemente arraigado en su alma, le había empujado durante milenios en busca del Más Allá. Un Más Allá cada vez más lejano, cada vez más tentador, cada vez más esquivo.

Primero fueron las Columnas de Hércules, el Finis Terrae de la Antigüedad. Posteriormente lo fue el océano Atlántico, el Mar Tenebroso que alimentara tantas leyendas medievales. A lo largo de varios siglos las fronteras se establecieron en los continentes americano y africano, en las vastedades asiáticas, en la pléyade de islas que constelaban el océano Pacífico, en los dos polos, en las selvas vírgenes, en las cordilleras inaccesibles, en las profundidades abisales... Y cuando toda la inmensa extensión del globo terrestre había sido hollada por la inquieta estirpe de Adán, cuando los mapas no mostraban ya ninguna región en blanco, surgió el gran reto del espacio.

El hombre pisó la Luna, envió sondas a los principales astros que giraban en torno al Sol y, finalmente, exploró todos ellos. Durante algún tiempo, largo frente a una vida, pero inmensamente breve en comparación con la historia de la humanidad, alentó de nuevo la vieja y perdida ilusión de explorar nuevos lugares y descubrir tierras vírgenes, no por inhóspitas menos cautivadores. Y la poesía anidó de nuevo en su espíritu.

Pero al igual que ocurriera con la vieja y entrañable Tierra, también el Sistema Solar se acabó quedando pequeño. Y entonces el hombre buscó nuevas metas en las que poder volcar su afán. Sin embargo, la barrera era esta vez infinitamente mayor. El salto a las estrellas, aun a las más próximas, se mostraba imposible a causa de lo desmesurado de las distancias que las separaban de nuestro planeta, y lo seguiría siendo aún durante mucho tiempo.

Pese a las dificultades, la humanidad no cejó un solo momento en su empeño, pero hubieron de pasar siglos antes de que pudiera estar en condiciones de dar el gran salto que le permitiera franquear la última y definitiva frontera.

Y el gran momento había llegado. Fueron precisos los esfuerzos ininterrumpidos de varias generaciones de científicos y técnicos, y se habían consumido ingentes cantidades de recursos de todo tipo en aras del ansiado fin que ya era una tangible realidad: La Plus Ultra, la astronave destinada a alcanzar las estrellas por vez primera en la historia de la humanidad.

El espíritu de los exploradores, por largo tiempo adormecido, volvió a brotar con fuerza en el alma de quienes sólo por los libros de historia conocían a personajes tales como Nearco, Marco Polo, Vasco de Gama, Cristóbal Colón, Magallanes, Cook, Livingstone, Admunsen y tantos otros que a lo largo de los siglos habían logrado que la curiosidad triunfara sobre todas las dificultades interpuestas en el camino por la siempre arrogante Naturaleza. Y así, una nueva estirpe de aventureros intrépidos y arrogantes floreció en el viejo tronco de la varias veces milenaria civilización.

No faltarían voluntarios para la gran expedición, a pesar de la incertidumbre que se cernía no ya sobre su desarrollo, sino incluso sobre las propias vidas de los participantes en la misma. Científicos de acrisolada valía, astronautas curtidos por largos años de navegación a lo ancho de todo el Sistema Solar, militares aguerridos pese a la ausencia total de conflictos bélicos desde varias generaciones atrás... Así pues, bien podría afirmarse sin riesgo a incurrir en error, que la Plus Ultra contaba con la mejor tripulación posible.

El viaje sería largo, la astronave era de gran tamaño y los experimentos a realizar muy numerosos y complejos, a lo cual había que sumar la presencia en la Plus Ultra de un pequeño pelotón de soldados cuya misión era defenderla de posibles ataques de algún ignorado enemigo. Por ello su dotación era numerosa, casi quinientas personas entre tripulantes, científicos y soldados, cada uno de los cuales tuvo que competir con millones de rivales para lograr el ansiado puesto. Después de la selección vino un no menos duro entrenamiento que sólo los más capaces -y ellos lo eran- habrían sido capaces de superar, lo que no impidió que se produjeran un elevado número de bajas rápidamente cubiertas por los aspirantes que habían sido rechazados en la primera selección. Y finalmente... La gran aventura estaba a punto de tener lugar.

