El Señor de los Monstruos
El Club de Monstruos había convocado elecciones para la presidencia, y los ánimos estaban caldeados. El presidente saliente, Frankenstein, era alabado por su habilidad para conciliar intereses opuestos logrando hacer de las partes un todo, pero había manifestado su cansancio y su deseo de no presentarse a la reelección.
El Conde Drácula contaba con muchos apoyos, pero también con otros tantos detractores resentidos por su afán de chuparlo todo. La hosca Momia no era popular, pese a argüir su experiencia milenaria. El Hombre Lobo y el Doctor Jekyll compartían el mismo problema: sólo eran fiables mientras no experimentaran sus respectivas metamorfosis. El Fantasma de la Ópera había caído en el olvido, y todavía peor lo tenía el Hombre Invisible puesto que nadie le prestaba la más mínima atención.
Los recién llegados, que no solían hacer buenas migas con los clásicos, tampoco contaban con una mayoría suficientemente amplia para tener garantizado el triunfo, y tenían también sus rencillas propias. Jason Voorhees y Freddy Krueger, picados en su orgullo, se llevaban literalmente a matar, mientras la pléyade de los fantasmas enmascarados de Scream bastante tenía con sus propias rencillas. En cuanto a los descerebrados zombies era mejor no contar con ellos, puesto que en sus ansias caníbales no diferenciaban a sus colegas de los mortales que constituían su dieta cotidiana.
Los fantasmas, espíritus, ectoplasmas y similares tampoco contaban dada su naturaleza incorpórea, y en parecida situación se encontraban monstruos incompletos como la calavera del Marqués de Sade o, por razones opuestas, el jinete decapitado de Sleepy Hollow. Por otras razones Quasimodo se había negado en redondo a ingresar en el Club arguyendo que la monstruosidad no radicaba en el aspecto físico, sino en el comportamiento; y en lo que respecta a monstruos locales como el español Hombre del Saco, los nórdicos trolls o la rusa Baba Yagá, a la saga nacida de la imaginación de H.P. Lovecraf como Cthulhu, Nyarlathotep y Yog-Sothoth, o a Sauron, el maléfico espíritu de El señor de los Anillos, si bien eran miembros numerarios del Club, dado que no habían alcanzado el nivel de mito universal no tenían posibilidades de ser elegidos.
Con lo cual, se acababan los candidatos. Pero como los estatutos imponían la necesidad de una presidencia, se creó una junta gestora a la que se encomendó la tarea de buscar un candidato de consenso. Su labor fue ardua y compleja, pero finalmente consiguió encontrarlo: un candidato perfecto puesto que a su extrema discreción, fundamental para poder acercarse a sus desprevenidas víctimas sin que éstas se percataran de su presencia, se sumaban la eficacia y la limpieza de su ejecución logrando sus objetivos sin necesidad de recurrir a truculencia alguna, ni mucho menos a la brutalidad de muchos de sus colegas.
Este monstruo, que había pasado desapercibido hasta entonces entre sus iguales, fue pronto aclamado por éstos, siendo elegido presidente por práctica unanimidad en la certeza de que el Club de Monstruos estaría con él perfectamente gobernado. ¿De quién se trataba? De alguien capaz de hacer temblar al más templado, alguien más eficaz que el Conde Drácula en sus exacciones, más terrorífico que Frankenstein, más inflexible que Cthulhu, más feroz que el Hombre Lobo. Se trataba, ni más ni menos, que del temido Inspector de Hacienda.
Publicado el 2-10-2023