Grandes descubrimientos de la humanidad (XII)
La pólvora



Soy Ton-tin era el panadero de Liang Cham Pu, una pequeña localidad ubicada en el corazón de China. Esa mañana estaba que echaba las muelas y no le faltaba razón, ya que el granuja de La Dro-Non, el carbonero del pueblo, le había vendido una partida de pésima calidad, por lo que no lograba alcanzar en el horno la temperatura necesaria para cocer el pan.

Soy era muy celoso de su trabajo, y le preocupaba no poder vender a sus clientes un pan con la calidad habitual de la que se sentía orgulloso. Y, ante la imposibilidad de conseguir con la suficiente rapidez otra remesa de carbón más eficiente, optó por buscar soluciones alternativas para salir del brete; ya arreglaría cuentas con ese sinvergüenza.

Así pues, se puso a rebuscar por la tahona en busca de posibles sustancias que, añadidas al carbón, pudieran activar su combustión. Primero probó con el azufre, ese polvo amarillo con el que evitaba que los perros se acercaran a marcar olorosamente las esquinas de su negocio; pero si bien consiguió que las llamas se acrecentaran, resultó insuficiente y el desagradable olor del azufre quemado amenazó con estropear el sabor del pan a medio cocer.

Desesperado echó mano de lo primero que encontró intentando apagar el fuego, el salitre que utilizaba con fines medicinales y también para abonar su huerto. Lo vertió precipitadamente al hogar... y la deflagración producida por la mezcla del carbón, el azufre y el salitre le privó, además de la vida, de poder disfrutar de la gloria de su invención que tan importante resultaría para el futuro de la humanidad.

No obstante, cuando el mandarín Fu Man-Chu llegado de la capital para investigar lo ocurrido se apercibió de la magnitud de su hallazgo, decretó que se honrara su memoria con un entierro y unos funerales acordes con la relevancia del descubrimiento.


Publicado el 27-9-2024