La Plus Ultra había invertido varios meses en recorrer todo el Sistema Solar, e incluso había realizado algunas incursiones en el espacio profundo hasta más allá de la Nube de Oort, límite teórico del Sistema Solar. Había llegado, pues, mucho más lejos que cualquier otro objeto, tripulado o no, construido por la tecnología terrestre, pese a lo cual todos estos vuelos de prueba suponían tan sólo una porción infinitesimal del recorrido que habría de efectuar en su viaje definitivo con destino a la estrella Tau Ceti, elegida, a pesar de no ser la más cercana al Sol, por su similitud con la estrella central de nuestro sistema planetario, lo que permitía esperar la existencia de planetas similares a la Tierra girando en torno suyo.

Durante toda esta etapa la Plus Ultra se había comportado con total satisfacción, rebasando con creces las previsiones más optimistas aunque sin rebasar en ningún momento la velocidad de la luz. El ensayo del propulsor hiperlumínico, auténtica razón de ser de la astronave, tendría lugar con el viaje definitivo; el gran tamaño, y la no menor complejidad de este sistema propulsor, habían impedido estudiar su funcionamiento en sondas automáticas, mientras la especial naturaleza del vuelo imposibilitaba asimismo hacerlo con la propia Plus Ultra gobernada por control remoto, al no ser posible mantener el contacto con ella una vez rebasada la velocidad de la luz.

Esta misma limitación impediría asimismo la comunicación por radio entre los controles de tierra y la tripulación de la Plus Ultra una vez iniciado el histórico viaje; dado que la astronave se desplazaría, durante la mayor parte de su recorrido, a velocidades hiperlumínicas, las ondas de radio jamás la podrían alcanzar al ser más veloz que ellas mientras que, al llegar a su destino, se encontraría a varios años luz de distancia o, lo que es lo mismo, con varios años de demora frente a una hipotética conversación con la Tierra. Por esta razón, serían los propios tripulantes los que traerían las noticias de su viaje a su retorno a la Tierra, en una curiosa y paradójica similitud con lo ocurrido durante la época de las grandes exploraciones oceánicas.

Se calculaba que la Plus Ultra tardaría entre tres y cuatro meses en llegar a su destino, por lo que la duración total del viaje se podía estimar en al menos un año teniendo en cuenta también tanto el viaje de retorno, como un tiempo mínimo necesario para una exploración de los hipotéticos planetas del sistema de Tau Ceti, período de tiempo que en realidad sería mayor al ser necesario prever cualquier posible retraso. No se trataba de un tiempo excesivo comparándolo con el invertido habitualmente por centenares de astronaves en sus recorridos a través del Sistema Solar, pero lo que sí suponía una novedad y un notable inconveniente, era la circunstancia de que durante todos estos meses en la Tierra no se tendría noticia alguna de la expedición. Si todo salía bien no habría más problemas que un molesto retraso en el conocimiento de los resultados de la misión, pero si sucedía algún percance, la única respuesta sería el silencio. Pero como nada se podía hacer por evitarlo, tan sólo cabía confiar en la suerte.

Así pues no habría vuelo experimental alguno, y la propulsión hiperlumínica sería probada por vez primera durante su histórico viaje a Tau Ceti. Éste era un riesgo que resultaba preciso asumir, y así lo hicieron la totalidad de los integrantes de su dotación.

Respecto a los efectos que el viaje hiperlumínico pudiera provocar en el organismo humano, tan sólo cabía especular. Los estudios teóricos predecían unas distorsiones espaciales muy importantes prácticamente imposibles de cuantificar, razón por la cual el interior de la Plus Ultra estaría protegido por un campo de fuerza -o de éxtasis, conforme a la terminología de sus constructores- que, al menos sobre el papel, debería contrarrestar los perniciosos efectos de este fenómeno. A diferencia de lo postulado por tantos y tantos escritores de literatura de anticipación, no tendría lugar la famosa dilatación temporal presuntamente predicha por la Teoría de la Relatividad, al menos de forma apreciable, debido a una serie de fenómenos imposibles de demostrar sin recurrir a las complicadas teorías que permitían justificar la posibilidad real de que un móvil pudiera viajar a mayor velocidad que la luz.

