Barajando reyes



El Rey de Copas descansaba plácidamente en su trono, paladeando -noblesse oblige- un excelente brandy solera gran reserva especialmente reservado para él. Pero su tranquilidad quedó truncada por una inoportuna llamada al teléfono móvil.

-¿Qué quieres? -saludó desabrido a su interlocutor, el Rey de Oros.

-Copas, ¿no sabes lo que ha pasado? -respondió éste en tono preocupado. Y ante el tácito asentimiento de su silencio añadió-. Han destronado a Bastos.

-¿Qué? -la copa casi se le cayó de las manos.

-Lo que acabo de decir. En el Palo de Bastos ha estallado una revolución y han proclamado la república. Han encarcelado a nuestro colega y también al Caballo y al As.

-¿Y la Sota?

-Esa pérfida se ha convertido en la cabecilla de los insurrectos, junto con el Siete y el Dos. El resto, al parecer, se han dejado llevar sin oponerse.

-Era de esperar en un palo tan... basto -pese al dramatismo de la situación no pudo evitar el juego de palabras-. Al fin y al cabo se veía venir. ¿Qué pasa con Espadas?

-He hablado con el Caballo y en su Palo se mantienen en una tensa calma. Pero tampoco podemos confiarnos demasiado, no serán tan brutos como los de Bastos pero no dejan de ser belicosos, por lo que no resultaría imposible un contagio.

-Pues estamos apañados, porque como sigan sus pasos tanto tú como yo podríamos vernos en una situación muy comprometida; dime cómo nos defenderíamos, con copas y doblones como únicas armas, frente a espadas y garrotes...

-No creo que llegue la sangre al río -musitó Oros sin demasiada convicción-. Aparte de que no es probable que destronen también a Espadas, él tiene sus recursos. De hecho, es el Palo más controlado de los cuatro. Ojalá el imbécil de Bastos hubiera tomado estas precauciones.

-Lo que a mí me preocupa es que pueda salpicarnos. Yo siempre he tratado bien a mis súbditos, pero cuando se desata la sinrazón suele ser contagiosa.

-Lo mismo pienso yo; pero no está de más ser precavidos. Y como ni tú ni yo contamos con fuerzas suficientes para enfrentarnos a esos energúmenos, y con Espadas tampoco podemos contar demasiado...

-¿Qué se te ocurre? -le interrumpió Copas.

-Está claro, buscar ayuda fuera de nuestro territorio. Quizás recurrir a algún palo de la baraja inglesa; ellos son mucho más respetuosos que nosotros con las tradiciones.

-No me fío. Si en algo hemos estado de acuerdo siempre los cuatro palos ha sido en defender nuestra Baraja de cualquier intromisión extranjera. Además ya sabes como las han gastado siempre los británicos; una vez llegados a un sitio, no hay manera humana de conseguir echarlos. Y por si fuera poco, están en mayoría respecto a nosotros: trece frente a diez para un mismo palo.

-Podríamos probar con la francesa o la alemana.

-¡Quita! Tanto la una como la otra son republicanas. Sería meter la zorra en el gallinero.

-Volviendo a los anglosajones -insistió Oros-, se me ocurre que podríamos pedirles que nos cedieran durante algún tiempo, a cambio de una cantidad razonable, uno de sus comodines; o mejor los dos, para que tanto tú como yo pudiéramos disponer de su ayuda profesional. Así evitaríamos el riesgo de invasión de los palos de su baraja sacando provecho de ellos; supongo que a Corazones, Picas y compañía no les hará ninguna gracia, pero al fin y al cabo los comodines siempre han ido de por libre y no tienen compromiso de lealtad con ninguno de ellos.

-Pero son mercenarios, y se venden al mejor postor -Copas seguía sin verlo claro. Imagina que una vez aquí sus patronos mejoran la oferta... o lo hace la flamante República Bastiana. Ni siquiera me fiaría de nuestro colega Espadas.

-No te falta razón -reconoció Oros-. Quizás sea un riesgo demasiado grande. Pero entonces, ¿qué podemos hacer?

-Como primera medida, deberíamos expulsar de la Baraja con carácter inmediato a Bastos. Cierto que para ello necesitaríamos el apoyo de Espadas, pero conociéndoles a él y a su corte esperaría su consentimiento, ya que ellos tienen motivos más que sobrados para estar temerosos ante un posible contagio; todavía más que nosotros, dado el carácter levantisco de sus súbditos.

-¿Crees que aceptaría? Ten en cuenta que esto rompería el equilibrio de fuerzas en la baraja ya que quedaríamos dos frente a uno. Hasta ahora, y aunque se detesten, Bastos y Espadas siempre han solido ser aliados, de conveniencia pero aliados al fin y al cabo, para forzar una oposición de bloqueo a nuestras propuestas conjuntas.

