Sidera visus
El Ad Astra, la primera astronave interestelar construida en la Tierra, estaba a punto de hacer historia. Tras vencer la Maldición de Einstein demostrando de manera empírica que el desplazamiento hiperlumínico era posible, había logrado la proeza de salvar la distancia que separaba a la Tierra de Alfa Centauro en apenas unos meses.
En realidad hacia donde se dirigía era al sistema doble formado por las dos componentes principales, Alfa Centauro A y Alfa Centauro B, habiendo dejado atrás Próxima al estimar los programadores de la misión que no merecería la pena perder el tiempo en una insignificante enana roja cuando tenían a su alcance dos estrellas mucho más importantes y similares al Sol.
La compleja maniobra de deceleración y entrada en órbita del sistema doble fue realizada con total precisión, abriéndose ante los ojos de los afortunados tripulantes del Ad Astra unas imágenes jamás vislumbradas por ojo humano alguno. Porque, aunque ya se conocía la existencia de un planeta orbitando en torno a la componente B y se sospechaba que pudiera haber más, tanto tributarios de una u otra estrella como desplazándose en torno al centro de masas común, nadie sabía a ciencia cierta qué se iban a encontrar... y como solía ocurrir desde que las primeras misiones espaciales comenzaron a desvelar los misterios del cosmos, la realidad se mostró una vez más mucho más rica y compleja que las especulaciones más desatadas.
El sistema planetario de Alfa Centauro, con la complejidad añadida de los dos soles, fascinó desde el primer momento a los astrónomos. No tuvieron igual suerte los biólogos ya que, para decepción suya, no se pudo encontrar ningún planeta habitable. Ciertamente tampoco se esperaba ya que, según predecían las teorías, éstos sólo serían viables en estrellas solitarias como el Sol; pero la experiencia demostraba que el conocimiento humano del universo era tan precario que siempre cabía la posibilidad de una sorpresa... aunque no fuera así en esta ocasión.
No importaba. La información recogida por los astrónomos, los geólogos planetarios, los químicos y los físicos bastaría para tener entretenida a la comunidad científica mundial durante mucho tiempo. Más adelante nuevas misiones espaciales, de las que ésta había sido tan sólo un primer ensayo, conducirían a la inquieta humanidad hasta destinos potencialmente más propicios para la vida.
Rápidamente el tiempo fue transcurriendo, aproximándose cada vez más el improrrogable momento de la partida. Y fue entonces, poco antes de la conclusión de los trabajos científicos, cuando ocurrió lo imprevisto. Su descubridor no fue un astrónomo, sino uno de los miembros de la tripulación encargado de supervisar en ese momento los sensores de proximidad del Ad Astra. Dada la complejidad dinámica del sistema planetario de Alfa Centauro, difícil de abordar incluso para los potentes ordenadores con los que estaba equipada la astronave, era necesario vigilar la multitud de cuerpos menores -asteroides, cometas y meteoritos- que pululaban por doquier describiendo órbitas aparentemente caóticas, en previsión de que alguno de ellos pudiera interponerse en su camino con el riesgo de una colisión catastrófica.
Por esta razón siempre había alguien velando porque esto no ocurriera, y de hecho habían sido varias las ocasiones en las que el Ad Astra se había visto obligado a desviar su trayectoria evitando la proximidad de una de estas escorias siderales. Sin embargo, esta vez se trató de algo muy distinto.
El joven serviola -se había rescatado este antiguo término marinero- había constatado la aparición repentina de un débil eco a escasa distancia de la nave, algo difícilmente explicable en una roca errante y, todavía más, considerando que el misterioso objeto parecía desplazarse, aparentemente, en paralelo con el Ad Astra, manteniéndose a una distancia constante de ésta.
La situación era tan insólita que el astronauta llegó a dudar de la veracidad de los datos, máxime teniendo en cuenta que la señal se desvaneció pasados unos instantes. Por supuesto allá afuera no se veía nada, pero los detectores multicanal, que barrían desde las ondas de radio hasta los rayos X, habían registrado algo en una estrecha banda perteneciente al ultravioleta lejano. La grabación reflejaba tan sólo una tenue turbidez en una región del espacio que, conforme a la distancia estimada, correspondía a una superficie, y probablemente también a un volumen, varias veces superiores a los del Ad Astra, y era tan débil -fantasmagórica fue el término empleado por su descubridor- que ni siquiera llegaba a ocultar el resplandor ultravioleta de las estrellas situadas tras ella.
La incredulidad de su superior, al que se apresuró a comunicárselo, no fue menor, máxime cuando un rastreo exhaustivo de la zona en la que había aparecido se reveló completamente infructuoso, demostrando que allí no había nada; pero la grabación había quedado registrada, incuestionable en su tozudez. Sin embargo, no tuvieron ocasión de adoptar ninguna decisión, si esto hubiera sido posible, ya que minutos después la totalidad de los ocupantes de la nave se sumían en la inconsciencia.
Según los relojes apenas habían pasado unos segundos cuando todos ellos despertaron de forma simultánea, aparentemente sin ningún daño y sin tener la menor idea de lo que les había podido ocurrir. Los médicos de a bordo realizaron las revisiones pertinentes, llegando a la conclusión de que, en apariencia, todos estaban sanos y sin ningún tipo de trastornos.