El día fijado para la partida de la Plus Ultra rumbo a su lejano e incierto futuro fue celebrado por toda la humanidad como no se había hecho desde muchas generaciones atrás... Y ciertamente, la ocasión lo merecía. Anclada a la estación orbital L4, situada en uno de los puntos de Lagrange de la órbita lunar, la Plus Ultra se encontraba respetuosamente rodeada por miles de astronaves ansiosas de presenciar en directo el inicio de su histórico viaje. Claro está que su verdadera partida, entendiendo como tal la propulsión de los impulsores hiperlumínicos con su consiguiente desaparición de la vista de sus espectadores, tendría aún que esperar.

Inicialmente era preciso realizar una compleja maniobra que la sacara del plano de la eclíptica, ya que la constelación de la Ballena a la que pertenecía Tau Ceti no se encontraba en el zodíaco. Una vez establecido su rumbo, la Plus Ultra debería viajar a velocidades sublumínicas hasta rebasar la nube de Oort, por ser ésta la única forma posible de evitar el riesgo de colisión -peligro remoto, pero real y de nefastas consecuencias para los viajeros si llegaba a ocurrir- con alguno de los numerosos desechos que salpicaban esta desolada región del espacio. Esta precaución resultaría inútil a su llegada a Tau Ceti dado que se ignoraba la distribución de su hipotético sistema planetario, razón por la cual se había optado por abandonar la velocidad hiperlumínica a una distancia prudencial a esta estrella, similar al radio de la nube de Oort solar más un margen razonable de seguridad.

Comenzar el viaje hiperlumínico a una distancia tan grande del Sol tenía asimismo una segunda ventaja, la de minimizar los efectos de su campo gravitatorio sobre la trayectoria de la astronave, más desviada de su objetivo cuanto mayor fuera la atracción sobre la misma. Teniendo en cuenta que se trataba de realizar a ciegas un salto de casi doce años luz, y que la posible existencia de obstáculos en su destino resultaba completamente desconocida, toda precaución sería poca.

Y finalmente llegó el momento. La Plus Ultra desatracó de la estación orbital, se alejó majestuosamente de ella unos miles de metros y, tras enfilar la proa, conectó los motores convencionales que habrían de llevarla hasta los confines del Sistema Solar, seguida por varios centenares de astronaves que la acompañarían hasta Júpiter, primera escala de su largo periplo. Para abandonar el plano de la eclíptica estaba prevista una complicada carambola cósmica que precisaba del efecto conjunto de las atracciones gravitatorias de Júpiter y el Sol, la cual no estaba al alcance de las pequeñas astronaves que viajaban con ella. Una vez estuviera fuera de la eclíptica, la Plus Ultra sería escoltada por dos cruceros de la Armada que, a su vez, se volverían sobre sus pasos en la nube de Oort, dejando a los expedicionarios a merced de su propio destino.

Esta etapa duraría varios días, pasados los cuales comenzaría realmente el reto. Hasta entonces todo resultaría familiar, puesto que los viajes por el Sistema Solar hacía mucho tiempo que se habían convertido en rutinarios. En el momento previsto la Plus Ultra llegó al lugar marcado como origen de su viaje interestelar, con las tripulaciones de los dos cruceros como únicos testigos privilegiados de la hazaña. Los cruceros tenían previsto retransmitir en directo el momento en el que la Plus Ultra conectara los motores hiperlumínicos penetrando en el enigmático hiperespacio, pero las señales de vídeo no llegarían a la Tierra sino hasta muchas horas después a causa de su lejanía.

