Delenda est ratio



Durante miles de millones de años, los pkarr habían practicado a todo lo largo y ancho de la galaxia lo que para ellos era simplemente una saludable y necesaria profilaxis aunque sus víctimas no hubieran dudado un instante en calificarlo como genocidio: el exterminio masivo y total de todas aquellas especies animales en las que hubiera brotado la chispa de la inteligencia.

Bajo su punto de vista tan drástico comportamiento no podía ser más lógico. Habiendo sido los primeros en abandonar la pura y simple animalidad y también los primeros en recorrer hasta el final la larga senda del intelecto, no deseaban que nada ni nadie pudiera llegar a disputarlos su secular dominio de la galaxia. Para ellos la Vía Láctea no era sino su patrimonio personal que les pertenecía en exclusiva por el simple hecho de haber llegado los primeros... Y a buen seguro que no estaban en modo alguno dispuestos a compartirla con nadie.

Esto no quiere decir ni mucho menos que los pkarr se propusieran exterminar hasta el último brote de vida: Amén de que probablemente no hubieran podido llegar a hacerlo, lo cierto es que les gustaba disfrutar de todo aquello que les ofrecía su posesión galáctica incluido el universal fenómeno de la vida... Siempre y cuando su nivel de inteligencia no rebasara el correspondiente a un simple animal.

De hecho, los pkarr se comportaban igual que lo pudiera haber hecho un jardinero celoso de su trabajo mimando los arriates de flores al tiempo que arrancaban tanto las malas hierbas como todos los brotes de árboles que pudieran amenazar con su futuro crecimiento al majestuoso ejemplar que se alzaba solitario dominando toda la extensión del jardín.

Un buen día los responsables de uno de los sectores de la galaxia estimaron necesario erradicar un brote de inteligencia que se había producido en el tercero de los nueve planetas que conformaban el sistema solar de una pequeña estrella amarilla. La operación de limpieza se desarrolló, tal como cabía esperar, de una manera tan rápida como precisa; apenas tres ciclos temporales después la amenaza había sido conjurada al tiempo que se evitaba el menor trastorno en el delicado equilibrio ecológico del planeta, en el que todo seguía igual que antes a excepción del exterminio de varios miles de millones de seres vivos e inteligentes; al fin y al cabo, a ellos también les gustaban los animales.

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A pesar del tiempo transcurrido desde que tuviera lugar la catástrofe, nadie en la Tierra ha conseguido aún explicarse la razón de la brusca extinción de todos los insectos sociales que poblaban el planeta a causa de una repentina esterilidad de las reinas de hormigas, termitas y abejas, las cuales habían dejado de poner huevos... Y esto sin que se produjera el menor trastorno en equilibrios ecológicos tan delicados como la polinización o los hábitos alimenticios de tantos y tantos insectívoros, todos ellos reajustados tan perfecta como misteriosamente. De hecho, los únicos que parecieron echar de menos a los extintos insectos fueron los aficionados a la miel y a todos sus derivados.


Publicado el 3-4-2004 en Alfa Erídani