Rumbo a las estrellas
Hacía mucho tiempo, quizá siglos, que en la Tierra no se experimentaba tamaña excitación. La Marco Polo, la primera nave interplanetaria de la historia, estaba lista para iniciar su largo recorrido que la conduciría, en un viaje sin retorno, hasta un lejano planeta cuya misión sería de colonizar. Sus ocupantes, en número de diez mil, realizarían el viaje hibernados y, una vez llegados a su destino, procederían a expandir la llama de la humanidad en un mundo lejano y, se daba por supuesto, deshabitado.
El viaje de la Marco Polo sería el primero de una larga lista de expediciones colonizadoras que, si todo se cumplía tal como estaba previsto, pondrían al universo en manos del hombre; o, sin exageraciones, al menos el rincón de la galaxia que se extendía en un radio de varios centenares de años luz en torno a nuestro minúsculo planeta. Una afortunada conjunción de avances tecnológicos había propiciado, por un lado, la posibilidad de los viajes interestelares y, por otro, la posibilidad de detectar desde los poderosos telescopios de última generación aquellas estrellas en torno a las cuales orbitaban planetas aptos para la vida. Y la humanidad, impelida por su nueva misión, estaba dispuesta a aprovecharlos.
El momento del despegue de la Marco Polo se acercaba. El enorme navío cósmico, de cerca de un kilómetro de eslora, no partiría desde la Tierra ya que le habría sido imposible vencer su atracción gravitatoria, sino del punto de Lagrange L4 de la órbita lunar en el que había sido ensamblado. Cerca de él los imponentes cascos de sus gemelas Cristóbal Colón y James Cook, ambos en una fase muy avanzada de construcción, vaticinaban nuevas misiones, mientras en el punto de Lagrange L5, al otro lado de la Luna, los navíos Erik el Rojo, Vasco de Gama y Neil Armstrong, asimismo sin terminar, aguardaban pacientemente su turno.
El destino de la Marco Polo era una estrella situada a treinta y siete años luz, tan insignificante vista desde la Tierra que carecía incluso de nombre propio, habiendo sido clasificada por los astrónomos con las asépticas cifras de sus coordenadas celestes. Sin embargo esta estrella era similar al Sol y en torno a ella orbitaba un planeta asimismo similar a la Tierra, por lo que tan poco prosaica denominación había sido sustituida en el acervo popular por la mucho más poética de Edén.
En cualquier caso, cuando la Marco Polo partiera rumbo a su remoto destino los vínculos que unían a sus pioneros con el resto de la humanidad se romperían para siempre, en primer lugar porque éstos permanecerían hibernados durante los casi dos siglos que duraría el trayecto, y segundo porque el abismo que los separaría imposibilitaría ningún tipo de comunicación dependiente de la velocidad de la luz. En una primera etapa, hasta que la nave se internara en las profundidades del espacio, sus sistemas automáticos seguirían manteniendo contacto con las estaciones de seguimiento emplazadas en la Tierra, pero luego, cuando el retardo provocado por la distancia se fuera ahondando y la intensidad de la señal emitida disminuyendo, llegaría un momento a partir del cual el silencio sería ya total.
Y al fin llegó el gran día. Tras las celebraciones y despedidas de rigor la Marco Polo desamarró -así se denominó a su partida, por más que se tratara de un antiguo término náutico de difícil aplicación en este caso- y lenta, pero firmemente, comenzaron a acelerar sus revolucionarios motores enfilando la proa hacia su distante objetivo. Mientras la gente volvía a sus quehaceres particulares, los responsables de la construcción de sus cinco hermanas se afanaban en terminarlas, al tiempo que las oficinas de reclutamiento repartidas por toda la faz del planeta se enfrentaban a la ardua tarea de seleccionar a sus tripulantes entre los millones de candidatos deseosos de sumarse a la gran aventura que acababa así de comenzar.
* * *
En las profundidades del espacio dos seres inteligentes dialogaban. Constituidos tan sólo de energía de una naturaleza además desconocida por completo en la Tierra, difícilmente habrían podido ser identificados no ya como tales, sino ni tan siquiera como un fenómeno natural. Y sin embargo existía, y eran el fruto de una evolución frente a la cual su equivalente humano resultaba tan sólo un efímero parpadeo.
-¿Probaste los nuevos bocados? -preguntaba uno de ellos a su compañero.
-Sí -respondió éste-, y los encontré bastante buenos, aunque quizá les falte todavía un poco más de maduración.
-Es normal, ten en cuenta que se trata de la primera cosecha... y ni aun eso, sino tan sólo de las primicias de la misma. Pero el vivero promete.
