Accidentes astronáuticos
La historia de la astronáutica, pese a su juventud -poco más de cincuenta años-, cuenta ya con una notable relación de éxitos, pero también de fracasos. A lo largo de estas décadas fueron bastantes las misiones fallidas por diferentes causas: fallo del cohete lanzador, órbita errónea, fallos en los sistemas informáticos, de orientación, impulsión o navegación de los vehículos espaciales, pérdida de contacto por radio con ellos durante el transcurso de su misión... algunos de ellos tan chuscos como la pérdida de la sonda Mars Climate Orbiter, estrellada contra la superficie marciana a causa de una absurda confusión entre kilómetros y millas, o que la lente principal del telescopio espacial Hubble se tallara de forma equivocada, lo que obligó a instalarle unas gafas, ya en órbita, requiriéndose para ello una misión especial del transbordador espacial.
Sin embargo, los más sonados de todos ellos han sido lógicamente los que involucraban misiones tripuladas, en ocasiones con consecuencias mortales. El primero de estos accidentes, silenciado durante muchos años por las autoridades soviéticas y todavía hoy muy poco conocido, ocurrió menos de un mes antes del histórico vuelo de Yuri Gagarin. El 23 de marzo de 1961 el cosmonauta soviético Valentin Bondarenko fallecía abrasado en un incendio que se desató de forma fortuida durante unas pruebas de resistencia a las que estaba siendo sometido en una cámara de presión.
No obstante, y a causa del secretismo soviético, para muchos todavía hoy las primeras víctimas de la conquista del espacio fueron los astronautas norteamericanos Virgil Grissom, Edward White y Roger Chaffee, fallecidos el 27 de enero de 1967 al incendiarse la cápsula Apolo 1 durante un ensayo en tierra previo al vuelo fijado para un mes más tarde; quiso la casualidad que se tratara de un percance bastante similar al de su colega ruso.
El primer accidente mortal durante una misión en el espacio se cobró la vida del cosmonauta soviético Vladimir Komarov, fallecido el 24 de abril de 1967 al estrellarse durante el aterrizaje la cápsula Soyuz 1 que tripulaba.
El 11 de abril de 1970 la explosión de uno de los tanques de oxígeno del Apolo 13 provocó el fracaso de la misión, dejando en una situación muy comprometida a sus tripulantes James Lovell, John Swigert y Fred Haise a mitad de camino entre la Tierra y la Luna. Tras varios días de incertidumbre, los astronautas, refugiados en el módulo lunar -el módulo de mando se despresurizó y hubo de ser abandonado- lograron retornar a nuestro planeta sanos y salvos.
El 6 de junio de 1971 los tres tripulantes de la Soyuz 11, los cosmonautas Georgy Dobrovolski, Viktor Patsayev y Vladislav Volkov, fallecieron durante el aterrizaje al retornar de una misión en la estación espacial Salyut 1, en esta ocasión a causa de una súbita despresurización de la cápsula durante el desatraque de la estación espacial.
Pero sin duda los accidentes más graves fueron los sufridos por los transbordadores espaciales norteamericanos. El 28 de enero de 1986 el Challenger estallaba instantes después de su lanzamiento a causa de una fuga en uno de los cohetes laterales de combustible sólido, provocando la muerte instantánea de sus siete tripulantes: Francis Scobbe, Michael Smith, Judith Resnik, Ellison Onizuka, Ronald McNair, Gregory Jarvis y Christa McAuliffe. Diecisiete años más tarde, el 1 de febrero de 2003, era el Columbia el que se desintegraba al retornar de su misión, en esta ocasión a causa del desprendimiento de parte de las losetas térmicas que lo protegían durante el aterrizaje del rozamiento con la atmósfera. Al igual que en el caso anterior, sus siete tripulantes fallecieron en el acto: Rick Husband, William Mc Cool, David Brown, Kalpana Chawla, Michael Anderson, Laurel Clark e Ilan Ramon.
A ellos hay que sumar la muerte de Mike Alsbury, piloto de la SpaceShipTwo que se estrelló el 31 de octubre de 2014 en el desierto californiano de Mojave durante un vuelo de prueba de este avión espacial, convirtiéndose en el primer astronauta al servicio de una compañía privada, Virgin Galactic, fallecido en el ejercicio de su profesión.
En total han sido veintitrés los astronautas muertos, dieciocho norteamericanos -o a bordo de naves de esta nacionalidad, ya que Ilan Ramon era israelí- y cinco rusos. De ellos dieciocho lo fueron durante sus respectivas misiones, y los cuatro restantes -Bondarenko y los tres fallecidos del Apolo 1- en ensayos en tierra. Durante los años de la carrera espacial corrieron numerosos rumores de que el régimen soviético había silenciado la muerte de varios cosmonautas en diversos accidentes que habrían sido mantenidos en secreto tal como solía hacer el régimen comunista con sus fracasos, pero tras la caída de la Unión Soviética se supo que éstos no eran ciertos.