Nada parecía haber cambiado en el Ad Astra, salvo un pequeño detalle: cuando el astronauta que había detectado la anomalía intentó continuar con su estudio, descubrió con asombro que ésta había desaparecido del registro. Pero no estaba borrada, ya que entonces habría unos segundos en blanco ocupando su lugar; simplemente se había desvanecido, dejando tras de sí un registro completamente normal de esa región del espacio. Y como el oficial al que se la había mostrado justo antes del desvanecimiento no mostró el más mínimo interés por ella, acabó desentendiéndose él también al tiempo que se enfrascaba en otras tareas más apremiantes.
El retorno del Ad Astra a la Tierra fue, como cabe suponer, triunfal, lo que no evitó que todos los integrantes de la misión fueran sometidos a unos exhaustivos exámenes médicos, en parte rutinarios y en parte, también, motivados por el extraño fenómeno que habían experimentado, llegándose a idénticos resultados que los obtenidos a bordo. Huelga decir que el extraño desvanecimiento colectivo fue pronto olvidado, al igual que lo había sido la detección de ese objeto fantasma. Al fin y al cabo, lo único que importaba era la feliz conclusión del primer viaje interestelar de la historia.
Sin embargo...
* * *
En algún lugar del espacio que no era el espacio, flotaba una nave espacial que no era una nave espacial, al menos tal como se entendía en la Tierra. En su interior, sus dos únicos ocupantes dialogaban.
-Bien, misión cumplida -comentaba el primero de ellos, vagamente similar en su aspecto a un artrópodo de dos metros de alto-. Ahora sólo nos queda ultimar los detalles y volvernos a casa.
-Sí, yo también tengo ganas de encontrarme de nuevo en el nido -respondió el segundo, un centauroide de doble volumen corporal que su compañero-. Aunque los de mi raza tengamos fama de pacientes, no por ello dejamos de echar de menos nuestro ambiente. Y ciertamente, la misión ha sido larga y sobre todo, aburrida.
-Lo que no entiendo -objetó el artrópodo-, es por qué razón tuvimos que esperar hasta el final para insertarles los marcadores; podríamos haberlo hecho al principio, y así nos hubiéramos ahorrado buena parte de la espera.
-No te falta razón, pero así estaba establecido en el protocolo. Puesto que no sabíamos como iban a reaccionar al marcado, era preciso que los estudiáramos previamente sin alterarlos, previniendo que pudieran surgir perturbaciones perniciosas. Por fortuna esto no ocurrió, pero nos ha permitido acumular un gran volumen de información sobre esta extraña raza.
-Pues ya están estudiados y marcados, así que misión cumplida... me pienso tirar al menos seis eñs rascándome los élitros. Ahora que los sigan estudiando otros.
-Sí por supuesto que lo harán... gracias a los sensores que les insertamos nuestros científicos podrán tenerlos monitorizados a distancia, lo que nos permitirá conocer mejor a su sociedad y seguir su evolución futura. Y como los sensores son autorreplicantes, se multiplicarán acoplándose a nuevos portadores, hasta alcanzar una masa crítica.
-Pero esto se podría haber realizado in situ en su propio planeta, sin necesitad de tener que venir a este rincón tan aburrido de la galaxia...
-Olvidas de nuevo los requisitos del protocolo -le recriminó el centauroide-. Los científicos no se interesan por ninguna raza lo suficientemente primitiva como para que no haya sido capaz de abandonar su propio sistema planetario. Además de ser demasiado numerosas para poder estudiarlas en su totalidad, tampoco merecería la pena hacerlo, puesto que en la mayoría de los casos acaban malográndose mucho antes de alcanzar el umbral mínimo de civilización. Eso es algo que tienen que lograr ellas solas, luego ya habrá tiempo de ayudarlas una vez salidas del cascarón. De todos modos -añadió-, esto que hemos hecho es sólo el primer paso, todavía no tenemos ninguna certeza de que no puedan acabar colapsando; no sería el primer caso. Además, quienes nos interesan son tan sólo aquéllos que viajen fuera de su sistema planetario; así será mucho más fácil seguir sus movimientos y estudiar su comportamiento.
-¿Crees que descubrirán que les hemos manipulado?
-¿Cómo podrían saberlo? La aplicación del campo de éxtasis no pudo ser más breve; tan sólo estuvieron desconectados durante un breve lapso de tiempo, y sus médicos no detectarán en ellos ninguna anomalía, ni mucho menos los sensores que les aplicamos. Para ellos habrá sido un suceso inexplicable, pero intrascendente.
-Menos mal que borramos el registro de nuestra nave... no es que fuera demasiado importante, pero...
-Ése no fue un fallo nuestro sino del sistema de camuflaje, algo que tendremos que comunicar a los técnicos para que lo corrijan. No creo que de ninguna manera hubieran podido sacar conclusiones acerca de nuestra presencia, pero mejor así; nunca se sabe.
Y satisfechos por haber concluido con éxito su misión, enfilaron la nave rumbo a su lejano destino.
Publicado el 20-6-2016