Escrúpulos de conciencia



No sé que es lo que me ocurre; soy un auténtico privilegiado, una de las escasísimas personas seleccionadas de entre toda la humanidad para desempeñar una labor tan fundamental como básica en el devenir histórico de la misma. Soy consciente asimismo de la importancia de mi misión en la vida, y ciertamente la asumo con orgullo y satisfacción... Pero, ¿qué es lo que me pasa?

Cierto es que no tuve la posibilidad previa de optar libremente, pero no menos cierto es también que podría abandonar en cualquier momento con sólo decidirlo así... Sin represalias ni rencores de ningún tipo por parte de Ellos, simplemente con los recuerdos borrados en lo que respecta a la etapa de mi vida pasada aquí. Ellos nos han dicho infinidad de veces que comprenden perfectamente esta decisión y que respetan plenamente la voluntad de aquéllos que optan por ella; de hecho, más de la mitad de los seleccionados deciden abandonar tarde o temprano. Son muchos, pues, los hombres y mujeres de todas las edades que han visto discurrir sus vidas con toda normalidad sin que llegaran a sospechar siquiera que tuvieron en sus manos la posibilidad no ya de pasar a la historia, sino realmente de hacerla.

Esto es algo que se dice muy fácilmente, pero a la hora de la verdad pesa realmente la responsabilidad adquirida hasta alcanzar unos límites que muchos, por no decir la inmensa mayoría, son completamente incapaces de asumir sin caer en la desesperación o, incluso, en la locura. Y sin embargo el sistema resulta, y lo hace hasta el punto de permitir que la humanidad haya sido capaz de dejar atrás la larga y oscura etapa en la que el mayor avance tecnológico era el hacha de piedra mientras que el más sublime pensamiento no iba más allá de una confusa y desdibujada creencia en una vida más allá de la muerte.

¿Qué hubiera sido de la civilización sin nosotros? Probablemente nada. Es un hecho comprobado que la sociedad, cualquier sociedad, se mueve por su propia inercia mientras que, paradójicamente, es suficiente con una serie de pequeños -pero intensos- impulsos puntuales para que la misma se mueva en la dirección deseada; es, en definitiva, algo similar a una jugada de billar en la que basta con que un jugador experto dé el impulso correcto a su bola para que los movimientos de todo el conjunto se desarrollen conforme a la estrategia planeada. Ahora bien, son muy pocas las personas poseedoras de esta sutil habilidad y, por si fuera poco, muchas de ellas resultan a la larga incapaces de ver aplicadas sus aptitudes a la realidad.

Y he aquí mi gran duda: Sé positivamente -Ellos jamás se equivocan- que soy uno de los elegidos, uno de los pocos capaces de orientar realmente el curso de la historia. Conozco también, con todo lujo de detalles, el papel que me corresponde desempeñar en la misma; el único, por cierto, que cuadra con mis características personales y con el período histórico en el que por azar me correspondió nacer, época a la que habré indefectiblemente de retornar tanto si asumo mi responsabilidad -y acepto, por lo tanto, mi papel en la historia- como si renuncio resignándome a ser tan sólo un simple y oscuro individuo que vivió y murió sin pena ni gloria en cualquier etapa de la civilización humana.

Porque Ellos, con todo su poderío, tienen también sus limitaciones y no pueden, o no quieren vaya a saberse por qué desconocidos designios, alterar ciertos principios básicos que condicionan drásticamente la situación particular de todos y cada uno de los elegidos: Así, ninguno de nosotros puede cambiar de época viéndose constreñido a aquélla que, dorada u oscura, excitante o deprimente, le tocó en suerte por nacimiento, y lo mismo se puede decir de su lugar de origen dentro de toda la extensión del planeta... Se trata de una limitación paradójica, máxime si tenemos en cuenta que en esta (llamémosle así) escuela de aprendizaje, ubicada en algún mágico lugar situado más allá del espacio y del tiempo, estamos mezclados en franca camaradería un sinfín de personajes que el tiempo tachará de famosos, originarios de todas las épocas y de todos los lugares. Yo no acabo de comprender el por qué de si soy aquí capaz de codearme con gentes de un milenio antes o un milenio después de mi propia época, si soy perfecto conocedor -al menos mientras permanezca en este lugar- de todo el devenir histórico de la humanidad desde que prendió en ella la primera chispa de inteligencia hasta que tuvo lugar la extinción de su último representante, me veo no obstante obligado a resignarme a desempeñar el papel que por azar -al menos así dicen Ellos- me tocó en suerte.

Y es que, aunque Ellos afirman una y otra vez que absolutamente todos los papeles son igual de importantes y -y aquí insisten una y mil veces- exactamente igual de respetables, yo no acabo de resignarme a aceptar el avatar que la suerte me ha asignado; pese a todo no puedo evitar mirar con envidia a algunos de mis compañeros agraciados con un papel histórico infinitamente más afortunado -aunque en ocasiones también más trágico- que el mío. Yo quisiera ser Alejandro o Julio César, Carlomagno o Napoleón; pero me guste o no, me ha correspondido ser el reverso de la moneda, el no menos necesario pero también oscuro envés de las páginas de la historia, el contrapunto imprescindible a los episodios brillantes de una humanidad de la que, pese a todo, yo también formo parte.

No quiero ser Atila, no quiero ser El azote de Dios; porque, aunque mi importancia histórica sea parangonable a la de Pericles o a la de Trajano, aunque mi devenir histórico sea fundamental para establecer los sólidos cimientos de la cultura occidental, yo seré siempre recordado con odio, cuando no con temor, por todos aquéllos a los que paradójicamente contribuí a salvar. Así es el destino; unos nacemos para héroes y otros para villanos, sin que en el fondo exista entre todos nosotros mayor diferencia que la derivada de los distintos papeles que nos ha correspondido desempeñar. Pero esto, lamentablemente, tan sólo lo sabemos unos pocos.


Publicado el 17-11-2005 en NGC 3660