El programa se desarrolló conforme a lo previsto. Para los miles de millones de espectadores repartidos por todo el Sistema Solar, la Plus Ultra, que había apagado previamente los motores convencionales y navegaba por inercia, comenzó a rodearse de una tenue luminosidad que, poco a poco, fue acrecentándose hasta difuminar la silueta de la astronave que se vislumbraba en su interior. Finalmente, tras un súbito destello, nave y aureola desaparecieron quedando en su lugar tan sólo el vacío, el mismo vacío desierto que estuviera en ese lugar desde los albores del universo. La Gran Aventura había comenzado.

La brusca desaparición de la Plus Ultra ante los ojos de los observadores había sido predicha por los científicos responsables del proyecto, razón por la cual nada de inquietante se encontró en ello; claro está que, de existir algún tipo de percance, tampoco habría habido manera alguna de saberlo. Tendrían que pasar bastantes meses, quizá un año o más, para que el retorno de los expedicionarios sirviera para dar a conocer los resultados del viaje. Y, si el tiempo transcurría y los viajeros no volvían... Bien, entonces éstos habrían pasado a engrosar la larga relación de desaparecidos en el transcurso de todos los viajes de exploración realizados por la especie humana desde el origen de los tiempos.

Justo un año después de la partida de la Plus Ultra comenzaron los preparativos para recibirla en su regreso. Evidentemente no se podía conocer el momento exacto de su llegada, razón por la cual se destacó a un crucero a la zona del espacio en la que se presumía que aparecería. La misión de esta astronave era la de hacer de vigía y mensajero de la buena nueva, así como también la de auxiliar, si fuera necesario, a los expedicionarios.

Transcurrido un mes desde el apostamiento, el crucero fue relevado por otra unidad similar. Nada de inquietante tenía este retraso; antes bien, podía ser indicativo de una fructífera misión que hubiera requerido un tiempo superior al inicialmente previsto para ser llevada a cabo.

Pasó otro mes más, y un tercer crucero ocupó el lugar del segundo. Y un cuarto... Y un quinto. Al cumplirse el año y medio sin tener noticias de la Plus Ultra, los responsables del programa comenzaron a inquietarse. No obstante, la autonomía prevista para la expedición, contando exclusivamente con sus propios medios, rebasaba holgadamente los dos años, razón por la que todavía resultaba prematuro preocuparse.

Finalmente llegaron los dos años sin tener noticias de la Plus Ultra. Treinta meses después de su partida, se ordenó al crucero destacado en la nube de Oort su regreso a la Tierra. A los tres años se dio por perdida a la expedición. Un año después, se declaraba oficialmente muertos a sus tripulantes, todos los cuales fueron nombrados héroes de la humanidad y homenajeados póstumamente.

El proyecto Plus Ultra había recibido un golpe mortal con el fracaso de la expedición, pero ello no supuso el final de la ambición humana por hollar los confines del universo. Se ordenó una investigación exhaustiva que abarcaba la totalidad de las facetas del mismo, y se instó a los científicos a una revisión completa de la teoría hiperlumínica. Realizado esto, serían los técnicos los encargados de escudriñar la existencia de posibles fallos en la construcción del prototipo. Y finalmente se construiría una nueva nave mucho más segura y fiable que su antecesora, la cual intentaría de nuevo el gran reto. Este proceso llevaría años, muchos años, y posiblemente ninguno de los contemporáneos del vuelo de la Plus Ultra viviría lo suficiente para verlo; pero la vida de una persona era apenas un soplo en el devenir de la humanidad, y ésta sí vería cómo era conquistado definitivamente el espacio. Tan sólo se trataba de una cuestión de tiempo.


* * *


-Bien, asunto zanjado.

-¿Estás seguro de ello?

El primero de los dos seres -resultaría imposible describirlos de manera más precisa- mostró su extrañeza a su compañero.

-Por supuesto que lo estoy. Desaparecida su astronave, y cuestionada la viabilidad de los viajes interestelares, lo lógico sería que renunciaran a intentarlo de nuevo, resignándose a vivir dentro de los límites de su sistema. Si son mínimamente razonables, no volverán a repetirlo.