-Espadas no es tonto, y será plenamente consciente de que las circunstancias han cambiado por completo. Entre dos males siempre optará por el menor... que seríamos nosotros.

-Podríamos correr el riesgo -concedió Oros-, al menos como medida de urgencia hasta que el orden retorne a Bastos... si es que retorna. Pero la baraja quedaría reducida a tan sólo tres palos, lo que nos impediría participar en la mayoría de los juegos, con el consiguiente trastorno. ¿Cómo cubriríamos el hueco de Bastos?

-Déjame pensarlo -pidió Copas al tiempo que se rascaba la nuca, donde le rozaba la corona, con la punta del cetro-. ¿Qué tal -propuso tras reflexionar- si contratamos temporalmente -recalcó con malicia el adverbio- a un rey ajeno a los naipes que pudiera crear un nuevo palo? Así tendríamos la baraja completa: Oros, Copas, Espadas y X, dejando fuera a los puñeteros Bastos, lo cual para ti y para mí sería un alivio con revolución o sin ella.

-Eso me gusta más -exclamó su colega-. Pero, ¿de dónde lo sacamos?

-¿Qué te parece uno cualquiera de los Reyes Magos? Están ociosos la mayor parte del año, y cada vez se quejan más de la subida de los costes, desde el precio de los juguetes hasta de lo caro que se ha puesto el pienso de los camellos. Así pues, este pluriempleo le vendría bien a uno de ellos. Además, también podrían aprovechar a parte de sus pajes para completar la plantilla sin recurrir a contrataciones externas; al fin y al cabo les tienen que pagar todo el año por no hacer nada la mayor parte de éste.

-¿A cuál de los tres elegiríamos?

-Eso es indiferente, que lo decidan ellos. En cuanto al nombre del nuevo palo, podría ser cualquiera relacionado con su actividad, lo cual nos vendría bien como propaganda: Juguetes, Regalos, Camellos, Incienso, Mirra... obviamente, Oro no -concluyó con una carcajada.

-No pinta mal, pero mucho me temo que sería pan para hoy y hambre para mañana; en principio no interferiría con sus actividades habituales hasta la próxima festividad de la Epifanía, pero ¿qué pasaría después?

-En lugar de Oros deberías llamarte Cenizo -le reprochó Copas, cada vez más exultante-. De aquí a entonces quedan por fortuna bastantes meses, por lo que de momento salvaríamos la crisis, que no es poco. Luego... pues depende de cómo evolucionaran los hechos. Bastos podría volver al redil una vez sofocada la revolución y retornadas las aguas a su cauce; en este tiempo podríamos encontrar un sustituto estable sin otros compromisos laborales, siempre que el Rey Mago contratado no prefiriera seguir con nosotros abandonando la sociedad de sus compañeros. De no ser así, podríamos proponérselo a algún otro rey famoso como Minos, Midas, Arturo, Ming, Salomón, Herodes, Lear, quizás alguno de los Reyes Magos restantes... incluso podríamos fichar un palo completo de otra baraja más fiable que la anglosajona. ¿Qué sé yo? Para mí lo importante ahora mismo es la solución al problema inmediato.

-Me temo que a corto plazo no nos queda otra solución -suspiró Oros-. Luego ya veremos. Pero... -seguía sin estar dispuesto a renunciar al papel de abogado del diablo- ¿Y si Espadas se opone?

-Pues lo expulsamos también y fichamos a un segundo Rey Mago -respondió con rotundidad Copas-. Incluso nos seguiría sobrando el otro -volvió a carcajearse.

-Está bien -se rindió finalmente el monarca áureo-. ¿Cómo lo hacemos?

-No hay problema. Mi Sota es de total confianza, y además de discreta tiene contactos en Oriente. Le diré que se comunique con ellos y, si alguno o los tres Reyes Magos están de acuerdo, podríamos concertar una videoconferencia con ellos para negociar los detalles, e incluso nosotros podríamos ir allí o invitarlos a venir a nuestra Baraja, eso es lo de menos. Pero de momento es preferible no decir nada a Espadas, ya habrá tiempo de hacerlo si aceptan nuestra propuesta.

-¿Sabes que me estás empezando a contagiar tu entusiasmo? -reconoció Oros-. Tan sólo me queda una duda -y adoptando un aire misterioso para intrigar a su colega, añadió-: ¿Qué pasaría si el paje elegido por ellos para ejercer de Caballo se empeña en montar en un camello?

Ambos rieron la gracia.


Publicado el 27-10-2024