Antes de continuar, es preciso explicar que los miembros de la raza cósmica a la que pertenecían estos dos seres, cuyo nombre resultaría totalmente impronunciable para cualquier idioma humano, eran entre otras muchas cosas unos auténticos gourmets... a su estilo, por supuesto, ya que dada su naturaleza inmaterial en su dieta no entraban ni la tosca materia ni tan siquiera ningún rango de la radiación electromagnética, sino algo mucho más sutil a la par que completamente desconocido para los humanos. Y dentro de esta eteridad, llamémosla así ante la imposibilidad de hacerlo de una manera más precisa, había algo que para ellos constituía una auténtica delicatessen: las mentes -quizá otros dijeran las almas- de algunas de las primitivas razas que habitaban en los innumerables sistemas planetarios que jalonaban las galaxias, las cuales acostumbraban a degustar con fruición dejando tras de sí, a modo de vacías vainas, unos cuerpos exangües que para nada les servían. Y como su paladar era tan refinado que el sabor de las especies salvajes les resultaba demasiado acerbo, desde hacía eones se habían especializado en cultivarlas de una manera controlada en planetas granja que cuidaban con esmero.
-Tienes razón, su sabor no estaba nada mal. Lástima que la cantidad fuera tan exigua.
-La calidad y la cantidad suelen estar reñidas, así que yo me decanto por la primera de ellas. La segunda es vulgar gula.
-Ya, pero se me hace la boca agua -su equivalente, se entiende- pensando en degustar más, la verdad es que esta nueva variedad me ha parecido bastante mejor que las anteriores.
-Pues tendremos que esperar, ya que el vivero no da para más. No obstante le auguro un buen rendimiento; la primera partida, aunque exigua, sólo fue el anticipo de otras muchas más, que confío mantengan la calidad. Quién sabe, puede, incluso, que podamos presentarlo a algún premio.
-Lo que yo no entiendo -objetó su amigo- es por qué hemos de esperar a que unos pocos miles de unidades alimenticias abandonen el planeta para capturarlas, cuando tenemos a nuestra disposición miles de millones pululando por él... y todas de nuestra propiedad. ¿Te das cuenta que estamos desperdiciando la práctica totalidad de la producción?
-Yo no lo veo así -repuso el primero-. Sabes perfectamente que cosechando en bruto la calidad media que se obtiene es muy mediocre, eso está bien para un producto industrial de consumo masivo pero no para los que pretendemos disfrutar mientras lo degustamos. Además montamos la granja para nuestro autoconsumo, por lo que bien podemos permitirnos el lujo de que la mayor parte de la cosecha se pierda; basta con que aprovechemos lo más selecto de la recolección. ¿No estás de acuerdo?
-Sí -rezongó molesto su amigo-, pero quizá pudiéramos haber encontrado un equilibrio, sin merma apreciable de la calidad, cosechando de forma selectiva en el propio planeta, en vez de esperar a que una mínima parte de los especímenes abandonen voluntariamente su hábitat y vengan hacia nosotros; será cómodo, no lo discuto, no tener que ir a buscar la comida, pero no veo hasta qué punto compensa encontrarnos a cambio con unos rendimientos tan ínfimos.
-Sigues siendo un glotón -se burló el interpelado-. Ya te he dicho que la cosecha aumentará de aquí a poco tiempo; nunca será demasiado elevada, eso es cierto, pero nunca se ha pretendido. En cuanto a recogerla directamente en el planeta vivero... ahí te contradigo, por mucho que nos esmeráramos no podríamos evitar que la calidad se resintiera bastante. Está demostrado que la autoselección es el mejor método posible si queremos obtener un producto de calidad superior, ya que ésta les estimula y sólo los mejores serán los que se atrevan a dar el gran paso que ellos, pobres infelices, creen que les va a conducir a un mundo virgen en el que poder medrar. Pero a nosotros lo único que nos interesa es su calidad, todo lo demás es secundario. Y ahora tenemos que estar atentos, porque está a punto de salir la segunda remesa.
* * *
En el punto de Lagrange L4 de la órbita lunar la James Cook, ligeramente adelantada en la botadura a sus hermanas, iniciaba su viaje estelar en una ruta distinta a la de su predecesora, pero igual de larga que la de ésta. Ninguno de sus ocupantes, ni por supuesto nadie en toda la Tierra, tenía modo de saber que la Marco Polo era ya un sepulcro metálico en el que yacían diez mil cuerpos inermes y sin vida... idéntica suerte a la que correrían ellos y todos los que les siguieran pretendiendo conquistar el cosmos, lo que no impedía que el número de candidatos a viajar a las estrellas se siguiera incrementando día tras día.
Publicado el 16-9-2016