Sí hubo, por el contrario, accidentes mortales relacionados con diversos ensayos, el más grave de los cuales ocurrió en la base espacial de Baikonur el 24 de octubre de 1960, donde la explosión de un cohete R-16 provocó ciento veintidós muertos, entre ellos el mariscal Mitrofan Nedelin, responsable de los ensayos, razón por la que a este accidente se le denominó cuando fue desclasificado en 1990 -hasta entonces se mantuvo en secreto- como el Desastre de Nedelin. Otros accidentes menos dramáticos, pero asimismo de consecuencias mortales, sucedieron de nuevo en Baikonur justo tres años después, el 24 de octubre de 1963 (ocho víctimas), y en la base de Plesetsk el 26 de junio de 1973 (nueve), el 18 de marzo de 1980 (cincuenta) y el 15 de octubre de 2002 (una), aunque en ninguno de estos casos hubo cosmonautas involucrados. en 2003
Fuera de la Unión Soviética cabe reseñar el la explosión de un cohete, el 22 de agosto de 2003, en la plataforma de lanzamiento de la base brasileña de Alcántara, saldada con 21 víctimas mortales.
Por último, también se podría contabilizar entre los fallecidos a algunos técnicos que ensayaban los distintos utensilios que luego deberían utilizar los cosmonautas, como ocurrió con Piotr Dolgov, que encontró la muerte el 1 de noviembre de 1962 durante la prueba de unos modelos de trajes espaciales a bordo de un globo estratosférico. Aunque por parte norteamericana no existen casos similares, sí han sido consideradas oficialmente muertes en acto de servicio las de los astronautas Michael J. Adams, fallecido el 15 de noviembre de 1967 durante un vuelo suborbital a bordo del avión cohete -no era una nave espacial- X-15 y Robert H. Lawrence, muerto el 8 de diciembre de 1967 al estrellarse durante un vuelo de entrenamiento el avión que pilotaba.
Existen asimismo varios casos de astronautas en activo fallecidos en accidentes ajenos a las misiones espaciales aunque en ocasiones relacionados con ellas, tal como fue el caso de los norteamericanos Charles Bassett, Theodore Freeman, Edward Givens, Elliott See y Clifton Williams, o los soviéticos Yuri Gagarin y Pavel Belyayev, este último por enfermedad.
De menor importancia fueron algunos incidentes que, no obstante, hubieran podido acarrear consecuencias graves aunque por fortuna se resolvieron de forma satisfactoria. Virgil Grissom, que años después fallecería en el incendio del Apolo 1, estuvo de ahogarse el 21 de julio de 1961 al amerizar con su cápsula Mercury 4, y el 24 de mayo de 1962 la Mercury 7, con su compañero Scott Carpenter a bordo, amerizó a 400 kilómetros de distancia del lugar previsto.
Silenciados durante mucho tiempo por las autoridades soviéticas fueron dos importantes percances. El primero ocurrió el 12 de abril de 1961, durante el vuelo de la Vostok 1; al procederse a la maniobra de reentrada en la atmósfera la cápsula que ocupaba Yuri Gagarin no se desprendió correctamente del resto de la nave, lo que habría provocado la destrucción de la misma junto con la muerte de su tripulante. Por fortuna, y tras 10 minutos de angustia, la cápsula logró separarse a tan sólo 7.000 metros de altura, logrando aterrizar Gagarin sano y salvo aunque en un lugar muy alejado del previsto. Cuatro años más tarde, el 18 de marzo de 1965, Alexei Leonov también tropezó con un problema imprevisto durante su paseo espacial a bordo de la Vosjod 2; al intentar regresar a la nave descubrió que su traje espacial, hinchado por la sobrepresión, no cabía por la escotilla, por lo que tuvo que abrir la válvula de seguridad para que éste se desinflara.
El 26 de septiembre de 1983, durante la cuenta atrás del lanzamiento de la misión Soyuz T-10-1 con destino a la estación espacial Salyut 7, se incendió el cohete provocando el disparo del sistema de escape automático, que lanzó a la cápsula apenas unos segundos antes de que el cohete estallara salvando la vida a sus dos tripulantes, Vladimir Titov y Gennady Strekalov.
La estación espacial rusa Mir, por su parte, sufrió un grave incendio el 23 de febrero de 1997 que obligó a su tripulación a utilizar las mascarillas respiratorias durante más de una semana, y el 25 de junio de ese mismo año se produjo un choque entre un carguero espacial Progress y el módulo Spektr de la misma estación, causando una fisura en su fuselaje que provocó la descompresión del mismo, que hubo de ser evacuado. De menor relevancia, pero no por ello menos molestos, la Mir tendría también problemas con sus equipos informáticos e incluso con algunas instalaciones tan prosaicas, pero al mismo tiempo tan necesarias para sus tripulantes, como los retretes.
El último accidente en un vuelo tripulado por el momento tuvo lugar el 11 de octubre de 2018, durante el lanzamiento de la cápsula Soyuz MS-10 tripulada por los astronautas Alexei Ovchinin y Nick Hague, ruso y norteamericano respectivamente, con destino a la Estación Espacial Internacional. El lanzamiento, a bordo de un cohete Soyuz, se realizó desde la base espacial de Baikonur, y apenas dos minutos después hubo de ser abortado por un fallo en uno de los propulsores. La cápsula se separó del cohete y activó el aterrizaje de emergencia, pudiendo ser rescatados los astronautas sanos y salvos. No obstante, este accidente provocó la suspensión de los lanzamientos previstos hasta que sus causas pudieran ser analizadas.
Publicado el 6-11-2008
Actualizado el 4-11-2018