La solución final
Entornando los ojos en un gesto reflejo, José abandonó su estrecho refugio recibiendo en su cuerpo la suave caricia del sol, de un sol que era el único amigo de su estirpe. Una vez acostumbradas sus pupilas al fuerte resplandor tropical reinante en el pequeño claro, José barrió con la mirada todo el perímetro en el que había tenido lugar la sangrienta batalla. Sabía que los soldados se habían ido y que no volverían hasta haber conseguido refuerzos; tenía pues tiempo sobrado para huir a su campamento, donde a buen seguro ya le estarían aguardando el resto de sus compañeros.
Con paso cansino pero decidido José se encaminó hacia un extremo del claro, allí donde la espesa vegetación brillaba más en una lujuriante explosión de tonos verdes. A mitad de camino a punto estuvo de tropezar con uno de los varios cadáveres que jalonaban su trayecto: era un soldado que todavía empuñaba el arma entre sus crispadas manos, surcado el rostro por un rictus que José conocía bien; a pesar de su edad era ya un veterano en la lucha contra el ejército del lejano, pero siempre hostil gobierno blanco.
Con un encogimiento de sus escuálidos hombros José continuó su camino. Ciudad de Guatemala estaba muy lejos y a él sólo le importaba su región, el Quiché. Tan sólo sabía que tenía que defender su tierra de la rapiña de los terratenientes guatemaltecos, y poco le importaban las noticias que difundía la radio sobre el último cambio de gobierno o sobre las promesas de una nueva reforma agraria; bien conocía su raza las verdaderas intenciones de los hombres blancos, patentes desde hacía siglos. Y José soñaba, como todos los de su estirpe, con la gloriosa época en la que los mayas eran los señores de toda la América Central.
Iniciaba el sol su ocaso cuando José alcanzó las estribaciones del campamento, apenas unas míseras cabañas escondidas en lo más frondoso de la selva. Sólo así habían conseguido sobrevivir los guerrilleros al acoso continuo del ejército gubernamental. Sólo así podían seguir alentando la esperanza de mantener intacta la herencia de sus antepasados.
El campamento estaba paradójicamente de fiesta, o al menos eso le pareció a José a juzgar por el estruendo que surgía del mismo, audible desde una larga distancia. Esto contravenía todas las medidas de seguridad adoptadas habitualmente por su grupo máxime cuando la anterior escaramuza había concluido en tablas, siendo pues más que probable que a esas horas el ejército gubernamental estuviera ya rastreando todo ese sector de la selva. Algo importante tenía que haber tenido lugar para que la habitual cautela de los indios hubiera cedido paso a esta desenfrenada y, a juicio de José, suicida explosión de júbilo.
-¡Es José! ¡Ha vuelto José! -fue Andrés, un chiquillo amigo suyo, el primero en localizarlo cuando alcanzaba ya las primeras chozas.
-¡José! -ahora era un risueño guerrillero el que se dirigía a él tras cesar momentáneamente en sus disparos al aire-. Creíamos que habías muerto; todos nosotros volvimos hace ya varias horas.
-Mala hierba nunca muere -respondió el aludido con malhumor-. Quedé atrapado por el fuego cruzado y apenas tuve tiempo suficiente para refugiarme en un agujero que había en el suelo; al caer me golpeé en la cabeza y perdí el conocimiento. Cuando desperté todo había terminado.
-Me alegro, chico. Como ves, llegas en un buen momento. Ven con nosotros a celebrarlo.
-¿A celebrar el qué? -se extrañó José-. ¿Que nos hayan matado a varios compañeros?
-No hombre, no. ¿Cómo vamos a celebrar eso? -le interrumpió su interlocutor transfigurando momentáneamente su eufórico tono de voz-. Lo que festejamos es algo mucho más importante para nuestra raza: La vuelta de Kukulcán, el fin de la decadencia maya.
-¿Kukulcán? Tú deliras.
-No, José, es la verdad. El dios del aire ha anunciado su llegada dentro de poco. Vendrá aquí, al Quiché.
-Por Dios, no seas ridículo. Háblame de los gringos o de los generales, pero por favor deja en paz a Kukulcán. ¿Cómo puedes ser tan ingenuo? Ya no somos niños.
-Han venido en una nave voladora -consiguió decir al fin su compañero-. Y ahora están en el poblado.
-¿Qué?
-Que han llegado los emisarios de Kukulcán. Y están celebrando con nosotros su retorno.
