Inconvenientes de la inmortalidad
Desde los albores de los tiempos una de las mayores obsesiones de la humanidad ha sido, sin duda alguna, alcanzar la inmortalidad. O mejor dicho, tal como apuntara sagazmente Jonathan Swift en sus celebérrimos Viajes de Gulliver, la juventud eterna, puesto que de poco serviría burlar a la muerte a cambio de una decrepitud extrema.
Primero fueron los mitos; después las promesas de vida eterna por parte de las religiones, con el inconveniente eso sí de un óbito previo como requisito imprescindible, pero no suficiente, para gozarla. Por último, sería la medicina la única que pudo satisfacer de forma tangible este ansia por alargar la vida mediante una lucha cada vez más eficaz contra las enfermedades... aunque pese a la cada vez mayor longevidad y las mejores condiciones físicas en las que se disfrutaba ésta, siempre faltó mucho para llegar a la ansiada meta, al igual que el Aquiles de la fábula no lograba jamás alcanzar a la tortuga por mucho que corriera.
Y sin embargo, cuando nadie lo esperaba, se descubrió de forma inopinada el elixir de la eterna juventud o, mejor dicho, su equivalente científico, mediante el cual se consiguió frenar por completo el envejecimiento a la par que se daba con la clave para erradicar de forma definitiva a la totalidad de las enfermedades, tanto infecciosas como metabólicas, degenerativas o de cualquier otra índole.
Hoy en día la Tierra está poblada por inmortales, y sólo un pequeño número de muertes se producen por accidentes, suicidios o extrañas reacciones fisiológicas de cuerpos que se resisten a rebelarse contra los designios de la evolución, y un riguroso control de la natalidad se limita a cubrir estas bajas manteniendo a la población estable, lo que nos permite disfrutar no sólo de una vida inusitadamente larga en plenitud de facultades, sino también de unas comodidades y un nivel de vida que habrían hecho palidecer de envidia incluso a los más poderosos potentados de cualquier época conocida.
Por primera vez en la historia los afortunados integrantes de las generaciones que llegamos a tiempo de beneficiarnos del milagro tenemos motivos para sentir que vivimos en un paraíso; y es cierto, aunque todo paraíso tiene su demonio y el nuestro no es una excepción.
Puesto que no envejecemos, tampoco nos jubilamos.
Publicado el 7-7-2020