No era lo mismo



José M. era el paradigma del empresario emprendedor. Aunque sus modestos orígenes le habían impedido adquirir una mínima formación académica, suplía con entusiasmo su carencia casi absoluta de conocimientos presumiendo de haberse forjado a sí mismo, al tiempo que se jactaba de que su ignorancia, lejos de suponerle un problema, le había ayudado a librarse de todos los prejuicios que lastraban a los sabihondos.

Pero como en un medio tan competitivo como la economía moderna resultaba difícil desenvolverse sin un mínimo de bagaje previo, José M. se había visto obligado a ir dando tumbos de un negocio a otro, en ocasiones de lo más dispares, siempre que una de sus iniciativas empresariales acababa fracasando, algo que por desgracia para él solía ocurrir, tarde o temprano, en la práctica totalidad de las ocasiones; lo cual, lejos de considerarlo un inconveniente a él no le importaba en absoluto, puesto que le permitía satisfacer su insaciable curiosidad al tiempo que constituía una inmejorable defensa contra el hastío que le invadía cuando llevaba ya demasiado tiempo dedicándose a hacer siempre lo mismo.

Así pues, una vez liquidado su penúltimo negocio decidió abrir una clínica de ictioterapia. Ya se sabe, son esos establecimientos en los que unos pequeños pececillos exóticos, cuyo aspecto recuerda al de los prosaicos chanquetes, te mordisquean los pies arrancándote las pieles muertas y dejándotelos impolutos. Muy de moda en ciertos ambientes pijos, José M. intuyó que podría ser un buen negocio, al menos durante una temporada... poniéndose manos a la obra.

Lamentablemente, su falta de cultura general le acabaría jugando una mala pasada. Carente de unos mínimos conocimientos zoológicos, y sin comprender apenas el método del que se valían estos pececillos para limpiar los pies de una manera tan selectiva, él decidió aplicar por su cuenta y riesgo el conocido dicho de “burro grande, ande o no ande”. Y, claro está, con pirañas el resultado no era el mismo.


Publicado el 15-9-2014