Petición de mano (I)



El día que acudí a casa de Teresa para pedir su mano a sus padres, temblaba como un flan; sí, de sobra sabía que el compromiso era firme y que se trataba tan sólo de un simple trámite, pero no por ello era capaz de calmar mi inquietud.

Por supuesto, y tal como cabía esperar, el ritual se desarrolló conforme a los cauces establecidos, y sus padres accedieron gustosos a mi solicitud. Desde entonces la conservo con todo mi amor, convenientemente protegida en alcohol y custodiada en un bello y artístico tarro de cristal tallado que coloqué en un lugar de honor de mi casa. Y soy feliz, muy feliz.


Publicado el 10-10-2005 en Efímero