-Yo no estaría tan seguro de ello... Podrían comportarse ilógicamente y construir una segunda nave.

-Que asimismo interceptaríamos, con lo cual volverían a estar en la misma situación. Por muy irracionales que sean, tarde o temprano acabarían convenciéndose de la inutilidad de su intento... Al menos, hasta que maduraran lo suficiente para integrarse en la comunidad galáctica.

-Nunca lo harán. Los informes sociológicos son concluyentes: Se trata de una especie paranoica, incapaz de madurar socialmente.

-Pero sus avances tecnológicos son espectaculares; apenas necesitaron unas cuantas generaciones, y eso que además son efímeros, para expandirse por todo su sistema estelar desarrollando incluso los principios del vuelo intergaláctico... Algo que hasta a nosotros nos llevó muchísimo más tiempo.

-Ahí es donde radica precisamente su gran peligrosidad. Especies inmaduras hay a miles en el cosmos, pero que a esta inmadurez se sume tan increíble creatividad es algo realmente inaudito; por ello, no tenemos otra solución que la de bloquearlos impidiéndoles abandonar su sistema. ¿Imaginas lo que podría ocurrir si llegaran a expandirse por nuestro territorio?

-Sería el caos... Supongo.

-Peor aún. Si la galaxia es estable desde épocas remotas, se debe a que su equilibrio se apoya en un respeto absoluto a las normas de convivencia por parte de todas las culturas que la integran. No existe ningún mecanismo de control que permita neutralizar posibles interferencias perniciosas, porque ello jamás ha sido necesario. Así pues, si apareciera esta perturbación... Estaríamos completamente inermes.

-Por fortuna, bastaba con aislarlos para acabar con el problema; y esto es justo lo que hemos hecho.

-El peligro está es que no cejen en su empeño...

-Les daría lo mismo, ya que capturaremos todas sus astronaves. Nunca podrán salir de sus planetas.

-¿Y qué haríamos con los tripulantes?

-Pues exactamente lo mismo que hemos hecho con los de su primera nave; recluirlos en realidades virtuales especialmente diseñadas. Ellos creerán haber llegado a su destino, y pensarán que no pueden regresar a su planeta por haberse averiado su vehículo. Así pues, vivirán razonablemente felices creyendo que colonizan un mundo virgen. Es una verdadera lástima que su vida sea tan efímera; he solicitado que se permita su reproducción de forma controlada, al menos durante varias generaciones, ya que de no ser así me resultaría sumamente difícil estudiarlos con detenimiento... Pero ya sabes cómo son los burócratas.

-Comprendo tu postura, pero a mí personalmente no es esto lo que más me preocupa respecto a estos seres. Por supuesto que no propongo exterminarlos, ya que esto está prohibido por las leyes de protección de los espacios naturales, pero ¿no habría sido preferible habernos dado a conocer comunicándoles la prohibición de abandonar su sistema? Tengo mis dudas de que mantenerlos engañados, creyendo que no pueden dominar los vuelos interestelares, pueda ser la mejor táctica.

-¡Bah! Piensa con lógica. Cualquier ser mínimamente racional comprendería la necesidad de renunciar a sus intentos una vez sufridos varios fracasos consecutivos. ¿Cómo crees que han evolucionado todas las especies pensantes de la galaxia? ¿Repitiendo una y otra vez los mismos errores? Sería algo completamente absurdo.

-Yo no estaría tan seguro... Aunque en el fondo, supongo que debes estar en lo cierto.


* * *


Mientras duró la conversación entre los dos seres, en la Tierra habían transcurrido varios años, los suficientes para que fuera construida la Plus Ultra II. Mucho más potente que su antecesora, contaba asimismo con una importante novedad: Un sistema de comunicación hiperlumínica que le permitiría estar en contacto continuo con la Tierra durante la totalidad del viaje. Como había dicho el presidente federal en su discurso de despedida, la humanidad estaba destinada a conquistar las estrellas por encima de todas las dificultades que pudieran atravesarse en su camino.


Publicado el 3-12-2004 en Vórtice