Final imprevisto



Nunca llegamos a ser conscientes del peligro que corrimos cuando los rectores de Xruum enviaron una nave exploradora a la Tierra para determinar la viabilidad de invadirla y anexionarla a su vasto imperio galáctico, previo exterminio de sus habitantes y una adecuación -en este caso resultaría incorrecto hablar de terraformación- del planeta a sus necesidades. Lo cual, dada la abismal diferencia tecnológica entre ambas civilizaciones habría conducido a nuestra inexorable extinción.

Por fortuna, el azar frustraría sus planes salvándonos de una desaparición segura. La nave xruumita atravesó la atmósfera y, descendiendo a la superficie, se sumergió en el océano conforme a las leyes de la probabilidad, favorables en una proporción de 3 a 1 a un amerizaje frente a un aterrizaje en tierra firme.

Lo cual supondría su perdición y la de su proyectada invasión, a la par que nuestra providencial salvación. Porque la naturaleza de los xruumitas no era biológica sino cibernética, al tratarse de unos sofisticadísimos robots originarios de planetas cuyas condiciones ambientales eran incompatibles con la vida tal como la entendemos, no precisando de una atmósfera como la terrestre ni, en realidad, de atmósfera alguna.

Pero la causa de su fracaso no fue la mezcla de gases atmosféricos de nuestro planeta, ni tampoco su presión. Lo que destruyó a la nave y a los robots autoconscientes que la tripulaban fue el peor enemigo posible para un mecanismo metálico, por muy sofisticado que fuera éste: la herrumbre, para la cual carecían de defensa alguna.


Publicado el 14-8-2023