Muy a pesar de sus iniciales prejuicios a José no le cupo otra opción que la de aceptar con todas sus consecuencias la veracidad de tan fantástica afirmación. Así, instantes después comprobaría cómo efectivamente un extraño aparato volador se hallaba posado en la plaza central del poblado; y no le cabía la menor duda de que no había la menor posibilidad de que se tratara de una añagaza gubernamental. Su extraña factura se alejaba por completo de cualquier tipo conocido de avión o helicóptero, siendo evidente que tal artefacto no podía haber sido construido en la Tierra.
Al pie del aparato, que tenía la forma de un disco lenticular de unos quince metros de diámetro, descubrió acto seguido a un grupo de gente enfrascada en una animada conversación: varios compañeros suyos rodeando a tres personajes ataviados con extrañas vestiduras, sin duda los tripulantes del vehículo.
-¿Te convences ahora? -le preguntó su acompañante en un gesto entre divertido e irritado-. Ahí tienes a los mensajeros de Kukulcán.
Pero José ya no le escuchaba, ajeno por completo a todo aquello que no fuera la contemplación de los enigmáticos enviados; y recordaba. Recordaba sus tiempos de niño, cuando abandonaba a sus compañeros para ir a visitar al anciano Tobías, el más sabio de su poblado. Cuando oía de sus labios fantásticas historias de guerreros y de dioses, de imperios y de reyes. Cuando se entristecía al escuchar el final de la Edad de Oro y el retorno de los dioses a sus lejanos lares, no sin antes prometerlos que algún día volverían. Cuando se indignaba con la llegada de los conquistadores blancos, que sellaría definitivamente el ya inevitable colapso de la civilización maya...
Pero eso había tenido lugar hacía ya muchos años, y José no era ningún niño, sino un hombre. Y sin embargo, continuaba soñando con una edad más justa en la que su pueblo pudiera vivir de nuevo de una manera digna acorde con sus milenarias tradiciones.
El momento había llegado al fin; José estaba plenamente convencido de que no podía ser de otra manera. Porque los visitantes no hablaban en español sino en maya, la antigua lengua sagrada de su pueblo. Y él les oía, al igual que sus compañeros, embelesados todos ellos por las buenas nuevas que ahora se les revelaban. Mensajes de paz, de justicia, de amor. De amor de un pueblo por una rama desgajada de su tronco que no había podido, o no había querido, avanzar. De una rama del gran pueblo maya que debía retornar a su solar patrio lejos del Quiché y del Yucatán, lejos de un planeta que había hecho de la violencia su modo de vida. De una rama que, una vez fallidos los intentos de colonizar una tierra hostil, debía reunirse con sus hermanos de raza más allá del sol, más allá de las estrellas; en un lugar en el que la justicia imperaba y los descendientes del gran Kukulcán reinaban en paz.
* * *
Interrumpimos nuestra emisión para dar cuenta de una última noticia en relación con la invasión de América Central por parte de objetos voladores de origen extraterrestre. Según nuestro enviado especial en Ciudad de Guatemala, estos objetos han abandonado en su totalidad la región en la que aterrizaron hace cinco días; aun cuando este punto no ha sido confirmado oficialmente, se cree que toda la población maya de Guatemala y el Yucatán ha sido embarcada en los citados vehículos, aparentemente de una manera voluntaria. También nos comunican que las fuerzas aéreas de Guatemala han fracasado en sus intentos de interceptar el despegue de los mismos, mientras las tropas del ejército no han encontrado el menor obstáculo al ocupar militarmente el Quiché, que ahora se encuentra despoblado en su totalidad.
Recibimos un comunicado del observatorio astronómico de Monte Palomar -interrumpió un segundo locutor-. Según una información de última hora, la gran nave interplanetaria que hace una semana se estacionó en órbita alrededor de nuestro planeta ha partido en dirección de la constelación de Sagitario alejándose de la Tierra. A causa de la crisis creada por su irrupción no autorizada en nuestro espacio aéreo, el secretario de estado norteamericano ha mostrado el interés de su país por la creación de una comisión internacional encargada de dar una respuesta adecuada en caso de que tal situación pueda volver a repetirse en un futuro. Y ahora, señores telespectadores, les dejamos de nuevo con nuestra programación habitual.
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Sentado frente a uno de los miradores de la inmensa nave, José meditaba con la vista perdida en el infinito universo. Una nueva vida se abría para su raza, olvidados ya los largos siglos de represión y decadencia. Para el pueblo maya brillaba de nuevo la luz de la esperanza, y aunque no dudaba que la adaptación a su nueva vida no resultaría fácil, José estaba seguro de que triunfarían en su empeño. Para la ya lejana Tierra, por el contrario, un nuevo misterio perpetuado en las ciclópeas ruinas de Chichén Itzá y tantas otras ciudades mayas vendría a sumarse a su tenebrosa e inquietante historia.
Publicado el 27-9-2016